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sábado, 22 de febrero de 2014

Entrevista: Josefina Estrada

22/Febrero/2014
Laberinto
Héctor González

Crónica, cuento, memoria y retrato confluyen en la antología que circula actualmente en librerías, volumen que muestra a un escritor de cuerpo entero, un prosista que capturó los múltiples matices de la Ciudad de México y sus habitantes. A continuación, una charla con la compiladora y una acuciosa lectura de la obra

El objetivo es claro: “dar a conocer a los nuevos lectores a Ricardo Garibay”. Así lo escribe Josefina Estrada en la primera línea del prólogo de Ricardo Garibay. Antología, volumen con que el sello Cal y Arena inicia su colección Esenciales del XX.

Complejo donde los haya, el escritor y periodista hidalguense construyó una obra tan versátil como personal. Murió en 1999, a los 76 años. Su legado abarca alrededor de cincuenta títulos. Con soltura y sin empacho brincó del cuento a la crónica; de la novela al guión cinematográfico. La selección de Estrada presenta un amplio mosaico de un autor prolífico y siempre cercano a la polémica.

¿Cómo conoció a Ricardo Garibay?
Como autor lo conocí en 1977, leí El gobierno del cuerpo en la Facultad de Ciencias Políticas
a petición de Gustavo Sáinz, nuestro profesor. A partir de entonces me puse a buscar sus textos. En 1978 presenté Las glorias del Gran Púas, en Bellas Artes, ese fue mi primer acercamiento directo. No lo volví a ver hasta que invitó a mi esposo Sandro Cohen para que colaborara en su programa Caleidoscopio. Cuando lo corrió lo dejamos de tratar. Tiempo después me lo reencontré en Planeta y le di mi libro de crónicas Para morir iguales. A los pocos minutos me llamó para decirme: “¡Quiero que presente mi libro! ¡Ya le darán los datos!” Nos hicimos amigos y de 1990 a 1999 mantuvimos una comunicación muy estrecha.

¿Qué tan complicado era en el trato?

Cuando le tenía afecto a una persona no era en absoluto complicado, sino amable y cautivador. En nuestro caso no había mayor atracción que la amistad. Durante los últimos quince años de su vida tuvo fascinación por la mentalidad femenina al grado que en sus talleres no aceptaba hombres. Sostenía que el cerebro masculino no era tan interesante. Su hija María dice que probablemente yo fui su única amiga porque el resto eran sus amantes. Cuando en 1996 publiqué Virgen de medianoche, se la dediqué a él.

En el prólogo destaca la necesidad de acercar a Garibay a las nuevas generaciones.
¿Es un autor olvidado?
Sí, y mis alumnos de séptimo semestre en la Facultad de Ciencias Políticas me lo confirman. Siempre dejo alguno de sus textos y me confiesan que ningún maestro se los enseña. Una vez que lo descubren se enganchan de inmediato. En lo personal lo sigo leyendo y no se me cae de las manos, tengo claridad sobre dónde es excesivo y dónde se pudo haber editado.

Por ejemplo…
Acapulco es un libro soberbio y extraordinario
pero justamente hay unas apariciones suyas innecesarias. Yo sí creo en el cronista en primera persona, a veces es necesario hablar desde la primera persona. Incluso en ese libro tan periodístico hay un cuento, “El rubio Elkan”, de haber podido hubiera hablado con él para decirle que eso no se podía hacer.

Es curioso que esté olvidado ahora que la crónica latinoamericana vive un buen momento.
Claro, fue un cultivador del periodismo literario. Retomó la estafeta de Gabriel García Márquez cuando en 1957 publicó Relato de un náufrago. A Garibay le encantaba describir la realidad y también describirse a sí mismo.

En algún momento, Octavio Paz le dijo: “Tanto tiempo haciendo teatro para terminar escribiendo cine”. ¿Su cercanía al cine o su relación con los presidentes Díaz Ordaz y Luis Echeverría, le juegan en contra a la hora de juzgar su trabajo?
Garibay fue majadero, despectivo y agresivo con sus contemporáneos. Su peor enemigo fue él mismo. Incluso reconocía que él mismo no se caía bien. Se sabía neurótico, por parte de su padre cinco tíos se suicidaron; durante años fue a terapia. Yo creo que lo salva la literatura. Sobre la cercanía con el poder, recordemos que había sido compañero de banca de Echeverría. Aguirre Palancares lo llevó y acercó con Díaz Ordaz para salvarle la vida, pues sabía que tenían órdenes de matarlo debido a sus artículos políticos. Gracias a ello le dieron la beca. Garibay no se sentía avergonzado porque nunca fue un hombre del sistema. Muchos pierden de vista que entonces no había FONCA y que no podía ser profesor universitario porque no era académico. Se casó muy joven y tuvo seis hijos, para mantenerlos se metió al cine, lo que retrasó su carrera literaria. Su primera novela, Beber un cáliz, la publica a los 40 años, es extraordinaria aunque muchos la ningunean porque es más bien un testimonio.

Solía proyectar experiencias personales en su trabajo de ficción y como ya dijo, en sus crónicas era un personaje más. ¿Él se asumía como parte de su proyecto literario?
Sí, le gustaba reconocerse como personaje. Todos los seres humanos somos extraordinarios,
la dificultad está en mostrarla por escrito.

La oralidad es uno de sus puntos más fuertes, ¿en qué momento la explota con mayor fuerza?
La empieza trabajar en los años setenta. En sus primeros libros mantiene una escritura muy correcta, pero después reproduce el habla de los acapulqueños o de las mujeres ricas. Creo que esa es de las cosas que enganchan porque todos sabemos que México tiene una gran riqueza verbal. Hoy es normal leer a autores especializados en el lenguaje del narcotráfico pero antes no era tan común. En Los lancheros, por ejemplo, logra captar el absurdo de muchas conversaciones. A Garibay y a Bonifaz Nuño los escuché decir: se escribe para los oídos no para los ojos.

¿Qué criterios usó para la selección de los textos?
No incluí novela y teatro porque había que escoger un pasaje y dar contexto. Los descarté por cuestión de espacio. Seleccioné cuento porque es el género con el que empezó a publicar; su primer relato lo escribió a los 23 años. Memoria y crónica son apartados obligados, es un privilegio que esté completa Las glorias del Gran Púas que, si bien es un gran texto, a mi parecer está un poco sobrevalorado (tiene piezas mejores) pero reúne todas sus grandes cualidades como cronista. Me parece que la crónica es un buen abanico para conocer los temas que trabajaba. Incluí semblanza porque es un maestro del retrato, hay varias de su libro 35 mujeres.

¿En verdad minimizaba a Rulfo?
Totalmente, lo veía como un escritor estreñido, con un par de libros folclóricos. Cuando se ganó la beca se sentó al lado de Rulfo, Arreola y Luisa Josefina Hernández. No obstante hubo un momento donde reconoció, debido a que trabajaron algo juntos, su inmensa capacidad para escribir sobre el mundo rural. Creo que había un poco de envidia con respecto a la forma magistral en que Rulfo escribía sobre la provincia.

¿Son comparables Ibargüengoitia y Garibay?
Ambos son geniales a la hora de captar el alma mexicana a través de la ironía y con un sentimiento de amor–odio. Los dos fueron grandes cronistas. Te puedo jurar que Garibay nunca imaginó que sería recordado
por sus crónicas. Iba al Excélsior, ahí escribía su nota y la entregaba.

¿Se conocieron?
No que yo sepa, tal vez, pero no tengo referencia por escrito. No he encontrado menciones de uno hacia el otro. Yo digo que hay tres pilares en el periodismo mexicano de los cincuenta para acá: Ibargüengoitia, Garibay y Leñero, incluso ya podríamos incluir a Villoro.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Para qué sirven las escuelas de escritores

A pesar de que pueden contarse con los dedos de una mano, ¿sirven de algo, forman en verdad creadores? ¿O son únicamente una alternativa a las facultades de Letras, que privilegian el saber académico y la sistematización de la lectura? Junto a tal tema, cuatro escritores confían sus opiniones sobre el oficio de escribir.

5/Noviembre/2011
Laberinto
Héctor González

A finales de agosto de 2005 cerró el Centro Mexicano de Escritores (CME), instancia que durante más de cincuenta años fungió como semillero de autores como Juan Rulfo, Ricardo Garibay, Rosario Castellanos, Jaime Sabines y José Agustín.

Aunque existe el antecedente del Mexican Writing Center, fundado por Margaret Shedd a principios de los años cincuenta, al CEM se le considera pionero en la enseñanza de la escritura. Sin embargo, y en términos estrictos, no era una escuela. Funcionaba con un método similar al de un taller. Al escritor en formación se le concedía una beca y se le asignaba un tutor que iba guiándolo durante el proceso creativo de su obra.

Ante la falta de un lugar de enseñanza en forma, en 1986 la Sociedad General de Escritores de México inauguró su escuela con el objetivo de formar autores en literatura, cine, radio y televisión. Veinticinco años después la escuela de la Sogem intenta reponerse de una severa crisis financiera y de credibilidad. En abril de este año Mario González Suárez, entonces director del plantel, renunció junto con un grupo de maestros. En su carta de dimisión denunciaron “una pésima administración, la endémica falta de transparencia financiera, el creciente deterioro del bello e invaluable edificio que la alberga, la obsolescencia del equipo de apoyo didáctico, una nula inversión en el acervo bibliográfico y, sobre todo, en las indignas condiciones laborales de quienes constituimos la planta de profesoras y profesores. Pero el mayor problema es el distanciamiento de la directiva de la Sogem respecto de la vida y la comunidad académicas de nuestra escuela. Es decir, esta crisis fue provocada porque a la precariedad descrita se sumó la negativa rotunda de Lorena Salazar, los miembros del Consejo directivo que preside y la administración de la Sogem a establecer, según es su responsabilidad, canales de interlocución necesarios para resolver los problemas apremiantes que aquejan a nuestra escuela —la cual carece, por cierto, de personalidad jurídica y reglamento interno”—. De aquella escisión nació la Escuela Mexicana de Escritores.

A nivel literario, México es un país de talleres pero no de escuelas. El Estado auspicia las de música y pintura, pero no las de escritura. Abundan cursos o tutorías promovidas por organismos como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes o el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Las escuelas son privadas o propiedad de fundaciones y asociaciones civiles.

Teodoro Villegas fue fundador y director por diez años de la Escuela de Escritores de la Sogem. “Seguimos con el mito de que la escritura surge porque la musa baja o porque tienes una vasta cultura. Ese es un error. Así como la pintura requiere herramientas, la escritura también. No hay necesidad más que de tener pluma y papel. Hay estructuras de principio que debes saber manejar para después romperlas y crear vanguardias”, dice en entrevista.

Escuela vs. Facultad de Letras

Por tradición, varias generaciones de escritores se formaron en facultades universitarias dedicadas a las letras. Para Mario González Suárez no es igual lo que se imparte en una universidad que en una escuela dedicada exclusivamente a enseñar el oficio de narrar: “La formación de escritores no es algo propio de una facultad de Letras. Si hay una escuela de pintores o de cine, por qué no habría de existir una de escritores. Nosotros funcionamos a partir de la experiencia de los maestros que son profesionales de su oficio. No se dan materias para llenar una currícula y cubrir cierto número de créditos. En la Escuela Mexicana de Escritores el personal docente está conformado por escritores en activo”.

A unos días de haber concluido su primer ciclo escolar, el autor de De la infancia hace un balance sobre lo conseguido hasta ahora: “Sorpresivamente, ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Hay mucho interés por ingresar. Ya tenemos abiertas las inscripciones para el próximo periodo que inicia el 9 de enero. Tenemos una administración real, así que dependemos de la colegiatura de los alumnos. Siendo autocríticos, hemos tenido que mejorar el aspecto administrativo. Nos enfrentamos a una situación fiscal que desconocíamos. Al principio yo me encargaba de todo, pero descubrí que era un error y que necesitaba gente especializada. Por el lado académico actualizamos los programas porque lo que propone la Escuela Mexicana de Escritores es un diplomado que se obtiene mediante la producción de una obra. De modo que estamos ajustando los programas para que los alumnos puedan trabajar a partir de un sistema de tutorías y talleres”.

Especializada en escritura cinematográfica, Elsie Méndez dirige la Escuela de Escritores de la Sogem. Tomó el puesto en medio de la crisis entre González Suárez y Lorena Salazar. A seis meses de su llegada asegura que el conflicto está superado y resalta la fortaleza de la institución que dirige. A su juicio hay una gran diferencia entre lo que se puede aprender en un curso de letras y en otro de escritores: “En la carrera de Letras se enseña a leer, no a escribir”.

Mario Bellatin estudió cine y filosofía, y ejerció como director del Área de Literatura y Humanidades en la Universidad del Claustro de Sor Juana. A su vez, fundó la Escuela Dinámica de Escritores que ahora se encuentra en proceso de reestructuración. “La escuela se halla en receso porque en principio fue diseñada para durar seis años. Estaba concebida como una obra en sí; no podía seguir el modelo de una escuela de administración. Cada dos años pasaban 52 creadores como maestros que tenían la misión de crear un proyecto con los alumnos. Fue una experiencia impresionante”.

Por ahora el autor de Salón de belleza trabaja con la editorial Sexto Piso para dar vida a una escuela que combine la escritura con el trabajo de edición. “Un autor debe conocer los secretos de un editor y viceversa. Un proyecto de estas características es necesario porque existe un divorcio entre ambas disciplinas”.

Conocedor de la forma en que se maneja la carrera de letras y de la manera en que opera una escuela enfocada a la escritura, Bellatin marca la diferencia entre una y otra: “Para un creador lo importante de la universidad no está en las materias o en los cursos, sino en lo que sucede alrededor de las facultades, lo que se habla en los pasillos y la información que circula. Las facultades de letras forman a críticos, historiadores, maestros o ensayistas pero no creo que sea el lugar adecuado para la creación. Hice mi escuela a partir de mi experiencia como director de letras y como escritor. Quería encontrar la manera en que se podían traducir esas experiencias ante un grupo deseoso de trabajar con la palabra. Los alumnos que admitíamos no eran escritores en el sentido tradicional del término, sino gente que quería trabajar con la palabra: psicoanalistas, historiadores, profesionales de las letras”.

Talento y oficio

La enseñanza no garantiza éxito ni talento. Un escritor se forma de diversas maneras, y por muchas lecturas o cursos que se tomen, no existe la seguridad de construir una obra trascendente. “La escuela no es garantía de que seas escritor: puedes saber hacer un cuento pero a lo mejor no tienes la capacidad creativa. Puede, en cambio, facilitar el camino y a lo mejor consigues terminar una obra de manera más temprana. Es decir, acelera un proceso porque te da una metodología”, explica Teodoro Villegas.

González Suárez fue becario del Centro Mexicano de Escritores durante los ciclos 1988-1989 y 1991-1992; además, estudió en la escuela de la Sogem. Más que darle las herramientas necesarias para dedicarse a la literatura, su formación le sirvió para integrarse al círculo con el que encontraba afinidades. “Ninguna escuela puede garantizar nada, ni el talento, ni la calidad. El responsable de la vocación es uno y nada más. En la escuela uno se junta con sus pares y comparte intereses. Esta necesidad empieza a ser un espacio de conocimiento; es, digamos, el inicio de lo que podría llamarse la Academia. Encuentro el modelo de las escuelas de escritores en el Centro Mexicano de Escritores, una institución que funcionó cerca de cincuenta años en la formación de autores a partir del otorgamiento de becas. Los escritores entregaban un proyecto y tenían un tutor con el que trabajaban. Fue un espacio de iniciación y si ves la nómina de quienes estuvieron ahí verás que pasaron todos los escritores mexicanos que puedes reconocer con facilidad”.

Así como hay quienes salieron de las aulas, otros empezaron a escribir por su cuenta.

Cuestión de método

No hay reglas en cuestión de enseñanza y aprendizaje artístico. Los métodos varían según la tradición y las prioridades de cada plantel o maestro. Así como Elsie Méndez sostiene que la Sogem tiene la consigna de enseñar todos los géneros, además del guionismo para cine, radio y televisión —“para que los autores tengan más dinero”—, Mario González Suárez está más interesado en promover una formación literaria: “Uno debe iniciar con las herramientas del arte, por eso empezamos por la mitología; es importante porque se trata de la fuente primordial con que se expresa el fenómeno literario. Nuestro programa aborda todos los géneros de manera flexible porque los géneros no son formas rígidas; al contrario, mutan permanentemente y se intercomunican. Además, impartimos materias relacionadas con el estudio de los fenómenos de creación como la psicología”.

Durante sus años como titular de la escuela de la Sogem, Teodoro Villegas privilegió la enseñanza de poesía y de dramaturgia; eran las únicas materias que se mantenían a lo largo de los cuatro semestres que duraba el curso. “No creo que puedas escribir narrativa si no tienes una formación clara de lo que es una puesta en escena. Lo mismo sucede con el guionismo”.

Menos esquemático es el sistema que utilizó Mario Bellatin en la Escuela Dinámica de Escritores: “Funcionamos como una especie de trabajo de acompañamiento. Había materias pero todas iban enfocadas a que cada quien las aplicara de la manera más apropiada para su proyecto de trabajo”.

¿Necesidad o necedad?

Al margen de los cursos y talleres, Teodoro Villegas resalta la necesidad de las escuelas de escritores: “Los jóvenes cada vez tienen menos idea de escribir o de leer porque nadie les enseñó estas disciplinas como una opción del hacer y el crear; las ven como un recurso para pasar una materia o conseguir un trabajo. Escriben para cumplir, no para decir. Aquí empiezan los problemas serios porque el sistema educativo crea alumnos receptores de información, no partícipes”.

Elsie Méndez, por su parte, reconoce que si bien el número de escuelas se ha incrementado, hacen falta centros en el interior de la República. “Las escuelas no son suficientes; por eso hay mucha gente que viene sin idea de lo que se trata”.

La demanda alcanza como para tener un promedio de 80 alumnos por escuela. No obstante, la continuidad de cada plantel depende de los ingresos extra. La Sogem se mantiene por las aporta- ciones de sus agremiados, además de las colegiaturas. La Escuela Mexicana de Escritores cuenta con donaciones que complementan los ingresos que generan los estudiantes. A decir de Teodoro Villegas, la raíz de las dificultades se encuentra en el hecho de que el Estado no cumple con su función en tanto que no le otorga a la escritura el mismo estatus que a la pintura o la música. “La única opción son instancias particulares porque las oficiales no contemplan la creación de una escuela de escritores. El problema es también que este tipo de centros son cotos de poder y de elite. Se extraña una figura como el Centro Mexicano de Escritores, aunque ya no corresponda a la realidad. Hacen falta más espacios y mejores, pero sobre todo hace falta que se entienda que aprender a escribir es tan prioritario como necesario”.


Guillermo Fadanelli

¿Un escritor nace o se hace? Ambas cosas, pero si debo responder tajantemente diré que se nace escritor. Y después, con el tiempo, se va creando el oficio. Pero la capacidad de observación, el temperamento, la gracia se traen desde siempre. Que se desarrollen en buena narrativa es otra cosa. No creo que los talleres o escuelas sean necesarios, sólo se requiere leer mucho (sobre todo buenos libros, si se tiene suerte) y estar atento. Yo no fui a talleres, pero no me opongo a que existan, al contrario. Si los aspirantes a escritores son unos solitarios allí harán amistades o leerán en voz alta sus infundios. Por lo regular las escuelas no hacen escritores, crean plagas y estudiantes que escriben correctamente, nada más. En todo caso mi taller literario consistió en pasearme durante horas por las librerías.


Cristina Rivera Garza

Una escritora se hace, naturalmente. Escribir es un oficio y el trabajo de la escritora es leer. En mi caso, los talleres más significativos de mi adolescencia fueron las lecturas desordenadas pero voraces que emprendí a solas y las conversaciones rigurosas, alebrestadas, cariñosas y agudas con unos pocos amigos locuaces. Esos “talleres” me hicieron entender que mi pasión tenía un lugar legítimo en el mundo, es decir, que era compartida. Más que escuelas es necesaria una comunidad crítica donde la lectura cuidadosa y los comentarios a la vez rigurosos y civiles puedan devolverle a la escritora otra manera de aproximarse a la producción propia. Investigar, con otros, el mecanismo interno del producto propio es un proceso a la vez analítico y creativo. Lo que hay que cuidar es que esa comunidad no se vuelva una conversación jerárquica en la que sólo impere la dictadura del “gusto personal” y del “estilo”. Si esa comunidad puede congregarse en una escuela, ya sea pública o privada, y otorgar un título, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede generarse o autogenerarse de abajo hacia arriba en sitios independientes, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede estar protegida por un Estado que no adopte como propia la ley de la ganancia sino la básica premisa de su responsabilidad con el bienestar total de los ciudadanos, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede conectarse y compartir pantallas democráticas en ejercicios tanto lúdicos como críticos con el lenguaje, ¡qué mejor! Pero la escritora, la escritura, precisa de comunidades vivas para producir sentido, para seguir existiendo de manera significativa tanto estética como políticamente en nuestros mundos de hoy.


Enrique Serna

Una vez tomé un curso y aprendí que la formación académica no es para dedicarse a la escritura creativa aunque sí me sirvió para ampliar mis horizontes culturales, sistematizar mis lecturas y descubrir la poesía. No terminé la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras. Sólo llegué hasta la licenciatura porque sentía que la meritocracia académica podía convertirse en una carga pesada si quería dedicarme a la narrativa. No creo que las escuelas de escritores garanticen el talento. Tuve la fortuna de que cuando trabajé como redactor publicitario en Procinemex había una tertulia que se formaba espontáneamente en la oficina. Participaban el dramaturgo Carlos Olmos, el poeta Francisco Hernández y muchas otras personas inteligentes y con buena preparación literaria. Aquellas sesiones fueron una especie de taller, aunque no leíamos nuestras obras. Un escritor se hace leyendo y escribiendo. Este trabajo puede llevar mucho tiempo; no creo en los talentos precoces, se dan muy rara vez. En mi caso, pasé por una evolución lenta antes de adquirir el oficio literario. El escritor debe forjarse solo pero no descarto que algún taller pueda ser benéfico. Sé, por ejemplo, de muchos autores que aprendieron del legendario taller de Juan José Arreola. Mi método atraviesa por la lectura de todos los géneros. Al tener una inmersión en cada uno podremos descubrir la vocación. Además, un narrador tiene que ser un poco dramaturgo o poeta, y debe tener una preparación más amplia que la de los autores de nuestros días que sólo leen narrativa. La técnica se adquiere leyendo con atención a los clásicos, a los autores que han transformado el arte de narrar en distintas épocas, pero sobre todo en la práctica. Este es un oficio en el que hay que trabajar constantemente y tener la humildad para no creer que lo primero que sale de nuestra inspiración será una maravilla.


Francisco Hinojosa

Creo que existen ambos tipos de escritores: aquellos que nacen y se hacen, y aquellos otros que solamente son escritores gracias a su trabajo y perseverancia. No creo que sean necesarios ni las escuelas ni los talleres. Creo incluso que pueden ser un estorbo al talento. En lo personal no estudié en ninguna escuela y tampoco tomé ningún taller. Doy talleres porque me los piden y no porque crea en ellos.



domingo, 2 de enero de 2011

2011: el imposible optimismo

1/Enero/2011
Laberinto
Héctor González

¿Feliz 2011? Lo que antes era un deseo hoy se convierte en incertidumbre. Durante 2010 la lucha contra el crimen organizado dejó miles de muertes —imposible dar un número cerrado pues las estadísticas son variables—. Pero más allá del número, ciudades y pueblos del país han aprendido a vivir entre balaceras y bloqueos. El miedo y la psicosis parecen convertirse en los nuevos compañeros de viaje de cientos de personas. ¿Con tal panorama es posible ser optimista hacia el futuro inmediato? Históricamente el arte ha servido para medir el pulso de las sociedades, es por ello que convocamos a un grupo de creadores para que nos den sus expectativas respecto al año que hoy comienza.

ALEJANDRO ALMAZÁN
Escritor
No puedo ser optimista. La violencia en México se ha deformado a un grado brutal. Primero dejaban las cabezas en bares, luego subieron los videos a YouTube y ahora cuelgan a los tipos de los puentes con los testículos en la boca. Se han roto todos los códigos. Estamos por llegar a los treinta mil ejecutados. Todos los capos se sienten jefes y se pelean entre ellos. Por otro lado, el gobierno de Felipe Calderón insiste en dar el mensaje de que vamos ganando la guerra cuando es obvio que no es cierto.

ALONSO ARREOLA
Músico
Desafortunadamente espero más violencia, pues a la corrupción generalizada se sumará la terrible y sucia carrera presidencial. En tal contexto imagino un mayor distanciamiento entre la sociedad y sus representantes políticos y religiosos, por lo que el papel de los creadores será fundamental para mantener algo de ánimo y esperanza. Terminado el bochornoso año del Bicentenario, sólo espero que en México cada quien haga lo que le corresponde, ni más ni menos, pensando que no hay queja que valga cuando se forma parte de lo podrido.

ÓSCAR DE LA BORBOLLA
Escritor
Mis expectativas no son buenas. Para remediar la violencia es preciso crear fuentes de empleo. En la medida en que los jóvenes que aspiran a estudios universitarios son rechazados en un noventa por ciento, no se podrá avanzar de manera positiva. Se puede hacer cuanto se quiera para remediar los problemas del crimen organizado pero como el ejército de reserva del país es enorme, será un barril sin fondo. Veo un porvenir muy negro donde la gente por necesidad se lance al crimen desorganizado. Todo bajo una conducción actual deficiente y de presidencia mediática. El 2011 será época de precampaña por la Presidencia, así que quizá se calmen las cosas entre los políticos pero se pueden enturbiar a nivel social.

FRANCISCO CASTRO LEÑERO
Artista plástico
Espero que la situación de inseguridad tome otro curso y que no sea al inicio de algo más grave. Mi esperanza es que todos estos acontecimientos nos sirvan para que el Estado tome medidas que nos lleven a una mayor tranquilidad. Algo importante es que la sociedad está ejerciendo presión para que las cosas cambien, es necesario que el gobierno responda de mejor manera. Por ahí es donde veo el asunto más esperanzador.

JOSÉ DE LA COLINA
Escritor
Desgraciadamente creo que veremos más violencia porque es parte de un proceso acumulativo, que no se detendrá mientras no se resuelvan los grandes problemas del país: la corrupción, la desigualdad económica. El drama de México es imparable porque tiene de fondo la sobrepoblación, es difícil sostener un país así. Para revertirlo se necesita un cambio educativo, es necesario para atender los problemas de fondo pero eso no llevará poco tiempo.

JOSÉ LUIS CUEVAS
Artista plástico
Vivimos una situación muy compleja porque cada vez estamos peor. No vemos ninguna solución aunque se han enfocado todos los recursos contra la delincuencia y el narcotráfico. Es triste ver al país en declive, ojalá el próximo año pinte diferente. Espero que el Presidente recoja mejores cosechas. También habría que exigirle más balance a los medios de comunicación porque en los noticieros todo es terrible, el cambio tiene atravesar por ellos para que la gente cambie su mentalidad.

ÁLVARO ENRIGUE
Escritor
No creo que las cosas cambien, las cosas han empeorado y no veo por dónde puedan mejorar. No imagino un cambio sustancial. Hay una guerra entre los cárteles y no se detendrá porque cambie el número del año. Podemos tener expectativas a muy largo plazo cambiando programas de educación, nuestra manera de habitar las ciudades. Para ser más positivos tendríamos que cambiar patrones culturales.

HORACIO FRANCO
Músico
No creo que podamos esperar gran cosa. Mientras no se ataque de fondo el problema del narcotráfico —que es el negocio que sí reditúa a las cúpulas, traficantes, y a muchos gobernantes y empresarios coludidos con ellos—, todo lo que se haga para eliminar la violencia y la inseguridad va a ser en vano. Y más aún, si la brecha económica y la pésima repartición y administración de la riqueza entre los mexicanos sigue igual, muchos jóvenes van a seguir buscando horizontes como sicarios o traficantes.

ROGELIO GUEDEA
Escritor
La expectativa es de más violencia. Estamos en una crisis profunda y la situación será desesperanzadora mientras no se cambie la estrategia de seguridad que tiene el país. El combate frontal contra el narcotráfico nos tiene al borde de una nueva revolución.

LUIS GONZÁLEZ DE ALBA
Escritor
Podría empeorar la violencia. Se ha visto que tras la muerte de los cabecillas hay una lucha intestina por ocupar el lugar vacante. Si se aprehenden a grandes capos es posible que veamos más enfrentamientos. La única forma de revertirlo es legalizando el uso de las drogas, pues en ese momento se convierte en un comercio abierto como se hace con la cerveza. No veo por qué no se hace, el alcohol produce daños más severos que la marihuana. En lo económico no tengo idea de qué pasará… creo que puede mejorar gracias a que no ha habido inflación desbocada.

BÁRBARA JACOBS
Escritora
No puedo ser optimista. Se han desatado los demonios, estamos en una etapa de una permisividad enorme, un descontrol donde se favorece la personalidad —perdón por ponerlo en términos primitivos— de los malos, se les hace mucho caso. Cada que sucede algo importante con los narcos salen en las primeras planas y en los noticiarios, y eso es un triunfo para ellos porque lo que buscan es ser conocidos.

HERNÁN LARA ZAVALA
Escritor
De acuerdo con las filtraciones de Wikileaks México no podrá vencer al narcotráfico por las “rivalidades internas” (“fuerzas armadas”) y la corrupción. Les faltó señalar los intereses partidistas a raíz de las próximas elecciones. Los augurios por tanto son nada halagüeños. Nuestro país debe aceptar que estamos en una situación sumamente crítica que puede llevarnos al colapso total. Para evitarlo se requiere de la participación de todos los sectores: partidos políticos, gobernadores de todos los estados, los tres poderes (y muy particularmente el Legislativo), la participación financiera de la iniciativa privada y el concurso de la sociedad civil. Sólo eso nos permitirá hacer un frente común a nivel nacional en contra de la violencia que en este momento es el principal enemigo a vencer si acaso queremos un mejor México para nuestros hijos. Hagamos un pacto nacional encaminado a acabar con el narcotráfico y la violencia de una vez por todas. De otro modo efectivamente la guerra estará perdida, como ha sucedido tantas veces en nuestra historia, por intereses partidistas, electorales y de corrupción generalizada al margen de triunfe quien triunfe en las próximas elecciones.

GABRIEL MACOTELA
Artista plástico
Vivimos una situación muy difícil, parece que no terminará la violencia. Y eso afecta todo, pero lo más grave es el miedo de la gente que ya lo padece como una cuestión psicológica, enferma y que contamina la vida cotidiana. Por otro lado, hay un desastre político. Entre los partidos hay una lucha horrible por el poder. Desafortunadamente no veo una posibilidad de cambio. Un reflejo de ello son las estadísticas sobre el estado de la cultura y la educación. El desempleo ha aumentado igual que la pobreza, todo esto generado por un gobierno torpe. No quiero ser pesimista pero no veo una luz clara.

NACHO MÉNDEZ
Músico
No visualizo una mejoría en el panorama nacional para el año de 2011. Los ciudadanos estamos decepcionados de los políticos. Los partidos viven disputas internas. El crimen ha crecido exponencialmente. La única solución que visualizo es proporcionar al pueblo educación, salud y oportunidades para elevar su nivel de vida. Desgraciadamente, esta es una solución a largo plazo que, sin embargo, debe iniciarse cuanto antes si queremos ver una disminución de la criminalidad.

LAURA EMILIA PACHECO
Escritora
Me encantaría que hubiera menos violencia. Bien a bien no sé qué ocurre, pero en general creo que nadie lo sabe, no hay un entendimiento de los trasfondos de lo que sucede, ni de los hilos que mueven toda esta violencia. A estas alturas debe haber algo atrás.

IGNACIO PADILLA
Escritor
Es muy prematuro esperar algún tipo de cambio para 2011, debemos tener puestos los ojos en 2012. Las perspectivas de violencia seguirán aumentando necesariamente y eso se traducirá en la manera en que vote el mexicano en las próximas elecciones. Existe un riesgo de recapitulación sobre la efectividad o inefectividad de la lucha contra el narcotráfico y también de un riesgo enorme de retorno a la dictadura de partido, que es lo que me preocupa más: que el pueblo mexicano, de muy flaca memoria, prefiera la paz social con una dictadura de partido sin ejercicio de una democracia que no ha sabido crecer, o bien que pueda tener el valor suficiente para seguir buscando la manera de luchar contra el narcotráfico aun pagando un precio que, esperemos sea provisional, de violencia.

FERNANDO DEL PASO
Escritor
Me temo que antes de que las cosas empiecen a mejorar van a empeorar. Día a día crece la violencia y al menos en corto plazo no se ve cómo decrezca. No soy economista ni político, pero por principio de cuentas es obvio que la pobreza, la miseria y la ignorancia son las semillas primeras que generan el crimen organizado, que después ya se vuelve autosuficiente y dominador. Mientras no se supere la desigualdad no veo cómo podamos mejorar. Pero para eso se necesitan varios años. En México prevalece una corrupción que es como el sida espiritual, cada vez se extiende más a todos los niveles del gobierno incluso en empresas particulares. Suben al poder los corruptibles, parece que pocos escapan a eso. No dudo que haya personas bien intencionadas pero muchas de ellas no tienen interés en asumir cargos políticos.

HILARIO PEÑA
Escritor
Según el Presidente habrá una baja en la inseguridad pero yo siempre digo que no encuentro una solución real para este tema. Opino como Cormac McCarthy: “Creo que todo se fue al pozo el día en que dejamos de decir ‘gracias’ y ‘buenas tardes’”. Pusimos en tela de juicio demasiadas formas y quizá hoy pagamos la factura de todo ello. Me parece que la manera de salir es por medio de la educación, la clave está en la civilidad.

ELENA PONIATOWSKA
Escritora
Espero que mejore la situación porque no puede ser peor. Estamos en una psicosis, todos los días revisamos los obituarios. Abrimos el periódico esperando encontrar una mala noticia. Nosotros mismos nos estamos dando cuerda con eso, tanto las autoridades como los ciudadanos. Es preciso cambiar la actitud y no estar pensando en que nos van a asesinar.

RIUS
Monero
La expectativa para el 2011 es terminar el año con vida. Vivimos una situación donde no sabemos qué pasará cuando salimos de nuestra casa y esto genera un estado de pánico, sobre todo en la zona de la frontera norte. No me explico porque no se puede parar esto.

ARTURO RIVERA
Artista plástico
Es difícil opinar. Las cosas no están como para ser optimista. Por otro lado no sé qué esperar para México, un pintor no puede opinar mucho al respecto. Esa es tarea para Lorenzo Meyer o Enrique Krauze.

VICENTE ROJO
Artista plástico
Más que esperar algo para el próximo año, deseo que termine tanta atrocidad. Para que eso suceda necesitamos: audacia, valor, inteligencia, honestidad, compasión, responsabilidad y sentido de la justicia, no necesariamente en este orden.

AGUSTÍN SÁNCHEZ
Escritor
La expectativa es negra. Las políticas gubernamentales contra la violencia han engendrado más violencia. Los tiros no los puedes erradicar a tiros. Hace unos años viví en Sinaloa y una forma de contrarrestar al narco es con la cultura, pero es algo que difícilmente un gobierno analfabeta podrá entender.

PACO IGNACIO TAIBO II
Escritor
Vamos a tener un año oscuro, de gran resurgimiento y reagrupamiento de fuerzas populares pues la crisis es profunda. El gran cambio se va a dar en que el sector más chafa y conservador del PRD va a quedar borrado porque es el paso previo a la reconcentración de la izquierda. Será un año interesante en ese sentido. Respecto a la política gubernamental persistirá en la guerra contra el narco absurda y un manejo económico torpe. Será conflictivo por la cabalgata del PRI con Peña Nieto. Será un 2011 oscuro pero movido.

GUILLERMO DEL TORO
Cineasta y escritor
No sé qué pensar del futuro, estamos en un momento desconcertante. Me aterra la política, ese oficio tan lejano a su fin. Creo que debemos reflexionar y ante el miedo deben venir la inteligencia y la posibilidad de ser valientes.

sábado, 12 de junio de 2010

Cine y migración: entre la denuncia y el melodrama

12/Junio/2010
Suplemento Laberinto
Héctor González

El cine —como medio y expresión artística— se ha ocupado con frecuencia del fenómeno de la migración, que actualmente involucra a 150 millones de personas en el mundo, de las cuales el diez por ciento procede de Latinoamérica.

Drama, épica y aventura son componentes de cada pasaje protagonizado por alguien que sale de su lugar de origen para llegar a otro e iniciar una nueva vida; estos tres principios son también de los más explotados por el cine de cualquier nacionalidad.

En el caso de México, el tema se impone de manera natural en nuestra cinematografía dada la contundencia de las cifras: de los 31.7 millones de hispanos que hay en Estados Unidos, 20 millones son mexicanos, así como 7 de los 11.9 millones de indocumentados que existen en ese país.

UN TEMA RECURRENTE

Una de las primeras producciones mexicanas en abordar de manera abierta la migración de indocumentados hacia Estados Unidos fue Espaldas mojadas (1953) de Alejandro Galindo. A partir de entonces estas historias han estado presentes y su cantidad ha variado según la coyuntura.

De acuerdo con el crítico Jorge Ayala Blanco, en los ochenta del siglo XX: “Primero empezaron las películas de frontera, por ejemplo Camelia la Texana, después se volvió un tema constante, entendiendo que hay un dominante dentro de esta situación: los inmigrantes siempre son las víctimas. Siempre son películas de calvario. No creo que en los ochenta o noventa haya películas con la lucidez de Norteado o La frontera infinita, más bien son trabajos ingenuos, como los de los hermanos Almada”.

Pero si hablar de los problemas padecidos por los indocumentados no es nuevo, donde sí se registran cambios es en la búsqueda de los realizadores por reflexionar sobre las causas e implicaciones sociales de este fenómeno. La intensidad o el tono de la producción varía según el momento. Por ejemplo, tras la Ley 187 que proponía negar los servicios sociales, médicos y de educación a los “ilegales” en California, Sergio Arau filmó la comedia Un día sin mexicanos, en donde narra cómo una mañana desaparecen de ese estado 14 millones de hispanos, paralizando, entre otros, todos los sectores de servicios.

En los últimos años, algunos cineastas han intentado interiorizar el problema. Un caso es Norteado, donde Rigoberto Perezcano reflexiona sobre la cosificación del migrante, quien tiene que disfra- zarse de sillón para cruzar la frontera. “Cuando decidí hacer Norteado me cuestioné: ¿por qué hacer una película de migración cuando se tiene la posibilidad de hacer una ópera prima en México y sabiendo que puede ser tu primer y último trabajo? Creía que la migración ya era un tema muy explotado y sobre el que se había dicho mucho. Pero mi percepción cambió cuando en San Diego visité un centro de detención. El tema me tocó y me sentí obligado a traducir mi esfuerzo en una película y darle voz a la gente que sale en búsqueda de una mejor calidad de vida y queda detenida en esos espacios. No quería hacer una película igual a todas, y creo que Norteado ha marcado pauta y diferencia respecto a las demás”, explica el director.

Del lado del documental, un trabajo reciente que intentó darle otra perspectiva al tema es el de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman: Los que se quedan, protagonizado por las familias de quienes se van a cruzar la frontera. Comenta Rulfo: “Desde el principio asumimos que hay muchas producciones sobre migración y todas tratan el tema desde el punto de vista de la estadística y los datos duros. Así que nos pusimos a buscar personajes que hablaran a partir de la vida cotidiana”.

¿La migración es un tema agotado? Las posturas varían, al menos en lo que se refiere a la visión del lado mexicano. Perezcano sostiene: “Siempre se dice que el tema está tocado y reiterado, pero no. Mientras el artista sienta el compromiso por contar algo, va a dar todo su esfuerzo y conocimiento con tal de levantar la película en la que cree”.

La opinión de Juan Carlos Rulfo apunta en un sentido crítico: “La migración se ha tratado bastante, pero de manera truculenta. Apenas estamos entendiendo cómo representarla físicamente y las razones por las que ocurre. No creo que sea un tema agotado, más bien a la gente no le importa. Es algo que está fuera del común denominador. Es como hablar de las comunidades indígenas o del folclor, hay gente a la que le choca eso. No es sólo el migrante al que tratan mal y tiene aventuras en el viaje, esto es dramático por sí mismo. Lo que falta es algo que abarque a las dos naciones, más global y con una repercusión mayor. Podemos pensar que lo hecho hasta ahora han sido ensayos para acercarnos a lo que realmente tenemos que decir”.

Para Ayala Blanco, el tema está cubierto y destaca la falta de propuestas novedosas: “Cuando se habla de migración pensamos en la que se hace a Estados Unidos, pero también hay películas de migración interna: la gente que llega del campo a la ciudad —finalmente la migración es todo movimiento territorial—. O bien las películas tipo Sin nombre, donde vemos a quienes atraviesan el territorio nacional para llegar a Estados Unidos. La migración en el caso mexicano está bastante cubierta, quizá la menos tratada es la del campo a la ciudad, aunque hay buenos documentales. La película que ganó en Cannes, Año bisiesto, es un poco la consecuencia de la migración. Una mujer de Oaxaca que es periodista y llega a la capital, pero nunca logra adaptarse y vive en un estado permanente de melancolía; la película es excelente desde este punto de vista”.

MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

Producciones como La misma luna de Patricia Riggen, Los bastardos de Amat Escalante, Espiral de Jorge Pérez Solano, son algunos de los trabajos recientes sobre la migración ilegal. Sin embargo, todos se centran en la frontera norte. Entre las cintas nacionales que miran lo que sucede en el sur, quizá la más destacada es La frontera infinita de Juan Manuel Sepúlveda. Todavía la revisión de los directores nacionales hacia esta región es mínima, cosa que no sucede con trabajos de manufactura estadunidense relacionados con tráfico de latinoamericanos.

Pionera en este rubro es El Norte de Gregory Nava, filmada en 1983, y que trata sobre el recorrido de una pareja de guatemaltecos que atraviesa México para llegar a Los Ángeles. Veinte años después, la película todavía es un referente en Estados Unidos, así lo reconoce Rebecca Cammisa, documentalista estadunidense que gracias a su trabajo Which way home, donde muestra el periplo de los niños centroamericanos que viajan solos por México rumbo a la frontera con Estados Unidos, estuvo postulada a Mejor Documental en la pasada entrega de los premios Oscar. De visita en México, en el marco del Tercer Festival Internacional de Cine en Derechos Humanos, organizado por el Tecnológico de Monterrey, la directora comenta: “El primer trabajo que vi sobre este tema fue El Norte de Gregory Nava, es fantástico y realmente fue una gran influencia para que yo hiciera la película. Otras películas notables son Los que se quedan, que trata sobre las familias de los migrantes, y De nadie de Tin Dirdamal”.

A lo largo de Which way home vemos a pequeños que a bordo del tren conocido como La Bestia, intentan cruzar el país para llegar al “sueño americano”: “Mi postura como directora es intentar ser objetiva y no interferir con el tema que estoy tratando. Mi labor es capturar la realidad e informar. Si nos involucramos afectamos de manera negativa la película, pero no puedo negar que la tentación de participar está ahí, sobre todo porque son niños. De hecho, en un momento intentamos ayudarlos, pero no es sano hacerlo porque entonces se vuelven tu responsabilidad y adquieres el rol de director de la situación y eso es peligroso para los efectos de la película”, comenta Cammisa.

Al reflexionar sobre el fenómeno migratorio, la cineasta reconoce que si bien en la historia del hombre es inherente el desplazamiento, el fenómeno hoy día se encamina por otro sendero: “El problema es cómo la gente puede migrar con todas las fuerzas sociopolíticas que se están moviendo; pienso en la economía, el terrorismo, la política. Es un problema mundial, no solo México-Estados Unidos, sino España-África o Italia-África. Es arrogante pensar que el origen es que no hay oportunidades en los países latinoamericanos. A lo mejor Kevin (niño protagonista de la película) debería estar en la escuela, pero quizá él no quiere y él es quien deja de lado la oportunidad. A lo mejor el tema tiene que ver más con la carga emocional que traen. Al ser niños no tienen conciencia sobre la necesidad de dinero sino que a lo mejor están huyendo del abuso; en el caso de Kevin, huye de su padrastro”.

VICTIMIZACIÓN

El enfoque del tema varía según el contexto. En el caso de Ayala Blanco, la postura mexicana está empañada por el victimismo: “Todo se sentimentaliza en el cine mexicano. Sigue dominando la mentalidad telenovelera y melodramática. Todo drama de migración tiende a la truculencia, el tremendismo y lo sentimental. La mayoría de las películas son así, incluyendo cintas tan abyectas como Babel: no le dejes tus hijos a una sirvienta mexicana inmigrante porque se terminan deshidratando en el desierto. Quizá la mejor cinta nacional que se ha hecho sobre migración es La frontera infinita, que cuenta el viaje de los guatemaltecos que pasan por el territorio nacional. Ahí el problema es visto desde la esperanza, que es otra cosa totalmente distinta; justo lo que evitó Sepúlveda fue caer en el escollo de la víctima. La victimización es políticamente correcta. Para no tratar el tema realmente político, se desvía y por eso se les trata como ‘pobrecitos, hay que compadecerlos’”.

A juicio del crítico, son contados los filmes que escapan de esta tendencia: “Sin nombre es una película norteamericana que trata bien el tema de las mafias antiinmigrantes, incluso la red de la Mara Salvatrucha, que es importante desde el punto de vista centroamericano. No existe una ficción nacional al nivel de La frontera infinita; La misma luna es un cuento de hadas; Rehje es un buen documental, cuenta la historia de una mujer mazahua que huye de su pueblo pero no logra arraigar en la Ciudad de México. Cuando trata de regresar le resulta imposible porque su pueblo está perdiendo el agua. Norteado es un excelente trabajo, es muy inteligente porque habla de cómo un ser humano se convierte en objeto para atravesar la frontera, además es de una sobriedad absoluta con los mejores rasgos del cine iraní; Los que se quedan es otra vez el melodrama, esa cosa sentimentalista y chantajista muy ambigua. Me parece más interesante Del otro lado de Natalia Almada, que es sobre cómo se le cierran las posibilidades a un personaje que tiene que emigrar; Los bastardos ya no es sobre la migración, sino sobre la función del emigrado. Ahí está planteada la cuestión del resentimiento: ser bastardo en un país donde está mal visto. Está dentro del mismo fenómeno, en el sentido de que es resultado de la migración”.

La apreciación genera opiniones encontradas. Rebecca Cammisa, por ejemplo, no está de acuerdo con Ayala Blanco: “En Los que se quedan no siento que sean victimizadas las familias. Lo que sucede es que la soledad y la separación son temas trágicos de por sí en las familias rotas. El dolor se va haciendo presente conforme el paso del tiempo. No creo que hayan manipulado a los personajes”.

Por su parte, Juan Carlos Rulfo reconoce la existencia del recurso sentimentaloide en buena parte de las producciones que aluden a la migración y asegura que el reto es llevar la discusión a terrenos más humanos: “La realidad mexicana habla mucho del fatalismo que se vive en el país en términos de narcotráfico, política y ahora migración. Son temas fáciles para el melodrama, pero aún no sabemos cuáles son las razones del fenómeno. Sería novedoso hablar de esto. Volviendo a los personajes víctimas y al tratarlos con amarillismo se aleja a la gente. Por eso es interesante buscar nuevos estilos narrativos, y esto tendría que ver con hacer a los personajes más humanos y universales”.

NUEVO AUGE

La implementación de la Ley SB1070 y el traslado de militares estadunidenses a la frontera con México, han significado una nueva piedra de toque sobre el tema migratorio y permiten suponer que el cine tendrá, una vez más, algo que decir al respecto. Opina Rigoberto Perezcano: “Jamás pensamos una ley como la de Arizona. Incluso ahora que estoy abandonando Norteado, pensé que el tema no daba para más, pero no es así. Mientras sigan estas leyes que son ignorantes y tristes, la migración persistirá como tema, al menos hasta que no se modifiquen las leyes en México y Estados Unidos promulgue una reforma migratoria”.

No obstante, la coyuntura podría servir para hacer, a través de la cinematografía, un ejercicio de autocrítica y revisar lo que sucede aquí en el mismo terreno. “La forma en que se ha trabajado es demasiado políticamente correcta. Hace falta ser más agresivos, no hemos encontrado la manera de poder sacudir a la sociedad. Nos ha faltado revisar lo que sucede aquí. Which way home versa sobre esto. Finalmente de lo que se trata es de atacar el origen del problema”, declara Juan Carlos Rulfo.

Sobre el mismo punto se pronuncia Ayala Blanco: “Es posible que con lo de Arizona se fortalezca la idea de la victimización, pero no irá más allá. El cine mexicano siempre tiende a ir a la saga de todo y siempre sin ningún análisis ni virulencia política. La película perfecta desde el punto de vista de lo políticamente correcto es Un día sin mexicanos, que es un churrote asqueroso de Sergio Arau, donde según él muestra cómo los estadunidenses necesitan a los mexicanos”.

Un llamado más frontal es el que hace Rebecca Cammiso. Primero en reconocer la responsabilidad norteamericana: “El gobierno de Estados Unidos ha fallado sin importar quién sea el presidente, esto ha propiciado que estados como Arizona tomen el asunto en sus manos y busquen soluciones al margen del gobierno federal. Es necesaria una ley que afronte el problema. Hay niños que están siendo violados y que sufren. ¿Qué se necesita para que los políticos se pongan a trabajar en este sentido? ¿Cuánto es suficiente? El documental intenta motivar para que la gente se ponga a trabajar”.

Sin embargo, la realizadora también enfatiza que México tiene una dosis importante de responsabilidad que no ha querido asumir: “Durante la filmación nos tocó ver situaciones violentas. El problema no es cuando el migrante sale de su casa, el problema empieza cuando entra a México. En Guatemala las familias encargan al niño con un vecino hasta que llegan a determinado punto, pero ya en México los coyotes los violan o los tratan como sirvientes. Aquí hay homicidios, corrupción, etc. Para los migrantes el miedo al desierto es poco en comparación con el terror que les produce cruzar este país.

“Siempre nos preocupa lo que hace Estados Unidos —indica Cammiso—, pero basta ir a los albergues en Tenosique o Tapachula. Muchas veces secuestran a los migrantes y extorsionan a las familias centroamericanas para regresarlos. Hay que ver lo que sucede al interior y mostrarlo. No sé si el cine mexicano lo esté haciendo, pero sería prudente revisar este aspecto también”.

sábado, 8 de mayo de 2010

La crítica en el banquillo

8/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Héctor González

¿Cuál es la relación de un escritor con la crítica? Nueve narradores responden esta pregunta; uno de ellos reconoce abiertamente que no le interesa “en lo más mínimo”.

Mario Bellatín

La crítica no me interesa en lo más mínimo, salvo cuando es utilizada con fines ajenos a los literarios, que casi siempre son una bajeza impresionante.

Son muy pocos los críticos que logran mantenerse a lo largo del tiempo. Hace casi treinta años publiqué mi primer texto y no puedo contar la cantidad de críticos que han aparecido y desaparecido en ese lapso.

Ana Clavel

Me interesa mucho la crítica literaria comprometida y fundamentada. “Pasión crítica”, la llamaba Octavio Paz. Me gustaría mucho que mis libros despertaran esa vehemencia razonada. Desafortunadamente hay pocos críticos serios y demasiadas obras que se lanzan como novedades y obstruyen el panorama para reconocer a los autores que están haciendo una apuesta literaria genuina. También veo otro problema: que las pocas voces críticas no tienen responsabilidad con su tradición ni con su presente: o ven sólo a autores clásicos, o sólo ven autores actuales reconocidos por las élites internacionales. No se exponen, no apuestan.

Entre los críticos que sigo se encuentran: Armando González Torres, que es una de las pocas voces razonadas, fundamentadas, que ejercen la crítica tanto en el periodismo cultural como en el ensayo temático. Sergio González Rodríguez, porque más allá de sus recuentos globales, cuando se sienta a separar la cal de la arena es agudo y visionario. Geney Beltrán, entre los más jóvenes, me parece una voz crítica honesta, inteligente y valerosa para decir lo que tiene que decir. Entre los extranjeros, a Estrella de Diego porque es una intelectual de peso completo, lo mismo te habla de libros que de performances o cine y todo ello con una visión transgresora y razonada.

Guillermo Fadanelli

No leo nada de lo que se escribe acerca de mí. Pero tengo aprecio por los críticos literarios, para mí son también escritores, sólo que sus personajes son más barrocos. Leo a Christopher Domínguez, Rafael Lemus, Heriberto Yépez, Bruno Hernández Piche, Armando González Torres y a José Joaquín Blanco, principalmente. Todos ellos tienen peso y sombra. Logran con su afán crítico que la literatura sea todavía una actividad respetable.

Ana García Bergua

El mundo de un escritor y el mundo de la crítica son mundos paralelos que en ocasiones se tocan. Evidentemente uno no puede escribir pensando en la crítica, ni arrepentirse por ella de lo que ha escrito, pero es muy importante saber qué sugiere el libro a plumas que viven de analizar los libros para los lectores. Para mí, la crítica es muy importante; el hecho de que aparezcan notas críticas positivas o negativas, además de las consabidas entrevistas y notas de prensa, significa que el libro ha entrado en su mundo, ha traspasado el límite de la promoción. En México se publica mucho y se lee poco, de modo que, aunque las críticas a un libro pequen de injustas o apresuradas, es preferible que existan a que no existan. Ahora, ante el miedo a enemistarse con gente que puede pesar mucho en la cultura o simplemente retirar el habla, la crítica negativa es el silencio.

Entre los críticos que leo están Christopher Domínguez —últimamente habla de autores mayores o muertos que sinceramente no conozco y me despierta la curiosidad y las ganas de leerlos. Me cae bien Rafael Lemus porque cuando no le gustan los libros lo dice; también me gusta lo que escribe Fabienne Bradu.

Álvaro Enrigue

La crítica es el único medio al alcance de un escritor para tener alguna retroalimentación sobre su trabajo fuera de los círculos familiares y de amigos: es un asunto de curiosidad. Además, cuando menos para mí, la crítica ofrece una tasa de interpretación que te permite evaluar qué tan cerca de las ideas que querías proyectar estaba el mensaje final que enviaste empaquetado en una historia. Me preocupa que lo que escribo se entienda cabalmente, y que la crítica supone la segunda vuelta de una conversación. También sirve para leer más o menos como va tu standing en la República de las Letras; éste es un fenómeno contingente y sin importancia a largo plazo, pero definitivamente relacionado con tu libertad de acción para perpetrar un siguiente libro.

Leo las secciones de crítica de Letras Libres y Nexos invariablemente y de principio a fin; de hecho es lo primero que leo de ambas revistas. Siempre leo a Rafael Lemus, Geney Beltrán, Christopher Domínguez, Fernando García Ramírez —que lamentablemente escribe poco—, Armando González Torres; Noé Cárdenas, Sergio González Rodríguez, Mauricio Montiel.

Élmer Mendoza

La crítica nos ayuda a comprender el trabajo de muchos escritores. Tenemos el caso especial de Cristopher Domínguez Michael, que publica en revistas, suplementos y libros. Es un crítico sin complejos, estudioso y reflexivo. Posee la virtud de saber acercarnos al asunto con un discurso que facilita la comprensión de los fenómenos estéticos que ya tienen expresión en nuestras letras. Me gusta la inteligencia de Heriberto Yépez, la visión de espacio de Elizabeth Moreno, la seriedad y la dedicación de Lauro Zavala, el compromiso de Vicente Francisco Torres, la constancia de Margo Glantz, la amplitud de criterio y la recuperación de los clásicos de Jaime Labastida, el valor de Sara Poot para estudiar y ubicar la literatura de este tiempo.

Pedro Ángel Palou

La crítica, cuando es inteligente, señala virtudes y detecta defectos, taras incluso. El buen crítico es un lector especializado. Si bien no escribo para los críticos, me interesa y me retroalimenta.

Muchos años seguí a Christopher Domínguez, quien era un puntual lector de la modernidad narrativa en México. Luego se instaló en un limbo extraño y lo que escribe en revistas y periódicos dejó de interesarme. Prefiero leer a Saint Beuve. Leo a Geney Beltrán y me interesa su visión, aunque no comparta todos sus juicios.

Parece que los mejores críticos en México han sido ellos mismos grandes escritores: Reyes y Pacheco, Nervo y García Terrés, Villaurrutia y José Joaquín Blanco, lo mismo que el más admirable y constante de todos en el siglo XX, Adolfo Castañón.

Hoy, cuando los suplementos culturales escasean y han dejado de hacer una revisión crítica —como la que hacía sábado con Huberto Batis a la cabeza, con Federico Patán haciendo una crónica crítica permanente—, ha quedado un espacio, el de La Tempestad, que respeto mucho, particularmente lo que escribe Nicolás Cabral o Gonzalo Soltero.

El peor crítico es el que utiliza los libros de otros para acomodarse en el establishment literario y escalar. El crítico “trepador” que pontifica sin tener una obra que lo respalde, como lo hace tristemente Rafael Lemus.

Alberto Ruy Sánchez

Por crítica yo entiendo principalmente “desciframiento”. Crítica para mí es poner en crisis los códigos, los lenguajes establecidos para ir más a fondo en la comprensión de una obra literaria. Quienes reducen la crítica a valorar positiva o negativamente una obra, se quedan en la superficie de las posibilidades de la crítica porque criticar es crear instrumentos para comprender.

Me interesa mucho la lectura de mis libros, por eso se publican. Lo que incluye a la crítica como lectura más esforzada, con más trabajo. Abrí un blog: Cuaderno abierto como un cuerpo, nada más para recibir ecos que yo no hubiera imaginado de la lectura del ciclo de cinco libros sobre el deseo y Mogador, y sobre todo de La mano del fuego, el último de ellos. A través de ese blog me han llegado críticas insospechadas de los lugares más inesperados.

Sigo, intermitentemente a algunos críticos y ensayistas cuya obra me interesa y me sirve para descubrir pistas de nuevas lecturas: Claude Michel Cluny, Michael Wood, Oumama Aouad Lharech Lawrence Weschler, Alberto Manguel, Mercedes Monmany, Anthony Grafton, etc.

Enrique Serna

La crítica me interesa mucho, porque siempre estoy muy inseguro cuando publico un libro. Los elogios y las descalificaciones no me hacen mucha mella. Pero los argumentos de los críticos a favor o en contra me ayudan a entender cuál es la distancia entre mis intenciones y mis resultados. Lo malo es que muchas reseñas apresuradas carecen de argumentos. Uno sabe que su libro le gustó o no al reseñista, pero no entiende por qué.

Leo con frecuencia a Fernando García Ramírez, Rafael Lemus, Noé Cárdenas, Ignacio Trejo Fuentes, Roberto Pliego, Evodio Escalante, Christopher Domínguez, José Joaquín Blanco, Geney Beltrán, Vicente Francisco Torres, y si me olvido de alguno, le ruego que se apiade de mi próximo libro. Todos ellos tienen criterios de valoración diferentes, y algunos me han dado palos muy fuertes, pero nunca he aspirado a la aprobación unánime.

Llueve sobre mojado: la crítica y los críticos

8/Mayo/2010
Suplemento Laberinto
Héctor González

La crítica literaria en México vive un mal momento. Lo dicen los mismos críticos y lo corroboran el desdén de los lectores y los pocos espacios dedicados a ella. Las revistas, las secciones y los suplementos culturales son cada vez menos y no parece que en el futuro esta situación vaya a cambiar.

Consultados por estas páginas, varios críticos exponen puntos de vista al respecto. El primero, es David Miklos: “La crítica literaria está un estado paupérrimo, me temo. Si bien hay una proliferación súbita de narradores (algunos muy buenos, otros tantos muy malos), la crítica escasea, lo mismo que los espacios para publicarla. El problema de fondo es la ausencia de formadores de críticos. Todo se hace desde una espontaneidad carente de rigor”.

Razones puede haber varias, Geney Beltrán destaca el tema de los lectores. “Primero habría que acotar lo que sería la crítica de novedades, porque es un género que también aplica a la historia literaria. Respecto a la crítica de novedades, faltan espacios y hay poco aliento para el ejercicio crítico imparcial —muchas veces se publican textos por encargo para presentaciones o para ayudar a los amigos—. Las revistas no consideran fundamental tener un ejercicio continuo, duro, de crítica, porque la demanda parece ser muy baja. No hay un público lector que exija o espere que haya esa continua crítica sobre novedades literarias”.

Para Gabriel Bernal Granados, el dilema atraviesa por la formación de propios críticos: “No contamos con críticos capaces de ubicarnos en el contexto en el que nos encontramos, no hay alguien capaz de desarrollar una perspectiva crítica histórica. La mayoría de la gente que escribe crítica lo hace sin haber tenido la experiencia de publicar un libro. Se escribe a ciegas y para posicionarse en la escena de la literatura mexicana. La reseña o el texto seudocrítico se ha convertido más en un peldaño que en una forma de ejercer el pensamiento crítico”.

En el lado opuesto se encuentra Christopher Domínguez Michael, quien argumenta: “El estado de la crítica debe medirse por dos cosas que, aunque se relacionan son diferentes: por un lado está la actividad periodística, lo que se escribe en las revistas literarias y los suplementos sobre la narrativa reciente es algo importante, pero los libros de ensayo que hacen los críticos sobre nuestra narrativa lo son aún más. En el primer caso veo que hay nuevos críticos interesantes como Geney Beltrán o Rafael Lemus, que empiezan a hacer su propia obra ensayística”. Rafael Lemus aborda el problema desde una posición relacionada con el quehacer creativo del mismo crítico: “Es curioso pensar que el crítico sólo tiene dos sopas: fijarse en los autores o sumergirse autistamente en la obra. Desde luego que puede atender otros asuntos: la escritura de su propio texto, la recepción de la obra, el punto en que la obra y el mundo se tocan, por ejemplo. Ahora, sigo creyendo que el mayor problema de la crítica mexicana no es el amiguismo sino, en la mayoría de los casos, el complejo de inferioridad, esa certeza de que la crítica es, o sólo debe ser, el comentario de un texto. No otro género, no una discusión teórica, no una reflexión sobre el estado de las cosas a partir de distintas escrituras: un comentario. ¿Y el amiguismo? Claro que jode, y es a veces parte del mismo problema: el crítico se acerca a los poetas y narradores como para buscar en su amistad la legitimidad que no cree encontrar ejerciendo su propio oficio”.

Con pies de plomo

Para Ignacio Trejo Fuentes, el objetivo primordial del crítico es “privilegiar a los lectores, porque el crítico es un intermediario entre éstos y el autor; se espera que con su trabajo dé noticias al lector de autores, obras, tendencias, y en un grado más ambicioso que aclare y dilucide para aquéllos la significación e importancia (o lo contrario: su intrascendencia) de los libros que comenta”.

No obstante, en México esto no siempre es posible porque el medio literario está dividido en grupos y, además, los reseñistas o críticos tienen que andar con pies de plomo pues el autor revisado hoy, puede ser jurado en algún certamen mañana. “Más que criticar tal o cual obra, se critica a tal o cual escritor, más por actitudes particulares que por su escritura en sí —afirma Miklos—. De pronto, hay que dar un plumazo y acabar con la generación creadora en turno (los nacidos en los setenta y en los ochenta), vilipendiar a la generación previa (los nacidos en los sesenta) y, hasta donde se pueda y por conveniencia, porque ocupan escaños de poder y tienen voz, ensalzar a la generación progenitora (la de los cincuenta). Es la actitud predominante, muy de una República de las Letras no iluminada ni altruista. Nada nuevo bajo el sol, pues: priismo literario”.

Bernal Granados toma una postura similar, para él la crítica ha devenido en una forma para escalar puestos: “Se ha convertido en una forma de conseguir algo y, en el mejor de los casos, una manera de llamar la atención a través del vituperio, el exabrupto o la mera majadería. Los grupos literarios, las mafias, se encuentran en este momento en un proceso de reconfiguración. No existen propiamente grupos, en el sentido que antaño pudo tener este término. Existen casos aislados de escritores que quieren llegar ‘alto’, y la mejor manera que han encontrado para conseguirlo es a través del ejercicio falsamente crítico”.

Ante este fenómeno surge el tema de la credibilidad. Actuar en función de un escalafón o encaminado por intereses prederminados resta rigor y confianza, sin embargo para Geney Beltrán pensar en una actividad crítica alejada de circunstancias como éstas, obedece a un mundo ideal. “Es una cuestión de supervivencia. No lo justifico pero entiendo que ante la falta de una demanda de crítica literaria, no hay mucha posibilidad de que el crítico sobreviva de manera independiente. La lógica de las ediciones, las becas, los espacios de publicación se manejan desde tiempos del priismo literario con base en ese intercambio. Sin embargo creo que sí hay críticos, evidentemente que no en la situación más cómoda y ecuánime frente al lector, porque la crítica de novedades en México se publica teniendo en mente al autor criticado, y el crítico debe escribir dirigiéndose al lector sin importarle absolutamente nada más. Pero como este es un medio literario muy autófago y endémico —todos se conocen, todos en algún momento se cruzan, pueden ser jueces unos de otros a la hora de un concurso—, esto hace que ante tanto incesto, los críticos se vayan con cautela. La situación debería cambiar desde los mismos medios, es decir, que las revistas y suplementos consideren que es importante un ejercicio crítico y ecuánime ante las novedades”.

“No hay de que sorprenderse”, argumenta Domínguez Michael, quien aclara que esto no es privativo de México. El autor de Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005), explica: “Así ha sido la crítica literaria desde que empezó en el siglo XIX. Es un espacio donde están, por naturaleza y por fortuna, en conflicto los grupos literarios, las revistas culturales, las personalidades artísticas y los temperamentos políticos. Una de las cosas que habla de la vitalidad de una crítica literaria es este espacio de conflicto.

“En el caso mexicano hay ciertas características que siempre salen a discusión cuando se habla de este asunto, por ejemplo, la importancia que tiene el financiamiento público de la cultura. ¿Las becas son buenas o malas para la crítica?, ¿los escritores son más o menos dependientes con estos apoyos? Esta particularidad tiene sus virtudes y defectos. El hecho de que en México el medio literario sea endogámico propicia una convivencia literaria muy encarnizada y promiscua. Pero eso no es particularidad de la literatura mexicana, se da en otros lados. El otro modelo es el anglosajón, de críticos encerrados en las universidades. Pero ese escenario no corresponde a México, donde la situación no es la ideal, pero es la que tenemos”.

Del papel al blog

En México no son demasiados los críticos que se dedican exclusivamente a esta labor, la mayoría son narradores, poetas o académicos.

Rafael Lemus ejemplifica el caso de un crítico que ha experimentado con la novela: “Hace poco Javier Marías señalaba, en su columna de El País Semanal, que no era elegante practicar al mismo tiempo la crítica y la narrativa. Pero ¿quién diablos quiere ser elegante cuando se puede ser, digamos, brutal o complejo o improbable? No sé si de un tiempo para acá muchos críticos escriban narrativa, pero sí creo que todos, en algún momento, deberían hacerlo. No es sólo que uno aprenda a leer narrativa mientras la escribe. Es también que en el paso de un género a otro —de la crítica a la narrativa, de la narrativa al aforismo, del aforismo a la crítica, por ejemplo— uno va ganando ciertos elementos y perdiendo otros y contagiando el género siguiente. Y al menos a mí eso es lo que me interesa: la contaminación de los géneros, la escritura informe, y no la pureza. ¿O hay algo más aburrido que ver a un cuentista intentándonos demostrar que, en efecto, sabe escribir un cuento?”

Con más de treinta años alternando entre la narrativa y el análisis de textos literarios, Ignacio Trejo Fuentes argumenta que no es necesario decantarse por una actividad: “Siempre es bueno que un crítico predique con el ejemplo, aunque no es necesario ser novelista para criticar novelas. Recuerdo que alguien reclamó a un crítico que cómo podía juzgar novelas si él no había publicado alguna; el cuestionado respondió: ‘Tampoco sé hacer sopa, pero sé cuando está buena’”.

Pese a los escollos del oficio, la tradición de crítica literaria mexicana es amplia. Al preguntarles al respecto, cada entrevistado enlista nombres. Las respuestas lejos de ser canónicas, reflejan la posición teórica y literaria personal. “Sigo a quienes me enseñaron a hacer crítica literaria, algunos son amigos, otros no. Adolfo Castañón, José Joaquín Blanco, Guillermo Sheridan o Tomás Segovia. Los críticos nunca somos demasiados, en cualquier literatura los críticos siempre seremos menos que los poetas”, dice Domínguez Michael.

Geney Beltrán pone énfasis en las generaciones recientes: “Del horizonte de la nueva generación, arbitrariamente considerada de los nacidos de los setenta en adelante, destaco a Gabriel Wolfson, Ignacio Sánchez Prado, Rafael Lemus, Nicolás Cabral y Heriberto Yépez. Ellos han estado publicando crítica de diferentes formas, la mayoría son de novedades, pero en el caso de Sánchez Prado y Yépez, han escrito libros de crítica que dejan de lado el presente y miran hacia atrás”.

Miklos se decanta por Nicolás Cabral, director editorial de La Tempestad: “es un crítico riguroso y fiel a determinadas lecturas, poseedor de un aparato crítico congruente y nunca veleidoso. Otro es Juan Villoro: es un lector portentoso y es una pena que no reseñe literatura viva. Me gusta, también, la postura de Gerardo Piña, un crítico ortodoxo en apariencia, que rescata la necesidad de incluir el contexto dentro de la reseña. Otro gran reseñista crítico, no muy presente en nuestros escasos espacios críticos desde hace tiempo, es Aurelio Asiain. Finalmente, mencionaría a Gabriel Bernal Granados, que se apega a las enseñanzas de Guy Davenport, crítico de ánimo victoriano e iluminado al que me parece imprescindible leer si uno decide dedicarse de verdad a la crítica”.

Los espacios perdidos

En un texto publicado en marzo de 2009 en Laberinto, Evodio Escalante escribió: “La crítica radical brilla ahora por su ausencia. Quizás no sea exagerado del todo hablar de un declive creciente del género. ¿O es que sólo está cambiando su modalidad? Un dato que me parece significativo: la paulatina desaparición de las reseñas, verdadera escuela de iniciación en los trabajo de la crítica. En otras épocas, toda publicación cultural digna de ese nombre, incluía de modo obligado una más o menos nutrida sección de reseñas de libros. El periodismo cultural empieza a prescindir de esta sección. No me resigno a pensar que éste sea un signo de los tiempos. En dado caso, lo califico como una pérdida”.

Sobre esta pérdida de espacios, Domínguez Michael dice: “Estamos en un momento malo. Para mi generación el espacio de la crítica literaria estaba en las revistas y suplementos. Sin embargo, actualmente hay menos publicaciones impresas que cuando empecé a escribir hace treinta años. Ahora hay un mundo que para mí es relativamente nuevo: el ciberespacio, los blogs donde se compensa lo que hemos perdido en letra impresa. Yo desde luego, por razones históricas, prefiero la letra en papel, pero a lo mejor todos tenemos que trasladarnos a internet”.

Más radical es Bernal Granados: “No existen espacios para la crítica, en el sentido abstracto del término. Existen foros donde publicar reseñas o comentarios de libros. Pero México podría definirse como un país acrítico, que carece de las herramientas intelectuales y morales para el ejercicio de la crítica”.

Si a esto sumamos que en ocasiones se hacen pasar por críticas, textos leídos en presentaciones de libros, que más que analizar privilegian el elogio, los espacios para la crítica —comenta David Miklos— “son cada vez menos y cada vez más cerrados y exclusivos. Vivimos un momento terrible: la muerte (o la banalización) del suplemento literario y cultural.

“Es la ley del mínimo esfuerzo: aprovecho la presentación (casi siempre adulatoria), por la que no me pagan, para colocarla y cobrar por ella. Gajes del oficio”.

Ante la búsqueda de independencia y la reducción de páginas en medios impresos, la red se ha convertido en una alternativa para publicar, aun cuando no se remunere el trabajo del crítico. Habla Geney Beltrán: “Lo ideal sería que desde las revistas y suplementos se buscaran a los críticos más independientes, honestos e íntegros en lo que es el juicio literario, y que no se les diera espacio a quienes usan la crítica para escalar posiciones y ganarse becas. Si no sucede esto, se hará en los blogs. Las páginas en internet serán las que reciban esas voces críticas, incluso cuando los autores no obtengan una remuneración económica. Mauricio Salvador ha hecho su ejercicio crítico en la revista virtual Hermano cerdo, que ya apunta el camino a seguir. No sé si será la crítica el primer género que se aloje por completo en la red, pero quizá sea ésta la única manera para que se transforme de cara al lector”.

Los detractores de estos foros cibernéticos argumentan que sólo la minoría de lo que se publica en los blogs, es “profesional”. Sobre esto, Lemus revira: “Primero habría que decir que no hay o apenas si existen espacios para la crítica literaria, que los suplementos culturales son pocos y tambaleantes. Pero luego hay que decir que sí, desde luego que existen espacios, que allí está internet, y hay que hacer, por ejemplo, el elogio de los blogs para luego, claro, también criticarlos. Por lo pronto ya sé que es verdad que allí, en la blogósfera, conviven y convivirán comentarios amateurs y profesionales, ideas y chispazos, textos y maquinazos, escritura e imagen, y que no hay ni habrá jerarquías ni control editorial alguno. Lo que no entiendo es qué tiene eso de malo. Mejor eso que esto: la respetable culturita mexicana”.