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martes, 2 de diciembre de 2014

El arte de la beca

22/Noviembre/2014
Laberinto
Braulio Peralta

Nunca he estado contra las becas sino contra los modos para otorgarlas. Y de esa gente que se dice creador, y han sido incapaces de asumir que el tiempo, la vida, les ha demostrado todo lo contrario. Se equivocaron de profesión, pero quedaron atrapados en su mentira. El talento no les dio para reconocer que no llegarán a más que una bequita del Estado. Cínicos, asumen el papel de artistas y se acercan a la institución que regala dinero de impuestos para quienes escriben, pintan, filman, bailan, le hacen al teatro y al guión. Huyen del mundo hostil que dicen no les reconoce su valor cultural que los convierta en iconos de la cultura. Mejor tramitan sus papeles al SNCA para vivir del erario. La beca como reconocimiento de nada.

Soberbios, no cuestionan su fracaso. Reciben el dinero del Estado que a quien mejor se relacione le ofrece un salario mensual para vivir mejor. Ganan la beca e inmediatamente se inventan un viaje a Europa o Nueva York. O deciden salir de México un rato. O usan su beca para el departamentito de la colonia Roma, de al menos 23 mil pesos de renta. Pagados por el gobierno en turno. Solo tienen que justificar que trabajan en una exposición, un libro, un guión, una coreografía. Son pocos, contados, los merecedores de ese galardón gratuito que da un jurado tan mediocre como los elegidos en su mayoría. Repito, hay excepciones, pero son muy pocas. Se nos olvida, pero la cultura es todo menos democrática.

Vivir del arte de la beca. El modus operandi que alimenta el Estado. Tras años de otorgarla se evidencia que casi son los mismos de siempre. Difícil ver caras nuevas. A veces de jurado, y otras de becados. Se turnan. Se solapan. Casi nunca brillan por su trabajo creativo sino porque salieron en las listas del SNCA. Es cuando son alabados o envidiados, cuando son el hazmerreír o las figuras de la semana. Para los que vivimos cerca de la cultura, sabemos sus nombres, su mediocridad como artistas: Unos valen por su labia y otros apenas son un futuro impredecible al que el Estado recompensa no sabemos aún por qué. Ser artista no te da el aval de honesto (aunque, oh paradoja, sean críticos del Estado).

Algunos son hijos de escritores famosos. Otros, de funcionarios culturales. Unos, una familia del teatro que se regala las dádivas entre ellos. No es que sean cínicos. Ni siquiera se lo plantean. Son la estirpe de una raza para la cual el arte de la beca siempre ha estado presente para que sigan trabajando para sí mismos. Hay hasta apellidos de aristócratas. Y nadie los denuncia. Todos se asumen en el silencio de la ignominia. Si alguien es nuevo en la lista lo primero que tiene que aprender es a hacer lobby, relaciones, ir a los eventos oficiales, saludar y agradecer al funcionario en turno que hace un jurado a modo, y se lava las manos.


Da cierta vergüenza pertenecer a un grupo que nada representa en el concierto internacional de la cultura. Poquitos se salvan. El pueblo grande que cada año nos hace ver el tamaño de país que somos. No aprendieron la frase de Ezra Pound: “Un huevo de porcelana llamado beca”. Eso.

sábado, 5 de julio de 2014

El arte en los ojos de Octavio Paz

5/Julio/2014
Laberinto
Braulio Peralta

Octavio Paz nos introduce al arte con la historia de la mano, de antes de la Conquista, en la era colonial e independiente, hasta llegar a los artistas contemporáneos. Discrimina: deja a un lado lo que no le importa. En los dos tomos de sus Obras completas, Los privilegios de la vista, se ocupa de discernir, objetar, historiar, conceptuar al arte en relación con pasado y futuro. Sin pasado y futuro es impensable un arte intemporal, eterno. Sin pasado y futuro el arte está condenado a un presente, un pedazo de la historia del arte pero no arte que trascienda. Esa es la importancia al leer y discutir estos libros.

Impresiona que en el centenario de su nacimiento, en sus homenajes, se haya omitido la necesaria discusión en torno a sus ensayos y poemas alrededor del arte. Aparte de su poesía, en Los privilegios de la vista está el verdadero descubrimiento de su obra, no en sus ensayos políticos que tanto ruido y discrepancia causan. Paz se entrega como un investigador sensible a la causa del arte y sus consecuencias estéticas. No lo hace como el especialista del arte, lo hace con la sensibilidad del poeta que se ocupa del arte, como lo hicieron escritores del valor de Apollinaire, Mallarmé, Gertrude Stein, Beckett o Breton. Nunca fue gratuita la relación entre la pintura y la escritura, como lo planteó Baudelaire en sus escritos de arte en 1845. 

Octavio Paz hizo su “historia del arte”, en mil páginas, para ocuparse de artistas universales y nacionales, para encontrar una correspondencia entre el universo de la pintura y sus corrientes estéticas —y el caso propiamente mexicano—. Un especialista podrá encontrar en estos libros diversas teorías y razones por las que un poeta o escritor se ocupó de ciertos pintores —digamos, los muralistas, pero no de sus continuadores—. No tomó en cuenta las tendencias después de los fundadores. Así fue con todo. El doctor Atl, sí, pero no Nahui Olin. Edward Weston, obvio, pero Tina Modotti, descartada. Era implacable en sus gustos, con o sin razón. Discriminaba. Se ocupaba, como él escribe, “sin abdicar de nuestra razón, sin convertirla en servidora de nuestros gustos más fatales y de nuestras inclinaciones menos premeditadas”. 

Hay enormes diferencias entre los especialistas que escriben de arte, los historiadores y los críticos, y los poetas y escritores. 
Hay incluso polémicas. Dicen muy bonito pero no dicen nada, se les crítica a los escritores. Saben mucho pero no tienen sensibilidad, reviran los poetas. Pleito académico y pleito poético. Los lectores escogen. Tamayo dijo que nadie interpretó mejor su pintura que Octavio Paz. Diego Rivera y Frida Kahlo no dirán lo mismo: las diferencias ideológicas no dejaban pasar la simpatía entre el crítico y los pintores —ojo, sin que Paz dejara de reconocer sus valores estéticos—. Paz no define, como los críticos de arte: interpreta y sueña con la mirada los colores, los deletrea, instinto contra cabeza, espontaneidad contra la terquedad del pensamiento, leyenda sobre la historia… Los poetas ejercen una crítica parcial, “la única válida”, escribía Baudelaire. Convierten a la pintura en poesía o ensayo, alejados de la especialización concebida. 

Quien lea el poema de Paz “Decir: hacer” comprenderá lo que intento decir: el arte es infinito, la palabra es infinita, pero el creador no será eterno, su obra, sí: hay que asirlo a un pensamiento, a un tiempo y a un lugar, hay que escribir de él para dejarlo reposar... Y volver a interpretarlo para las nuevas generaciones. Los poetas saben de esto y Octavio Paz hizo lo que tenía que hacer con Los privilegios de la vista.

domingo, 13 de abril de 2014

Los libros en cifras

12/Abril/2014
Laberinto
Braulio Peralta

De un peso que se gasta para la producción de un libro, el porcentaje en la elaboración del mismo es el siguiente: entre 23 y 26% es infraestructura de la editorial, de donde salen costos para impresión, prensa y marketing. Entre 45 y 50% va directo para la distribución. El 8 y 12% son derechos de autor. Y el resto, aproximadamente un 12%, son las posibles ganancias de los productores, los hacedores de la industria editorial.

No existen en México datos exactos de la venta directa de libros en los canales de distribución, a excepción de Sanborns. O sea: los distribuidores pueden vender el libro o no y nadie puede exigir pago inmediato. Recuperar ese dinero lleva hasta nueve meses para cobro. Las imprentas y librerías son los primeros ganadores en este negocio: cobran su trabajo en un plazo no mayor de 90 días y las segundas tienen esos nueve meses para liquidar la venta de un libro...O ninguno.

Los precios del libro suben hasta siete veces su costo o más, de cara al público, si son nacionales. Lo mismo si son extranjeros porque las exigencias de un libro importado ante Hacienda, permisos de ingreso al país y demás cuestiones administrativas no toman en cuenta que un libro es cultura. Es negocio, como vender medicinas o muebles. Es el lector el que paga los costos. Si un libro costó en producción 24 pesos, pues vale alrededor de 148. O mejor: a peso por página, como viene sucediendo. Los extranjeros, si en sus países de origen cuestan, digamos, 100 pesos, aquí se disparan hasta en 700.

La vida de un libro puede durar como novedad no más de tres meses en exhibición. O sea: se vende en esas fechas o simplemente regresa a la bodega a pudrirse como un fracaso editorial más. Si alguien quiere conocer a fondo el fracaso de la industria editorial le aconsejo visitar sus bodegas, o ir a las ventas de saldos o a las librerías de viejo: ahí se encontrarán libros con precios de hasta cinco pesos cuando llegaron a costar más de cien.

Para que la industria editorial no resulte un fiasco con todo lo anterior, los grandes grupos trasnacionales tienen que producir entre 80 y 300 libros nacionales, más la venta de los importados, que pueden sumar una cantidad similar. Todo a nivel anual. Lo importante es facturar: sumar una nómina alta para que al final los costos reditúen. Y conste: la mayoría de las veces, no pasa ese ideal, salvo que entre a la nómina de libros el bestseller que ese mes salvará las ventas.

No me gusta culpar al TLC o al comercio editorial de lo que sucede en la industria del libro. El problema es multifactorial. Pero el humano ocupa sin duda una parte importante para que la industria crezca o sea un desastre. Se necesita enjundia para que un libro sea exitoso. Parte del editor al vendedor o colocador de libros, al distribuidor, a la prensa y al marketing. No importa siquiera que muchos de esos libros estén mal escritos: esa es la neta.

sábado, 29 de marzo de 2014

Intimidades de una entrevista a Paz

29/Marzo/2014
Laberinto
Braulio Peralta

Octavio Paz se convirtió en una obsesión periodística: buscar sus puntos de vista y oírlo decir palabras que corregía una y otra vez:
“Una premonición, no, mejor: una profecía”.
“No ponga mi fe, escriba: la fe”.
“No, no, inseguridad no: insatisfacción.”
“Es preferible moderna que contemporánea, ¿no cree usted?”

Porque además de corregirse, preguntaba al entrevistador. Tengo el manuscrito de El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz: lecciones de corrección para iniciados y letrados. Un poeta que reescribía sus poemas tampoco quería dejar dudas sobre las entrevistas que le hacían periodistas y escritores. Un experto en la exactitud de las palabras, y su significado. Si le damos una mirada al índice del tomo 15 de sus Obras Completas leeremos a las mejores mentes conversando con él. Cada quien debe tener su propia impresión. Esta es la mía.

Nunca he creído que las entrevistas sean del entrevistador. Es una complicidad entre dos. Más cuando se trata de un grande como él —obviamente no daba a revisar una entrevista a cualquiera. “Lo hago por mis dudas, no por lo que usted vaya a escribir”, decía. Lo busqué para pedir autorización para hacer un libro de sus entrevistas —realizadas entre 1982 y 1996, mis años de reportero cultural. Me dijo inmediatamente que sí.

No llegan a 20 las conversaciones en El poeta en su tierra, un libro de periodista, no de especialista en Paz. Siempre iba con mis preguntas y el libro leído. Él, antes de empezar, sugería: “Le apetece tomar algo, ¿un oporto?”. Y seguía: “¿De qué vamos a hablar…?” Nunca quise poner “color”, “ambiente”, o descripción del lugar, como acostumbran en muchas entrevistas: no con él. Prefería afinar las preguntas, mi posibilidad profesional. Debo decir que, a pesar de mi admiración por su obra, iba al diálogo con prejuicios por aquello de Cuba, la Unión Soviética o Centroamérica. Sobre todo cuando su libro Tiempo nublado. Él, perceptivo, al final del diálogo, me preguntó:
—¿Me permite dedicarle el libro?
Asombrado le contesté: sí. Dice la dedicatoria:
“Las diferencias no son enemistades”.

No era cualquier frase de lección. De su departamento de Reforma 369, Marie José Paz me despidió con su amplia sonrisa.

No fui amigo de Paz, como varias veces estudiantes o periodistas me dicen y les aclaro. Utilizamos el distante “usted”. Sí tuvo la confianza de decirme cosas que jamás se publicarán, por ser privadas, off the record. Tenía un trato cálido, tanto, que en Estocolmo, cuando recibió el Nobel, en el Gran Hotel no me permitían entrar. Lo vi a lo lejos, rumbo al elevador. Le grité por encima del botones: “Don Octavio…”. Volteó, me reconoció, y se pronunció:

“¡Braulio, vamos a tomar un café!”, decía caminando hacia mí.

Me dio la “exclusiva” porque se sentía feliz, dijo, de que un medio mexicano estuviera en el evento (un esfuerzo que me costó cubrir con un zapato desfondado y una gabardina del caricaturista Ulises Culebro, porque en aquel entonces no tuve ni para abrigo. El periodismo pocas veces da para más).

En su Centenario de nacimiento —a petición de mi editor—, cuento estas intimidades detrás de una entrevista al poeta en su tierra.

domingo, 12 de mayo de 2013

Memorias de periodistas

11/Mayo/2013
Laberinto
Braulio Peralta

El periodismo es subjetivo. Lo aprende uno con los años. Las aristas de la información son sinuosas. Bastaría con revisar la historia de  diarios y revistas para analizar los enfoques periodísticos de cada uno sobre cualesquier acontecimiento. Lo peor, cuando hay uniformidad en la noticia, entonces esa “objetividad” en realidad es orden gubernamental o de la iniciativa privada. Los directores de medios de comunicación lo saben mejor que nosotros. ¿Por eso se cuidan de escribir memorias sin censura?
Desde que empecé el oficio de editor me propuse publicar biografías de periodistas. Edité libros de gente como Manuel Becerra Acosta (el periodismo moderno con la creación del unomásuno), Miguel Ángel Granados Chapa (el columnista necesario y neural en la conformación de diarios como La Jornada), Carlos Marín (la otra historia a la versión oficial de la revista Proceso, y lo que siga de Milenio), y un libro que compendia a los periodistas fundamentales que crearon un estilo y forma de reportear: La vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano, de José Luis Martínez S.  
Una historia del periodismo con sus protagonistas, es una deuda de quienes se dedican a la comunicación. Líderes del periodismo, muy cerca del poder. No libros al estilo de Vivir, de Julio Scherer; sí Los periodistas, de Vicente Leñero, sobre el golpe a Excélsior —aunque ahora hay versiones contradictorias, según Raymundo Riva Palacio. Libros con menos ego, mejor, detalles de la historia y el periodismo del país y las formas de gobernar y corromper conciencias (ojalá un gran periodista escriba esa historia que debe Julio Scherer García.)
Otro gran protagonista es Jacobo Zabludovsky, que esperemos cuente la verdad interna de Televisa y los sucesos de México, en el movimiento estudiantil del 68, entre muchos asuntos (al periodista no le gustó lo redactado mediante entrevistas por Enrique Serna para Clío, y ahora, esperemos, concluya sus memorias. ¿Será el valiente que diga su verdad?).
Los periodistas son renuentes a ocuparse de su relación en torno al poder. Las memorias de las que fui editor son una aproximación a lo más cercano a la realidad de diarios y revistas de México sobre sus formas de comunicar. No se atrevieron los periodistas a desentrañar, a poner en apuros a sus biografiados. Como si no fueran de carne y hueso, como si fueran de mármol. Conocemos sus iras en las salas de redacción, sus censuras, sus pros y contras. Libros así, como el realizado por Gonzalo N. Santos, Memorias, se los debe el periodismo mexicano.
No conocemos, por ejemplo, cómo termina la vida periodística de Enrique Ramírez y Ramírez —de rodillas al priismo con ayuda de Socorro Díaz—, del diario El Día. O la transacción de El Financiero —diario canónico sobre noticias del mundo de la economía—, antigua propiedad de Rogelio Cárdenas, que vendió a otro (¿de quién es en realidad?). Saber la verdad periodística es, también, periodismo.

sábado, 30 de marzo de 2013

Los fracasos del editor

30/Marzo/2013
Laberinto
Braulio Peralta

Es sano que un editor conozca la bodega de libros, el stock de obras que toda empresa editorial tiene celosamente oculta. Libros, en su mayoría sin posibilidades de venta, una vez que retornaron de su primera distribución sin captar el interés del lector. Que un editor no visite esas bodegas es negarse a observar de primera mano los fracasos en su elección para decidir el libro que, creyó, sería un gran éxito comercial.
La primera vez que tuve oportunidad de ir a la bodega la imaginé como un cementerio de ideas que ni siquiera sobrevivieron, de cara al lector. Múltiples razones para el fracaso de una obra. Los editores son soñadores; los vendedores, gente que apenas mira la portada del volumen sin conocer sus contenidos: asume que el editor les cuenta la historia, misma que verterá al distribuidor para que lo adquiera para su colocación, y a esperar su destino...
Los fracasos del editor se huelen en esas bodegas. Sueños rotos en todo tipo de género: narrativa o poesía, ensayo o crónica, autoayuda o supuestos best sellers…Una lista interminable de títulos que son un desastre económico para la editorial. Obras que tuvieron la oportunidad de ser novedad y salir a la venta en una primera ronda, una segunda y quizá hasta una tercera ocasión. Si no venden, el retorno a las bodegas será su tumba, hasta que llegue a la trituradora, la desaparición absoluta de toda idea contenida en una página. Vida cruel para un editor con ilusiones.
Ahora que tenemos el Gran Remate de Libros en el Auditorio Nacional recordé las bodegas de las grandes empresas trasnacionales. Bodegas enormes, insuficientes para tanto fracaso. Fracaso que ahora quiere revertirse como éxito por los organizadores del evento. No: ahora las bodegas de libros salen a exhibición, la vergüenza que se disfraza de éxito cuando la realidad es otra. Dime qué libro publicaste y te diré que tipo de editor eres.
Enumerar los fiascos de un editor es hacerse hara kiri. Un editor aprende de sus errores: una larga lista de libros “extraordinarios” que por diversas razones no encontraron su lector. O el vendedor no hizo su tarea, o el distribuidor no se interesó en el título, o estuvo presente en librerías pero el lector simplemente ni lo peló. También, pésima difusión y peor publicidad. Un excesivo, inventado, o ineficiente mercado del libro. Es más fácil fracasar que lograr un éxito de ventas.  Así, hasta la eternidad.
Consejo: deje para la venta nocturna toda adquisición de libros en el Auditorio Nacional. Ninguna editorial quiere regresar nada a sus bodegas. Es archivo muerto.  Aproveche y, de paso, vaya a presenciar el fracaso de la industria editorial, aunque presuman de su gran consolidación, de ese gran remate con saldos de libros con hasta 80 por ciento de descuento. Los lectores son los que ganan de un fracaso, claro, si encuentran algo que valga la pena.
Coda
No estaría mal que algunos autores con ínfulas de éxito se dieran una vuelta para verse en el espejo de su realidad.

sábado, 16 de febrero de 2013

Adiós al mundo editorial

16/Febrero/2013
Laberinto
Braulio Peralta

Hace un año me separé del mundo editorial. Adiós a los libros para venta. Hasta nunca a las lecturas forzadas. Lo más lejos de la publicación de un libro por efectos comerciales. Ya no seré perseguido por autores en busca de espejo. Perderé “amigos” y ganaré libertad para leer sin prisa y placer. Regreso al periodismo, con escasas posibilidades de sobrevivencia.
Hace años debí dejarlo. Harto de las formas de editar en empresas trasnacionales: manuscrito a la imprenta, con ojo de contador, con instinto de vendedor. Sin un criterio literario. Como libro de temporada. Para venta del año y luego desaparecer del mercado. Y el que sigue. Leer para vender. Hoy, cada vez con menos posibilidades de editar literatura sin adquisición segura. Renunciar a lo que uno es para convertirse en mercader. Pues no.
Un libro, digamos, de calidad literaria, importa poco si su venta no es la adecuada. No pasa el margen que te acotan las trasnacionales del libro. Nadie en su sano juicio publica una obra que no venda más de cuatro mil ejemplares. Y son contados autores y textos literarios que logran llegar al menos a dos mil ejemplares. Eso es perder (salvo que entre el Estado: patrocinador de fracasos).
El editor, o tiene ojo para la venta de un libro, o no sirve. No es el que tenga sensibilidad para descubrir un texto literario. Eso ya no existe en empresas trasnacionales donde me desempeñé los últimos años.  Donde importan los targets, la moda o tendencia, no el valor cultural. Donde jamás se discute un libro, sino el “producto” y sus perspectivas económicas. No satanizo. Es la realidad.
Los autores que se dicen serios —muchos ni lo son pero se lo creen—, ni entienden de esto, o hacen que les habla el sereno. Ya citaré en otro momento ejemplos de mediocridad con creencias de sapiencia que nunca se concreta en obra de trascendencia. Hablo con la sinceridad de la experiencia. El romanticismo del mundo editorial es una falacia donde el único ganador seguro es, primero, el impresor (cobro inmediato). Segundo, el distribuidor del libro (50 por ciento del precio del libro, a la bolsa). Y los últimos, casi a la par: el autor y la editorial que, si reimprimen, ya la hicieron (si pasan de cinco mil ejemplares).
Agradezco a la vida entender que, una y otra vez, el dinero es el soporte de las mentiras que vendemos en nuestra profesión para demostrar nuestras capacidades creativas. Capacidades siempre en relación al número de ventas de aquello que proyectamos. Después de vivirlo, admito que me rindo. Lo siento por los que persisten en la credulidad que al menos a mí me acompañó todos esos años que quise hacer libros de calidad, no de cantidad, apegándome a mis conocimientos literarios, sí, pero también ajustándome a las necesidades de empresas depredadoras de los talentos que contratan para que el mundo editorial persista.
Coda
¿Por qué el programa Creadores Universitarios, con patrocinio de la UNAM, se transmite por Televisa cuando la institución tiene su propia televisora? ¿Alguien puede explicarlo? ¿El rector José Narro no pasa por la transparencia de recursos públicos?

sábado, 14 de enero de 2012

Letras Libres y La Jornada

14/Enero/2012
Laberinto
Braulio Peralta

1. Carlos Payán había dejado la dirección del diario; un periodo terminaba. Carmen Lira, la nueva directora, me mandó de corresponsal a España. Fue el año en que la organización armada ETA, que pugnaba por la independencia vasca, secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del Partido Popular en la comunidad de Ermua, Vizcaya. Mi cobertura no fue del otro mundo: la de un simple redactor que brinda la información del día, desde Madrid, cubriendo todos los aspectos posibles. Cuando la nota se publicó, nada tenía que ver con lo que había escrito. Mandé una carta a “El correo ilustrado” para exponer que eso que yo firmaba no era mío. No se publicó. Mandé una carta personal a Carmen Lira, molesto. Ninguna respuesta. Hablé con ella. Le conté la historia. Me dijo que lo vería. Después me llamó el entonces jefe de información, Manuel Meneses, para tratar de explicarme diplomáticamente que me ocupara de otros asuntos y que ellos, desde México, cubrirían el tema de ETA. Me negué. Después supe que Blanche Petrich estaba en el País Vasco para realizar un reportaje sobre el caso. Fue cuando solicité mi renuncia al diario. Para finales de 1997 dejaba un trabajo de casi quince años en un periódico del que fui cofundador.

2. No me interesa platicarles mi historia profesional sino intentar comprender, por difícil que resulte, que un diario tiene derecho a una línea editorial, nos guste o no. Es cuando uno toma decisiones, políticas y personales. Seguir o no seguir. Como dije a mis compañeros en su momento: “Están equivocados si quieren informar de ETA desde México. Sería sano que viniera a España Josetxo Zaldúa para que comprenda los cambios que este tema tan delicado ha provocado entre los independentistas vascos y el gobierno español”. Pero no cambiaron. Tuve que renunciar.

3. Todo esto no quiere decir que Letras Libres tenga la razón. La razón fue de la Suprema Corte de Justicia que, en realidad, no le dio el triunfo a ninguna de las partes, aunque parezca un éxito de la revista. Les dijo lo que todos sabemos a partir de la multicitada frase de Francisco Zarco: “La prensa se combate con la prensa”. Ideas y opiniones contra otras ideas y otras opiniones. Discutan. Que el público elija. Decir más es echarle mucha crema a los tacos. Lo cierto es que La Jornada nunca debió demandar a un medio que, lo sabe, no piensa ni trabaja como ellos, y viceversa. Es, en pleno siglo XXI, una guerra abierta, de papel, que aún no termina. Ni La Jornada ni Letras Libres son tan democráticos, no, como presumen. Lo expuesto por Letras Libres en su último número, y lo publicado por el diario antes y después de la resolución los desnuda a ambos. Por eso la gente pensante se apartó de esa polémica ideologizada. Letras Libres debería saber que hay millones de personas en el mundo que creen en la independencia del País Vasco. De las formas de lograrlo, muchos disensos. De ETA: a pesar de todo, miles de vascos los siguen. La Jornada atiende esa parte de la opinión. Es su derecho. Como lo fue el mío abandonar ese barco que tanto quise. Años después me dieron la oportunidad de escribir en Milenio, sin restricciones.

¿Fui censurado por aquella nota del 97? Más bien imperó una idea del diario que, legítima o no, le correspondía en su línea editorial, de izquierda. Esa misma línea editorial —liberal, dicen— que sustenta Letras Libres. No se trata de medirle el agua a los camotes de la revista para saber de qué carecen. La gente lo sabe. Nadie es inocente. En ambos casos la gente sabe qué medio es qué. Por eso cada quien escoge qué leer, según su punto de vista. No neguemos ese debate posible que tanto quiere o dice buscar Letras Libres. Viva la pluralidad.

Hoy, el mundo intelectual e informativo es algo más que sólo dos medios impresos.

Coda

Desde entonces ni mi nombre ni mi foto aparecen en La Jornada. Con todo, respeto a ese diario y a su gente, que me permitió crecer profesionalmente.

sábado, 22 de octubre de 2011

El teatro de Granados Chapa

22/Octubre/2011
Laberinto
Braulio Peralta

Era un apasionado del teatro. Esa es una de las razones por las que yo apreciaba al columnista Miguel Ángel Granados Chapa que, como decía Carlos Monsiváis: “Escribe como abogado pero se agradece siempre su puntual información”.

De entrada, transgredo la primera sentencia periodística de su decálogo: “Nunca escriba o diga algo de una persona que no se le pueda decir a la cara”.

Murió y no tengo mejor manera de recordarlo. Nunca le diría lo que aquí escribo porque mi relación con él era distante, aun cuando nos tocó trabajar muy cerca en Unomásuno y La Jornada. Fui su lector pero nunca su fan. Lo traiciono aquí al decir el gusto que me daba verlo en funciones teatrales, como espectador sensible.

No en balde mucho de la esencia de la obra de Sabina Berman Entre Pancho Villa y una mujer desnuda se inspira en un personaje de la izquierda mexicana, periodista, columnista político, progresista al estilo de Granados Chapa o Adolfo Gilly. No en balde, cuando Granados Chapa fue al teatro a ver esa obra, acompañado de su entonces pareja —Guadalupe Loaeza—, sin más preámbulos ella le espetó al final de la representación: “¡Pero si eres tú, Miguel Ángel!”

En esa función ambos conocieron a la autora que proponía en la obra que los hombres de la izquierda mexicana de los años ochenta eran propensos a pugnar por la igualdad para todos, a excepción de la otra mitad de los mexicanos: las mujeres, muy especialmente las suyas. La obra era un homenaje crítico de Sabina Berman a esa parte de la izquierda que combatía por ideales sin pasar por su propia casa; uno de los grandes textos de la dramaturga. Pero ahí, Granados Chapa prefirió guardar silencio durante la conversación.

La última vez que lo vi fue cuando él y un servidor develamos la placa de las 100 representaciones de Los insensatos, de David Olguín. En esa ocasión, Granados Chapa dijo: “Se necesitaba escribir el testimonio de locura del país que es México. De la dignidad de los locos frente a una realidad lacerante. Un teatro diferente que pide un público atento a la historia. El teatro de David Olguín es de una fuerza y actualidad sin precedentes. Una obra que, a pesar de estar inscrita en tiempos de Porfirio Díaz, revela la realidad del país, hoy”.

Juan Villoro y José Luis Martínez S. estaban entre el público, ovacionando una obra con personajes —los locos— expulsados de la norma, en un escenario —el manicomio– como la mejor metáfora del teatro que es el mundo, donde Olguín escribe el ascenso al festín de los irracionales. Shulamit Goldsmit, última compañera de Granados Chapa, estaba ahí también, discreta siempre…

Granados Chapa era un apasionado del teatro porque encontraba ahí el pulso de la nación. Lo vi siempre en obras en las cuales la historia es fundamental: Estado de secreto, de Rodolfo Usigli, dirigida por Mauricio Jiménez; La honesta persona de Sechuán, de Brecht, en dirección de Luis de Tavira. Desde luego, en Nadie sabe nada, de Vicente Leñero…. Puros encuentros fortuitos de los que me quedaba claro que Granados Chapa disfrutaba el teatro en escena.

Este es el Granados Chapa que prefiero recordar. No el periodista que todos conocen, aplauden, disculpan sus errores —que los tuvo, y muchos—. Verlo en el teatro me reconciliaba con él. Las últimas funciones llevaba un cojín en forma de ruedita, para sentarse más cómodo. El cáncer de colón era doloroso.

Por eso quiero recordar esos momentos en los que, parco, me saludaba y decía: “Gusto en saludarle”. “Igualmente, don Miguel Ángel”. “A disfrutar la función”. “Sí, porque, como canta La Lupe: ‘La vida es puro teatro’”.

Los encuentros eran siempre a la entrada, nunca a la salida. Y traiciono nuevamente una de sus máximas del periodismo: “Construya su propia opinión, aunque no coincida con los demás, y, sobre todo, si coincide con los demás”. No sé, nunca me ha importado coincidir con los demás. Granados Chapa es parte de mi memoria del teatro mexicano y por eso lo cuento aquí, rápidamente y sin tragedia.

sábado, 2 de julio de 2011

Javier Sicilia y sus detractores

2/Julio/2011
Laberinto
Braulio Peralta

Los detractores de Javier Sicilia no han leído al poeta y pensador. Desde los 90 publica en la revista Proceso sobre ética, democracia, religión, zapatismo, narcotráfico, derechos humanos, las muertas de Juárez y, desde luego, Felipe Calderón (lo ha llamado “el católico hipócrita”). Bastaría con leerlo para entender la congruencia de Sicilia en sus actos públicos. Sus errores políticos no deberían ser pretexto para jugar a interpretaciones psicológicas. Extraño análisis en un país que necesita de intelectuales comprometidos, más que con su escritura, con estos malos tiempos para la lírica. Lo que Javier Sicilia está haciendo por México, no cualquiera…

Decir que Sicilia es “la nueva intelectualidad mexicana” después de Monsiváis, es como desconocer de dónde viene cada uno de ellos (protestante uno, católico el criticado. Los dos, religiosos, moralistas y de izquierda, con troncos ideológicos distantes. No hace mal a nadie una opción de pensamiento; sí la dispersión).

No veo “exigencias abstractas” en las acciones sociales de Sicilia. Veo prácticas de democracia, algo que sería poco común en un intelectual con pensamiento obtuso. Él no se siente la neta y permite la participación ciudadana. Sicilia de ocurrente no tiene un pelo. Bastaría con revisar su poesía para corroborar que hay un discurso y escuelas de pensamiento antes de ejercer la literatura. Es un hombre de ideas al que —eso seguramente sí que es probable— lo rebasa esa demasiada gente que no está acostumbrada a que la escuchen. Sicilia los oye.

No veo pecado en ser un “poeta cristiano”. Lo fueron Sor Juana, San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Lo de “verbo mesiánico”, no sé… Lo importante es que Javier Sicilia quisiera acabar con los atroces crímenes violentos de México. Ha confrontado a otro católico: Felipe Calderón. Sicilia, creyente de las tesis de la teología de la liberación, cerca de Samuel Ruiz, el padre Vera y Solalinde. Calderón, desde la jerarquía católica que solapó la pedofilia de Marcial Maciel, como otro que es ahora beato. Dos Iglesias diferentes.

Hacía falta un intelectual así. No creo que se sienta Jesús. Sí, portador de las enseñanzas de Cristo. Es católico progresista y de izquierda. Punto. Seguramente se equivocará. Pero quiere cambiar políticas enquistadas desde el poder presidencial. No veo incongruencia entre su catolicismo y su fervor por la izquierda.

No quisiera pensar que sus detractores están cerca del neopanismo, ¿o sí? “Estamos hasta la madre” es una frase del lenguaje popular que resume consignas: no más sangre, no más violencia, no más crímenes, no más familiares desaparecidos, no a una política armamentista, no más guerra. Lo otro —la interpretación psicoanalítica de la frase—, dejemos que lo defina la historia.

Siempre habrá detractores contra los que quieren cambios. Javier Sicilia no es la excepción. Por fortuna, la gente —para los críticos de todo, gentuza, esos hambrientos sin voz—, le dan la fuerza para recordarle al gobierno los 40 mil muertos de su sexenio. Sus detractores deberían pensar en las posibilidades del cambio, no en la reacción. La guerra contra el narcotráfico requiere de soluciones pacíficas. Sicilia camina en esa dirección.

Coda

Además, creo que a Jorge Volpi lo chamaqueó el gobierno de Felipe Calderón. Y obvio, le creo a Volpi, más que a la canciller Patricia Espinosa.




sábado, 28 de mayo de 2011

Mapa de la dramaturgia en movimiento

28/MAYO/2011
Laberinto
Braulio Peralta

Hace rato que la forma convencional de escribir teatro ha cambiado radicalmente. Hoy pocos dramaturgos exigen que el director de escena respete la última coma en los diálogos de sus personajes. Son cada vez más los creadores que llevan al foro un texto basado en, tomado de, testimonio para… O simplemente optan por seleccionar poemas, aforismos o ensayos y realizan un texto de primer nivel. Hoy se escribe lejos de clasificaciones de género o estilo, más cerca de la hibridez, inclasificable todavía. Los nuevos dramaturgos, nacidos de los años 50 del siglo XX en adelante, están cambiando el panorama teatral. Los nombres que le voy a mencionar son sinónimo de garantía.

El teatro evoluciona igual que el resto del arte denominado tradicional. Eso no quita que persistan dramaturgos que, desde Sabina Berman, pasan por David Olguín y llegan hasta Ximena Escalante y Humberto Leyva: generaciones de escritores indiscutibles, capaces de profundizar en sus diálogos acerca de la esencia del ser humano y sus contradicciones, a través de las historias que nos estrujan en el escenario. Textos de los que destacaría su dramaturgia, quienquiera que los dirija; con buen o mal montaje, el poder de sus palabras es una marca, como ocurrió con Rodolfo Usigli o Emilio Carballido, irremediablemente.

No paro en lo anterior porque el espacio es corto. Continúo la ruta de explicación posible hacia las nuevas tendencias; aparecen los nombres de Luis Mario Moncada o Elena Guiochins, autores de escritos dramáticos igualmente basados en la vida y obra de personajes comunes, o entresacados de la literatura pero contemporaneizados. Literatos que han encontrado a su director, con puestas en escena dignas de recordar.

Hay otro tipo de escritor: esos directores que para sus proyectos realizan su propia dramaturgia, con un resultado brillante en su texto y montaje. Por ejemplo Mauricio Jiménez, que ha escrito y dirigido tres obras de primerísimo nivel: Lo que cala son los filos, basada en la historia de la conquista; El asesino entre nosotros, derivada del libro de Sergio González Rodríguez, Huesos en el desierto, y Los murmullos, un acopio de síntesis para revelarnos la grandeza de Juan Rulfo en su novela Pedro Páramo y los cuentos de El llano en llamas: un director y escritor que bien merece un ensayo, por su persistente trayectoria.

Otro reconocido por al menos una obra: Antonio Serrano con Sexo, pudor y lágrimas. Un caso inédito: Claudio Valdés Kuri y su compañía Teatro de Ciertos Habitantes, con De monstruos y prodigios y El gallo, como mínimo, y otros dos directores-escritores recién descubiertos: Luis Alberto Gallardo y Richard Viqueira. De todos me ocuparé en otro momento.

Resta decir que sus resultados son deslumbrantes. Son mis preferidos, no por gusto personal sino por su historia en el teatro. Como se deduce de lo escrito, cada vez me gustan menos los, digamos, directores tradicionales con sus dramaturgos ídem. Ese tipo de teatro ha sucumbido en espectáculos convencionales o, peor, comerciales, aptos para todo público, no para los que exigen en las tablas innovación lingüística, kinésica y proxémica; búsqueda y ruptura sin resquebrajamiento de la mejor tradición, como única posibilidad de renovación escénica.

Ese es el nuevo mapa de la dramaturgia en movimiento: la renovación del teatro en ascenso. De ellos son los cambios radicales en el teatro mexicano.

Ni modo, el espacio se acabó.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Conaculta, ¿reforma o revolución cultural?

25/Diciembre/2010
Laberinto
Braulio Peralta

La Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales confirma un lugar común: más de la mitad de los mexicanos no adquieren libros para leer, no van al teatro ni a la danza, los museos y bibliotecas. Acaso oyen la radio, van al cine y ven mucha televisión.

Una encuesta poco reveladora pero necesaria porque desnuda la ausencia de compromiso social de la familia y el sistema educativo que poco hacen por sus hijos o estudiantes para interesarlos en la escena, los libros, el arte y la danza. También desnuda al Estado en la transparencia de instituciones que sólo administran la cultura para pagar salarios a directivos ausentes de compromiso social o sindicatos de trabajadores sin miras al futuro de sus propios hijos.

Las “compañías nacionales” de danza y teatro, las “casas de cultura”, los festivales culturales de diversa índole terminan siendo, con la encuesta en mano, un aparato burocrático que contabiliza eventos por toda la República Mexicana pero no califica ante los magros resultados del crecimiento cultural. Algo trascendental tendría que hacer el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes para no terminar un sexenio más como el elefante blanco que está comprobándose en su propia encuesta.

Valiente decisión de la presidenta del Conaculta Consuelo Sáizar porque, al levantar la encuesta, comprueba lo que sabíamos: de la Revolución mexicana a la fecha todo ha sido institucionalizar a la cultura pero no democratizarla para beneficio de México. Unos cuantos, quizá los mismos involucrados son los que alimentan los eventos culturales. Hoy, la cultura patrocinada por el Estado se llena de gente con entrada gratis. Retacado en las inauguraciones, vacío durante la temporada de exhibición. ¿Cómo revertir los hábitos y costumbres culturales de la otra mitad de los mexicanos?

Al Conaculta le urge una reforma, casi una revolución cultural: el sueño de José Vasconcelos. ¿Será capaz de desmantelar el aparato burocrático que se lleva casi el 70 por ciento del presupuesto para pagar salarios y prestaciones y el resto para la promoción de la cultura?

La encuesta no dice nada sobre la miseria de los mexicanos que sólo tienen para ver televisión (90 por ciento la observa pasivamente). Tampoco señala que la situación económica impide a ciudadanos pagar por el teatro y la danza (67 y 66 por ciento, respectivamente, no van). Y leer libros, menos. Por eso un 57 por ciento ni se acerca a una librería. La cultura también es dinero.

Del priismo al panismo la cultura ha sido, más que una prioridad, un ornamento; aunque algunos gobiernos del pasado tuvieron intenciones de crear instituciones culturales que sirvieran para promover el arte y las letras. Intenciones que se burocratizaron; se pudrieron y corrompieron con el apoyo de los trabajadores sindicalizados.

Menudo paquete el de Consuelo Sáizar a dos años de concluir su mandato, con una encuesta que recordaremos hasta el final de su periodo. Esperemos que sepa jugar a las serpientes y escaleras. Sería insano desearle un final similar al de sus antecesores. Lo digo para bien del “México inculto”. Finalmente, si le va bien a ella, el beneficio sería para todos. La veo difícil porque el tiempo es implacable. Pero con decisiones drásticas, liderazgo y programa en mano al menos es posible un cambio de mentalidad en la burocracia cultural. ¡Sería mucho!

Coda

No se trata de desempolvar las ideas y proyectos de José Vasconcelos, sino de hacer programas y proyectos culturales acorde a los tiempos que corren. Ese es el reto.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Narcorrealismo, la nueva tendencia

11/Diciembre/2010
Laberinto
Braulio Peralta

Heriberto Yépez dice en su soberbia novela A.B.U.R.T.O.:
“No me interesa relatar la verdad. Solamente me interesa
dejar claro que yo también pertenezco, como todos ustedes, al narcorrealismo
.

Hoy, los libros en torno al narcotráfico bordan la frontera de la ficción y la realidad. Novela, ensayo, teatro o periodismo, el tema se ha impuesto en las lecturas de muchos mexicanos (las ventas son elocuentes). Obras que tienden el puente hacia una nueva literatura. Si bien se puede seguir escribiendo sobre la Revolución mexicana, las luchas independentistas, la conquista de México, o el 68, hoy lo que ha venido marcando la vida cotidiana es el narcotráfico.

No es gratuita la puntual información del narco en los medios de comunicación hasta provocar diferencias irracionales entre la prensa escrita, la radio, la televisión y el gobierno. (Aunque después de Wikileaks los medios tradicionales invariablemente tendrán que cambiar sus formas de investigar. Julian Assange es un caudillo que lucha mediante una revolución tecnológica.)

Leer libros sobre narcotráfico ayudaría a comprender el conflicto entre medios y Felipe Calderón. No todos. Enumero los mejores:

Los años en que no fuimos felices, de Alma Guillermoprieto; el primero que advierte cómo la historia de la impunidad cambia de un país a otro; cómo en el periodo del presidente Carlos Salinas de Gortari se acrecentó el problema del tráfico de drogas. La cronista es contundente en su investigación. No hay manera de decir que sea mentira. Y acaso, parece ficción todo lo escrito.

Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda rastrea en su novela de múltiples voces cómo el narcotráfico penetró en un pueblo minero de la sierra Tarahumana, hace 20 años, y cómo cambió la vida de sus habitantes. (Ganador del Premio Juan Rulfo en los 90, el libro se publica apenas en 2008.) Antes, en 2004 aparecería el mejor libro de Jesús Blancornelas, amenazado por los narcos: El cártel: los Arellano Félix. La mafia más poderosa en la historia de América Latina. (Fue el periodista que inspiró a Soderbergh para realizar la película Traffic.)

Una obra de teatro que sin duda es extraordinaria por su calidad escritural es El asesino entre nosotros, de Mauricio Jiménez; inspirado en el libro de Sergio González Rodríguez, Huesos en el desierto, sobre las muertas de Juárez y sus implicaciones con el narcotráfico. Del propio Sergio González Rodríguez es imprescindible leer El hombre sin cabeza, más ensayo que crónica, pero de buen nivel literario.

Tres libros más, sin duda los más atractivos en el panorama periodístico: Los capos, de Ricardo Ravelo; Maquiavelo para narcos, de Tomás Borges, y Marca de sangre, de Héctor de Mauleón. El primero suma ocho años de investigación para desnudar las redes y rutas del narco y las drogas. Elsegundo es la clave para entender cómo operan los narcos y cómo se corrompe al gobierno. Y el tercero son crónicas que ordenan y ayudan a comprender los sucesos de los últimos 25 años con la delincuencia organizada.

Todos estos libros del narcotráfico son, a mi parecer, la mejor guía para que nadie se rasgue las vestiduras por andar enfrentando a periodistas contra periodistas. Lo mejor es leer los libros. Así nadie se llama a engaño.

Coda

Mención aparte merece la crónica que realizó para Letras Libres Magali Tercero —por la que ganó el Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez este año—, “Culiacán, el lugar equivocado. Vida cotidiana y narcotráfico”.

sábado, 21 de agosto de 2010

“Un huevo de porcelana llamado beca”

21/Agosto/2010
Laberinto
Braulio Peralta

Leo para olvidarme de lo que leo: muchos manuscritos, impublicables. Si la gente tuviera idea de las cosas que uno tiene que leer no daría crédito y compadecería a los editores: poemas que no son poemas, cuentos sin ton ni son, crónicas confundidas con el sabor a diario de egos subidos de tono, novelas sin trama ni sustento. Por eso dedico el fin de semana a un clásico de la literatura, para recuperarme. Normalmente, leo, o releo poesía o prosa.

Releo los ensayos de Ezra Pound bajo el nombre de El arte de la poesía, gracias al recordatorio de un queridísimo amigo. En traducción de José Vázquez Amaral, aun no termino el libro y quisiera que no concluyera la lectura. Había olvidado las reglas del arte, todo: el que se dedica al teatro, la prosa y la poesía, la pintura misma. Libro de juventud, me rescata en mi edad otoñal (no me atrevo a hablar de madurez).

Nos dice cómo “leer menos con mayor provecho”. Y de repente, aparece una cita que debí haber puesto en mi columna anterior sobre las becas del Estado. Sin pierde: “A partir de 1848 se observó, en Alemania, que algunas gentes pensaban. Se hacía necesario restringir esa peligrosa actividad; a los pensadores se les dio un huevo de porcelana llamado beca, y poco a poco se les incapacitó para la vida activa, o para cualquier contacto con la vida en general. La literatura era permitida como objeto de estudio. Y su estudio se estructuró de tal manera que la mente del estudiante se desviara de la literatura a la sandez”.

Pound no para en esa idea. Describe la razón de los libros. Simple en su enseñar: “En la medida en que una obra es exacta, es decir, fiel a la conciencia humana y a la naturaleza del hombre, en la medida en que formula con exactitud el deseo, será duradera y será ‘útil’; quiero decir que mantiene la claridad y precisión del pensamiento, no sólo para el beneficio de algunos diletantes… sino… fuera de los círculos literarios y en una existencia no literaria, en la vida general comunal e individual”. O se corrompe: “se torna fangosa e inexacta, excesiva e hinchada”.

El poeta de los Cantares hace una disección cruel de por qué sólo algunos libros quedan en la historia de la humanidad. “Los inventores”, “los maestros”, son pocos; “los diluidores”, una variante más débil “que produce la mayor parte de lo que se escribe”. “Los que hacen una obra más o menos buena en el estilo más o menos bueno de un periodo. De ellos están llenas las deliciosas antologías, los cancioneros, y elegir entre ellos es cuestión de gustos”.

Lo dice un clásico, no un humilde servidor que ha pretendido ejercer el papel de crítico, al que Pound recomienda: “si se quiere ser un buen crítico es menester indagarlo por cuenta propia… Sugiero mandar al diablo a cuanto crítico emplee términos generales vagos. No sólo a los que usan términos vagos por ser demasiado ignorantes para tener algo qué decir; sino también a los críticos que emplean términos vagos para ocultar lo que quieren decir, y a todos los críticos que emplean los términos tan vagamente que el lector puede creer que está de acuerdo con ellos o que asiente a sus afirmaciones cuando de hecho no es así”.

Y la sentencia del poeta: “el arte de escribir versos ya no se puede entender claramente sin el estudio del arte de escribir en prosa… el arte serio de escribir ‘se pasó a la prosa’”.

Coda

“La gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”.

De ahí mi propuesta de becar a un libro, no a un autor.

sábado, 7 de agosto de 2010

La danza de las becas, la ausencia de libros

7/Agosto/2010
Suplemento Laberinto
Braulio Peralta

Me da gusto que algunos amigos reciban becas y resuelvan, en parte, su vida económica. No sé si su vida creativa. No me gusta el tema de los regalos del Estado a sus artistas e intelectuales que sabrá Dios si la van a hacer con sus trabajos tirados al mar. Yo lo plantearía al revés: becaría aquellos libros que el tiempo les ha dado un lugar en la biblioteca del futuro. Sería más fácil, útil y lógico. Piénselo un poquito y verá que tengo razón.

Becar a gente porque trabaja escribiendo, es un despropósito. Hacerlo por un libro, por una pieza, por una investigación, es lo más sano. El autor entrega un libro con la referencia del tiempo. El Estado podría hacer muchas cosas por ese libro: llevarlo a bibliotecas, regalarlo a estudiantes, hacer coloquios en torno, abrir debates sobre las nuevas tendencias escriturales.

Hay libros que merecen ser premiados no con un reconocimiento o galardón literario. Eso sería aparte. Libros que por su importancia, su trascendencia, la prueba del tiempo, merecerían la atención de parte del Estado para hacer con ellos la gran biblioteca imprescindible, de papel, o con las nuevas tecnologías. Esto sin duda parece loco pero en poco tiempo veremos que es una mejor idea que becar a jóvenes —y ni tanto—, que llevan años en el medio cultural y no tienen siquiera un libro que valga tanto como para que reciban un salario-beca por parte del Estado.

Conozco escritores que con o sin beca trabajan y realizan una obra de trascendencia. No al revés. Hay un montón de escritores que han recibido las becas, han escrito sus libros y no ha pasado absolutamente nada con ellos ni con sus libros. Duro pero cierto. Sé que escribir esto es impopular. O mejor, poco populista.

Repito: qué bueno que algunos amigos tienen su beca. Van a poder ir a Europa. Van a comer mejor. Podrán dedicarse de tiempo completo a su creatividad (aunque no estoy muy seguro). De lo que estoy cierto es que una beca no los hará más escritores. Porque una beca, hoy, no es sinónimo de prestigio. Pero si no la tuvieran, acuérdense que está el trabajo de dar clases, hacer cuidado de edición, múltiples oficios relacionados con el quehacer literario. Es duro, se paga mal, pero la satisfacción de salir por sí mismos nadie se los va a quitar.

Hay gente así. No quiero dar ejemplos porque son muchos. Por sus libros los conoceréis. Creo que son un buen ejemplo a seguir. Las becas déjenlas a los estudiantes de escasos recursos, a los pobres de las rancherías que no tienen para llevar a sus hijos a la escuela, a los indígenas que quieren superarse y esperan el apoyo para poder aprender a leer y escribir. Esos sí que necesitan becas.

No creo que un leído y escribido necesite de becas para salir adelante, ¿o sí? Se supone que estudiamos para eso: para hacerla sin necesidad de dádivas. ¿Quién nos dijo que escribir no es un sacrificio de todo tipo, incluso la inseguridad del futuro? Y ya. Me callo. Más enemigos a mi saldo a punto de extinguirse.

Los que no ganaron beca ni lloren. Quizá puedan demostrar que sin beca hacen mejores libros, contra los que la ganaron. Y los que la tienen: buen viaje y, espero, buen futuro. Todos nos encontramos al final de nuestras vidas porque somos el resultado de una carrera sin rumbo.

Coda

¿A ver, quiénes son los agraciados con el mayor número de becas proporcionadas por el Estado? Son más conocidos por eso, que por sus obras, ¿o no? Nombres, nombres, nombres…