Laberinto
1. Carlos Payán había dejado la dirección del diario; un periodo terminaba. Carmen Lira, la nueva directora, me mandó de corresponsal a España. Fue el año en que la organización armada ETA, que pugnaba por la independencia vasca, secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del Partido Popular en la comunidad de Ermua, Vizcaya. Mi cobertura no fue del otro mundo: la de un simple redactor que brinda la información del día, desde Madrid, cubriendo todos los aspectos posibles. Cuando la nota se publicó, nada tenía que ver con lo que había escrito. Mandé una carta a “El correo ilustrado” para exponer que eso que yo firmaba no era mío. No se publicó. Mandé una carta personal a Carmen Lira, molesto. Ninguna respuesta. Hablé con ella. Le conté la historia. Me dijo que lo vería. Después me llamó el entonces jefe de información, Manuel Meneses, para tratar de explicarme diplomáticamente que me ocupara de otros asuntos y que ellos, desde México, cubrirían el tema de ETA. Me negué. Después supe que Blanche Petrich estaba en el País Vasco para realizar un reportaje sobre el caso. Fue cuando solicité mi renuncia al diario. Para finales de 1997 dejaba un trabajo de casi quince años en un periódico del que fui cofundador.
2. No me interesa platicarles mi historia profesional sino intentar comprender, por difícil que resulte, que un diario tiene derecho a una línea editorial, nos guste o no. Es cuando uno toma decisiones, políticas y personales. Seguir o no seguir. Como dije a mis compañeros en su momento: “Están equivocados si quieren informar de ETA desde México. Sería sano que viniera a España Josetxo Zaldúa para que comprenda los cambios que este tema tan delicado ha provocado entre los independentistas vascos y el gobierno español”. Pero no cambiaron. Tuve que renunciar.
3. Todo esto no quiere decir que Letras Libres tenga la razón. La razón fue de la Suprema Corte de Justicia que, en realidad, no le dio el triunfo a ninguna de las partes, aunque parezca un éxito de la revista. Les dijo lo que todos sabemos a partir de la multicitada frase de Francisco Zarco: “La prensa se combate con la prensa”. Ideas y opiniones contra otras ideas y otras opiniones. Discutan. Que el público elija. Decir más es echarle mucha crema a los tacos. Lo cierto es que La Jornada nunca debió demandar a un medio que, lo sabe, no piensa ni trabaja como ellos, y viceversa. Es, en pleno siglo XXI, una guerra abierta, de papel, que aún no termina. Ni La Jornada ni Letras Libres son tan democráticos, no, como presumen. Lo expuesto por Letras Libres en su último número, y lo publicado por el diario antes y después de la resolución los desnuda a ambos. Por eso la gente pensante se apartó de esa polémica ideologizada. Letras Libres debería saber que hay millones de personas en el mundo que creen en la independencia del País Vasco. De las formas de lograrlo, muchos disensos. De ETA: a pesar de todo, miles de vascos los siguen. La Jornada atiende esa parte de la opinión. Es su derecho. Como lo fue el mío abandonar ese barco que tanto quise. Años después me dieron la oportunidad de escribir en Milenio, sin restricciones.
¿Fui censurado por aquella nota del 97? Más bien imperó una idea del diario que, legítima o no, le correspondía en su línea editorial, de izquierda. Esa misma línea editorial —liberal, dicen— que sustenta Letras Libres. No se trata de medirle el agua a los camotes de la revista para saber de qué carecen. La gente lo sabe. Nadie es inocente. En ambos casos la gente sabe qué medio es qué. Por eso cada quien escoge qué leer, según su punto de vista. No neguemos ese debate posible que tanto quiere o dice buscar Letras Libres. Viva la pluralidad.
Hoy, el mundo intelectual e informativo es algo más que sólo dos medios impresos.
Coda
Desde entonces ni mi nombre ni mi foto aparecen en La Jornada. Con todo, respeto a ese diario y a su gente, que me permitió crecer profesionalmente.
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