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miércoles, 5 de diciembre de 2018

El profeta descarnado

1/Diciembre/2018
El Cultural
Marcos Daniel Aguilar

En su ensayo “Fernando Vallejo y la estirpe inagotable del maldito”, Díaz Ruiz, investigador de la Universidad Libre de Bruselas, dice que el colombiano Fernando Vallejo se coloca en esta tradición de la literatura porque su mal no es moral. En cambio pertenece al desequilibrio y al vértigo, bajo un principio de seducción y antagonismo, que lo instaló del lado de las minorías y de todo aquello que está al margen de lo que la sociedad considera importante.
En el mismo sentido, el crítico colombiano Sebastián Pineda Buitrago, autor de la Breve historia de la narrativa colombiana, asegura que Vallejo expresa en su obra el desencanto “que provocó la locura colectiva que experimentó Colombia desde los años ochenta, con sus consecuencias sicológicas y sociológicas”. A propósito de su cumpleaños número 76 y de su reciente regreso a Colombia, tras vivir por más de cuarenta años en México, conversamos con narradores, ensayistas e investigadores para desentrañar la originalidad y las posibles aportaciones del polémico autor que hizo de este país su segunda patria.

NARRATIVA REVOLUCIONARIA

En su novela El desbarrancadero (2001), Vallejo escribe: “cuánto hace que el Cauca y el Magdalena se secaron, se murieron, los mataron, con la tala de árboles y los borraron del mapa, como piensan que me van a borrar a mí pero se equivocan, porque si los ríos pasan la palabra queda”. Sobre la literatura de Vallejo afirma el novelista de Muerte súbita, Álvaro Enrigue:
Es probablemente mi escritor vivo favorito, cuando menos en el panorama latinoamericano. Fue el primero que puso en una novela a un protagonista intensamente parecido a sí mismo, al autor, y dio la idea de que el narrador y el autor pudieran ser el mismo. Esto generó en el lector, desacostumbrado a la autoficción, tan común después de Vallejo, un sentido tremendamente inquietante.
Para el ensayista y poeta José María Espinasa, el nacido en Medellín en 1942
ha escrito algunas de las narraciones más importantes de las últimas décadas en castellano. A diferencia de la generación anterior, la del boomlatinoamericano, Vallejo es mucho más seco, directo. Escribe de manera realista, pero no hace realismo mágico. Este realismo se observa en la mejor de sus novelas, La virgen de los sicarios (2004), que se puede comparar al realismo de Icaza, de Arguedas, Revueltas y Martín Luis Guzmán, con esa velocidad descriptiva y la misma capacidad de síntesis, pero con otras orientaciones.
Según el también ensayista y crítico literario Sergio Téllez-Pon,
Fernando se aparta de la generación de García Márquez porque no hace realismo mágico, su literatura es mucho más radical y agresiva, personal y visceral, e incluso autorreferencial, porque crea un mundo a través de su universo personal con una fuerza y una contención totalmente inusitada en las letras hispanoamericanas.
Mientras, para el investigador y profesor Pineda Buitrago, la narrativa de Vallejo se basa en el concepto etimológico de la literatura, por ello, para el autor de La puta de Babilonia(2007), ésta es simple gramática:
Como no hay nada que en su etimología defina a la literatura como ficción o imaginación, para Vallejo todo es literatura. Él escribe con el mismo humor, ritmo y cadencia una novela, un discurso político, una carta personal o un ensayo sobre física o biología. Lo que caracteriza a Vallejo son el humor y el buen manejo de la prosa.
Téllez-Pon, autor de La síntesis rara de un siglo loco, distingue otro tema en los libros de Vallejo:
Él odia narrar en tercera persona, cree que es un recurso muy utilizado. Por ello a sus novelas les ha dado ese elemento de narrar de manera directa y seca, algo que tal vez no hizo en sus primeros libros, pero que poco a poco fue perfeccionando hasta alcanzar grandes niveles como en El desbarrancadero(2001).
José María Espinasa —autor del poemario Piélago— cree que esta forma de narrar ya es un referente contemporáneo que nadie ha podido ni querido imitar, porque
le pasa un poco como a José Revueltas, quien tuvo muchos continuadores, pero ninguno pudo atinarle al estilo, y justo le atinaban cuando tomaban la decisión de ir hacia el camino contrario. Vallejo es imposible de imitar porque no es fácil conseguir esa velocidad en la prosa, además de que no tiene tics para imitar.
Si Espinasa compara a Vallejo con Revueltas, Enrigue encuentra en su forma de narrar a Cervantes:
En el momento en que no sabes si el narrador es el autor, esto se convierte en un juego por descifrar si lo que cuenta es o no verdad, que al final es un ejercicio cervantino. Este regreso a un tópico de Cervantes es de mucha valentía en el contexto de una América Latina muy conservadora todavía.

DEL POLEMISTA AL ICONOCLASTA

Respecto al ánimo provocador de Vallejo, Sergio Téllez-Pon afirma:
A mucha gente no le gusta la obra de Fernando porque la sienten como una agresión visceral. Algunos otros piensan que es misógino, pero él odia parejo: es un misántropo, no quiere a ningún tipo de ser humano, no odia selectivamente. Por ello sus dos únicas batallas son la defensa de los animales y del lenguaje; el dinero que ha ganado en premios lo ha donado a asociaciones que cuidan a los animales. Es un provocador y por esto algunas personas se sienten agredidas cuando se lanza contra el papa Juan Pablo II, contra Benedicto XVI o contra el papa Francisco, pero por eso me gusta, por descarnado.
Sobre los temas polémicos de este autor, Enrigue piensa que tal vez los lectores no lo han entendido aún:
Tiene una crítica hilarante, la mente de sus personajes puede ser tan oscura que es difícil reconocerlo como uno de los autores más divertidos de la lengua, con un profundo sentido del humor que queda disperso por el melodramatismo de las situaciones que describe. La puta de Babilonia, por ejemplo, es una crítica clavada en la tradición de las filípicas latinas. Amante de los animales y descreído de la humanidad, él es el único que se atreve a decirlo y a construir una comedia en torno a ello.
humor y provocación
El primer libro de Fernando Vallejo es un texto de gramática, Logoi: una gramática del lenguaje literario (1983), donde indica que “el genio de Cervantes descubrió que la literatura, más que en la vida, se inspira en la misma literatura… El idioma no se inventa: se hereda en un vocabulario, una morfología, una sintaxis y una serie de procedimientos y de medios expresivos”. Como biógrafo, Pineda Buitrago afirma que cuando Vallejo “escribe las biografías en realidad está escribiendo sobre sí mismo. Es un romántico tardío”. En efecto, para desarrollarlas Vallejo investigó y consultó archivos, con trabajo riguroso y de alta precisión intelectual. Además, según Enrigue,
mediante el humor, ha suprimido la pedantería insoportable de los intelectuales latinoamericanos y la ha sustituido por una serie de gestos de loca —y digo locadignificando el gesto desafiante de plantearse en otro lugar, como encarnación de otra sexualidad—, sustentados por una mente brillante que no juega al opinólogo.

HOMOSEXUALIDAD SIN TABÚ

En El desbarrancadero describe al escritor colombiano Vargas Vila como “un marica vergonzante, pese a lo cual sólo trató en sus libros de sexo con mujer. Un maromero. Un maromero invertido”. Las referencias sexuales de sus personajes son evidentes. Enrigue señala que hablar de esto directamente es “un acto de valentía […] y las novelas de Vallejo declaraban la homosexualidad del narrador jugando con la posibilidad de que el narrador fuera el autor”. Espinasa plantea un ángulo distinto:
Los muchachitos de sus novelas no parecen tener conflictos, son muchachos de la calle a lo Paolo Pasolini. Por cierto, Pasolini está en el origen de los temas de Fernando: los muchachos, Mamma Roma, el mundo de la homosexualidad urbana, los arrabales de Medellín comparados con los de Roma. Hay un gran parecido entre estos dos iconoclastas.
Y Telléz-Pon afirma:
Ha abordado la homosexualidad con la misma furia, el mismo ímpetu y la apertura que cualquiera de sus temas. Sin tabú ni conflicto, hace referencias a su homosexualidad y no la oculta ni la maquilla. Dedicó varios libros a David Antón, su pareja por más de cuarenta años —quien murió en diciembre de 2017—, y a su hermano que también era gay, según lo narra en El desbarrancadero. Su honestidad literaria no deja de sorprender en una sociedad machista como la de América Latina, y más en un clima de violencia como el que describe en La virgen de los sicarios. Es valiente, pero también muy sarcástico.

COLOMBIA MÉXICO: LITERATURA Y VOLENCIA

Muchos escritores colombianos han vivido en México, entre ellos el mismo Barba Jacob, el poeta Germán Pardo García, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Sobre esto, Sebastián Pineda observa:
En la historiografía literaria mexicana de la primera mitad del siglo XX se denomina novela de la Revolución a cierta narrativa de contenido violento. Como en Colombia no hubo ninguna revolución, ni tampoco mitos para disfrazar la violencia con una finalidad política, se denomina novela de la violencia a la del mismo periodo. A este género pertenece Vallejo. Sólo que él encontró en México la comodidad de escribir sobre Colombia sin la zozobra de vivir allá.
La libertad de narrar esta violencia aquejó a Colombia durante las pasadas décadas y hoy azota a México:
El papa Francisco —apunta Sergio Téllez-Pon— tenía razón al momento de decir que México se está colombianizando: lo vemos, pero no queremos que nos lo digan. Es un proceso que pasó en Colombia y que Fernando Vallejo supo ver perfectamente. Ahora hay un boom de esos temas en la literatura mexicana, pero también lo hubo en la literatura colombiana, como las novelas de Laura Restrepo, Evelio Rosero y otros más. Y en ese sentido la literatura mexicana se está colombianizando.
Al respecto, según Espinasa, una novela como La virgen de los sicarios
tiene entre sus méritos haber hecho visible el narcotráfico. Después vinieron miles de imitadores muy malos. Compara La Virgen de los sicarios con Rosario Tijeras y hay una diferencia enorme, entre una novela de alto nivel y otra hecha para vender muchos ejemplares. Yo creo que Fernando puso el tema del narcotráfico en el centro de la narrativa latinoamericana, antes de que empezara el tema de la narconovela en México.

LOS IMPRESCINDIBLES DE VALLEJO

Sergio Téllez-Pon se queda con tres de sus libros: La virgen de los sicariosEl desbarrancadero y las tres biografías que son “investigación ardua”. Sebastián Pineda Buitrago apunta que “su biografía de Porfirio Barba Jacob, El mensajero (1984), es para mí su mejor libro”.
José María Espinasa se queda con La virgen de los sicarios y “con la biografía de Porfirio Barba Jacob, que es un canto a México”. Y Álvaro Enrigue prefiere El desbarrancadero:
Mi libro preferido, donde su narrador alcanza una estatura aterradora de superioridad moral convencional, un libro aterrador, siniestro, divertido, que plantea asuntos morales que deberían ser discutidos, como la eutanasia. Todo novelista es un profeta al revés y Vallejo es uno de ellos de manera destructiva.

sábado, 15 de julio de 2017

Malcolm Lowry, Peregrino en el abismo mexicano

15/Julio/2017
Laberinto
Marcos Daniel Aguilar

Como si estuviera hablando de su propia vida, Malcolm Lowry escribió al comienzo de su novela Bajo el volcán: “fue una de esas ocasiones en que el Cónsul había bebido hasta la sobriedad, le había hablado sobre el espíritu del abismo, sobre el dios de la tempestad, el ‘huracán’ que atestiguaba de manera tan sugerente sobre las relaciones entre una y otra orilla del Atlántico”. En esta frase se encuentran casi todas las obsesiones de vida y los temas con los que trabajó su literatura, desde sus primeros poemas hasta sus textos narrativos: el alcoholismo o la lucidez, América o Europa, la calma o la tempestad, la paz espiritual o el abismo.

Nacido en Liverpool el 28 de julio de 1909, este singular escritor murió el 26 de junio de 1957, y su novela más famosa —publicada hace 70 años— es considerada uno de los libros de culto que mejor ha descrito la vida del viajero que se incrusta, entiende y desaparece en el Nuevo Mundo. Como indica Juan García Ponce en el prólogo a las cartas que Lowry le dirigió a su editor inglés, Jonathan Cape, “lo que emerge al final es la propia figura de Lowry, el testimonio de la lucha gigantesca por realizarse a sí mismo como artista. Sin duda, Bajo el volcán es una de esas novelas estrictamente personales, que nos llevan a su creador de manera inevitable”. A propósito de los 60 años de la muerte del inglés, y el consecuente onomástico de la publicación de su libro, conversamos con cuatro narradores y críticos mexicanos, conocedores de la obra de Lowry: Hernán Lara Zavala, Susana Iglesias, Ernesto Lumbreras y J. M. Servín. 


Las obsesiones del viajero 

La de Malcolm Lowry fue una obra que se escribió conforme fue viviendo. A propósito de esto, el ensayista y narrador Hernán Lara Zavala comentó que “Malcolm Lowry vivió una vida trágica, una vida triste y a la vez intensa, dedicada a escribir una sola novela. Escribió muchas otras, pero toda la tragedia de su vida la convirtió en un solo arte que se llamaBajo el volcán”. En el mismo tono, el poeta Ernesto Lumbreras piensa que “Lowry es autor de una novela monumental, pero también escribió otros libros editados por su viuda y colaboradores pero en Bajo el volcán se condensan las temáticas personales y formales de un protagonista de la novela del siglo XX; es decir, ahí está su apuesta formal en el relato y la teoría de las vanguardias; la presencia de Joyce y Proust son legibles en esta novela. Por otra parte, es una biografía de correlato de una obra literaria y un ejemplo portentoso en que supo entramar sus obsesiones literarias”.

Susana Iglesias, autora de Señorita Vodka, sostiene que algunos de los temas que se hallan en los libros de Lowry son también las obsesiones de su existencia, como la muerte como “destino único y último. Pues ¿qué es el hombre? Un minúsculo espíritu que mantiene vivo a un cadáver. Ese perro muerto que acompaña el cadáver de un hombre en alguna barranca es una metáfora de la existencia. La destrucción de sí mismo fue otra obsesión. En el remolino de la muerte gira todo: ‘contra la muerte el hombre llora en vano’. Lowry afirma que amar es morir”. Para el narrador y periodista J. M. Servín los temas lowryanos se centran “en la ebriedad, la amistad, el deporte, la relación de pareja, la lucha del hombre contra sus demonios; en este caso, el alcohol”. 


El prejuicio del escritor decadente 

Hay una idea simplista que observa la obra del también autor de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo: la de un escritor decadente, sin rigor literario. Otros opinan lo contrario: “el alcohol es tan solo uno de los múltiples espejos interiores de Lowry. ¿Qué es el arte? ¿Una explosión convulsa o una pared blanca? En algunos casos el uso del alcohol no es afortunado. ¿Cualquier borracho es capaz de escribir algo con el peso de Lowry? No, ahí están los borrachos sin obra o con un libro mediocre. No me extraña que alguien descalifique a un autor por creer que es resultado de la adicción a una sustancia. Lowry poseía algo extraordinario: dolor. Ese dolor le dio una novela de atmósfera inigualable”, dice Susana Iglesias. Mientras que para Servín, “Bajo el volcán es una de las grandes novelas del siglo XX. Pocas obras revelan el tormentoso universo de un alcohólico con la belleza poética que Lowry alcanzó en esta historia”. Lara Zavala dice que todo detona de la historia amorosa y trágica entre el Cónsul e Yvonne, que es a la vez la del mismo Lowry con su primera esposa, la actriz Jan Gabrial: “Cuando en 1933 va a España, con Conrad Aiken, conoce a Jan Gabrial, quien fue su amor, y con ella viene por primera vez a México. Van a Cuernavaca por una temporada en donde se desarrolla Bajo el volcán. El núcleo es el de un hombre que se siente, como si fuera el Fausto de Marlowe, condenado al infierno; por ello relaciona a México con el infierno y el paraíso. Se enamora de una mujer y después de algunos meses ella finalmente lo abandona. Esa es la historia de Bajo el volcán, ese núcleo es el del hombre que está condenado porque su mujer lo ha abandonado pero después, en la transformación extraordinaria que hacen los artistas, esa mujer regresa, aunque él ya no puede hacer nada porque ya está en el infierno de su alcoholismo”. 


Alcohol y redención 

¿Será el misterio del alcohol lo que utilizó el autor inglés para aplacar la culpa por saberse vivo, para templar el fuego interno que lo llevaba a la destrucción? Para Hernán Lara Zavala, el alcohol se convirtió en el motor de lo mejor que otorgó Lowry: “la novela no tiene límites para su alcoholismo, pero a la vez es una novela mística, de una gran profundidad sobre cómo ve el mundo, pues lo juzga como parte de un arcano en el sentido de que todo tiene simbolismo. Él se identifica aquí con Cortés y con la Malinche, con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, con Maximiliano y Carlota. Va transformando todo para intentar comprender el infierno, que también es el alcohol, donde finalmente sucumbe.

Susana Iglesias entiende el alcoholismo de Lowry no solo como una adicción, sino como parte de su proceso creativo, porque “la escritura no es placer, hay que ensuciarse, bajar al fango, pelear, destruirse. No existe mayor belleza que esa ruina llamada fuego interior. A Lowry no le sirvieron de nada los tratamientos con derivados sintéticos de la morfina y suministros de altas dosis de alcohol que le provocaban náuseas. Nada sirvió porque es imposible todo proceso que pretenda curarte de lo que eres”. Sin embargo, Lumbreras afirma que el alcoholismo de Lowry fue una etapa y un tema secundarios en su vida: “La dipsomanía existe, no puede obviarse, pero al lado de otras tentativas la literatura de Lowry alcanza un nivel anecdótico, no lo rebasa. La aventura como novelista convoca a otros dramas. Creo que es más sustantiva la manera en que Lowry hace patente y visible y sufrible el contexto ideológico de su tiempo, esa confusión, ese trauma de finales de la década de 1930, la Guerra Civil española, el ascenso del nazismo, la Segunda Guerra Mundial. Al final, Bajo el volcán es una caja de resonancias donde se siente esa perversión de la historia, esa encrucijada política, y la plasma de manera poderosa, al mismo tiempo que plasma la utopía de la República, la utopía del amor y, por otra parte, la degradación, la traición entre hermanos, la traición del Estado. Eso es el desamparo, la caída final, la barranca como tabla de salvación”. 

En Cuernavaca 

Egresado de la Universidad de Cambridge, Malcolm Lowry emprendió una vida de navegante, viajero y peregrino, como lo definió Juan García Ponce. Llegó a México en 1936 y se instaló en el Casino de La Selva en Cuernavaca, junto con su esposa Jan Gabrial, quien lo abandonó en 1938. En Los Angeles, en 1939, conoció a su segunda esposa, Margerie Bonner, quien no le pedirá que renuncie al alcohol. Entre versiones hechas cenizas en incendios y pérdidas de originales durante sus extenuantes borracheras, las cuatro versiones de Bajo el volcánfueron rechazadas por editores de América y Europa en más de diez ocasiones, hasta que finalmente fue publicada en Londres y en Nueva York en 1947. ¿Cuál es el legado de esta novela y de su autor para las letras universales? En opinión de J. M. Servín, la gran novela de Lowry “tiene un profundo sentido místico, religioso. El bebedor como un santo, como lo plantea Joseph Roth en La leyenda del santo bebedor. La angustia existencial del Cónsul, su profunda soledad y su búsqueda de dios son los anuncios de la caída de un hombre al infierno. Lowry hizo una demoledora inmersión al abismo de la soledad con un sutil sentido del humor. La imposibilidad de vencer a la vida como infierno, donde el amor no redime, solo hace más grande el vacío del alma”. Para Lara Zavala, Bajo el volcán tiene un principio joyceano. “En Inglaterra la consideraron una novela posmoderna, en el sentido de que iba va más allá de las vanguardias. Es una novela de culto, no una novela popular; la leen los iniciados, y tiene su lugar al lado de William Faulkner. Y todo, a la manera de James Joyce, ocurre en un día, el día en que Yvonne vuelve para reconciliarse con el Cónsul. Hay una escena extraordinaria donde él está en una cantina, totalmente borracho, vestido de esmoquin y sin calcetines, y de pronto ve a Yvonne. Cuando la ve, cree que es parte del delirium tremens”.

Para Iglesias, el legado de esta novela también recae en la figura de Margerie Bonner, tal vez injustamente olvidada: “Debemos en gran medida a Margerie Bonner el legado de Lowry, con todo ese cúmulo de luces y sombras que padecieron. Editora y cómplice, vivieron extremos. La culparon de sus recaídas porque bebía frente a él en uno de los múltiples intentos de Lowry por dejar el alcohol. Nadie protestó cuando corregía y mecanografiaba sus borradores o cuando le amarraba las agujetas. Culpar a otros para limpiar la reputación de un escritor muerto no es algo nuevo. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la oscuridad del otro? Margerie bebía tanta ginebra como Lowry. Creo que ahí está el espejo de Lowry, en ella; tal vez por eso intentó ahorcarla. Sin Margerie Bonner, no existiría Bajo el volcán”. 


Bienvenido a México 

En la década de 1940 vuelve a México, pero la policía y las autoridades lo hacen abandonar el país para instalarse, con la fama de su libro publicado, en Inglaterra. ¿Qué fue México para este peregrino que hizo de las barrancas su hogar y su delirio? Hernán Lara Zavala afirma que “Bajo el volcán es la mejor novela mexicana escrita por un no mexicano. Malcolm Lowry se identificó con los problemas de México, porque hay también una especie de subtema político que tiene que ver con la Guerra Civil española y con los sinarquistas mexicanos. El Cónsul muere asesinado por un grupo de fascistas. Estamos hablando de la época de 1939 a 1945. Lo matan porque creen que es un espía. Y la novela termina en que lo lanzan a una barranca como si fuera un perro e Yvonne muere arrollada por un caballo en la tormenta. El aspecto político de la novela es importante porque es liberal y comprometida con la historia de México y del mundo. Es antifascista, antifranquista, antisinarquista”.

Ernesto Lumberas cree que Lowry llega a México con ciertas ideas ya establecidas: “Venía con cierta iniciación, había estado en el Nueva York de mediados de los años treinta, una especie de aparador de arte. Los museos, las galerías, exhibían propuestas del arte mexicano, tanto del arte popular como piezas de Rivera, Orozco. Así que llegó empapado, pues conocía también a simpatizantes de la Revolución mexicana, conocía las políticas que Lázaro Cárdenas había puesto en marcha”.

J. M. Servín piensa que Malcolm Lowry entendió muy bien el universo lúgubre y cruel de un país de creencias arraigadas en el pensamiento mágico. “La diferencia con el México de hoy es que el Cónsul hubiera sido secuestrado o desaparecido luego de abandonar bien borracho una de las cantinuchas que le gustaba frecuentar o en uno de sus largos paseos”. De la misma forma, Iglesias afirma que “solo él conoció el infierno interior que lo impulsó a escribir. Bajo el volcán nace con la imagen de un hombre muerto al lado de la carretera en uno de sus viajes. Eso lo marcó”. 


Lowrysmo a la mexicana 

Susana Iglesias asegura que la influencia de Lowry en la literatura mexicana no es muy visible, porque “beber mezcal, recorrer Oaxaca o Cuernavaca y pretender que escribes, aun si titularas a tu libro El Parián, no te convierte en escritor ni en Lowry. Ningún escritor mexicano posee una vida similar, ninguno tiene ni tendrá esa atmósfera o el ritmo desquiciado e infernal que pertenece solo a vidas terribles y extremas. Se confunde la influencia con burdas imitaciones. Se acercan por el mito, no estudian sus libros”. Servín piensa también que no hay influjo, puesto que “el arte y las letras mexicanas están llenos de funcionarios a los que solo les importa ganar premios, becas y producir obras anodinas que le llenen el ojo a curadores y agentes literarios”. Pero Lara Zavala intuye una comunicación entre Malcolm y Juan Rulfo: “al igual que Pedro Páramo, en Bajo el volcánhay una rememoración de lo que ocurrió un 2 de noviembre, pues los espíritus regresan. En el caso de Bajo el volcán no son fantasmas sino los personajes que vuelven. Hay un paralelismo que no quiere decir que uno haya influido en el otro. Titulé a mi ensayo “Tierra de fuego” porque Rulfo es la tierra, la piedra fundacional, y Lowry es el fuego, el fuego del alcohol. Además, en Pedro Páramo también hay amor: Pedro Páramo nunca pudo estar con Susana San Juan, así como el Cónsul no puede volver con Yvonne. No hay posibilidad para el amor”. Para Lumbreras, existe una influencia del autor británico en quienes leyeron la primera edición en español, traducida por Raúl Ortiz y Ortiz en 1964: “tardó 17 años en traducirse y cuando se sabe que Ortiz y Ortiz está traduciendo la novela de Lowry tiene primeros lectores como García Ponce y José Emilio Pacheco, que son lowryanos desde el primer día. Otro lector fue Salvador Elizondo, y a partir de ahí se convertirá en la novela sobre México de mayor calado y significación para muchos autores extranjeros, una suerte de guía espiritual para hacer el viaje a nuestro país”. 

sábado, 13 de septiembre de 2014

Tras el fantasma de Bioy

13/Septiembre/2014
Laberinto
Marcos Daniel Aguilar

En este año de centenarios se ve a lo lejos la obra y la vida de Adolfo Bioy Casares, quien nació el 15 de septiembre de 1914. Contemporáneo de Julio Cortázar, fue el gran amigo de Jorge Luis Borges, con quien estableció un diálogo literario. Se conocieron en casa de Victoria y Silvina Ocampo en 1932 y desde entonces se volvieron inseparables: comían juntos, compartían lecturas, intereses, aventuras intelectuales como aquella que dio origen a los libros Seis problemas para don Isidro Parodi (1943) y Un modelo para la muerte (1946), acreditados, respectivamente, a dos autores inventados por ellos mismos: H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.

La obra de Bioy Casares es un referente ineludible de la literatura fantástica en lengua española, lo mismo en la novela que en el cuento y el ensayo, como comentan cuatro escritores familiarizados con ese mundo literario: los mexicanos Margo Glantz y Alberto Chimal, la ensayista uruguaya Lisa Block de Behar, y el narrador peruano Fernando Iwasaki.
La unidad multiplicada
En la primera escena del relato “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius”, de Jorge Luis Borges, el narrador intuye un hecho trágico cuando se ve reflejado en un espejo y menciona los efectos de la cópula: la multiplicación del ser humano. Se lo dice a un Adolfo Bioy Casares que Borges introduce como personaje. Con una idea proveniente de la filosofía de Arthur Schopenhauer, el autor de Ficciones pensaba que le satisfacía anularse como individuo.

De la misma manera, quería anular su literatura, diciendo que no había creado nada, solo repetido lo que otros ya habían hecho en el pasado. ¿Será que Borges utilizó a Bioy para anularse y éste a Borges para multiplicarse?, ¿dar vida a un individuo a partir de dos al crear a un único escritor irreal pero verosímil? Alberto Chimal piensa que “ellos hacían juntos una especie de autor compuesto; Biorges le llamaban algunas personas, ya que no se sabía dónde empezaba la literatura de uno y dónde la del otro. Borges brindaba la erudición y el sentido acucioso en la invención de referencias, mientras que Bioy le ponía el humor”.

Esta unidad armoniosa resulta inquietante pues hablamos de dos de los mejores escritores en español del siglo XX. “El famoso Biorges al que Emir Rodríguez Monegal otorgara un estatuto civil, además de literario, resulta de esas licencias telescópicas que habilita el léxico cuando autoriza la composición de una palabra que se introduce en otra. Sin embargo, en este caso da vida a una entidad humorística creada por ambos, combinando nombres que no son apócrifos, ya que proceden de una genealogía que ambos reivindican para jugar a apropiarse de nombres que les son propios desde el origen. Otra parodia que medra con las parodias de Isidro Parodi o las Crónicas de Bustos Domecq, diversiones literarias que consolidaron la amistad entre Borges y Bioy”, dice Lisa Block de Behar sobre el trabajo en conjunto de dos de los autores que analizó en su libro En clave de be. Borges, Bioy, Blanqui y las leyendas del nombre (Siglo XXI). Por su parte, Margo Glantz afirma que Borges y Bioy compartieron temas, digamos la multiplicación de las realidades. Ellos mismos se multiplicaron en otra realidad, en forma de un tercer autor.

El tema de la multiplicación, dice Margo Glantz, aparece con claridad en la novela Plan de evasión de Bioy Casares, cuyo protagonista crea un mundo paralelo mediante las matemáticas. Sin embargo, aunque con dinámicas parecidas, Bioy y Borges se diferenciaron también en la manera de concebir ideas y sentimientos. Pensemos, por ejemplo, en el amor. “Borges vivió mal el amor, pero Bioy Casares, sin meterme en su vida privada, fue famoso por sus aventuras amorosas. La Faustine de La invención de Morel es una imagen, no una mujer, es un fantasma, y Morel está enamorado de esa otra realidad que no puede poseer. Borges se refirió al amor, pero esquivándolo”.

A pesar de diferencias y semejanzas, Fernando Iwasaki cree que “Borges y Bioy fueron como Lennon y McCartney: dos creadores maravillosos tanto juntos como en solitario”.
Teórico de lo fantástico
Adolfo Bioy Casares fue un lector voraz, y no solo en el ámbito de la creación: conoció filosofías y tratados estéticos que proyectó en sus ensayos. Como dice Iwasaki, Bioy fue un autor culto y lector exquisito que dialogó a través de sus libros con H. G. Wells, Chesterton, Kafka, Poe, Cervantes, Henry James. “Colocó a la literatura argentina en el torrente de la literatura universal”. Esto se hace evidente en sus textos sobre los ensayistas ingleses, los poetas del Siglo de Oro español o la idiosincrasia argentina vista a través del mundo gauchesco.

Su erudición trasminó hacia sus ficciones y, como dice Block de Behar: “los personajes de Bioy discuten sobre tópicos filosóficos; por ejemplo, sobre la ‘verdad’, si es absoluta o relativa, sobre las contradictorias incertidumbres de la ciencia o las certezas de la ficción, sobre la irradiación sensorial de las imágenes o la eficacia lógica de comparaciones de las que la invención literaria se vale (‘Recuerdo de las sierras’)”.

Alberto Chimal recuerda que fue él quien prologó la famosa Antología de la literatura fantástica (1940) que produjo al lado de Borges y Silvina Ocampo: “Bioy pone a la literatura fantástica fuera de los géneros y fuera de los límites estrechos en que antes estaba. Aún en el siglo XXI, la gente sigue creyendo que la literatura fantástica está hecha de magos con varitas mágicas. Pero Bioy ya sabía —desde 1940— que la literatura fantástica va más allá de las etiquetas de género. Lo mejor de la literatura latinoamericana no entra en esas categorías, y Bioy Casares lo prefigura en ese prólogo”.
Lo fantasmal en lo cotidiano 
Guirnaldas con amores, publicado en 1959, es una serie de relatos en los cuales los celos, el deseo sexual y el capricho amoroso no dejan de perturbar al escritor argentino. No halla una explicación a estos sentimientos. Bioy intenta comprenderlos mediante personajes muertos que quieren vivir en los sueños de otros, o enfermedades mentales que crean imágenes que un individuo puede ver.

El narrador introduce la fantasía para explicar o corromper la cotidianidad. Al respecto, Chimal cree que Bioy Casares instaló sus ficciones en la vida social de Buenos Aires, ya que sus personajes hablan con términos provenientes de la idiosincrasia porteña. “Hay una especie de descolocamiento, de extrañeza ante las cosas. Los personajes están siempre desconcertados y superados por sus circunstancias y esa es la mejor lección que tiene la imaginación de Bioy. Puede así describir los momentos de certidumbre, pero también aquellos en los que no entiende lo que está pasando”.

Sobre lo cotidiano explicado por medio del pensamiento fantástico, Block de Behar asegura que, con ironía, Bioy Casares fracturó la lógica discursiva filtrando susurros fantasmales que alteran la normalidad: los personajes se fugan a un espacio impreciso con aventuras de vida y muerte. Para Margo Glantz, el escritor argentino creaba ficciones tomando en cuenta sus lecturas sobre metafísica y filosofía, disciplinas que consideraba parte de la literatura fantástica. Glantz reconoce que Bioy se divertía creando artificios literarios, construyendo una realidad aparente que se alejaba de la que experimentaban el autor y su tiempo. Fernando Iwasaki sostiene que Bioy Casares se formó en una tradición de literatura fantástica: lo que sería extraño es que en su vida cotidiana “no existieran lo fantástico y lo sobrenatural”.
El más allá sospechoso
La invención de Morel es una de las grandes novelas del siglo XX, así de simple y así de contundente. Es una novela en donde se juntan todas las preocupaciones de Bioy. Ahí está la imaginación de lo fantástico, que es lo más visible, pero también el amor, el deseo, la política, las divisiones entre clases sociales, la mirada del exiliado”, afirma Alberto Chimal.

Margo Glantz, por su parte, dice que esta novela es una de las obras más interesantes del siglo XX. Escrita como novela policiaca, contiene más de un misterio. No se sabe por qué Morel es perseguido, y por qué tiene que refugiarse en una isla “poblada en apariencia. Ahí solo hay edificios vacíos y Morel debe proyectar imágenes sobre esos edificios”—como si fuera una proyección cinematográfica—. “Morel crea una ficción que mantiene vivos a los personajes. Ya que es perseguido, busca caminos de salvación y lo que encuentra es una pérdida total en la esclavitud del amor porque se enamora de Faustine. A partir de ello se establece un tipo de relación con la literatura pastoril, con la literatura fantástica. La Arcadia es la literatura fantástica porque ella misma es la invención. Bioy crea una isla de amor, que es una evasión, un mundo paralelo”.

Para Lisa Block, La invención de Morel “plantea una situación que podría remitir a las variaciones estéticas de la ancestral alegoría de las cavernas platónicas y que prolonga a las más recientes invenciones con que el cine las actualiza en el milagro mecánico de imágenes en movimiento. El nombre del protagonista, como en otros casos, cifra la saga de una épica que incluye al doctor Moreau en su isla, a la Morella de quien Edgar Allan Poe celebra una erudición notable o, pasados los años, a ese ‘moralista Morelli’, a un proustiano Morel o, no descarto, aunque las fechas denuncien un anacronismo, a Hitler, también Morel, también doctor”.
La condición faústica
Una de las constantes en la literatura de Bioy es la figura del Fausto. Le atraía imaginar científicos siniestros que provocan dolor o prometen la inmortalidad. En libros como Plan de evasión, Dormir al sol o La trama celeste, Bioy da vida a científicos capaces de controlar y modificar un orden natural, un orden genético: pueden traspasar almas de un objeto a otro, crear robots o mujeres que no existen. En Faustine, la condición femenina de su naturaleza fáustica no disminuye la falsedad a la que alude su propio nombre. En ‘Las vísperas de Fausto’ o en ‘Moscas y arañas’, hay personajes que se introducen en la mente del otro para chuparles la vida, evitando así el final de ésta... O eternos seductores buscando el deseo y reflexionando sobre el amor propio.

¿Un legado en el olvido?
A 100 años de su nacimiento, parece que no habrá muchos homenajes al autor de El sueño de los héroes, como tampoco fue recordado cuando se cumplieron diez años de su muerte en 2009. ¿Cuál es el legado de este porteño fantástico; por qué se le tiene en el olvido, como si viviera bajo la sombra de Borges? Alberto Chimal piensa que “no es considerado tan bien como se debería. Aún falta por analizar lo que tiene de diferente en relación con Borges. Es inevitable que se mencione a uno al hablar del otro, porque de cierto modo Bioy fue discípulo de Borges, pero no su clon”.

Margo Glantz cree que no se le ha hecho justicia porque estaba muy relacionado con el autor de Historia de la eternidad, “Bioy era un gran escritor, pero Borges era la gran figura de la literatura latinoamericana que cambió la forma de escribir en español. No podemos decir que Bioy revolucionara el idioma. Hizo cuentos y novelas notables, al igual que Cortázar, pero Borges lo sobrepasa”. Fernando Iwasaki tiene la impresión de que su obra es importante porque nunca estuvo sometida a las modas o ismos vigentes. “Todo lo contrario, disfrutó de una enorme libertad por el hecho de que nadie esperaba políticamente nada de él. Hoy podemos releer a Bioy Casares y comprobar que aquella libertad mantiene la frescura y la osadía”. Lisa Block, quien conoció a Bioy, observa que hacía gala de un registro humorístico que relativizaba la importancia de sus dichos, de una conversación que convertía a quien lo escuchaba en un cómplice espontáneo de su generosa referencia. “Sabía vivir y contar su sabiduría”.




lunes, 2 de diciembre de 2013

Revisión del humanismo en México

31/Noviembre/2013
Laberinto
Marcos Daniel Aguilar

En 1946, Martin Heidegger envió una carta a su colega y amigo Jean Beaufret, que se convirtió en un tratado sobre la reflexión del ser y la esencia del hombre, es decir, del “humanismo”.

La verdad —escribió Heidegger— se encontraba alejada de las posturas y los conceptos filosóficos, pues la simple y solitaria reflexión de la existencia de las cosas, bastaba para que el individuo hallara los porqués de la vida. Para el pensador alemán, el término “humanismo” fue un invento de la época de la República romana con el que se intentó explicar por qué los griegos de la antigüedad se preocupaban por entender las manifestaciones del ser.

En México, las pesquisas para desentrañar las pulsiones y la visión del hombre sobre el hombre, se encuentran en obras como las de Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora o Bartolomé de las Casas y, hacia el siglo XX, en la de personajes como José Vasconcelos y Samuel Ramos, cuyas ideas son, prácticamente, instituciones culturales. En esta lista encontramos al humanista mexicano por excelencia, Alfonso Reyes, quien creía que el humanismo era “poner al servicio del hombre todo nuestro saber y todas nuestras actividades”, que debemos ejercer en un “suelo de la libertad”.

Reyes, preocupado por entender la condición de lo mexicano en relación con el mundo y el entorno de la cultura dentro de la civilización occidental, legó muchas de las imágenes que forjaron la idea de lo mexicano —y de lo americano en general—, que aún sobreviven a pesar de los cambios que se produjeron a partir de su muerte y de la muerte de estos pensadores que en su tiempo fueron vistos como guías para entender la vida cultural.

Ahora, en el siglo XXI, se tiene la impresión de que ese pensamiento “humanista” se ha desvanecido entre la inmediatez y la rapidez. Es por ello que los escritores Evodio Escalante, Marco Lagunas, Héctor Orestes Aguilar; los académicos Fernando Escalante Gonzalbo, Ignacio Sánchez Prado; la historiadora Patricia Galeana y la bióloga Rosaura Ruiz, nos hablan sobre la condición del humanismo mexicano en el siglo XXI. ¿Qué se entendió y qué se entiende ahora por ese concepto?, ¿dónde están los humanistas?, ¿son indispensables para la sociedad mexicana?

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“El humanismo nos remite al Renacimiento, a la recuperación de los saberes clásicos de la filosofía, la historia, la literatura —comenta Fernando Escalante Gonzalbo, académico de El Colegio de México—. Los humanistas europeos eran quienes ponían al ser humano en el centro de sus preocupaciones. Volvían a leer a Aristóteles, a Sófocles, a Lucrecio en oposición al pensamiento centrado; es decir, al pensamiento religioso”.

¿Con qué fin pusieron al ser humano en el centro? La historiadora Patricia Galeana menciona que después de este periodo de renacimiento “el término humanismo se quedó para explicar a las nuevas generaciones el sentido de preocupación por lo humano, su condición y sus derechos”.

El concepto puede entenderse también como “una corriente del pensamiento que se alimenta de las mejores aportaciones de la cultura en el mundo. El humanismo tiene una vocación progresista que se impone a las fronteras nacionales, enriquece la mente y la cultura humana”, afirma el crítico literario y poeta Evodio Escalante.

No solo las llamadas disciplinas humanistas, digamos la historia, la filosofía o la crítica literaria, son las que asumen esta manera de pensar la humanidad. También las ciencias exactas, como la biología, han adquirido, con el paso del tiempo, esta vocación por contribuir al desarrollo del conocimiento, comenta la directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM, Rousara Ruiz: “El humanismo significa conocer al hombre y su entorno; se debe conocer su entorno biológico, geológico, cultural en general, para mejorar sus condiciones”.

Ignacio Sánchez Prado, estudioso de la vida intelectual latinoamericana, considera al humanismo como una actitud frente a la cultura que tiene dos vertientes: una es de corte clasicista, que contó con figuras como la de Rubén Bonifaz Nuño y Carlos Montemayor, quienes establecieron una relación con el llamado cuerpo social, “intelectuales públicos” que han ido desapareciendo con el tiempo. La otra sería la del humanismo académico, que en el siglo XXI ha tenido que enfrentarse, según Sánchez Prado, a “una cultura proliferante y diversificada, con instituciones que a veces pesan más de lo que ayudan y con una crisis del cuerpo social y del sistema educativo”.
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“Hoy contemplamos al pensamiento humanista en retirada. A mí eso me resulta evidente, y supongo que será una opinión generalizada sobre el humanismo ecuménico planteado por Alfonso Reyes”, responde Héctor Orestes Aguilar a la pregunta sobre la vigencia de esta forma de interpretar al mundo en personajes que le dieron sentido en el siglo pasado, y menciona que actualmente se vive en el llamado “posthumanismo”, el cual se caracteriza por la falta de rigor y la pérdida de curiosidad intelectual. “Ahora podemos acceder a información de una gran heterogeneidad, a muchos temas secretos u olvidados de la cultura, sobre todo de la cultura pop; existe una sobreabundancia de información que no ha traído consigo el aumento de la capacidad para procesarla”.

Ignacio Sánchez Prado afirma que el humanismo, por ejemplo el de Reyes y su generación, fue producto de las necesidades intelectuales de su época: se requería, entre otras cosas, construir instituciones culturales que tradujeran los saberes de la clase letrada a audiencias más amplias: “Reyes abogó por la figura del intelectual que tuviera autonomía. Esa posibilidad de estar en todo: en la teoría, en la práctica, en el estudio, en la diplomacia, en la pedagogía, pero esa figura ha ido desapareciendo”.

Escalante piensa que Reyes y Jaime Torres Bodet fueron los últimos humanistas con presencia nacional que, con sus conocimientos del mundo clásico y de la antigüedad, se insertaron como hombres políticos de su época, como creadores de instituciones. Sin embargo, advierte que rescatar ese humanismo sería tomar algo caduco, pues la cultura cambia y el humanismo debe cambiar también para “transformar a la sociedad y enriquecerla”.

Marco Lagunas, premio nacional de ensayo joven “José Vasconcelos”, señala que los intelectuales del siglo XX ayudaron a construir un país mejor, cuya ambición fue compartir el conocimiento. “Uno quisiera formar parte de los que hacen posibles esos espacios de libertad y de saber en México, pero su influencia y la de aquellos que siguieron su ejemplo es ahora de poco alcance. ¿O quién de nuestros presidentes ha hecho del humanismo una política de Estado para combatir la pobreza, la ignorancia, hacer valer la justicia? No es ni será una de sus preocupaciones”.
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Parecería claro que pensar lo humano en lo individual y en su conjunto, produjo ciertas prácticas e ideas con las que la sociedad mexicana pudo construir algunos espacios de libertad a lo largo de su historia, en donde la cultura pudo debatirse con valores como la tolerancia, la diversidad, el compromiso y la justicia. Pero, ¿en qué estado se encuentra esta preocupación por entender los conocimientos del pasado, del presente y transitar hacia un futuro mejor? Sánchez Prado, profesor de Literatura Latinoamericana en la Washington University in St. Louis, tiene la idea de que el humanismo debería ser un campo abierto que procure la “crítica democrática” con base en el amor por el libro, el respeto al otro, la emancipación del sujeto por la cultura y la iluminación por medio del saber, pero en México “tenemos limitaciones para la construcción de este tipo de humanismo. Tenemos una crítica de arte que le gusta prescribir a los artistas lo que debe ser arte o no, una crítica que destaza filmes comerciales por ser comerciales, crítica literaria ad hominem que no valida los libros con justeza”.

Para Aguilar, “el humanismo se vuelve necesario en la medida que puede oponerse a la sobreabundancia de información fútil, superficial y desechable. La cantidad y la calidad de información que recibe el individuo en la actualidad, va en contra de la inteligencia crítica”.

Lagunas cree que hoy las cosas no van nada bien: “Lo lamentable es que este humanismo se da en cantidades insignificantes, ridículas; se supone que nuestras instituciones están fundadas bajo estos principios de conocimiento y libertad, pero ahora en ellas priva un pensamiento de indiferencia ante el otro”. Evodio Escalante coincide con esa idea y agrega que las humanidades no están en su mejor momento, “estamos en el crepúsculo de los ídolos, parafraseando a Nietszche, y eso inquieta. ¿Dónde están las grandes figuras que nos puedan orientar? No lo sé. Creo que hacen falta esas grandes figuras intelectuales que le dan color a una época como lo hizo Hegel en Alemania o como lo fue Torres Bodet, gente que impone una tesitura por sus raíces universales. Estamos en un tiempo de decadencia, en la política no veo grandes figuras, todos decepcionan. La decadencia actual es una especie de fisura en el pensamiento, la época de un Ramos, de un Vasconcelos o de un Paz ya pasó, fallecieron y no hay nadie que tenga su nivel”.

La doctora Rosaura Ruiz considera que el humanismo hace mucha falta en estos momentos, “porque hay gente que estudia muchísimo pero no es suficiente, ese humanismo debe ir ligado a la ética en el arte, en las humanidades, en la ciencia, por ello existe, por ejemplo, la bioética, que tiene que ver con todo lo que le afecta al ser humano como ser vivo”. También expresa que el humanismo debe recuperarse para lograr que la medicina llegue a todos lados, para que no haya gente sin educación o acceso al conocimiento, lo cual es un derecho humano, “porque México es un país tremendamente injusto”.

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Una posible respuesta al por qué de la decadencia del humanismo en el siglo XXI está en el sistema educativo y, sobre todo, en instituciones que tradicionalmente se encargaban de promoverlo. Sobre esto, Escalante Gonzalbo comenta que en los últimos 30 o 40 años se definió que las disciplinas que centraban su atención en el estudio del hombre lo deberían hacer de manera científica: “Disciplinas como la historiografía o la crítica literaria se convirtieron en crítica de las estructuras sintácticas y morfológicas, y esto se alejó mucho del espíritu de la tradición, de la recuperación y transmisión de la cultura clásica. Hoy en día son cada vez menos las instituciones que se toman en serio el dar a conocer esa tradición”.

El académico de El Colegio de México asegura, también, que es importante conocer estos saberes para enterarse del pasado y asimilar el presente, ya que “no se puede sustituir un modelo en el que individuos racionales maximizan su beneficio; no podemos sustituir una tradición moral que venimos discutiendo desde Aristóteles, pasando por Kant, hasta llegar a Habermas, por un modelo matemático impuesto por los Estados Unidos desde hace 40 años. Ellos dominaron el criterio académico y tuvieron una afición científico–matemática para aproximarse a los fenómenos sociales. Los métodos cualitativos mucho más cargados en información humana e histórica, ofrecen un conocimiento más rico y complejo”.

Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), cree que las disciplinas humanistas se siguen estudiando y pensando en las universidades, pero no así en el resto del sistema educativo nacional. “En los pasados 12 años hubo una reforma educativa que se dio en primaria, secundaria y preparatoria, con una visión muy pragmática. Con el argumento de que se estaba dando ‘una enseñanza enciclopédica’, se redujo el tiempo de estudio de las disciplinas humanistas, se redujeron las horas de enseñanza de historia, y se quitó civismo y lógica, las materias filosóficas”.

Para Sánchez Prado, no hay duda de que la casa del humanismo en México ha sido y será la universidad, aunque reconoce que hay académicos mediocres que no deberían estar en ella, porque “la universidad bien administrada es un recinto de libertad intelectual y de recursos para preservar la cultura”.
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Para hacer un mapeo y saber dónde están y quiénes son los humanistas mexicanos del siglo XXI, Aguilar sugiere observar a quienes están escribiendo obras o ensayos sobre la historia y la cultura mexicanas, como en su tiempo lo hicieron Samuel Ramos con El perfil del hombre y la cultura en México u Octavio Paz con El laberinto de la soledad, pese a que, hoy por hoy, “quienes ensayan la historia social o política tratan temas coyunturales; nadie piensa en hacer un ensayo de ese calado”. Al autor de Un disparo en la niebla le llama la atención que en 2013 no haya un canon con el cual se pueda formar una imagen–país de México, que incluya las obras fundamentales de la cultura mexicana del cambio de siglo, pues “nuestro canon cultural se remonta a las grandes obras y creadores del nacionalismo revolucionario, que siguen siendo los referentes con los que conocen a México en el exterior, establecidos en la postguerra”. Ese canon está por hacerse, y Orestes propone algunos nombres “que estudiarán los historiadores del futuro”. Estos son los de Sergio González Rodríguez, Armando González Torres, Mauricio Montiel, Javier García­­–Galiano, Héctor de Mauleón, Pablo Soler Frost. “Me gusta también —agrega— el perfil intelectual de escritores que viven la historia como Antonio Saborit, la autoficción de Rafael Pérez Gay; hay que seguir a autores como Ana García Bergua, a Cristina Rivera Garza, novelistas de alto nivel”.

Escalante Gonzalbo cree que los humanistas están tanto en las universidades e institutos, como son los casos de Rafael Segovia, Adolfo Castañón y Juliana González, y también fuera de la academia, y cita el caso de Christopher Domínguez Michael, “quien nunca ha sido profesor de una universidad y, sin embargo, tiene un conocimiento y una densidad en su capacidad de reflexión sobre el humanismo que ya quisieran la mayor parte de los profesores de literatura”.

Sánchez Prado ve en la obra de Gabriel Zaid o Enrique Krauze una especie de humanismo por su compromiso con las formas liberales del trabajo con la esfera pública. “En todos ellos se ve una práctica de la lectura y una noción de cultura que tienen deudas con el humanismo. Es el caso de Zaid, cuyas ideas de la cultura libre, aunque no las comparto del todo, son absolutamente necesarias en un país excesivamente institucional. Pero también está Sergio Ugalde, joven crítico que piensa el humanismo con gran rigurosidad. Cristina Rivera Garza que quizá resentiría el adjetivo humanista, pero piensa como lo hacen también González Rodríguez y Heriberto Yépez, desde nociones de cultura que buscan expandirse, más que restringirse. Incluso revistas como Nexos o Letras Libres dedican sus espacios a formas de la cultura que hubieran sido anatema en los años ochenta”.

Rosaura Ruiz y Patricia Galeana coinciden en apuntar que instituciones como la UNAM, el IPN, el Cinvestav o El Colegio de México, son las únicas que tienen el carácter y siguen practicando el humanismo desde su condición de sector público. Mientras que Marco Lagunas piensa que el humanismo está en algunos grupos ecologistas, y en aquellos que ayudan a los migrantes o quienes piden justicia en medio de la violencia, pero también señala que en el mundo del arte están personajes como Francisco Toledo, quien sí ha tenido esa aspiración por compartir su quehacer con los demás. Escalante tiene una visión contraria al resto de los entrevistados, pues no ve “algún humanista que brille con luz propia y que nos trace un camino. Claro, hay pensadores, artistas, pero no encuentro a alguien. Tal vez no se van a volver a dar y eso sería triste”.


Estas son algunas reflexiones sobre lo que se puede entender por “humanismo” en el siglo XXI; la urgencia por no perderlo en el mundo académico, artístico y social, y algunos nombres de personajes que —de acuerdo con los entrevistados— son los que siguen practicando esta forma de pensamiento en torno al ser humano, para entender su pasado, su presente y, tal vez, para mejorar su porvenir. No obstante, parece ser que esas figuras del humanismo en México o se están construyendo o simplemente aún no existen en el panorama cultural de nuestro país.
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LOS CONVOCADOS

Evodio Escalante, crítico, poeta, ensayista y académico. Su más reciente libro es Las sendas perdidas de Octavio Paz (Ediciones Sin nombre, 2013) 

Fernando Escalante Gonzalbo, licenciado en Relaciones Internacionales y doctor en Sociología por el Colegio de México. Autor de Ciudadanos Imaginarios (1992).

Patricia Galeana, historiadora, académica y autora de más de veinte títulos. Ha sido directora del Archivo General de la Nación y titular de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Marco Lagunas, ensayista y traductor. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2011 con el libro Centro de gravedad.

Héctor Orestes Aguilar, ensayista y traductor. Fue agregado cultural de México en Hungría. Entre sus libros se encuentra El asesino de la palabra vacía.

Ignacio Sánchez Prado, poeta, crítico, ensayista y profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos en la Washington University. Autor de Poesía para nada.

Rosaura Ruiz, bióloga. Fue presidenta de la Academia Mexicana de la Ciencia y actualmente es directora dela Facultad de Ciencias de la UNAM. Autora de El Darwinismo en España e Iberoamérica.