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sábado, 18 de febrero de 2017

Semblanza de Carlos Pellicer

Febrero/2017
Letras Libres
Gabriel Zaid

Fue poeta, museógrafo y militante. Nació el 16 de enero de 1897 en San Juan Bautista (hoy Villahermosa), Tabasco. Murió el 16 de febrero de 1977 en la Ciudad de México, hace cuarenta años.

Hizo los primeros estudios en San Juan Bautista, donde su padre se graduó en farmacia. Emigran a la Ciudad de México en 1908 por la compra de una botica. Estudió con los jesuitas del Instituto Científico San Francisco de Borja, gracias a una beca sostenida con buenas calificaciones. Vivían en Seminario 1, junto al Sagrario de la Catedral, y decía haber visto de lejos la insurrección y muerte de Bernardo Reyes el 9 de febrero de 1913.

Ese año trágico (que culmina con el asesinato del presidente Madero en el cuartelazo de Huerta), el padre cierra la botica y toma las armas constitucionalistas (llega a teniente coronel farmacéutico del cuerpo médico militar). La madre se lleva a los niños a Jalapa, Mérida, Campeche y, de nuevo, a México; a donde vuelve finalmente el padre y vivirán el resto de su vida.

Su paso por la Escuela Nacional Preparatoria (1915-1917), que estaba en un gran momento, lo transformó. Convive con la Generación de 1915 (de donde saldrán cinco de los llamados Siete Sabios) que proponía la acción cívica, universitaria, frente al desastre de la guerra civil. En un ensayo titulado precisamente 1915, Manuel Gómez Morin (uno de los Siete) recuerda cómo “del caos de aquel año nació un nuevo México, una idea nueva de México y un nuevo valor de la inteligencia en la vida”. Frente al desquiciamiento político (los revolucionarios que se alzaron contra el cuartelazo de 1913 luchaban entre sí), la nueva generación soñaba en la creación de un México nuevo, que diera voz y poder al Espíritu. En la Preparatoria, concebida por los positivistas como un almácigo de cuadros para la tecnocracia porfirista, había quedado la conciencia de que el saber es para subir a hacer cosas grandes. Muchos llegaron al poder, como sus maestros (la Generación del Ateneo).

Los maestros y compañeros del joven Pellicer reconocieron su talento. Publicaba en las revistas estudiantiles. Tomaba el foro con gran efecto (por su voz de bajo, por su atuendo) para decir poemas y discursos. En 1917, según el testimonio de Salvador Novo, salió “casi en hombros” de una lectura de poemas en el Anfiteatro de la Preparatoria.

De la Preparatoria (sin terminarla) salió a Colombia y Venezuela (1918-1920), enviado por el gobierno de Carranza como líder de la Federación de Estudiantes Mexicanos, para apoyar la formación de organismos similares, integrables en una confederación. Fue un viaje decisivo para su vocación, empezando por las seis semanas que pasa en Nueva York, antes de embarcarse. El futuro museógrafo descubre el Metropolitan, cuyos tesoros visita diariamente. El joven poeta es bien recibido por tres glorias del modernismo: Amado Nervo (que esperaba otro barco a Montevideo, donde moriría el año siguiente), Salvador Díaz Mirón (desterrado en La Habana, una escala del barco de Pellicer) y, sobre todo, José Juan Tablada, que lo toma bajo su protección en Nueva York, y luego en Bogotá y Caracas, donde estuvieron, uno como segundo secretario y otro como agregado estudiantil de la embajada mexicana.

Para su buena suerte, Tablada estaba en su apogeo: el salto del modernismo a la vanguardia. Hay un salto paralelo de Pellicer, siguiéndolo. De esos años quedan versos notables y cartas cariñosas, informativas y devotas a sus padres y a su hermano (Correo familiar 1918-1920, Factoría Ediciones, 1998, edición de Serge I. Zaïtzeff) del joven triunfador que va a misa y comulga casi todos los días, hace amigos por todas partes, se siente hispanoamericano y seguidor de Bolívar, promueve con éxito la Federación de Estudiantes de Colombia, fracasa en Venezuela por la dictadura de Juan Vicente Gómez, da conferencias, declama, escribe sin parar y trata inútilmente de completar su preparatoria, a los veintidós años. (Nunca la terminó.)

De vuelta a México es reclutado por José Vasconcelos (rector de la Universidad Nacional y poco después secretario de Educación 1921-1924), que ya tenía en su equipo a varios de sus compañeros de la Preparatoria y obtuvo del presidente Obregón un presupuesto nunca visto para la educación, las bibliotecas y las publicaciones. Acompaña a Vasconcelos por América del Sur (1921), donde confirma su fe bolivariana, amplía sus amistades literarias y vuela con los pilotos mexicanos que hacen acrobacias de homenaje. Escribe los “Poemas aéreos”, que incorporan a la poesía la experiencia del vuelo, como lo hará después Antoine de Saint-Exupéry en sus novelas. Entusiasmado por la aviación, inicia estudios en la Escuela de Ingenieros Mecánicos y Electricistas (1923), hoy esime, pero los abandona. En París, la noche del 21 de mayo de 1927, fue una de las siete personas que ayudaron a Lindbergh a empujar el Spirit of St. Louis hasta un hangar en el campo aéreo de Le Bourget, después del histórico vuelo.

El nuevo secretario de Educación, José Manuel Puig Casauranc, le había dado una beca para conocer Europa (1926-1929), después de que el filósofo argentino José Ingenieros, de visita en México, le regala un boleto de ida y vuelta a París. A su vez, Vasconcelos, enemistado con el presidente Calles y de viaje por Europa, lo invita a recorrer Italia y el Cercano Oriente. Finalmente, Vasconcelos vuelve a México para lanzarse por la presidencia, en una campaña (1929) que termina en la represión. Pellicer se suma a la campaña, protesta por el asesinato del líder estudiantil Germán de Campo y acaba en prisión tres meses, con la tortura psicológica de un simulacro de fusilamiento.

Siguió en campaña el resto de su vida. En 1932 protestó por la consignación judicial de la revista Examen, editada por Jorge Cuesta y acusada de indecente. En 1937 participó en el Congreso de Escritores de Valencia, en apoyo de la República Española. Octavio Paz (“Entre doctas tinieblas” de Itinerario) cuenta que Pellicer, valientemente, contradijo en dos puntos la línea del Congreso: se negó a condenar a Gide (que acababa de publicar Retour de l’urss). Y, en un interrogatorio del poeta soviético Ilyá Ehrenburg, le respondió: “¿Trotski? Es el agitador político más grande de la historia... después, naturalmente, de San Pablo.” Lo acompañaban Paz y Neruda, que le dijo a Paz: “El poeta católico hará que nos fusilen...”

En 1954 estuvo en la manifestación contra el coronel Castillo Armas, golpista en Guatemala. En 1958 hizo unos volantes contra la visita del secretario de Estado John Foster Dulles, que repartió en la calle. En 1962, en Cuba (en el Encuentro de Varadero), defendió a Darío, descalificado como “poeta de segundo orden” y poco revolucionario, a diferencia de Martí. En 1965 (a los 68 años) estuvo sobre el techo de un automóvil, frente al Hemiciclo a Juárez, arengando contra la invasión de Santo Domingo. Varios meses después fue arrestado unas horas (con José Carlos Becerra, que me lo contó) por repartir volantes contra el embajador Fulton Freeman, frente a la embajada de los Estados Unidos. Ya andaba en los 75 cuando se metió al paso de un desfile oficial en Villahermosa, con un letrero que decía: “Los campesinos nos dan de comer, pero no comen.”

De 1931 a 1948 fue profesor de secundaria (historia, literatura). De 1941 a 1946 trabajó en la Dirección General de Educación Extraescolar y Estética de la Secretaría de Educación Pública, primero como jefe de literatura y desde 1942 como subdirector general. La subdirección incluía lo que a fines de 1946 se convirtió en el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

En 1951 volvió a su estado natal, llamado por el ilustre gobernador y lexicógrafo Francisco J. Santamaría, para reorganizar el Museo de Tabasco. Siguió yendo hasta su muerte, porque Santamaría lo nombró director de museos del estado y todos los gobernadores siguientes lo ratificaron. Creó seis museos en el país: el Parque Museo de La Venta y el Museo Arqueológico de Tabasco en Villahermosa, el Museo Arqueológico de Hermosillo, los museos Frida Kahlo y Anahuacalli en la Ciudad de México y el Museo Arqueológico de Tepoztlán, Morelos, para el cual donó su propia colección.

La Academia Mexicana lo nombró académico de número el 16 de mayo de 1952, para ser el primer ocupante de la silla XXXI, de la cual tomó posesión el 16 de octubre de 1953, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con una lectura de poemas y comentarios improvisados, que fueron respondidos de igual manera por José Vasconcelos. En 1964 recibió el Premio Nacional de Literatura. Fue electo presidente de la Asociación de Escritores de México (1966), de la Comunidad Latinoamericana de Escritores (1967), de la Sociedad Bolivariana en México (1968) y del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo de Nicaragua (1974). Fue senador por Tabasco desde 1975 hasta su muerte. Sus restos fueron trasladados en 1977 a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

De no haber sido, ante todo, un gran poeta, habría quedado como nuestro Malraux.


sábado, 1 de febrero de 2014

Inventario

1/Febrero2014
Laberinto
Gabriel Zaid

El centro más visible de la obra de José Emilio Pacheco es su poesía, creciente y corregida una otra vez en cada nueva edición. No menos admi- rables son sus traducciones, desde los epigramas griegos hasta Schwob, Wilde, Eliot y Beckett.

En otra órbita, pero con el mismo centro, están sus relatos (de ficción o históricos), sus libretos de cine, su abreviación de La Numancia y ese cometa inesperado que se desprendió como best seller, aunque no fue escrito como tal: Las batallas en el desierto.

Más los artículos de lujo que dejó perdidos en la fugaci- dad de la prensa, aunque están notablemente escritos, y no solo son informativos y amenos, sino que, de pronto y sin avisar (lo anterior puedes verlo en una enciclopedia, pero lo que sigue nadie lo ha dicho) crean conexiones inesperadas que no a cualquiera se le ocurren.

Menos visible es su obra anónima: las soluciones como el epígrafe homenaje (sin conexión con el artículo) que ahora tantos usan sin saber quién lo inventó; o los cui- dados editoriales que no lucen como obra creadora, y sin embargo lo son. Su Antología del modernismo es de una creatividad asombrosa.

Cuando tantos que escriben no están dispuestos a revisar ni sus propios textos; cuando tantos que editan no leen lo que publican; cuando parece no importarle a nadie que los libros, revistas y páginas culturales lleguen hasta el lector con todo tipo de descuidos, hay que admirar y agradecer el amor al oficio y a los textos ajenos que demostró Pacheco, siguiendo a Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan José Arreola y Antonio Alatorre. Hizo talachas a las que nunca “descenderían” hoy muchos becarios, periodistas culturales e investigadores que tienen cosas más importantes que hacer que cuidar los intereses del lector anónimo.

Hay que cuidar de esa manera su obra, respetando los libros que él mismo organizó y revisó, pero recogiendo lo que está a la deriva. Por una parte, lo que haya dejado inédito (incluso grabaciones de sus conferencias, partici- paciones en mesas redondas, declaraciones, entrevistas). 

Separadamente, la prosa cuidada y publicada por él mismo, pero dispersa. De ésta hay que hacer inventario, y proceder a la pepena, por lo pronto tal cual. De esa cantera pueden salir después las ediciones, ya no se diga las consultas de lectores e investigadores.

La única intervención inicial sobre el material es- caneado sería añadir la fuente, detallada como en la ficha bibliográfica de un artículo. No hay que esperar a terminar, para ir haciendo cederrones sucesivos cada vez más completos que circulen entre los colaboradores del proyecto. Cuando el avance lo justifique, se puede crear un sitio de Internet interactivo para ampliar las oportunidades de consulta y colaboración. Con buenos cimientos, se puede construir algo perdurable.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Libros influyentes

Agosto/2013
Letras Libres
Gabriel Zaid

Hay algo fascinante en las listas de libros. Los que acaban de salir, los más vendidos, los importantes en la historia de una disciplina, los de lectura obligatoria para un curso, los grandes libros que todos deberían leer, los más traducidos, los más influyentes, las bibliografías sobre un tema y hasta los catálogos editoriales. Hay quienes leen listas, no solo por razones prácticas, sino por un placer difícil de explicar. Hay quienes las escriben por un placer todavía más extraño. Dicen que Xavier Villaurrutia hacía listas (que no publicaba, pero a veces enseñaba) de los que sí y de los que no.
En el siglo IX, Focio (patriarca de Constantinopla, inventor de la reseña de libros y santo de la Iglesia ortodoxa que pudiera ser el santo patrono de los reseñadores) escribió cerca de 300, con mucha libertad. Todas empezaban con la palabra “Lee”, porque eran para un hermano suyo que vivía en otra parte. Por ejemplo: Lee Los primeros principios de Orígenes, aunque el primer tomo es un tejido de fábulas, lleno de blasfemias. (Hay una selección traducida del griego al inglés como Photius, The bibliotheca.)
En el siglo XVIII, Juan José de Eguiara y Eguren, indignado por el desprecio de un bibliógrafo español a los libros escritos en México, compiló en latín una Bibliotheca mexicana que incluye desde los códices indígenas. (El Fondo de Cultura Económica publicó sus Prólogos a la Biblioteca mexicana.)
Mortimer Adler, autor del utilísimo How to read a book, creó la colección Great books of the Western world que vende la Britannica (la lista puede verse en la Wikipedia). Además, promovió una fundación que sostiene miles de clubes de lectura de clásicos en los Estados Unidos (Great Books Foundation).
Algunos libros, como el Cantar de los cantares o los Diálogos de Platón, han marcado la vida occidental. Pero hay muchas otras vías de influencia. Un poema puede influir más que un libro de poemas. Unos versos cantados, más que escritos. Una película más que una novela. Un programa de televisión más que un periódico. En el mundo científico de hoy, la vía de influencia normal ya no son los libros, sino los artículos publicados en revistas prestigiadas internacionalmente. Esto sucede incluso en la lingüística, donde las ideas de Jakobson han influido incluso en otras disciplinas, pero no están en un libro emblemático. Los medios masivos y la web han creado nuevas vías de influencia que pesan mucho para globalizar una personalidad, una película, un deporte, una prenda como los jeans, una marca, una frase, una bebida.
No siempre es fácil observar, menos aún medir, la influencia. Hay influencias inadvertidas. En una conversación, las personas que escuchan pueden mimetizar los gestos del que habla, inconscientemente. Entre las influencias vivas, hay recientes y antiguas, sin distinguirlas ni saber cuándo, dónde y cómo se originaron. Según la Wikipedia, la frase A picture is worth a thousand words fue un eslogan publicitario inventado en los Estados Unidos a principios del siglo XX, aunque se ha dicho que es un proverbio chino. Y, a veces, lo que se dice en todas partes se presenta como dicho local (“No hay mal que por bien no venga” –como decimos en Comala).
La influencia literaria puede estar en los temas, en las ideas o en ciertas formas de escribir. Con excepciones, como la difusión occidental del soneto italiano, resulta más obvia la influencia de las ideas. Quizá por eso, en la encuesta realizada por Agustín Yáñez para la revista Occidente de Guadalajara sobre “Los libros fundamentales de nuestra época” (1945), predominaron los libros de ideas.
Hay problemas semejantes para responder a la encuesta de Letras Libres sobre “Los libros publicados en las últimas décadas con mayor influencia en el presente”. Nadie ha leído todo en todos los idiomas para observar la influencia global de ciertas formas literarias, ideas y temas. Pero se puede partir de las listas de libros más traducidos, de ver la lista de premiados con el Nobel, de ver en cuántos idiomas hay páginas de la Wikipedia sobre un autor o libro, de ver cuántas son las páginas correspondientes en Google.
Es de suponerse que los novelistas premiados con el Nobel ya eran leídos en muchos países, y lo fueron más después del premio. Pero no cabe suponer lo mismo de los quince o veinte poetas premiados en el último medio siglo (desde Seferis hasta Tranströmer). Algunos eran o se volvieron famosos, pero no necesariamente leídos y menos aún influyentes en la poesía de otros, quizá con excepción de Neruda y Paz. No ha habido nada semejante en el caso del teatro. La influencia de Soyinka, Fo y Pinter, reconocidos con el Nobel, no se puede comparar con la de Pirandello y O’Neill, Brecht y Sartre, Beckett y Ionesco.
También es de suponerse que los libros más traducidos son los más influyentes. Pero en el Index translationum de la unesco predominan la Biblia, Lenin, Agatha Christie y otros best sellers. De los publicados en décadas recientes, destacan El alquimista de Paulo Coelho con 67 traducciones, Harry Potter de J. K. Rowling con otras tantas, las novelas de Stephen King y Murakami, las “investigaciones” de Dan Brown, así como la Breve historia del tiempo de Stephen Hawking, un libro asombrosamente vendido en muchos idiomas, aunque escasamente leído.
De la narrativa menos reciente, fueron de influencia mundial los cuentos de Borges y las novelas Pedro Páramo de Rulfo y Cien años de soledad de García Márquez. En el caso del pensamiento, Indian home rule de Gandhi, El ser y el tiempo de Heidegger, Teoría general del empleo, el interés y el dinero de Keynes, Camino de servidumbre de Hayek, ¿Qué es la vida? de Schrödinger, Humanismo integral de Maritain, el Arte de amar de Fromm, Estructuras sintácticas de Chomsky, El opio de los intelectuales de Aron, El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss, Las palabras y las cosas de Foucault, La sociedad contra el Estado de Pierre Clastres, La invención democrática de Lefort, Obra abierta de Eco, Los objetos fractales de Mandelbrot, el marxismo universitario y los libros de superación personal.
Hay cambios fundamentales de mentalidad que se pueden atribuir a libros de las últimas décadas.
La idea de que la miseria es una desgracia irremediable fue dinamitada. Hasta mediados del siglo XX se creía que así son las cosas, y no hay nada que hacer; a menos que las víctimas de la opresión se liberen con violencia; a menos que sus redentores, desinteresadamente, los encabecen y dominen en un Estado revolucionario.
Desde esa perspectiva, reconocer que en la vida pobre puede haber sabiduría, conocimientos, valores y formas de vivir admirables, se consideraba reaccionario. El atrevimiento intelectual de Gandhi, Lévi-Strauss, Clastres, Illich y otros tuvo que enfrentarse a ese prejuicio. Abrieron paso a las verdaderas soluciones: las del mismo Illich, Schumacher, Yunus, Paul Polak, Bunker Roy y otros.
No menos notable fue acabar con el prestigio milenario de la guerra, la violencia y el Estado. Todavía en grandes pensadores como Marx y Freud era insuperable esa tradición. Afortunadamente, Fromm, Hayek, Popper, Aron, Camus, Paz, Solzhenitsyn, Castoriadis, Lefort, Vargas Llosa y otros la dejaron atrás, aunque de ahí partieron.
Milton Friedman no fue un pensador del mismo nivel, pero como técnico ha tenido una influencia mundial sobre el diagnóstico de la inflación y la crítica del Estado. No confundir con sus ideas simplistas, entronizadas por los “Chicago boys”. ~

domingo, 15 de julio de 2012

Tirar millones

Julio/2012
Letras Libres
Gabriel Zaid

Los grandes tirajes son apetitosos para las imprentas y para los políticos. La impresión de millones de libros impresiona. Como si fuera poco, la cultura del pueblo se enriquece, prosperan los talleres, ganan los autores y seadornan los funcionarios.
Los impresores cotizan costos decrecientes (por ejemplar) para tirajes cada vez mayores. Hay economías de escala notables cuando se pasa de imprimir cien ejemplares a mil; y todavía, aunque menores, si el tiraje sube a 3,000, a 5,000, a 10,000. Sin embargo, arriba de 10,000 la ventaja es pequeña y hasta puede resultar contraproducente, cuando, por ejemplo, hace falta un millar, pero se imprimen diez para “bajar el costo” y los nueve sobrantes se embodegan, hasta que un día se venden a las fábricas de papel como desperdicio.
El error se comete una y otra vez. Ejemplos a lo largo de un siglo:
1. El secretario de Educación Pública José Vasconcelos, inspirado en Julio Torri (que creía en la importancia de leer a los clásicos) y en el comisario soviético para la educación Anatoly Lunacharsky (que creía en los tirajes masivos), publicó una colección de clásicos encuadernados en tela, con tapa dura cubierta de percalina verde. Los legendarios “clásicos verdes” se vendían a peso, aunque su producción costaba 94 centavos (Rafael Vargas, “El relámpago verde de los loros”, La Gacetadel Fondo de Cultura Económica, febrero 2012). Se producían de 20,000 a 25,000 ejemplares (carta de Julio Torri, editor de la colección, a Rafael Cabrera, 21 de diciembre de 1921, en los Epistolarios editados por Serge I. Zaïtzeff). El proyecto quedó abandonado por razones políticas (Vasconcelos renunció para buscar la presidencia), después de publicar 13 títulos en 17 tomos: unos 400,000 ejemplares, de 1921 a 1924. Quince años después no se habían agotado, según el testimonio de José Luis Martínez, que los compraba en una librería de Guadalajara (Bibliofilia, Tacámbaro: Taller Martín Pescador, 2004).
2. El secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet tuvo la mala idea de estandarizar los libros de texto de primaria en todo el país. En México, hay una gran diversidad de tradiciones locales, estamentales, étnicas, religiosas, lingüísticas. Tanta riqueza cultural quedó ignorada por la imposición del texto único.
Pero estandarizar y centralizar los libros de texto creó la oportunidad industrial de imprimir millones, y ha sido un buen negocio para los contratistas, desde que se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos en 1959, presidida por Martín Luis Guzmán, compañero de Vasconcelos y de Torri en el Ateneo de la Juventud.
El primer contratista (Editorial Novaro) se dio el lujo de instalar una rotativa para libros, única entonces en América Latina. Para la solemne entrega en la fecha prometida, invitó al presidente Adolfo López Mateos a conocer la planta y le fue mostrando todo el proceso de producción, desde la composición: corrección de pruebas, preparación de ilustraciones, negativos, etc. El presidente se puso nervioso. ¿Apenas están en los preparativos? No, señor presidente: venga usted. Y lo llevaron a la bodega donde ya estaban listos los embarques para todos los puntos del país. Habían montado un teatro muy costoso (con todo el personal y hasta la rotativa haciendo como que hacía) para la gran visita. Así de bueno era el negocio.
3. En 1971, la UNAM anunció con bombo y platillo una serie antológica de Lecturas Universitarias con tirajes de 30,000 ejemplares, en gruesos volúmenes casi regalados a $15 pesos. El público respondió a tan noble iniciativa comprando muchos, pero eran demasiados y la edición se eternizó en las bodegas. Imprimirlos de mil en mil, conforme se fueran vendiendo, habría sido igualmente noble y más económico, pero no tan impresionante en las declaraciones a la prensa.
Se dirá que los grandes tirajes son necesarios para bajar los precios. Pero esas cuentas son las del impresor, que tiene vendido de antemano todo el tiraje; no las del editor, que no lo tiene vendido, que se arriesga a no venderlo nunca, que tiene costos de almacenaje y dispone de recursos limitados. Nada impide a la UNAM bajar los precios, aunque imprima de mil en mil ejemplares, ahorrándose el desperdicio.
[Fernando Benítez, director de La Cultura en México, donde publiqué lo anterior, me contó que un alto funcionario de la UNAM le reprochó el “ataque”. ¿Cómo se puede criticar una medida progresista en momentos tan difíciles para la Universidad? ¿Cuál es la verdadera intención?]
4. En el mismo sexenio de Luis Echeverría (1970-1976), la Secretaría de Educación Pública tiró millones de pesos con su colección popular Sep-Setentas, que publicó unos 300 libros también casi regalados a $10 pesos. La tirazón no estaba, naturalmente, en vender barato, sino en hacer tirajes demagógicos, mayores que las ventas posibles a ningún precio. Si Paul Petrescu, autor de La habitacióncampesina en Rumania, hubiese regalado su libro a todos los mexicanos que se lo pidieran, ¿cuántos habrían sido? ¿Dos, 20, 200? ¿Qué estaba haciendo en una colección popular? ¿Para qué imprimir 10,000?
[Años después de que escribí lo anterior, uno de los funcionarios de Sep-Setentas me reprochó la afirmación, asegurándome queel tiraje había sido de 3,000 ejemplares (que también era excesivo). Un buen día descubrí que José Luis Martínez tenía la colección de Sep-Setentas completa, y comprobé el tiraje de 10,000 en el colofón. ¿Imprimieron 3,000, pero cargaron 10,000?]
5. En el sexenio de José López Portillo (1976-1982), la SEP anunció la publicación de 20 a 25 títulos anuales con “tirajes de 400,000 a 450,000 ejemplares de cada obra” (unos 10 millones de ejemplares), como regalo a los alumnos que terminaran la educación básica. Eran los tiempos de la “administración de la abundancia”, y el secretario de Educación pensó en términos grandiosos más que en términos de lectura. No pensó, por ejemplo, en regalar veinte libros dando a escoger entre 2,000. Los libros escogidos personalmente interesan más (y, por lo mismo, tienen mayores probabilidades de ser leídos) que una colección escogida por otros, absurdamente idéntica para todos los alumnos (y sus hermanos, y sus amigos, y sus vecinos: sin posibilidad de préstamos mutuos). De escoger libremente, es imposible que la demanda hubiera sido exactamente de 400,000 ejemplares para esos veinte títulos y de cero para todos los demás.
La demanda no es un concepto limitado al comercio. Los libros que se prestan en una biblioteca tienen mayor o menor demanda. Los que se regalan también. Imponer la oferta y negarse a escuchar la demanda es absurdo. No es lo mismo regalar a fuerza que regalar sobre pedido. La cifra total de interesados en recibir un libro gratis constituye la demanda máxima de ese libro. Nada justifica imprimir 400,000 o 450,000 ejemplares en todos los casos, en vez de respetar la demanda en cada caso.
El proyecto pretendía “retomar la gran tradición” de José Vasconcelos, multiplicando el error de 1921 con tirajes veinte veces mayores. Además, resultaba anacrónico, porque en 1921 se editaba poco. Todavía en 1937-1939 (que es el período más antiguo del cual la UNESCO ha recogido estadísticas: Book production, 1937-1954), la producción mexicana era en promedio de 600 títulos anuales. Seguramente fue menor en 1921. Pero en los tiempos de López Portillo ya existían buenas colecciones populares. Habría sido mejor repartir vales canjeables en las librerías por libros de Nuestros Clásicos de la UNAM, Colección Popular del Fondo de Cultura Económica, Sepan Cuantos de Porrúa, etcétera.
[El proyecto quedó en proyecto porque el secretario fue despedido y su reemplazo desarrolló otro mejor: El Correo del Libro, una especie de Book of the Month Club para maestros, que ofreció miles de títulos para escoger. Sus ventas reflejaron lo que saben los editores, libreros y bibliotecarios: la inmensa variación de la demanda de unos títulos a otros.]
6. En el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), la SEP tuvo la buena idea de enviar libros a las bibliotecasmunicipales. El director de Publicaciones y Bibliotecas de la SEP(entrevistado en Siempre!, 1o de agosto de 1984) habló de un presupuesto mayúsculo. Cada “biblioteca debe tener 10 mil volúmenes”. Con dos ejemplares de 5,000 títulos “por 2,500 municipios, más o menos, da 25 millones de libros”.
Lo que parece un detalle y es un error costoso es darle dos juegos idénticos de 5,000 títulos a cada biblioteca. Eso implica un supuesto erróneo: que todos los títulos tienen la misma demanda. La experiencia universal de los bibliotecarios y los análisis estadísticos disponibles (por ejemplo, en Philip M. Morse, Demand for library materials. An exercise in probability analysis) indican de manera contundente que, para la mayor parte de los títulos, basta un ejemplar. Solo una parte del acervo total (digamos, el 10%) requiere dos ejemplares y solo una parte mínima (digamos, el 1%) requiere tres o más.
Surtir dos ejemplares de todos los títulos era un despilfarro de miles de millones de pesos. Era mejor enviarles un solo juego de 5,000 y una lista de 15,000 otros títulos posibles, con dos derechos: decidir, de acuerdo con su experiencia, después de un tiempo, de cuáles pocos títulos vale la pena tener más ejemplares; y completar su acervo de 10,000 escogiendo de la lista, de acuerdo con los gustos y necesidades locales.
7. En el sexenio de Salinas de Gortari (1988-1994) creció el negocio de los libros de texto, no solo porque la población escolar era mayor, sino porque el presidente decidió rehacerlos sin escatimar gastos, para fortuna de los impresores y de los editores encargados del proyecto. Pequeño detalle:el de historia desembocaba en su sexenio como punto culminante de la historia de México, sin pudor y sin prever las consecuencias: molestias del ejército y los expresidentes Echeverría y López Portillo. Solución: mandar a la bodega los libros de texto ofensivos y producir otros, corregidos, para felicidad del impresor.
8. En el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) reapareció la mala idea de regalar libros sin permitir escogerlos, pero en escala cinco veces mayor. El 7 de julio de 2011, en el Boletín 11/AFSEDF de la SEP y en un boletín paralelo de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos se anuncia el “Programa Termina un Ciclo, Inicia un Hábito” con “un gran regalo para los jóvenes de México”: 2 millones 272 mil ejemplares de una novela para los niños que terminan la primaria y 2 millones de otra para los que terminan la secundaria.
¡Qué bonito es imprimir! ~

sábado, 16 de junio de 2012

El negocio de las conferencias

Junio/2012
Letras Libres
Gabriel Zaid

Hay quienes se reúnen a conversar con amigos, y se alegran de verse y de participar en las noticias, ocurrencias y opiniones que van tejiendo la conversación. No fácilmente admiten a desconocidos, y menos aún si llevan algún propósito. En una tertulia, el fin de la reunión es la reunión.
Pero las reuniones pueden mediatizarse con fines ulteriores: que las buenas ideas y los buenos amigos y los buenos oficios tejan algo más que una conversación: redes de relaciones y de ascenso. Las reuniones, entonces, no son tertulias, sino paréntesis de respiro y planeación de los trepadores on their way up.
También pueden mediatizarse hablando ante desconocidos, como sucede en las mesas redondas. La reunión es entonces la producción de un espectáculo, no una conversación. El pretendido diálogo puede reducirse a que cada participante lea en voz alta el texto que llevó. También puede intentarse algo más parecido a una conversación, pero conducida por un moderador.
Las conferencias individuales son actos públicos asimétricos, donde un solista se manifiesta ante el público. No alterna el uso de la palabra con otros conferenciantes, como sucede en una conferencia telefónica, en una mesa redonda o en las tertulias. Dicta una lecture, como en la tradición medieval del lector que lee una lección desde el estrado. Esto lo pone por encima del auditorio: los estudiantes que van tomando apuntes o el dictado completo.
En comparación con la tertulia de amigos o la lectura de un lector solitario, las conferencias son de poca eficacia comunicativa. Es absurdo recorrer media ciudad congestionada para llegar a tiempo y leer de oídas (que es difícil) un texto mal dicho o, peor aún, que no tiene nada que decir; y del cual no es posible saltarse las partes vacuas o el texto completo, que luego se publicará. Las conferencias pueden ser eficaces, pero con fines distintos a la comunicación de contenidos.
En los Estados Unidos del siglo XIX hubo circunstancias propicias para el desarrollo de las conferencias como negocio. La dispersión del público en un gran territorio, cuando no existían la radio ni la televisión. El prestigio de Londres y de sus escritores, aumentado por el desarrollo de la prensa masiva. La tradición democrática de hablar en público y recorrer el país en busca del voto. El nomadismo de los circos y otros espectáculos. El surgimiento de empresarios que contrataban giras de artistas extranjeros. Todo esto favoreció la creación de un mercado de celebridades literarias exhibidas de ciudad en ciudad ante públicos provincianos. Los lectores de Dickens (y los sabedores de su fama, aunque no lo hubiesen leído) estaban dispuestos a pagar el boleto para decir que estuvieron ahí: No te imaginas qué sencillo es. Era como viajar a las pirámides de Egipto.
Hoy abundan las agencias que ofrecen (por lo general en exclusiva) una cartera de celebridades disponibles para actos públicos. Tienen catálogos descriptivos, fotos y videos. Aprovechan YouTube. Se afilian a la International Association of Speakers Bureaus y participan en sus congresos. Las celebridades mismas pueden aprender del negocio en libros como Lecturing for profit, How to be booked by speakers bureaus o World class speaking: The ultimate guide to presenting, marketing and profiting like a champion.
La demanda de celebridades que cobran por presentarse en actos públicos (y hasta en actos privados de quienes pueden darse el lujo) creció porque fue aumentando la población no lectora de buen nivel social, así como el presupuesto de las instituciones millonarias que se adornan ofreciendo espectáculos académicos.
Significativamente, las universidades que publican revistas no están dispuestas a pagar por un artículo (ya no se diga un poema) ni la décima parte de lo que están dispuestas a gastar para que el autor tome el avión, vaya a un hotel, sea agasajado y lo lea personalmente ante un público menor que el de sus lectores en la revista, aunque la entrada sea gratuita. Lo que interesa de las conferencias no es, en primer lugar, el contenido de los textos, sino la presencia personal.
Las conferencias son ante todo ceremonias: actos superfluos (por lo que hace a la transmisión del contenido) cuya producción teatral es necesaria para las cámaras, las constancias curriculares y la comunicación social. Lo bueno de las conferencias no es el milagro ocasional de que alguien tenga algo importante que decir, lo diga maravillosamente y (de pura casualidad) lo escuchen quienes deberían escucharlo. El verdadero mensaje de una conferencia es que la hubo, como diría McLuhan.
Las conferencias son media events relativamente baratos. Producir y difundir veinte segundos de un comercial cuesta infinitamente más. Naturalmente, los actores y otros participantes en la producción de una conferencia pueden tener cosas que decirse de verdad; pero lo hacen fuera de las cámaras: antes, después o al margen del espectáculo.
Gracias a las conferencias, las instituciones pueden anunciar que existen y están haciendo cosas admirables. Si se dividiera el costo de las conferencias entre el número de asistentes (peor aún: entre el número de los que fueron espontáneamente, no por compromiso), el boleto de entrada (aunque no lo pague el público) resultaría escandaloso, comparado con el precio de un ejemplar de la revista donde se publique el texto. Pero ese no es el cálculo correcto: hay que dividir entre el número de personas que se enteraron de la conferencia. Así, el costo por millar de impactos publicitarios baja a niveles aceptables.
La publicidad beneficia también al conferenciante. Se vuelve un nombre conocido, aunque sus textos no se lean. Además, puede cobrar el texto dos veces: leyéndolo y publicándolo. Y, si pertenece a una institución, gana puntos de cumplimiento: contribuye a las cuentas gloriosas que necesitan los administradores para justificar el presupuesto. Aunque no haya dicho nada o lo haya dicho en una sala vacía. ~

jueves, 12 de agosto de 2010

La canasta costosa

Agosto/2010
Letras Libres
Gabriel Zaid

Los servicios educativos, como todos los servicios no mecanizables, tienen un problema de costos crecientes. La atención personal es un lujo, y cuesta cada vez más.

El problema de fondo es que aumentar la productividad en los servicios de atención personal es menos fácil que en las manufacturas. ¿Qué puede hacer un psicoanalista o un maestro para aumentar su productividad? ¿Hablar más aprisa? ¿Dividir su atención entre un número mayor de alumnos o pacientes (como en la terapia de grupo)? ¿Reducir las sesiones a cinco minutos (como el psicoanalista Lacan o los maestros que llegan tarde y se van pronto)?

Mientras el costo de una computadora ha bajado extraordinariamente en medio siglo, el costo de una hora de psicoanálisis o una hora de clase universitaria no ha bajado: ha subido. Paralelamente, en medio siglo, la demanda de educación superior ha crecido como nunca, y la carga del gasto educativo en el presupuesto familiar y social se ha multiplicado. Lo cual está llevando (hasta en los países ricos) a ver con otros ojos el gasto en educación superior. ¿Se justifica?

El apetito de saber no requiere justificación. “Todos los seres humanos nacen con apetito de saber” –dijo Aristóteles en la primera frase de su Metafísica. Pero otros griegos (los sofistas) pensaban que el saber es para prosperar; y ponían la muestra: prosperaban vendiendo educación superior.

Los sofistas modernos venden títulos universitarios: credenciales de presunto saber. Está por verse que los graduados sepan más que los no graduados, o que produzcan más, pero ganan más. De ahí la gran demanda de credenciales que sostiene el negocio de la educación superior.

Además, los países ricos tienen gastos universitarios elevados, mayor productividad y mejores sueldos, realidad que se aprovecha como sofisma vendedor: Hay que aumentar el gasto universitario para que prospere el país.

Cuando los países se hacen ricos, pueden darse el lujo de tener gastos universitarios elevados. Pero no se volvieron ricos por eso. México y Japón tuvieron décadas de crecimiento económico acelerado con un gasto universitario muy bajo. Hoy que gastan mucho más, crecen mucho menos.

Una consecuencia lamentable de vender el saber como inversión rentable es que legitima a los que exigen rentabilidad y desprecian los estudios que “no producen”. Puesto que el saber es rentable, debe pagarse con resultados económicos.

La verdadera justificación no es económica: Queremos saber. Nos mueve la curiosidad, el apetito. Es un lujo que nos damos en la medida en que podemos.

Si te dejas llevar por el apetito de observar, leer, reflexionar, investigar, experimentar, criticar, hacer y aprender, ejercerás tu inteligencia, resolverás problemas y te divertirás mucho. No es imposible que de paso hagas dinero, ni estaría mal: es otro campo divertido de aprendizaje y creación. Pero lo importante es el apetito, que se puede frustrar y hasta perder.

Con loables intenciones, se ha querido generalizar lo que empezó como un lujo y sigue siéndolo. Pudo parecer razonable, mientras el lujo se extendía de una minoría ínfima (digamos, el 0.1% de la población adolescente) a una minoría diez veces mayor. Las dudas aparecieron cuando la educación superior se extendió a buena parte de la población. Y ya está claro que el modelo no es generalizable.

Los títulos universitarios dan ingresos privilegiados cuando permiten excluir. Pierden esa “ventaja competitiva” cuando se multiplican los graduados. Para mantenerla, hay la tendencia a no quedarse en la licenciatura: sacar una maestría; y no quedarse en la maestría: sacar un doctorado; y no quedarse en el doctorado: hacer estudios posdoctorales. La espiral sin fin se genera por una contradicción insuperable. No se puede privilegiar a todos sin hacer que el privilegio deje de ser un privilegio.

Si el 100% de la población tuviera un Bugatti, la “inversión” en diferenciarse sería absurda porque no habría diferencia. Además, no hay manera de aprovechar la “ventaja competitiva” cuando la prosperidad se vuelve embotellamiento: una mala pista para correr.

Si el 100% de la población tuviera educación superior, todos tendrían esa ventaja: nadie la tendría. Un taxista con doctorado puede ser más ameno, pero no avanza más aprisa, ni consigue empleo más fácilmente. Por el contrario, los estudios universitarios favorecen el desempleo, como está claro en muchas encuestas, y no sólo en México. Por ejemplo, en el Reino Unido, según la Higher Education Statistics Agency (“Graduate unemployment higher than national rate”, The Guardian, August 24, 2005).

Cuando no se subsidia la educación superior, y el futuro graduado paga el costo de las colegiaturas endeudándose (como es común en los Estados Unidos), el mal negocio salta a la vista. Los graduados salen a buscar trabajo con aspiraciones difícilmente realizables y una carga financiera asfixiante. No lo encuentran, o no lo encuentran dentro de su especialidad, o no lo encuentran dentro de su nivel, o no ganan lo suficiente para pagar el lujo que se dieron.

La supuesta “inversión en capital humano” tiene rendimientos decrecientes. La escolaridad adicional aumenta el nivel de ingresos, pero menos que el costo de obtenerlos prolongando los años de escolaridad. En las estadísticas de muchos países puede verse que la educación básica es más rentable que la educación superior. Los años de escolaridad adicionales tienen rendimientos decrecientes para los estudiantes y para el país. Sin embargo, en México se gasta poco en la enseñanza de oficios y demasiado en educación superior.

La universidad conserva el lujo de su origen: el modelo inventado por los jóvenes de familias ricas que, en Bolonia, en el siglo XI, tuvieron la idea de asociarse y contratar maestros, bedeles y un local, en vez tomar clases particulares en casa de los maestros. Era un lujo ideal para la clase alta, poco generalizable para toda la población. El lujo se volvió más costoso y menos generalizable cuando (siglos después) los bedeles tomaron el poder y añadieron gastos desmesurados en administración, prestaciones sindicales, estadios, viajes y relaciones públicas.

Como si fuera poco, inventaron el paquete vendible como una especie de canasta de Navidad. La canasta 23 incluye este conjunto de servicios educativos y requisitos curriculares que tienes que pagar si quieres el título 23. O la tomas o la dejas. Las posibilidades de pasar de una canasta a otra en distintas universidades, y aun dentro de la misma, son limitadas. Y si no compras la canasta completa, aunque te falte poco, no te damos el título.

Lo peor de esta mercadotecnia abusiva es el estigma que cae sobre los que no terminan, como si estudiar uno o dos años no tuviera valor por sí mismo. Entre los muchos “fracasados” que abandonaron la canasta a medias para hacer cosas de mayor interés, no faltan los que luego reciben doctorados honorarios (a veces de la misma universidad que abandonaron) como Octavio Paz, Woody Allen, Bill Gates y muchos otros que no necesitaron completar su licenciatura para llegar a donde llegaron. Hay listas en Google (The College Dropout Hall of Fame) y en la Wikipedia (“List of college dropout billionaires”).

La rigidez de concentrar la venta del servicio en una canasta curricular obligatoria, en una ventanilla de entrega (el salón de clases) y en un horario, calendario y ciclo juvenil de cinco años (digamos) es una mala idea. A la cual se añadió otra: el profesorado de tiempo completo, que en algunas universidades hasta vive en el campus.

Nunca faltaron médicos, abogados o ingenieros destacados que tenían el espíritu cívico de fortalecer su profesión dando clases. Esto conectaba la experiencia con la universidad, prestigiaba a los que daban clase y establecía contactos útiles para el reclutamiento y el empleo. El profesorado de tiempo completo desconectó la vida universitaria del mundo práctico, y la dejó en una isla.

En su mejor momento, la universidad como isla minoritaria y atractiva, fue un paraíso artificial, lejos del mundo familiar y del mundo del trabajo. Se caminaba entre jardines, en un ambiente ideal para la vida intelectual, la amistad y los noviazgos en un largo viaje compartido, que luego se recordaría con nostalgia. Marcaba la vida personal y creaba lazos decisivos para la vida futura de una cofradía privilegiada. Lazos de especial importancia para aquellos que venían de otras tradiciones, de otras ciudades o de otros niveles de ingresos.

El paraíso aristocrático dejó de serlo cuando, ignorando su origen y naturaleza, se pretendió generalizarlo, aunque era un bien posicional, como los señalados por Fred Hirsch (Social limits to growth): Si alguien descubre una aldea simpatiquísima con una playa maravillosa y sin turistas, el paraíso dura mientras no se sepa. Compartirlo con cien mil personas, cadenas hoteleras, líneas aéreas y fraccionadores lo destruye. No todo paraíso a escala uno sigue siéndolo a escala cien.

Para los que estudian, trabajan y pasan buena parte del día a las carreras de un lugar a otro, cuando no estacionados en un embotellamiento, la educación superior no es un paraíso: es un sacrificio aceptado con la esperanza de que se justifique. Pero, ¿se justifica?

El modelo original era práctico. Reducía el costo de la atención personal del maestro dividiéndola entre varios alumnos que escuchaban simultáneamente su lección: la lectura de un texto. En el siglo xi no existía la imprenta, que bajó extraordinariamente el costo de la reproducción oral y manuscrita de las lecciones; ni las grabadoras, ni las copiadoras, ni la internet. Tampoco las ciudades congestionadas de automóviles. Ni las burocracias universitarias que cabildean presupuestos multimillonarios y negocian contratos colectivos.

Para recuperar el sentido práctico, hay que darle prioridad al apetito de saber y reducir radicalmente los costos, aprovechando los recursos modernos:

1. Eliminar la asistencia física a clases. Esto ya se hace en muchos países, inclusive México (Universidad Abierta de la unam, Universidad Virtual del Tecnológico de Monterrey, Educación Superior Abierta y a Distancia de la sep, Universidad Virtual Liverpool de las tiendas El Puerto de Liverpool). La educación a distancia empezó, al parecer, en el siglo XVIII (un siglo de notables iniciativas editoriales) con cursos por correspondencia para taquígrafos. Los cursos se extendieron de los oficios a la educación superior y se fueron modernizando con otros medios: discos y cintas de audio, cederrones y devedés enviados por correo.

Ahora se aprovecha la internet, tanto de texto, como de audio, como de video, con “asistencia” simultánea o diferida (archivos descargables). Los cursos pueden permitir preguntas en el acto y en presencia de todos en una videoconferencia, como en un salón de clases. Pueden ser interactivos de otras maneras, trabajando a solas. También pueden permitir consultas telefónicas o por correo electrónico. Y pueden completarse con reuniones personales.

Eliminar la asistencia física permite extender a bajo costo la educación superior y crea oportunidades de estudio para las personas que tienen problemas de horario, que viven lejos (incluso en aldeas remotas o en otros países), que no pueden salir de su casa por atender a niños o enfermos, o porque están inválidas o en prisión. Con grandes ahorros para los alumnos y la universidad. The Open University del Reino Unido, por ejemplo, atiende a unos 180,000 alumnos con un personal total (académico y administrativo) de unas 5,000 personas (www.open.ac.uk y Wikipedia).

2. Eliminar la concentración de la enseñanza en el tiempo. La coincidencia en horarios y calendarios (exigida por la coincidencia física) produce congestionamientos (horas pico, temporadas pico) y poco uso de las instalaciones escolares fuera de esos momentos. Concentrar la educación en un bloque de cinco años consecutivos también genera costos innecesarios.

Desde un punto de vista puramente financiero, es mejor diferir parte de la inversión (los últimos tres años, digamos) para aprovechar pronto los rendimientos de la parte inicial. Un ciclo acreditable de los dos primeros años que, al terminar, permita empezar a trabajar reduce la inversión y acelera la recuperación.

Desde un punto de vista experimental, también es preferible dividir la inversión en dos o más tramos para reducir el costo de equivocarse, y para tener la oportunidad de cambiar de rumbo sin desperdiciar demasiado.

Desde el punto de vista de los conocimientos, la acumulación en un solo bloque los vuelve menos frescos, tanto para el estudiante que los olvida como para aquellos conocimientos que se vuelven obsoletos. Cuando los satélites eran cosa de science fiction, un profesor de ingeniería demostró en el pizarrón por qué era imposible lanzarlos: acelerar lo suficiente para vencer la gravitación con una carga vehicular, además de la carga del combustible necesario. Y tenía razón, con los combustibles entonces conocidos.

El apetito de saber requiere cerebro y nada más para muchos problemas. Para otros, hace falta experiencia. Muchos conocimientos que parecen remotos cuando no se tiene experiencia se vuelven interesantísimos cuando en la práctica se ha vivido el problema.

El apetito de saber dura toda la vida. Estudiar cinco años antes de trabajar treinta no es mejor que estudiar dos, por lo pronto, y medio día por semana el resto de la vida.

3. Eliminar la canasta obligatoria. Los paquetes en oferta de las tiendas no son abusivos si los productos incluidos también se venden separadamente. Lo son cuando el producto gancho (el que más demanda tiene) no se vende suelto, obligando al cliente a comprar cosas que no le interesan.

El producto gancho de la educación superior es el título universitario. Todos los abusos (incluso algunos muy descarados: trámites finales que se inventan para cobrar más antes de soltar el título) surgen de la claridad comercial sobre qué prefiere el mercado: las credenciales de saber, más que el saber.

El extremo opuesto está en las bibliotecas públicas y librerías. El lector busca lo que le interesa sin esperar diplomas por los libros que leyó. Muchas bibliotecas mejoran su oferta compilando listas recomendables sobre los temas de interés para el lector. En la oferta de cursos universitarios, se puede hacer lo mismo: ofrecerlos separadamente y sugerir series recomendables, pero no obligatorias.

Celebrando la imprenta, Thomas Carlyle escribió: “La verdadera universidad hoy es una colección de libros.” Después de la imprenta, ¿se justifica todavía la universidad? Lo más que puede hacer un maestro universitario por nosotros es lo mismo que un maestro de primaria: enseñarnos a leer (Los héroes, v). Pero hoy los universitarios no leen. Las universidades tienen otra orientación. Son ante todo vías trepadoras que venden credenciales de saber para subir, acompañadas (como todo producto gancho) de una oferta curricular que redondee el paquete y parezca justificar la credencial. Si se limitaran a vender los mismos cursos sueltos, se les caería el negocio.

Iván Illich propuso prohibir que los solicitantes de empleo fueran discriminados por no tener credenciales (La sociedad desescolarizada). Sería justo, y devaluaría las credenciales a favor de la capacidad real y demostrable. Pero no parece fácil legislarlo frente a los cabildeos de instituciones y sindicatos que defenderían ferozmente el negocio.

No se puede ignorar que la demanda de credenciales deriva de una confusión entre el apetito de saber y el deseo de progreso. El título y el automóvil son símbolos poderosos, casi religiosos, de la cultura del progreso. Por eso, las universidades y el tráfico seguirán empeorando y costando cada vez más. Los lujos masificados resultan más costosos que lujosos.

Por eso hay que resignarse, por ahora, al negocio de los títulos universitarios. Pero no a que el negocio arruine lo principal: el apetito de saber. Hay opciones para evitarlo: Flexibilizar el menú de las canastas. Quitarle presupuesto al campus en favor de la universidad virtual. Favorecer la educación a tiempo parcial durante muchos años, con títulos parciales sobre la marcha. Introducir el aprendizaje serio de un oficio durante la preparatoria y no permitir el ingreso a la educación superior a quien no demuestre su capacidad como carpintero, herrero, electricista, plomero.

Si todos los universitarios fueran capaces de practicar un oficio, su desarrollo intelectual sería mejor. La inteligencia es corporal. La conexión entre la mano y el cerebro fue decisiva para la evolución de la especie. Además, prestigiar los oficios como hobbies que demuestran pericia y perfección, que son muy apreciados y hasta se prestan a concursos tendría consecuencias sociales deseables. Por lo pronto, igualitarias. La habilidad manual, como la práctica de los deportes, no hace distingos sociales. Una persona socialmente importante puede resultar muy poca cosa en el ejercicio corporal.

Otra consecuencia deseable estaría en los costos y el empleo. En los oficios hay más oportunidades de empleo inmediato, incluso por cuenta propia, combinables con las oportunidades de educación superior en universidades virtuales. Estas combinaciones sí son generalizables para toda la población sin costos asfixiantes. ~

lunes, 26 de julio de 2010

Hinchadas de administración

Julio/2010
Letras Libres
Gabriel Zaid

En el Anuario estadístico de la unesco (1975, 1999) se puede ver que la población mundial matriculada en universidades, escuelas técnicas superiores y escuelas normales superiores creció de pronto como nunca. Subió de 12 millones en 1960 a 51 en 1980: se cuadruplicó en veinte años. Esta explosión (7.5% anual) empequeñece la otra (2% anual de la población total). Quizá tuvo que ver (como causa o como efecto) con la protesta juvenil de aquellos años, con variantes para cada país.

En México, la represión del movimiento estudiantil en 1968 fue continuada por una política reconciliatoria del presidente Luis Echeverría (1970-1976), en la vieja tradición de comprar buenas voluntades con generosidad y concesiones. Lo dijo Porfirio Díaz: Hay que echarles huesos a los perros, para que dejen de ladrar. Y también Álvaro Obregón: No hay general que resista un cañonazo de 50 mil pesos.

Según Víctor Bravo Ahúja y José Antonio Carranza (La obra educativa [1970-1976], sep Setentas 301, 1976, p. 200), el gasto en educación superior de la Secretaría de Educación Pública fue sextuplicado en el sexenio de Echeverría. Subió de $1,147 millones en 1971 a $6,792 en 1976.

Con Echeverría, las universidades empezaron a nadar en dinero. El resultado fue desconcertante. Prosperaron los administradores universitarios, los sindicatos universitarios, la construcción de edificios universitarios, los proveedores de instalaciones, equipos y materiales universitarios, las agencias de viajes universitarios y los deportes universitarios, pero no la educación superior.

Según Pablo Latapí (Análisis de un sexenio de educación en México, 1970-1976, Editorial Nueva Imagen, 1980, p. 179): “El fuerte aumento de recursos [a la educación superior] y la expansión consecuente no se vieron precedidos por medidas que los prepararan. Ni las instituciones ni el sistema contaban con los planes, programas, personal calificado y estructuras administrativas para soportar esa expansión. Podría decirse que los recursos adicionales produjeron ‘más de lo mismo’, cuando no serios deterioros por una masificación imprevista. La actitud reconciliatoria del gobierno le impidió sujetar sus subsidios a condiciones de excelencia académica o de eficiencia administrativa. Así se desperdició una oportunidad excepcional de mejoramiento e innovación [...] Dos efectos negativos de la expansión impreparada fueron el descenso en la eficiencia terminal [el porcentaje de los estudiantes que terminan sus estudios] y el deterioro de la calidad académica.”

La protesta del 68 empezó contra los abusos de la policía. No exigía tanto mejorar la vida universitaria como la vida nacional, especialmente la situación de los mexicanos más pobres, bandera que tomaron demagógicamente los presidentes Echeverría y López Portillo. Sin embargo, el gasto público de los llamados presidentes populistas produjo universidades millonarias y menor nutrición, como puede verse en el cuadro adjunto.

Todavía en el año 2009, según el Tercer Informe de Gobierno de Felipe Calderón, el gasto federal dedicado a la educación superior (unos 2.7 millones de alumnos) fue de $103,762 millones, de los cuales $21,360 millones fueron para la unam. Y el dedicado a la población indígena (unos 10 millones de habitantes) fue de $38,103 millones. O sea que, proporcionalmente, la población indígena recibió diez veces menos que la población de estudiantes universitarios. Una sola institución (la unam) recibió más ayuda federal que cinco millones de indígenas.

La unam es ahora un monstruo burocrático. Tiene más presupuesto y personal administrativo (unas 27,000 personas, sin contar las 35,000 del personal académico) que muchas secretarías de Estado: Gobernación, Relaciones Exteriores, Economía, Trabajo, Reforma Agraria, Turismo y Función Pública (Tercer Informe). Tiene más presupuesto que muchos gobiernos de los estados: Aguascalientes, Baja California Sur, Campeche, Colima, etcétera (banco de datos del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados, www.cefp.gob.mx). Tiene el mismo presupuesto que el gobierno de Nicaragua y más que muchos gobiernos de otros países: Haití, Belice, Rwanda, Laos, Mauritania, Guinea, etcétera (Wikipedia, Government budget by country).

La hinchazón administrativa que empezó con Luis Echeverría se volvió permanente. Los principales beneficiarios fueron los funcionarios y los sindicatos. Las universidades son ahora burocracias dedicadas al negocio de administrarse: vender una presencia constante en los medios (autocelebratoria, naturalmente), conseguir dinero en cantidades cada vez mayores, distribuirlo, etcétera, como las secretarías de Estado, los gobiernos de los estados y otras burocracias políticas. Se volvió normal que muchos directores, rectores y líderes sindicales de las universidades lleguen a ser altos funcionarios de la administración pública.

Las universidades adoptaron el modelo burocrático y lo propagan, no sólo por el peso de lo administrativo y sindical en su vida interna; ni por el ejemplo contagioso que dan a sus alumnos, maestros y empleados; sino también porque la administración es ahora su mayor tema de enseñanza. Se han vuelto burocracias especializadas en la formación de burócratas para el Estado y las grandes empresas. Todavía hay estudiantes que sueñan en poner su consultorio, su despacho, su constructora, su fábrica. Pero predominan los que sueñan en buenos empleos, de preferencia altos empleos en las cumbres administrativas.

Cada vez más, las universidades se dedican a enseñar contaduría y administración, algo que empezó como teneduría de libros en las llamadas escuelas comerciales, y ahora alcanza niveles de doctorado universitario. Según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, desde el ciclo escolar 2007-2008, la matrícula de estudiantes en ciencias sociales y administrativas (casi todos en administrativas) rebasa un millón de alumnos, que representan la mitad de la población escolar en licenciaturas y posgrados de las instituciones asociadas (www.anuies.mx). Se trata de un fenómeno creciente, como puede observarse en las estadísticas de años anteriores.

A mediados del siglo xx, las licenciaturas en administración eran una novedad, no muy bien vista. Parecían poco universitarias, una especie de enseñanza light frente a las sólidas disciplinas tradicionales: derecho, medicina, ingeniería. Hoy existen licenciaturas en administración aduanera, administración bancaria, administración deportiva, administración educativa, financiera, fiscal, hotelera, municipal, pública, de agronegocios, de comercio internacional, de empresas marinas, de empresas turísticas, de instituciones, de la calidad, de mercadotecnia, de recursos humanos, de recursos naturales, de relaciones industriales y de todo lo imaginable (como la sublime licenciatura en administración del tiempo libre). A lo cual hay que sumar las de contaduría, derecho administrativo, ingeniería administrativa, informática, etcétera.

En todas las profesiones, lo que se aprende en la práctica llega a ser más importante que lo aprendido en las aulas universitarias. Pero en los temas administrativos, sucede más fácilmente. Por ejemplo: Los sistemas de planeación y control de la producción que van ajustando las variaciones de la demanda con los inventarios (de materias primas, productos en proceso y productos terminados) y las capacidades de producción en cada máquina, departamento y turno son algo imposible de explicar a quien nunca ha estado en una fábrica, ni vivido el problema. Intentarlo es perder el tiempo.

Y, sin embargo, las familias y el país hacen un esfuerzo extraordinario para que millones de estudiantes se dediquen a hacer como que aprenden en un salón de clase, a donde llegan diariamente congestionando la ciudad (y aumentando, así, la pérdida de tiempo). Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (inegi), las familias dedicaban el 2% de sus gastos a la educación en 1977, proporción que fue subiendo hasta el 11% en 2005 (última encuesta publicada). Y tanto sacrificio, ¿para qué? Para que los jóvenes saquen una credencial que les permita no ser discriminados: para que tengan derecho a concursar por empleos que no existen.

Según los indicadores de la ocde (Education at a glance 2009), los países miembros gastaron en 2006 el 13.3% del gasto público total en educación, con dos extremos. Alemania, Italia y Japón gastaron 10% o menos. En el otro extremo, México gastó más que cualquier otro país: el 22%. La suma del gasto público y privado representó en 2006 el 6.1% del pib de los países miembros. En el caso de México fue el 5.7%, mayor que en Alemania, Australia, Brasil, Chile, España, Italia y Japón.

Cuando el país gastaba 3% del pib en educación, se decía que era poquísimo. Ahora el gasto es de 6.5% del pib, según declaraciones recientes del secretario de Educación Pública, y muchos consideran deseable llegar al 8% del pib. ¿Para qué? Aumentar el gasto en educación ha aumentado la burocracia, más que la educación.

Desde hace años, en el mundo del trabajo hay quejas por la calidad de los graduados. A su vez, los maestros universitarios se quejan de lo mal preparados que llegan los muchachos de las preparatorias; cuyos maestros se quejan de cómo llegan de la secundaria, y así sucesivamente. Todo esto mientras el gasto sube y sube. ¿Para qué?

La meta de gastar el 8% del pib en educación es absurda, no sólo porque aumentar el gasto ha sido contraproducente, sino porque eso ha puesto en evidencia que la meta debe ser la educación, no el gasto. Lo deseable es elevar la calidad de los egresados, el número de personas maduras y competentes, capaces de seguir aprendiendo por su cuenta, para entender, desarrollarse y servir a la sociedad. Pero la calidad es precisamente lo que no se mide.

En las evaluaciones que empiezan a practicarse, ha resultado, por ejemplo, que hay algunas escuelas públicas de pocos recursos con mejores resultados educativos que algunas escuelas privadas muy costosas. Lo cual confirma que el gasto es un pésimo indicador, como sucede en tantas otras cosas donde lo más costoso no es siempre lo mejor. La calidad cuesta, pero el costo no es la forma de medir la calidad.

Lo deplorable es que instituciones respetadas como la unam, que somete a examen a los alumnos de otras, se nieguen al examen de sus alumnos con enlace, la prueba estándar que hace posible comparar resultados. Prefieren cabildear y presionar para conseguir más presupuesto, entregado a ciegas y gastado con prioridades que nadie tiene derecho a juzgar.

Las universidades como mundos aparte y autosuficientes han ido creando dependencias periféricas: tiendas, clínicas, centros deportivos, talleres de reparación. Toda dependencia adicional genera intervenciones de las otras, y el trabajo se expande hasta ocupar a muchísima gente, más aún si las reglas sindicales prevalecen. Los de auditoría necesitan reparaciones de mantenimiento, los de mantenimiento necesitan servicios médicos, las clínicas hacen requisiciones de compras, las compras tienen que ser auditadas. La hinchazón genera hinchazón, y lo periférico se vuelve desproporcionado, a costa de la función central.

En 1963, Pablo Latapí fundó el Centro de Estudios Educativos. Había hecho un doctorado en educación en Alemania, y lo primero que señaló fue que no había proporción entre el gasto educativo y el gasto en evaluarlo, prácticamente nulo. Para entonces, ya estaba en Cuernavaca Iván Illich, que había sido vicerrector universitario y miembro del Consejo Superior de Enseñanza en Puerto Rico. Con esa experiencia, empezó a cuestionar el mundo educativo y llegó a la conclusión de que administraba ritos sagrados, a salvo de evaluaciones prácticas. Finalmente, publicó Deschooling society (1971), que retumbó por el planeta en muchas lenguas y ediciones.

A pesar del escándalo provocado por Illich desde México y la discreta persistencia de Latapí, México sigue gastando en educación a lo tonto: sin evaluar los resultados. Como si la meta fuera aumentar el sacrificio económico de las familias y los contribuyentes, no la formación de personas valiosas. La impresión general es que la calidad ha bajado, aunque el costo ha subido. Y lo imperdonable, a estas alturas, es seguir atenidos a impresiones, en vez de examinar (externamente) a los estudiantes, a los maestros y a las instituciones.

Los interesados en aumentar el gasto miden su éxito por el dinero que reciben, no por la calidad que entregan. Es una distorsión muy costosa. Si, desde 1963, se hubiera impuesto en el sistema educativo la evaluación independiente, con exámenes semejantes a los que ahora empiezan a introducirse (con grandes aspavientos y vergonzosas ocultaciones), la educación en México no habría descendido hasta el punto en que sus resultados deben esconderse.

El rechazo a la evaluación, con desplantes de soberanía ofendida, deja a las universidades en una posición semejante a la del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Lo cual hace pensar que saben que sus servicios no valen lo que cuestan. ~

miércoles, 9 de junio de 2010

La institución invisible

Mayo/2010
Letras Libres
Gabriel Zaid

Las instituciones de la cultura fueron naciendo en distintas épocas: la prehistoria, la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento; y en distintos espacios: la memoria colectiva, la corte, el campus, la vida pública.
La primera fue la tradición. Es una institución que conserva y recrea de memoria las innovaciones (generalmente anónimas) de la cultura popular. Sigue vigente en el habla, las creencias y muchas prácticas de la vida cotidiana.
La cultura superior aparece en las cortes de Mesopotamia, Egipto, China. Refina la cultura popular y acelera la innovación. Nace libre, pero queda bajo la tutela del monarca.
La educación superior también nace libre, en la Edad Media, pero queda bajo la tutela de la Iglesia. Las primeras universidades fueron cooperativas de consumidores: grupos de estudiantes que, en vez de tomar clases particulares en casa del maestro, contratan una casa, bedeles que la cuiden y maestros que vayan a dar clases. Las cosas se complican cuando se vuelven gremios (primero de estudiantes y luego de maestros) que definen quiénes saben y quiénes no, quienes tienen derecho a ejercer y quienes no. Este monopolio gremial se vuelve un poder vertical bajo la tutela de la Iglesia.
El Estado combate la tutela eclesiástica de la educación, no para liberar el saber, sino para imponerle su propia tutela: un monopolio que autoriza o no los libros de texto, los programas de enseñanza y la cultura oficial.
La cultura libre nace en el mundo comercial. Gutenberg era empresario, Leonardo contratista, Erasmo freelance. Nace al margen de la universidad, y hasta en contra. Erasmo, Descartes y Spinoza rechazan cátedras universitarias. No quieren ser profesores, sino autores. Frente al saber jerárquico, autorizado y certificado que se imparte en las aulas, prefieren la conversación entre personas presuntamente iguales.
La cultura libre prospera en la animación y dispersión de la lectura libre y la conversación (las imprentas, librerías, editoriales, revistas, cafés, tertulias, salones, academias), los teatros, grupos de músicos, cantantes y danzantes, casas de música, galerías, talleres de arquitectos, pintores, escultores, orfebres. Prospera en las microempresas de discos, radio, cine y televisión, mientras son artesanales: no integradas a monopolios mediáticos. Prospera en los blogues y otras formas de publicación en la internet, que nace del Estado, pero se vuelve un instrumento de la cultura libre, a pesar de los esfuerzos de control vertical.
Por esta misma diversidad y fragmentación, la cultura libre no es vista como institución. Y, sin embargo, es la principal institución creadora y difusora de innovaciones desde que apareció la imprenta y la lectura libre. Es el centro sin centro de la cultura moderna, más importante para la innovación que la universidad.
Las influencias dominantes del siglo XX (Marx, Freud, Einstein, Picasso, Stravinsky, Chaplin, Le Corbusier) nacieron de la libertad creadora de personas que trabajaban en su casa, en su consultorio, en su estudio, en su taller. Influyeron por la importancia de su obra, no por el peso institucional de su investidura. Tenían algo importante que decir y lo dijeron por su cuenta, firmando como personas, no como profesores, investigadores, clérigos o funcionarios.
La cultura libre no tiene campus o edificios que manifiesten visiblemente su importancia, como la Iglesia, el Estado, la universidad o las trasnacionales. No puede ofrecer altos empleos, ni emprender por su cuenta proyectos que requieran grandes presupuestos. No tiene representantes autorizados, ni los avala con investiduras oficiales. Opera en el mundo de los freelance, las microempresas y las microinstituciones, en el espacio dialogante de la sociedad civil.
Los altos empleos aparecen con el Estado y se extienden a la Iglesia, las grandes empresas y las grandes instituciones. Desde el siglo XIV se legitiman con certificados de saber, y el saber universitario se orienta a hacer carrera trepadora. Los graduados se apoderan, en primer lugar, de la Iglesia; después, del Estado; y, finalmente, de todas las estructuras de poder.
Algo tienen las burocracias (militares, cortesanas, eclesiásticas, estatales, universitarias, mediáticas, empresariales y sindicales) que desanima la creatividad. Las estructuras jerárquicas se llevan mal con la libertad. Tienden al centralismo y la hegemonía. Desconfían de las iniciativas que complican la vida by the book. La animación creadora prospera sobre todo en microestructuras que andan sueltas, y que las burocracias tratan de integrar, atrayéndolas o intimidándolas.
La Academia Francesa proviene de una tertulia a la cual se hizo invitar (a fuerza) Richelieu, que le dio un carácter oficial, presupuesto y un proyecto por demás razonable: hacer un diccionario de la lengua. Cien años antes, Francisco I retrasó la creación del Collège de France (concebido desde el Estado contra la hegemonía de la universidad) porque veía la importancia de reclutar a Erasmo, que finalmente prefirió seguir suelto.
Justo Sierra, deseoso de coronarse y coronar el régimen de Porfirio Díaz con las fiestas del Centenario, integró verticalmente un paquete de escuelas que ya existían y declaró fundada la Universidad Nacional. A su vez, la Universidad ha ido infiltrando academias sueltas hasta integrarlas a su órbita.
Einstein fue reclutado por la Universidad de Berna cuando ya había publicado su primera teoría de la relatividad. El marxismo y el psicoanálisis no salieron de las universidades: entraron, después de acreditarse en el mundo de la lectura libre. Tampoco la obra de Picasso, Stravinsky, Chaplin y Le Corbusier salió de las universidades: entró.
Recientemente, John Craig Venter, impaciente con la burocracia del Human Genome Project (que el gobierno de los Estados Unidos inició con un grupo de universidades), se lanzó como empresario para demostrar lo que rechazaron: que se podía lograr en menos tiempo y con menos dinero. Sus innovaciones científicas entraron a las universidades una vez que su empresa (Celera Genomics) las estableció, fuera del mundo universitario.
El poder económico de las universidades, sus grandes presupuestos y edificios, su capacidad monopsónica para reclutar talentos que no tienen mercado en el mundo comercial y sus campañas de relaciones públicas les sirven para presentarse como la institución central de la cultura. Y no faltan los convencidos de que la institución medieval, paradójicamente, es el centro de la cultura moderna.
No lo es. En primer lugar, porque la enseñanza superior no es lo mismo que el desarrollo de la cultura superior. La universidad puede generar innovaciones en sus departamentos de investigación y extensión cultural, si los tiene y los apoya, pero está centrada en la educación. En segundo lugar, porque la institución del saber jerárquico, autorizado y certificado no es el medio ideal para la creatividad; menos aún si la institución es gigantesca, burocratizada y sindicalizada. En tercer lugar, porque la universidad conserva el eclesiástico desprecio del mundo comercial, que está en el origen de la cultura moderna. ~