Laberinto
Braulio Peralta
Nunca he estado contra las becas
sino contra los modos para otorgarlas. Y de esa gente que se dice creador, y
han sido incapaces de asumir que el tiempo, la vida, les ha demostrado todo lo
contrario. Se equivocaron de profesión, pero quedaron atrapados en su mentira. El
talento no les dio para reconocer que no llegarán a más que una bequita del
Estado. Cínicos, asumen el papel de artistas y se acercan a la institución que
regala dinero de impuestos para quienes escriben, pintan, filman, bailan, le
hacen al teatro y al guión. Huyen del mundo hostil que dicen no les reconoce su
valor cultural que los convierta en iconos de la cultura. Mejor tramitan sus
papeles al SNCA para vivir del erario. La beca como reconocimiento de nada.
Soberbios, no cuestionan su
fracaso. Reciben el dinero del Estado que a quien mejor se relacione le ofrece un
salario mensual para vivir mejor. Ganan la beca e inmediatamente se inventan un
viaje a Europa o Nueva York. O deciden salir de México un rato. O usan su beca
para el departamentito de la colonia Roma, de al menos 23 mil pesos de renta.
Pagados por el gobierno en turno. Solo tienen que justificar que trabajan en
una exposición, un libro, un guión, una coreografía. Son pocos, contados, los
merecedores de ese galardón gratuito que da un jurado tan mediocre como los
elegidos en su mayoría. Repito, hay excepciones, pero son muy pocas. Se nos
olvida, pero la cultura es todo menos democrática.
Vivir del arte de la beca. El modus operandi que alimenta el
Estado. Tras años de otorgarla se evidencia que casi son los mismos de siempre.
Difícil ver caras nuevas. A veces de jurado, y otras de becados. Se turnan. Se
solapan. Casi nunca brillan por su trabajo creativo sino porque salieron en las
listas del SNCA. Es cuando son alabados o envidiados, cuando son el hazmerreír
o las figuras de la semana. Para los que vivimos cerca de la cultura, sabemos sus
nombres, su mediocridad como artistas: Unos valen por su labia y otros apenas
son un futuro impredecible al que el Estado recompensa no sabemos aún por qué.
Ser artista no te da el aval de honesto (aunque, oh paradoja, sean críticos del
Estado).
Algunos son hijos de escritores famosos.
Otros, de funcionarios culturales. Unos, una familia del teatro que se regala
las dádivas entre ellos. No es que sean cínicos. Ni siquiera se lo plantean.
Son la estirpe de una raza para la cual el arte de la beca siempre ha estado
presente para que sigan trabajando para sí mismos. Hay hasta apellidos de
aristócratas. Y nadie los denuncia. Todos se asumen en el silencio de la
ignominia. Si alguien es nuevo en la lista lo primero que tiene que aprender es
a hacer lobby, relaciones, ir
a los eventos oficiales, saludar y agradecer al funcionario en turno que hace
un jurado a modo, y se lava las manos.
Da cierta vergüenza pertenecer a un grupo que nada representa en el concierto internacional de la cultura. Poquitos se salvan. El pueblo grande que cada año nos hace ver el tamaño de país que somos. No aprendieron la frase de Ezra Pound: “Un huevo de porcelana llamado beca”. Eso.
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