Laberinto
Mary Carmen Sánchez Ambriz
La mirada de Juan Goytisolo (Barcelona,
1931) escruta sin clemencia, como si alejara las sombras que trae consigo la
mediocridad. Su defendido sentido de lo marginal lo ha convertido en una
conciencia insobornable. Es evidente que al volcar sus opiniones nada tiene que
perder y, por lo tanto, encarna a un espíritu sin ataduras. Es alérgico a la
literatura que pretende emplear un tono pedagógico y a la forma de ser de ciertos
escritores que se erigen como eruditos ante una sociedad que requiere de ellos
para justificarse. Aborrece las poses y las recetas que convierten en hechizo
cualquier estrategia para abrevar en el realismo mágico.
Frecuentar la narrativa de Juan Goytisolo
es adentrarse en las dimensiones de un poliedro, una figura de varios rostros.
Estamos frente a un autor al que le agrada establecer juegos narrativos,
intercalar historias en una misma, revelar, sorprender y ocultar señas de
identidad cuando lo considera eficaz. No le interesa escribir una historia
lineal sino grabar imágenes a destiempo. Realiza experimentos en los que cada
fragmento embona con otro, como si él fuera una especie de antiguo relojero que
con suma delicadeza hace que funcionen las piezas de la maquinaria. Ha demostrado que
lo suyo es disponer del lenguaje, de una voz que encuentra y se sustenta bajo
una mirada clínica. En cierto modo, el escritor nos guía por un sendero de
subidas y bajadas, de múltiples voces, deseos y fantasmas. Lo suyo es ir en
contra de lo establecido y va en busca de lectores a quienes también los
cautive contagiarse de la transgresión.
Para conocer mejor a Goytisolo se ha vuelto
necesario recurrir a un escritor que lo acompaña en varios vicios, cualidades y
manías: Julián Ríos. En La vida sexual
de las palabras, Ríos inserta un apartado vital, humorístico y socarrón
que se titula “El apocalipsis según Juan Goytisolo”. La apuesta de Ríos resulta
atinada y original: tres diferentes lectores (A, B y C) dan su punto de vista
sobre el corpus novelístico de
Goytisolo. En menos de diez páginas elabora uno de los más acertados
acercamientos al autor “meteco”; logra construir una conversación dinámica,
antisolemne y lúdica (y no menos lúcida) al evitar el tono engolado de un
ensayo académico. Los aspectos que se abordan son vigorosas fotografías del
paisaje enmarcadas por los conflictos existenciales.
En ningún momento se trata de un rebelde
sin causa, sus reacciones fuera de lo convencional siempre guardan una razón de
ser. Goytisolo expone una literatura que parece estar en constante evolución,
en ese flujo y reflujo del pensamiento. Construye frases vitales que transpiran
y planean más dudas que respuestas. Apela a la conciencia y desmesura de la
forma. Desconoce límites y rigores estilísticos.
Jean Genet decía que la dificultad de un
texto es la cortesía de un autor con el lector. Goytisolo asimila de Genet esta
idea; también sabe que el oficio de escribir es como cualquier otro: no hay
halos ni auras sobre sus nucas que los hagan ser venerados por los demás.
Señas
de identidad
La prosa de Goytisolo explora en los
recovecos de la memoria y al hacerlo se mira a sí misma. Sus libros están
regidos por una estratagema de espejos: al escribir se describe y al mirar a
los demás resulta inevitable que seleccione la mejor butaca para reírse de sus
propios defectos. Antes que alguien lo haga, prefiere exorcizar demonios: nadie
mejor que Juan Goytisolo para ejercer la crítica, incluso la propia. Si
estuviera en sus manos borraría de su trayectoria libros como Juegos de manos (1954), El circo (1957), La resaca (1958), Duelo en el paraíso (1959), Campos de Níjar (1959), La isla (1961), La
Chanca (1962), Fin
de fiesta (1962) y Señas de
identidad (1966).
En reiteradas ocasiones ha expresado que su
obra comienza con Reivindicación del
conde don Julián (1970). El escritor está en su derecho de esbozar un
planisferio literario, probablemente similar al mapa de la extinta Unión
Soviética, en donde surgen nuevas zonas limítrofes y predominan cambios
radicales. Habrá que recordar que se ha negado a la reedición de sus primeras
obras. En febrero de 2003, la geografía de su novela contó con un territorio
inédito: el autor irrumpió en el escenario de la literatura española
contemporánea para anunciar la publicación de su novela Telón de boca, que marcó su despedida de la ficción.
Se
cierra el telón
Al escritor catalán le interesa
experimentar con la fragmentación de la imagen, con ese ritmo vertiginoso. Telón de boca, que es el fin del
viaje, remite a una lucha contra dos padecimientos: el desencanto por la vida y
la culpa de no haber dispuesto de más tiempo para dedicarlo a su relación de
pareja. En medio de una depresión que aparentemente carece de remedio, el viudo
obtiene en la escritura una salida temporal a un oscuro conflicto.
No es la primera vez que la vida del autor
se refleja en su ficción. En Telón de
boca la muerte de la esposa del narrador provoca que se piense en otra
pérdida: el fallecimiento de la madre, ocurrido en la Guerra Civil. En los instantes
que el enlutado rememora su infancia que transcurrió en una antigua casa en
Barcelona, evoca la mansión de Yásnaia Poliana que habitó Tolstoi. La sonata a Kreutzer le recuerda que Tolstoi optó por terminar su
relación con Sofía, su mujer, y renunció a una serie de privilegios que su
condición de noble le confería, con tal de regresar a las montañas del Cáucaso,
en donde fue feliz por algún tiempo.
Evocar la muerte de Tolstoi ocasiona que
Goytisolo edifique una historia dentro de otra, como una suerte de cajas chinas
que se insertan en el oscuro estado de putrefacción de la conciencia. Al contar
la vida del novelista ruso, el viudo también cuenta la suya. Ambos, Tolstoi y
el viudo, son seres carentes de un futuro promisorio, vidas que tienden a
desmoronarse y a mirarse en el espejo del otro, en la imperfección.
Telón
de boca puede mirarse como un viaje a tres
ciudades (La Plaza
de Xemaá-El Fna en Marraquech, Barcelona y Yásnaia Poliana). A Goytisolo le
fascina descubrir ciudades, sentirse extranjero en cualquier parte; “meteco”,
diría él. En su ficción aparecen varias metrópolis significativas. Por ejemplo,
Señas de identidad ocurre en
Barcelona; Reivindicación del conde
don Julián en Tánger; Makbara
es Marraquech; Paisajes después de
la batalla tiene lugar en París (específicamente en el Sentier,
barrio pluricultural que lo acogió durante algún tiempo) y El sitio de los sitios está ubicada en Sarajevo.
Aunque es un autor catalán, se considera
más cercano a la literatura de linaje musulmán. Uno de sus orgullos es haber
aprendido árabe de forma autodidacta. Juan Goytisolo es (después del Arcipreste
de Hita) el primer escritor español que aprendió a hablar árabe dialectal en el
norte de Marruecos.
Goytisolo confiesa que gran parte de sus
lecturas y de su actitud ante la vida guarda un vínculo estrecho con Monique
Lange, con quien estuvo casado casi 40 años hasta que ella falleció. Telón de boca es un ajuste de
cuentas con el pasado, una revaloración de la mujer ausente y, a la vez, el
libro que eligió para despedirse de la ficción.
La batalla que se libra en las novelas de
Juan Goytisolo es una lucha entre culturas que reclaman su autonomía y, sin
embargo, necesitan del diálogo con los otros. Sus paisajes son plurales pero
únicos, abiertos pero también le urge marcar fronteras entre ellos para que lo
auténtico no se pierda y lo diverso no se difumine. Esto fulgura en los
entrecruzamientos narrativos, en ese complejo sistema de ecos que percute en
sus novelas: el yo es otro.
Con un novelista como Goytisolo no puede
afirmarse categóricamente que se le conoce: implicaría correr el riesgo de caer
en un desatino. Hay que recordar que su literatura es como un poliedro y que se
mueve, posee luz propia. De su narrativa provienen atisbos y habría que esperar
a darse por bien servido, pues cualquier determinismo en un close up a Goytisolo sería
incurrir en una extravagancia.
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