Confabulario
José Emilio Pacheco
La siguiente carta, hasta hoy inédita, fue encontrada por la reportera Yanet Aguilar Sosa en el archivo del Centro Mexicano de Escritores. En ella José Emilio Pacheco, entonces un joven de treinta años, solicita la beca de la institución al tiempo que hace una defensa del género cuentístico en México. “Tengo una afición incontrolable por el género”, afirma Pacheco tras exponer su proyecto que consiste en escribir un volumen de cuentos. Tres años después se publicaría El principio del placer, título que compila seis cuentos y una novela corta, y que le valió en 1972 el Premio Xavier Villaurrutia. La viuda del poeta, la periodista Cristina Pacheco, confirmó que se trata de un texto inédito y concedió su autorización para reproducirlo de manera íntegra.
***
25 septiembre de 1969
Centro Mexicano de Escritores A.C.
Valle Arizpe 18
México, D.F
Estimados señores:
Acaso mi solicitud les parecerá indebida o tardía, porque desde antes de los veinte años tuve oportunidad de ganarme la vida en actividades más o menos relacionadas con la literatura. Ya que me dejaban tiempo para leer, estudiar y escribir, juzgué conveniente no interferir en la posibilidad de que las becas fueran otorgadas a quienes con mayores méritos, no tuvieran la misma suerte que yo.
Al paso de los años aumentaron naturalmente mis obligaciones familiares; el espacio libre se fue reduciendo con la multiplicación de mis trabajos paraliterarios. Hoy, si gracias a ellos no tengo una necesidad económica muy grande, también carezco del tiempo necesario para dedicarme a lo que verdaderamente me importa. Así pues, hago esta petición como una tentativa de lograr una nueva oportunidad de escribir.
Sin embargo debo confesar que, para mí, lo más interesante de la posible beca es el método de trabajo. La abundancia de mis obligaciones periodísticas y editoriales me han conducido a un aislamiento cada vez mayor, y nada me gustaría tanto como escuchar opiniones críticas acerca de mis textos en proceso. Como es bien sabido, el desarrollo de nuestra ciudad acabó con la vida literaria de cafés y redacciones que tradicionalmente habían hecho posible un intercambio directo entre los escritores.
Para aspirar al generoso patrocinio del Centro Mexicano de Escritores, me comprometo a escribir una colección de doce o catorce cuentos. No puedo ofrecer un minucioso plan de este libro pues de él lo único que tengo es el deseo de hacerlo.
Junto a los temas que ofrece la vida contemporánea de la capital y del país, me gustaría aprovechar también las sugestiones –hasta ahora casi inexploradas- de la historia mexicana, que siempre ha ejercido una fascinación muy honda en mí. Quisiera utilizar las posibilidades literarias de algunos momentos determinados: la caída de Porfirio Díaz en 1911, el asesinato de Vicente Guerrero en 1831, para solo mencionar dos ejemplos.
El cuento parece haber perdido en los últimos años el sitio que tuvo en nuestras letras a partir del Modernismo. Aunque se han publicado obras importantes, en términos generales el cuento quedó atrás del desarrollo novelístico y de la indisoluble continuidad poética.
Hasta hace una década el cuento era considerado, en el peor de los casos, un aprendizaje para la novela y un ejercicio indispensable para todo escritor joven. Hoy apenas se escriben cuentos entre nosotros. Ello podría reflejar un fenómeno planetario: las funciones que llenó el cuento en los grandes semanarios a partir de los cuarenta del siglo xix, han sido ocupadas por las series de televisión y por el cómic. Es decir, por formas masivas, tecnificadas e industrializadas del cuento. El género ha pasado a ser, pues, una materia prima para la industria de la diversión.
En México -más importador que exportador de películas para televisión y publicaciones dibujadas- revistas y suplementos que antes publicaban al menos un cuento por mes, dedican sus páginas a otros asuntos. En el mercado editorial se ha difundido la creencia de que los libros de cuentos no se venden: el lector busca nuevos materiales de lectura y no los ya conocidos a través de revistas. Contra este argumento puede citarse la venta alcanzada por algunos libros, no sólo los ya clásicos de Juan Rulfo y Juan José Arreola sino también los de Edmundo Valadés y Francisco Rojas González. Se dirá que son casos excepcionales pero excepciones resultan asimismo las novelas que sobreviven al año de su publicación. El noventa y ocho por ciento que forman las demás representan un sólido fracaso, fracaso que se extiende al terreno artístico: la ilusión de que existe un mercado abierto para todo tipo de novelas lleva cada vez en mayor medida a editar libros muy mal escritos y apresuradamente concluidos.
En estas condiciones de hostilidad o desinterés hacia el género, resulta especialmente atractiva la idea de trabajar en un libro de cuentos. Como lector tengo una afición incontrolable por el género. Como escritor –aunque nada me cuesta confesar sin ninguna modestia que no he escrito ningún cuento que me satisfaga- lo siento más afín que la novela a mis posibilidades y también mis limitaciones.
Adjunto a estas líneas algunos datos biográficos y bibliográficos; así como ejemplares de mis dos últimos libros.
Les agradezco mucho su atención y los saludo muy atentamente
José Emilio Pacheco
Reynosa 63
México, D.F
No hay comentarios:
Publicar un comentario