Laberinto
José Luis Martínez
Llegamos a la
casa de Fernando del Paso en la colonia La Calma, en Guadalajara, un sábado a mediodía. Su
esposa Socorro leía los periódicos junto a un ventanal, frente al jardín.
Fernando del Paso vestía traje azul marino a rayas, camisa celeste y corbata
azul con lunares de colores; llevaba mancuernillas, zapatos negros y el pelo,
blanco y un poco largo, impecablemente peinado. Nos tendió la mano y enseguida,
tocándose la garganta con el índice y el pulgar, dijo que le costaba esfuerzo
hablar. En realidad, solo queríamos tomarle unas fotografías.
La sesión
comenzó en la recámara, continuó en el cubo de la escalera —convertido en una
auténtica galería con sus pinturas y dibujos— y luego en el estudio, donde,
sobre el escritorio, se apilaba el borrador del tercer tomo de Bajo la sombra de la Historia. Ensayos
sobre el Islam y el judaísmo —más de 500 páginas y sigue creciendo.
—Siempre estarán
saliendo cosas nuevas y el libro no quedará terminado mientras Fernando no se
siente y decida ponerle punto final —dice Socorro—. Así sucedió con Noticias del Imperio. Un día dijo
“Ya”. El embajador en Bélgica iba a enviarle unas cartas de Carlota pero si las
hubiera incluido la novela habría seguido creciendo. Me gusta la primera frase
de La sombra de la Historia
en la que dices que escribes el libro no para enseñar… —agrega Socorro. Don
Fernando la interrumpe y completa la idea:
—El contenido del
libro no es lo que quiero enseñar; es lo que quería aprender.
—Si uno observa
sus libros —continúa Socorro—, descubre que todos son él. Cada uno le ha
costado mucho trabajo, y al escribirlos ha hecho lo que siempre ha querido:
aprender. Antes de empezar con La
sombra de la Historia
planeaba hacer otra cosa. Sin embargo, salió la Biblia y vio que
ahí había toda una historia. Es un libro sobre el Holocausto, sobre los
musulmanes, sobre la vida religiosa.
Prendí la
grabadora y le hice unas pocas preguntas sobre sus otras pasiones, además de la
literatura: la pintura, la cocina y la música. Fueron respuestas breves. Días
antes me había respondido un cuestionario que le envié a través de su hija
Paulina; unas pocas palabras sobre sus libros y su oficio de escritor.
Fernando del
Paso dice que Las mil y una noches
fue el primer libro voluminoso que leyó “gracias a que me lo regalaron mis
padres. Siento que tuvo una enorme influencia sobre mí”. Acerca de sus primeros
pasos en la escritura, recuerda que a los diez años escribió un poema a su
madre, “de una cursilería sublime”.
Tenía poco más
de veinte años cuando se inició en el oficio de escritor:
—Mis mejores
amigos y maestros en esa época fueron el escritor mexicano–español José de la Colina y el colombiano
Antonio Montaña. Fueron mis mentores y guías en los mundos mágicos de James
Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Italo Calvino, William Faulkner y muchos
otros grandes escritores, de los que aprendí a escribir. También fui amigo de
José Emilio Pacheco, de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Con Antonio Montaña y
José de la Colina
me reunía los sábados a escribir, cada quien con su Olivetti portátil, en una
calle muy rara que se llama Isabel Lozano, cerca de la calle de Eugenia, en la Narvarte.
Ya es una
costumbre referirse a Fernando del Paso como el autor de tres novelas que son
también tres catedrales. Hay que preguntarse, sin embargo, a que motivo
respondió cada una de ellas.
—José Trigo partió de la duda
existencial más profunda; Palinuro de
México de la certeza de mi propia existencia y de la existencia de mis
seres queridos: es un himno a la vida; Noticias
del Imperio surgió de una enorme documentación sobre el episodio de
nuestra historia del cual fueron víctimas sus propios perpetradores.
—Él ha amado siempre
Palinuro, porque es un poco su
vida. —interviene Socorro—, ¿no es así?
—Yo no soy
Palinuro pero Palinuro es yo porque digo lo que me hubiera gustado ser y quién
pude haber sido —responde Fernando del Paso.
—Vaya
uno para donde vaya —agrega Socorro—, siempre es lo mismo con los libros de
Fernando. José Trigo es la
historia de nuestro pueblo. Por eso Tlatelolco es tan importante. En un
aniversario del 2 de octubre, armó para la revista Siempre! un artículo con fragmentos de la novela. Parecía
que todo sucedía en ese momento, que no venía del pasado. Es mi libro favorito.
Por entonces, mientras trabajaba en la novela, sufrió el primer cáncer. No sé
si sea un invento mío, pero después de la primera radiación lo vi con más ganas
de escribir. En ese tiempo pasó una cosa curiosa, que ahora me causa risa: al
pasar el principio de la novela a máquina no pude transcribir nada que tuviera
una carga sexual. Me equivocaba o me comía renglones. Cuando Fernando leía lo
que había hecho, me lo regresaba para que volviera a pasarlo a máquina.
Fernando
del Paso también es pintor, un pintor autodidacta que comenzó a dibujar en la
niñez, aunque al paso del tiempo prevaleció la literatura.
—El dibujo y la
pintura —dice— representan una segunda vocación y en cierto modo un refugio.
Además de la
música (Mozart y los barrocos), que escucha mientras escribe o dibuja, Fernando
del Paso es un apasionado de la cocina. Junto a Socorro, escribió el libro La cocina mexicana: los textos
descriptivos son suyos, las recetas de Socorro.
—Cuando trabajé
en publicidad, mi jefe, Francisco Fernández, era gourmet y conocía muy buenos restaurantes en la Ciudad de México.
Yo lo acompañaba con frecuencia y así fue naciendo mi afición. Después conocí a
Socorro, me casé con ella y resultó una extraordinaria cocinera. Luego nos
fuimos a vivir a Estados Unidos, donde aprendimos a preparar platillos de distintos
países. En Francia, donde estuvimos siete años, disfrutamos de la mejor cocina.
—Gustavo
Sáinz (quien daba clases en la Universidad de Nuevo México) le ofreció a
Fernando una beca —dice Socorro—, pero no pudimos irnos porque se descubrió su
cáncer y no sabíamos qué hacer. Después, cuando volvieron a ofrecerle ir a
Estados Unidos (a la
Universidad Iowa City, en 1969), creímos que debía aceptar.
“Esto no pasa más que una vez —pensé— y tiene derecho a irse”.
—De
ahí nos fuimos a Londres (1971), donde estuvimos catorce años, y luego siete en
París —dice Del Paso.
Fernando
del Paso regresó a México en 1999 y desde entonces vive en Guadalajara, donde
dirige la biblioteca que lleva su nombre. En marzo de 2013 sufrió varios
infartos cerebrales que afectaron la motricidad y el habla. Se recupera y
continúa escribiendo, pero a un ritmo más lento.
—A los ochenta
años me siento como si tuviera doscientos —dice.
Socorro
recuerda estos problemas de salud y otros más lejanos:
—Cuando
tuvo el primer cáncer, todos lo desahuciaron, pero aquí sigue, trabajando todos
los días. A veces ya no quiero ni ver los periódicos, porque del año pasado
para acá, cada mañana que despertaba ya se había muerto otro escritor. Pero
nosotros no perdemos la fe y aunque ya tenemos el boleto, mientras no tengamos
el número del asiento, aquí seguiremos.
El
comentario hace reír a don Fernando. Es un chiste privado para burlarse de la
muerte: todos tenemos el pasaje para irnos de este mundo, solo falta que nos
asignen el lugar —el día y la hora— que nos corresponde.
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