domingo, 22 de marzo de 2015

La farsa elogiosa repugnante

22/Marzo/2015
Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles

Luis Cernuda escribió: “Pero el silencio acá no evita allá la farsa elogiosa repugnante.” Se refería al silencio de la muerte que contrasta con el bullicio de las honras fúnebres, la develación de placas y la erección de estatuas a los poetas muertos, esos mismos que, en vida, fueron despreciados por la sociedad y, especialmente, por el Poder. Se refería a la vida y la muerte de Rimbaud y Verlaine y a las de otros poetas que, como ellos, sólo merecen la atención que, con oportunismo e hipocresía, se concede a los muertos célebres.
En su famoso poema “Birds in the Night”, Cernuda se pregunta y responde: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable/ para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,/ como Rimbaud y Verlaine.” Poder y sociedad aprecian mucho a los poetas muertos, no así a los vivos, a menos, claro está, que estos vivos sean vivísimos y formen parte de la corte que los erige en pretexto para mostrar qué tanto, qué tantísimo interesan los poetas en el reino.
Hoy existen calles Luis Cernuda en Madrid, Sevilla, Zaragoza, Burgos, Tudela, Villena, Motril, Cádiz, y una Plaza Luis Cernuda en Sevilla (ciudad donde nació el poeta en 1904), por más que en su “Díptico español”, Cernuda haya escrito desde México, en su exilio: “Soy español sin ganas/ que vive como puede bien lejos de su tierra/ sin pesar ni nostalgia. He aprendido/ el oficio del hombre duramente,/ por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero/ no volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía.” La verdad sea dicha, los españoles “desagraviaron” al gran poeta varios años después de su muerte que ocurrió en México en noviembre de 1963.
Jaime Sabines lo supo bien y lo dijo del mejor modo en su poema a propósito de las honras fúnebres oficiales que le hizo el gobierno mexicano a Rosario Castellanos: “¡Cómo te quiero, Chayo, cómo me duele/ pensar que traen tu cuerpo! –así se dice–/ (¿Dónde dejaron tu alma? ¿No es posible/ rasparla de la lámpara,/ recogerla del piso con una escoba?/ ¿Qué, no tiene escobas la Embajada?)/ ¡Cómo me duele, te digo, que te traigan,/ te pongan, te coloquen, te manejen,/ te lleven de honra en honra funerarias!/ (¡No me vayan a hacer a mí esa cosa/ de los Hombres Ilustres, con una chingada!)”
Cernuda vislumbró con amargura el destino del poeta: vivo es un paria o un cómplice del poder que lo consiente si él, a su vez, consiente al poder y más aún si lo celebra descaradamente; muerto, en cambio, es alguien a quien se puede usar como les dé la gana a los poderosos: ha dejado de ser un subversivo y se ha convertido en un “símbolo”, porque los poderes necesitan simbolizar lo mucho que han hecho para que alguien nazca o se haga poeta en la tierra donde mandan y deciden.
En su libro Irás y no volverás (1973), José Emilio Pacheco escribió el complemento del famoso poema de Cernuda: su “Birds in the Night” que lleva por subtítulo “Vallejo y Cernuda se encuentran en Lima”. Ahí nos dice lo que debería saber cualquier poeta que se respete aun si los demás no lo respetan. Escribió: “Toda la noche oigo el rumor alado desplomándose/ y, como en un poema de Cisneros,/ albatros, cormoranes y pelícanos/ se mueren de hambre en pleno centro de Lima,/ baudelaireanamente son vejados./ Aquí por estas calles de miseria/ (tan semejante a México)/ César Vallejo anduvo, fornicó, deliró/ y escribió algunos versos./ Ahora sí lo imitan, lo veneran/ y es ‘un orgullo para el continente’./ En vida lo patearon, lo escupieron,/ lo mataron de hambre y de tristeza./ Dijo Cernuda que ningún país/ ha soportado a sus poetas vivos./ Pero está bien así:/ ¿No es peor destino/ ser el Poeta Nacional/ a quien saludan todos en la calle?”

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