Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles
Luis Cernuda escribió: “Pero el silencio acá no evita allá la farsa elogiosa repugnante.” Se refería al silencio de la muerte que contrasta con el bullicio de las honras fúnebres, la develación de placas y la erección de estatuas a los poetas muertos, esos mismos que, en vida, fueron despreciados por la sociedad y, especialmente, por el Poder. Se refería a la vida y la muerte de Rimbaud y Verlaine y a las de otros poetas que, como ellos, sólo merecen la atención que, con oportunismo e hipocresía, se concede a los muertos célebres.
En su famoso poema “Birds in the Night”, Cernuda
se pregunta y responde: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego
de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio
interminable/ para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por
ella,/ como Rimbaud y Verlaine.” Poder y sociedad aprecian mucho a los
poetas muertos, no así a los vivos, a menos, claro está, que estos vivos
sean vivísimos y formen parte de la corte que los erige en pretexto
para mostrar qué tanto, qué tantísimo interesan los poetas en el reino.
Hoy existen calles Luis Cernuda en Madrid,
Sevilla, Zaragoza, Burgos, Tudela, Villena, Motril, Cádiz, y una Plaza
Luis Cernuda en Sevilla (ciudad donde nació el poeta en 1904), por más
que en su “Díptico español”, Cernuda haya escrito desde México, en su
exilio: “Soy español sin ganas/ que vive como puede bien lejos de su
tierra/ sin pesar ni nostalgia. He aprendido/ el oficio del hombre
duramente,/ por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero/ no volver a
una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía.” La verdad sea
dicha, los españoles “desagraviaron” al gran poeta varios años después
de su muerte que ocurrió en México en noviembre de 1963.
Jaime Sabines lo supo bien y lo dijo del mejor
modo en su poema a propósito de las honras fúnebres oficiales que le
hizo el gobierno mexicano a Rosario Castellanos: “¡Cómo te quiero,
Chayo, cómo me duele/ pensar que traen tu cuerpo! –así se dice–/ (¿Dónde
dejaron tu alma? ¿No es posible/ rasparla de la lámpara,/ recogerla del
piso con una escoba?/ ¿Qué, no tiene escobas la Embajada?)/ ¡Cómo me
duele, te digo, que te traigan,/ te pongan, te coloquen, te manejen,/ te
lleven de honra en honra funerarias!/ (¡No me vayan a hacer a mí esa
cosa/ de los Hombres Ilustres, con una chingada!)”
Cernuda vislumbró con amargura el destino del
poeta: vivo es un paria o un cómplice del poder que lo consiente si él,
a su vez, consiente al poder y más aún si lo celebra descaradamente;
muerto, en cambio, es alguien a quien se puede usar como les dé la gana
a los poderosos: ha dejado de ser un subversivo y se ha convertido en
un “símbolo”, porque los poderes necesitan simbolizar lo mucho que han
hecho para que alguien nazca o se haga poeta en la tierra donde mandan
y deciden.
En su libro Irás y no volverás (1973),
José Emilio Pacheco escribió el complemento del famoso poema de
Cernuda: su “Birds in the Night” que lleva por subtítulo “Vallejo y
Cernuda se encuentran en Lima”. Ahí nos dice lo que debería saber
cualquier poeta que se respete aun si los demás no lo respetan.
Escribió: “Toda la noche oigo el rumor alado desplomándose/ y, como en
un poema de Cisneros,/ albatros, cormoranes y pelícanos/ se mueren de
hambre en pleno centro de Lima,/ baudelaireanamente son vejados./ Aquí
por estas calles de miseria/ (tan semejante a México)/ César Vallejo
anduvo, fornicó, deliró/ y escribió algunos versos./ Ahora sí lo
imitan, lo veneran/ y es ‘un orgullo para el continente’./ En vida lo
patearon, lo escupieron,/ lo mataron de hambre y de tristeza./ Dijo
Cernuda que ningún país/ ha soportado a sus poetas vivos./ Pero está
bien así:/ ¿No es peor destino/ ser el Poeta Nacional/ a quien saludan
todos en la calle?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario