Laberinto
Sergio A. Ubaldo S
Dos
años después de recibir el Premio Nobel, William Faulkner declaró: “en
Norteamérica hay tres grandes escritores: primero está Wolfe, después yo, y
después Hemingway”. De ese tamaño era la admiración de Faulkner por Thomas
Wolfe. Pero no solo él reconoció su labor.
Sinclair Lewis tuvo el detalle de
citarlo en su discurso al recibir el Premio Nobel.
Nacido
en Asheville (Carolina del Norte) en 1900, fue uno de los grandes narradores
norteamericanos del siglo XX. Con su prosa marcó a Henry Miller, Ray Bradbury, Jack
Kerouac y Philip Roth, quien incluso reflejaría en su personaje y alter ego, N. Zuckerman, su
admiración por Wolfe.
Thomas
fue el menor de ocho hijos. Su padre era tallador de piedra y poseía un negocio
de lápidas; su madre se dedicaba a los bienes raíces. Tenía 15 años cuando
ingresó a la Universidad de Carolina del Norte en Chapell Hill y a los 19 años escribió El retorno de Buck Gavin, su
primera obra de teatro. En 1920 ingresó a la Graduate School for Arts and
Sciences en la Universidad de Harvard, donde dos años más tarde obtuvo la
maestría. En junio de 1922 murió su padre, hecho que sería el detonante de la
escritura. En 1929 publicó su primera novela, Look Homeward, Angel, versión final de un relato
autobiográfico originalmente titulado O
Lost, de más de un millar de páginas.
En
ella aparece su primer gran personaje, Eugene Gant, y su oposición a la
perfección formal que dominó la escena literaria estadunidense desde los
tiempos de Henry James: esa poética de la reticencia y el equilibro desde una
tradición que buscaba desordenadamente unir la literatura con la vida. Iba en
dirección contraria del autor incapaz de involucrar sus vivencias en el texto: la
perspectiva dispersa que incorpora los acontecimientos sin jerarquizarlos ni franquear
una estructura lineal.
En
una carta, Wolfe confronta a Francis Scott Fitzgerald: “No olvides que un gran
escritor no solo es alguien que deja cosas fuera, sino alguien que incorpora
cosas. Shakespeare, Cervantes y Dostoiesvki incorporaban más cosas de las que
sacaban”.
Wolfe
encontró en la autobiografía el camino para amalgamar la densidad de su prosa con
la poesía y la épica; al mismo tiempo, retrató la cultura y las costumbres de
su época, desde un punto de vista sensible y analítico. En 1935 apareció su
segunda obra, Del tiempo y el río,
editada en español como Una puerta que
nunca encontré.
En
ella plasmó su majestuosidad estilística, la obsesión por el detalle, la
exuberancia narrativa —quizá grandilocuente y a menudo excesiva— y una
titánica imaginación para construir cada escenario de una América perdida en la
que Gant alcanza la edad adulta. Murió en Baltimore a los 38 años, víctima de
tuberculosis. De este modo emergieron obras póstumas como The Web and the Rock (1939) y You Can’t Go Home Again (1940), así como el injusto
desprestigio literario hasta su revaloración en la segunda mitad del siglo XX.
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