Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega
Buscar la luz, abrirse
paso entre la cerrada tiniebla, no aceptar la derrota y hacer de la
desesperanza una manera de reconciliarse con el mundo, de hacer un
pacto de no agresión o un acuerdo de tregua prolongada con la historia
y todos sus horrores, injusticias e insensateces. La poesía de Juan
Gelman, el argenmex que, para nuestra fortuna, escogió a nuestro país
para seguir adelante en la vida y en su trabajo creativo, reúne esas
características y nos ayuda a reconciliarnos con los días y las noches y
a redescubrir el asombro y la gloria de los alimentos terrenales. Todas
estas afirmaciones salen desde lo más profundo del ser (recordemos el
grito de auxilio implícito en el De profundis de Oscar Wilde),
después de derrotar a la desesperación y de afirmar, a pesar de todo y
contra esto y aquello, los valores del ser humano, frágiles y
asediados, pero más fuertes que la violencia y la injusticia.
“Así mezclaste mis huesitos con tu eternidad/ tus
besos eran suaves la noche que me dejaste solo/ con el terror del
mundo/¿me buscabas también así?/ ¿hermanos en el miedo me quisiste?/
¿en un pañal de espanto?” Esto escribe el poeta a su madre, luchadora
fuerte, sólo derrotada por el cáncer, el iracundo señor que nada sabe
de perdones y engaña con sus treguas. La imagen de la mujer estricta
quedó desordenada en la memoria del hijo. Sin embargo, con esos
fragmentos pudo reconstruir una vida para cumplir el rito de la
reconciliación: “todavía recojo azucenas que habrás dejado aquí/ para
que mire el doble rostro de tu amor/ mecer tu cuna/ lavar tus pañales/
para que no me dejes nunca más/ sin avisar/ sin pedirme permiso/
aullabas cuando te separé de mí/ ya no nos perdonamos”.
Es con una ternura mayor como recupera al hijo y
junta los pedazos de memorias y de amores para reconstruir su imagen en
el poema y en el alma: “era escrita verdad que nos desfuéramos?/ ¿qué
voy a hacer con mí/ pedazo mío?/ ¿qué pedacitos puedo ya juntar?/ ¿cómo
reamarte/ amor callado en lo que compraste con tu sangre niña?”
Esa recuperación, como otras muchas plasmadas en la
poesía urgente, desgarrada y amorosa de Gelman, sólo puede hacerse
exprimiendo a las palabras sus jugos esenciales, creando nuevas
palabras, remodelando la gramática, creando una nueva prosodia y
cavando sin descanso en la vieja y casi agotada mina del idioma para
hallar nuevas vetas no sólo de bellezas, de metáforas como piedras
preciosas con luces interiores que vienen del alma mineral, sino también
de nuevos y vigorosos significados que enriquecen los patrimonios de
la verdad, de la emoción y del pensamiento: “¿dónde estás mesmo
ahorita?/ ¿descansas?/ ¿nadie tortura tu blancor?/ ¿ya mudo quietas tu
luz contra tinieblas?/...
Poesía llena de preguntas la de Gelman, y llena
también de admiraciones. Los poetas poseedores de certezas e incapaces
de asombrarse (tal vez lo hacen tan sólo cuando contemplan sus orondos
ombligos) no puede llegar a esa dimensión donde lo humano encuentra su
forma de expresión, la construye y, muy pronto, la destruye para evitar
el horror de los moldes, el cansancio infinito de decirlo todo de la
misma manera, asesinando la sorpresa, la frescura del poema que adopta
la forma exigida por el tema. En esta vigorosa actitud lírica Gelman
nos pone a pensar en Vallejo, en sus palabras salidas de la tierra, en
la originalidad de sus sensaciones y en la estremecedora sinceridad con
que hablaba de los golpes tan fuertes como si vinieran del odio de
Dios... tan fuertes, “yo no sé”, admitía el poeta que tenía las manos
llenas de preguntas y no sabía nada de las certezas poseídas por los
dueños de este mundo manchado por la injusticia, las desigualdades
abismales y la inagotable tontería de los propietarios, los filisteos y
sus escribas.
Gelman nos entrega una poética a la vez reflexiva y
lúdica. Del repertorio campesino y de épocas arcaicas obtiene sus
palabras y, cuando no encuentra las adecuadas, se las inventa, crea sus
propias reglas gramaticales y las dota de la versatilidad necesaria
para que sean adjetivos, sustantivos o verbos, es decir, criaturas
dotadas de una libertad tan amplia que rebasa todas las limitaciones y
establece sus propias y, por supuesto, efímeras convenciones. Gelman
ejerce el oficio de la poesía día y noche, con dolor, con amor, bajo la
lluvia y en la catástrofe. Lo hace obligado por el dolor del mundo y
por las separaciones, pero también por los besos del encuentro. Por
eso trabaja con palabras que son como sangre. Su ars poetica
llega a un extremo solidario que supera las limitaciones del
individualismo cerrado: “nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte”.
En el caso de la separación de los amantes, Gelman
encuentra la manera exacta para describir esos dolores: “de veras
comprobando que tus ruidos andaban por sus huesos y en general que te
habías ido”. Los poetas anglosajones manejan los coloquialismos con
soltura y sin provocar fruncimientos de nariz de los puristas. En
nuestra poesía sólo lo han hecho poetas como López Velarde, Vallejo,
Leduc, Huerta, Sabines... Para todos ellos las formas del lenguaje
popular tienen la fuerza proveniente de las mismas raíces del idioma, y
todos ellos saben que la verdadera originalidad no puede ser impostada
sino que es una floración natural, una condición del alma. La poesía
encerrada en las palabras consagradas por una retórica autoritaria,
castrante, no tiene sentido alguno después de la gran revolución
iniciada por Pablo Neruda. Su movimiento liberador nos enseñó que todo
es poetizable, desde el misterio de las capas de la cebolla y los
melancólicos anteojos rotos en un ácido basurero, hasta la violencia
asesina de los dictadores y la superchería y avaricia de los dueños de
los medios de producción en el capitalismo salvaje. Por eso nuestro
amigo Juan nos expone sus motivos para escribir: “El amor a la poesía, a
la madre, a la mujer, a los hijos, a los compañeros que cayeron por
una esperanza, a la belleza todavía de este mundo...”
Los homenajes que se le han hecho a Juan Gelman nos
permiten pensar en algunos poetas de ese formidable país, hermano
nuestro por tantas y tan ricas razones, que es Argentina: Lugones,
Borges, Girondo, Olga Orozco, Enrique Molina, los Fernández Moreno...
Ellos delinearon el rostro de la poesía argentina, hermosamente
penetrada por los giros de la lengua popular hecha de mezclas y de
bellas impurezas. Con tranquilidad y con una sabiduría pausada y sin
estridencias, Juan ocupa su lugar tanto en el canon como en la
marginalidad. No temas, Juan, los homenajes no pretenden petrificarte,
convertirte en estatua y obligarte a seguir una línea consagrada y
consagratoria. Nada de eso. Sigue jugando con las palabras,
inventándolas y olvidándolas. Sigue tu camino de independencia y de
lucha, sigue defendiendo a tus muertos y a tus vivos porque, al
defender a tus personas, estás defendiendo a las personas, a las
mujeres y a los hombres de este mundo injusto y violento. Ojalá que
sigas siendo –que seamos todos– como tu tía Adelaida: “ella llevaba sus
negocios con Dios como un carbón encendido/ se levantaba a las cinco/
avivaba las brasas/ ponía a hervir su corazón/ y así empezaba el día/
cada día”. Ahora cantaremos contigo un buen tango equivalente a un gaudeamus igitur o a un sursum corda.
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