Jornada Semanal
Víctor Rodríguez Núñez
Gambier, 15 de enero de 2014
Querido Juan:
A las 6 y 31 de la tarde del martes 14 recibí el
email de José Ángel Leyva con la terrible noticia: “Acaba de morir
Juan.” Como no hay otro Juan en nuestras vidas, en nuestras obras, se
trataba sin duda de ti. No pude quedarme solo con esa noticia y de
inmediato la compartí con otros que te quieren tanto como yo. Las
memorias entonces se agolparon, no podía hacer otra cosa que recordar. Y
recordé la lectura que hiciste, en el patio del Palacio de los
Capitanes Generales de La Habana, en 1978, donde aprendí para siempre
la consigna: a gelmaniar, a gelmaniar. Recordé la conversación en el
Jardín Botánico de Medellín, en 1994, donde me enseñaste que el único
tema de la poesía es la poesía, y por eso mismo puede hablar de todo.
Recordé otra conversación, en los portales del Gran Hotel de Costa
Rica, en 2007, donde aprendí que la mejor poesía ocurre cuando el
sujeto poético se sale de sí mismo. Pero no todo era literatura entre
nosotros, y entonces recordé tu indignación, en el campus de
la Universidad de Oregon, en 1996, cuando te conté que los estudiantes
de una fraternidad, al descubrir mis apellidos hispanos, habían
defecado dentro de mi viejo coche.
La noticia de tu muerte pronto llegó a los periódicos que, como El País
de España, mostraron sinceramente su pesar, aunque nunca divulgaron
tus artículos antiimperialistas. Ésos que escribiste hasta hace muy
poco, cuando el cuerpo se negó, y que eran un modelo de rigor
informativo y análisis intelectual. Ésos donde nos advertías, por
ejemplo, que la muerte seguía campante su paseo por Irak, donde más de 6
mil civiles habían perdido la vida en 2013. O que, después del 11 de
septiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos había logrado que
cincuenta y cuatro gobiernos de los 190 del mundo colaboraran con el
programa por el cual los sospechosos de terrorismo eran llevados de un
país a otro, a veces a un centro clandestino de detención de la propia
cia en otros países, donde agentes del servicio los “interrogaban”
según métodos bien conocidos. O que Obama mismo había ordenado ejecutar
extrajudicialmente, en Yemen en 2011, por medio de un drone, a
un ciudadano estadunidense, a su hijo adolescente y al hijo de un
amigo. Esos artículos que impidieron, al no poder viajar a Estados
Unidos, que se materializara el ofrecimiento, por Kenyon College, de su
doctorado honoris causa. Ésos que seguramente espantaron a los
académicos suecos, como antes los comentarios de otro signo de Jorge
Luis Borges, y que le negaron a Argentina por segunda vez un merecido
Premio Nobel. Esa militancia ética consecuente que en definitiva
complementa tu obra poética.
A mi juicio, tu poesía es un modelo de rebeldía,
una lección de libertad, y te sitúa entre los poetas mayores de la
lengua española. Para no ir muy lejos, perteneces a la estirpe de Rubén
Darío, Antonio Machado, César Vallejo, Vicente Huidobro, Federico
García Lorca, Pablo Neruda y José Lezama Lima. En particular, valdría la
pena destacar tu desafío de los dogmas de la escritura revolucionaria,
el llamado realismo socialista y otras malas hierbas. La influencia de
tu teoría y práctica poética, basada en el derecho a la imaginación y
la fidelidad al sentimiento, fue crucial para los poetas de mi
generación. Hace tres años, en ocasión de tus ochenta cumpleaños, afirmé
en estas mismas páginas que tu obra se había caracterizado por una
constante innovación en contenido y forma. Y resalté entonces que esa
voluntad de cambio no sólo se mantenía en tu producción más reciente
sino que inclusive se acentuaba. De esta manera, te revelabas como uno
de los poetas verdaderamente vivos de nuestra lengua. Es decir, vivo no
sólo en términos biológicos, sino además en el orden poético. Como
poeta, querido Juan, aunque no alientes como antes, por tu radical e
indeclinable creatividad, nadie hoy está más vivo que tú.
Abrazos de tu hermano menor,
Víctor Rodríguez Núñez
Víctor Rodríguez Núñez
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