domingo, 26 de enero de 2014

Tres rostros en una obra

26/Enero/2014
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

Hijo de judíos ucranianos, nacido en 1930 en el barrio de inmigrantes de Villa Crespo, en Buenos Aires, Juan Gelman tuvo una infancia pobre, libre, acaso feliz. La radio y él crecieron juntos y el tango sería desde su adolescencia y para siempre un compañero mundo. Gelman descubrió la poesía a fines de los años cuarenta; de ese entonces datan lecturas de autores que dejarían su huella para siempre en el recuerdo del corazón y en el corazón del recuerdo: Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, Carlos Drummond de Andrade, poetas ingleses y franceses, y sobre todo el César Vallejo de Trilce. Gelman se afilia muy pronto a las Juventudes Comunistas y pasa luego al partido Comunista.
Luego de la llamada Revolución Libertadora de 1955 se proscribe el peronismo y se prohíbe incluso mencionar la palabra Perón. La resistencia opositora se organiza. Con el triunfo de Castro en 1959, Gelman simpatiza con la Revolución Cubana, de la cual descreerá con los años. En 1964 renuncia al partido Comunista, pero poco después, para la historia de las paradojas, se entera de que el Partido lo expulsa por desertor. En Argentina se une a un movimiento guevarista, que se une luego con uno peronista, dando lugar a la organización guerrillera Montoneros, nombre de uno de los grupos peronistas. Desde el regreso de Juan Domingo Perón en 1973, y sobre todo luego de su muerte (asciende a la presidencia su esposa Isabelita), empieza la “noche sudamericana”. Cometiendo un gravísimo error, Montoneros entra a la clandestinidad. En 1975, amenazado de muerte por la Triple a, creada por José López Rega, ministro de Bienestar Social del gobierno de Isabelita, Gelman se exilia en Italia, y se convierte en vocero de la organización guerrillera. El 24 de marzo de 1976 una Junta Militar da el golpe de Estado. En agosto de ese año los militares apresan a su hijo y a su  nuera, a quienes ejecutan meses después. Entre 1975 y 1988, salvo algunas entradas clandestinas, Gelman vive un difícil exilio en Italia, Francia y Nicaragua. En 1988 conoce en Buenos Aires a su segunda esposa, Mara Lamadrid, con quien, en ese mismo año, viaja a México, país donde residió desde entonces, y donde desde hace mucho había decidido morir. El sábado 19 de enero cumpliría veinticinco años entre nosotros. Murió el pasado martes 14. 
En la obra poética de Gelman, me parece, hay tres etapas más o menos distinguibles: la primera, la de los años cincuenta y sesenta, ligera, lúdica, llena de gracia y de destellos de ternura. Es el tiempo de libros como Gotán (1956), Velorio del solo (1961), Cólera buey (1965), Los poemas de Sydney West (1969). O como escribimos una vez en un artículo: “En esta poesía está próximo el cuerpo de la mujer, llámese Ofelia o Daniela Rocca, y el país y el mundo son imaginables como un castillo para construirse con las piedras del sueño y la utopía, de la libertad y la fraternidad, aunque también, entre ‘las bellas compañías’, un afectuoso buitre se hunda prometeicamente en las entrañas.”  
Una segunda etapa se da a partir de varios hechos que le rompen el rostro, corazón y el alma: el ascenso en Argentina en 1976 de los militares, la ejecución de su hijo y de su nuera, la caída y muerte de cientos de compañeros, entre ellos Francisco Urondo, Rodolfo Walsh y Miguel Ángel Bustos, y la política de inmolación de la dirigencia de Montoneros en 1978, cuando emprenden una contraofensiva suicida (él ya tenía severas reprobaciones a la conducción, pero el llamado a la contraofensiva lo impele, junto con otros compañeros, a romper con la organización, lo cual llega a impedir la muerte de decenas o centenares de militantes). Algunos libros representativos de esta segunda etapa serían Hechos y relaciones (1980), Hacia el sur (1982), Citas y comentarios (1982), Anunciaciones (1988), Carta a mi madre (1989) y Salarios del impío (1993). Si en la primera época ya encontrábamos tres heterónimos, ahora se multiplican, como si Gelman buscara que otras voces –las de los caídos– hablen en su poesía con él y por él. Son los años atroces, pero simultáneamente es el tiempo cuando sus poemas se vuelven más desgarradamente tiernos, más tristemente dolorosos, y donde el desmedido sentimiento de la pérdida hace que el alma parezca un solo llanto. Gelman se vuelve el gran documentalista de la derrota. Como Vallejo, como Celan o como Gonzalo Rojas, Gelman descuadra la sintaxis y rompe a menudo las palabras para expresar, de una manera secretamente armónica, las experiencias que han atravesado con sus flechas el corazón. Gelman no excluye el uso argentino del vos y los diminutivos se multiplican. Entre tantos momentos aflictivamente inolvidables, nada me conmueven tanto en su ternura como los poemas al hijo asesinado y a la madre llena de entereza. ¿Cómo no recordar ahora estos versos al hijo?: “¿qué hicieron de vos/ hijo/ dulce calor que alguna vez niñaba al mundo/ padre de mi ternura/ hijo que no acabó de vivir?/ ¿acabó de morir?/ pregunto si acabó de morir/ el nacido el morido a cada rato”. O éstos a la madre recién fallecida donde se unen vida y muerte, exilio e irreversibilidad: “vos me acunaste yo te ahueso/ ¿quién podrá desmadrar al desterrado?/ tiempo que no volvés”.
La tercera fase, no exenta de melancolía descorazonada y de rabias súbitas, es la de la reconciliación y una paz casi completa consigo mismo, y se halla en sus últimos libros: Valer la pena (2001), País que fue será (2004),  Mundar (2007), Deatrásalantensuporfía (2010), El emperrado corazón amora (2012) y Hoy (2013). Es el tiempo de la reintegración familiar y del encuentro con nuevos amigos en el nuevo país, de la utopía de nuevo buscada y de la conciencia triste de la palabra fue, de los recuerdos que casi inviernan y de los fantasmas que vuelven a deshora, del adiós y del aydiós. Son los años también de los grandes reconocimientos internacionales, entre otros, el Premio Iberoamericano y del Caribe Juan Rulfo 2000, el Premio Reino Sofía de Poesía Iberoamericana 2005, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2005 y el Premio Cervantes (2007), el mayor galardón en lengua española.
Con la muerte del amigo impar y del gran poeta, el mundo se volvió un poco más triste. A muchos Gelman nos dio el ejemplo de que dentro del dolor trágico es dable la fraternidad. Se fue, pero para quienes lo quisimos y admiramos, con quien reímos tanto (tenía un magnífico sentido del humor), es un adiós que no alcanza la despedida. Es la partida en vuelo, no la llegada. Sin duda lo que más me privilegia es que me haya visto y tratado durante veinte años como un hermano.
Mientras escribo esto, vuelvo a verlo, cuando nos encontrábamos a comer, caminar por la acera o entrar al restaurante con una sonrisa, darnos un apretón de manos pleno de afecto y un fuerte abrazo, y yo preguntarle: “¿Y cómo está el joven Juan?” Y él responderme: “Joven será usted.” Para luego en la mesa hablar largamente de todo y de nada un poco.

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