Jornada Semanal
Marco Antonio Campos
Hijo de judíos
ucranianos, nacido en 1930 en el barrio de inmigrantes de Villa Crespo,
en Buenos Aires, Juan Gelman tuvo una infancia pobre, libre, acaso
feliz. La radio y él crecieron juntos y el tango sería desde su
adolescencia y para siempre un compañero mundo. Gelman
descubrió la poesía a fines de los años cuarenta; de ese entonces datan
lecturas de autores que dejarían su huella para siempre en el recuerdo
del corazón y en el corazón del recuerdo: Oliverio Girondo, Raúl
González Tuñón, Carlos Drummond de Andrade, poetas ingleses y
franceses, y sobre todo el César Vallejo de Trilce. Gelman se afilia muy pronto a las Juventudes Comunistas y pasa luego al partido Comunista.
Luego de la llamada Revolución Libertadora de 1955
se proscribe el peronismo y se prohíbe incluso mencionar la palabra
Perón. La resistencia opositora se organiza. Con el triunfo de Castro
en 1959, Gelman simpatiza con la Revolución Cubana, de la cual
descreerá con los años. En 1964 renuncia al partido Comunista, pero poco
después, para la historia de las paradojas, se entera de que el
Partido lo expulsa por desertor. En Argentina se une a un movimiento
guevarista, que se une luego con uno peronista, dando lugar a la
organización guerrillera Montoneros, nombre de uno de los grupos
peronistas. Desde el regreso de Juan Domingo Perón en 1973, y sobre todo
luego de su muerte (asciende a la presidencia su esposa Isabelita),
empieza la “noche sudamericana”. Cometiendo un gravísimo error,
Montoneros entra a la clandestinidad. En 1975, amenazado de muerte por
la Triple a, creada por José López Rega, ministro de Bienestar Social
del gobierno de Isabelita, Gelman se exilia en Italia, y se convierte
en vocero de la organización guerrillera. El 24 de marzo de 1976 una
Junta Militar da el golpe de Estado. En agosto de ese año los militares
apresan a su hijo y a su nuera, a quienes ejecutan meses después.
Entre 1975 y 1988, salvo algunas entradas clandestinas, Gelman vive un
difícil exilio en Italia, Francia y Nicaragua. En 1988 conoce en Buenos
Aires a su segunda esposa, Mara Lamadrid, con quien, en ese mismo año,
viaja a México, país donde residió desde entonces, y donde desde hace
mucho había decidido morir. El sábado 19 de enero cumpliría veinticinco
años entre nosotros. Murió el pasado martes 14.
En la obra poética de Gelman, me parece, hay tres
etapas más o menos distinguibles: la primera, la de los años cincuenta y
sesenta, ligera, lúdica, llena de gracia y de destellos de ternura.
Es el tiempo de libros como Gotán (1956), Velorio del solo (1961), Cólera buey (1965), Los poemas de Sydney West
(1969). O como escribimos una vez en un artículo: “En esta poesía está
próximo el cuerpo de la mujer, llámese Ofelia o Daniela Rocca, y el
país y el mundo son imaginables como un castillo para construirse con
las piedras del sueño y la utopía, de la libertad y la fraternidad,
aunque también, entre ‘las bellas compañías’, un afectuoso buitre se
hunda prometeicamente en las entrañas.”
Una segunda etapa se da a partir de varios hechos
que le rompen el rostro, corazón y el alma: el ascenso en Argentina en
1976 de los militares, la ejecución de su hijo y de su nuera, la caída y
muerte de cientos de compañeros, entre ellos Francisco Urondo, Rodolfo
Walsh y Miguel Ángel Bustos, y la política de inmolación de la
dirigencia de Montoneros en 1978, cuando emprenden una contraofensiva
suicida (él ya tenía severas reprobaciones a la conducción, pero el
llamado a la contraofensiva lo impele, junto con otros compañeros, a
romper con la organización, lo cual llega a impedir la muerte de
decenas o centenares de militantes). Algunos libros representativos de
esta segunda etapa serían Hechos y relaciones (1980), Hacia el sur (1982), Citas y comentarios (1982), Anunciaciones (1988), Carta a mi madre (1989) y Salarios del impío
(1993). Si en la primera época ya encontrábamos tres heterónimos,
ahora se multiplican, como si Gelman buscara que otras voces –las de
los caídos– hablen en su poesía con él y por él. Son los años
atroces, pero simultáneamente es el tiempo cuando sus poemas se vuelven
más desgarradamente tiernos, más tristemente dolorosos, y donde el
desmedido sentimiento de la pérdida hace que el alma parezca un solo
llanto. Gelman se vuelve el gran documentalista de la derrota. Como
Vallejo, como Celan o como Gonzalo Rojas, Gelman descuadra la sintaxis y
rompe a menudo las palabras para expresar, de una manera secretamente
armónica, las experiencias que han atravesado con sus flechas el
corazón. Gelman no excluye el uso argentino del vos y los
diminutivos se multiplican. Entre tantos momentos aflictivamente
inolvidables, nada me conmueven tanto en su ternura como los poemas al
hijo asesinado y a la madre llena de entereza. ¿Cómo no recordar ahora
estos versos al hijo?: “¿qué hicieron de vos/ hijo/ dulce calor que
alguna vez niñaba al mundo/ padre de mi ternura/ hijo que no acabó de
vivir?/ ¿acabó de morir?/ pregunto si acabó de morir/ el nacido el
morido a cada rato”. O éstos a la madre recién fallecida donde se unen
vida y muerte, exilio e irreversibilidad: “vos me acunaste yo te
ahueso/ ¿quién podrá desmadrar al desterrado?/ tiempo que no volvés”.
La tercera fase, no exenta de melancolía
descorazonada y de rabias súbitas, es la de la reconciliación y una paz
casi completa consigo mismo, y se halla en sus últimos libros: Valer la pena (2001), País que fue será (2004), Mundar (2007), Deatrásalantensuporfía (2010), El emperrado corazón amora (2012) y Hoy
(2013). Es el tiempo de la reintegración familiar y del encuentro con
nuevos amigos en el nuevo país, de la utopía de nuevo buscada y de la
conciencia triste de la palabra fue, de los recuerdos que casi inviernan y de los fantasmas que vuelven a deshora, del adiós y del aydiós.
Son los años también de los grandes reconocimientos internacionales,
entre otros, el Premio Iberoamericano y del Caribe Juan Rulfo 2000, el
Premio Reino Sofía de Poesía Iberoamericana 2005, el Premio
Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2005 y el Premio Cervantes
(2007), el mayor galardón en lengua española.
Con la muerte del amigo impar y del gran poeta, el
mundo se volvió un poco más triste. A muchos Gelman nos dio el ejemplo
de que dentro del dolor trágico es dable la fraternidad. Se fue, pero
para quienes lo quisimos y admiramos, con quien reímos tanto (tenía un
magnífico sentido del humor), es un adiós que no alcanza la despedida.
Es la partida en vuelo, no la llegada. Sin duda lo que más me
privilegia es que me haya visto y tratado durante veinte años como un
hermano.
Mientras escribo esto, vuelvo a verlo, cuando nos
encontrábamos a comer, caminar por la acera o entrar al restaurante con
una sonrisa, darnos un apretón de manos pleno de afecto y un fuerte
abrazo, y yo preguntarle: “¿Y cómo está el joven Juan?” Y él
responderme: “Joven será usted.” Para luego en la mesa hablar largamente
de todo y de nada un poco.
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