25/Enero/2014
Laberinto
Armando González Torres
Nació el 24 de enero de 1934 en Monterrey, Nuevo León. Es
ingeniero mecánico administrador por el ITESM, pero ha dedicado gran parte de
su vida a la literatura: poeta, ensayista, crítico, traductor, investigador y
editor, además de promotor del humanismo. Entre sus premios se encuentra el
Xavier Villaurrutia (1972), el Magda Donato (1986), la Medalla Estado de Nuevo León en
la disciplina de literatura (1990). En 1984 ingresó a El Colegio Nacional;
desde 1986 es miembro de la Academia
Mexicana de la Lengua.
Muchos de sus libros son imprescindibles para comprender a la
cultura nacional como expresión y como industria, sus aportes son incontables
en esta materia. Para celebrar sus 80 años de vida, ofrecemos la mirada de
algunos de sus más fieles lectores
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Este año
Gabriel Zaid cumple ochenta años. Curioso: pese a su heroica reserva ante los
micrófonos y las cámaras, todo mundo sabe quién es Zaid, pero, dada la novedad
y versatilidad de su obra, algunos habrán de preguntarse ¿qué es Zaid? ¿en qué
estante se pueden poner sus libros? Las tentaciones de respuesta son muchas: un
poeta de obra parca y reveladora; un cuidadoso lector de parte del canon poético
mexicano; un sociólogo de la literatura; un observador de las costumbres
intelectuales; un economista práctico y heterodoxo, un antologador atípico; un
valiente y sagaz comentarista político, o un crítico de la cultura en el
sentido más amplio. En realidad, Zaid es todo eso y más; su escritura conduce una
inteligencia móvil, risueña y luminosa, cuya dinámica se ahoga en las etiquetas
genéricas. Zaid ha escrito libros de asuntos aparentemente inconexos y ha cultivado
lectores en los más diversos territorios y en las más distintas audiencias (un
cuñado mío, ingeniero, aplica algunas de sus ideas para administrar sus
empresas; una amiga poeta ratificó su vocación leyendo un ejemplar amarillento de
Cuestionario; una joven
economista, interesada en las finanzas populares, se sorprendió con la
actualidad de los diagnósticos y prescripciones de El progreso improductivo). En poesía, en economía, en
política, en el ámbito intelectual, la obra de Zaid aspira a que el lector
aprenda a desconfiar de la retórica, a exigir el hecho concreto, la
demostración contundente, la palabra justa y clara. Puede decirse que Zaid
aspira a decir claridades, esclarecer el ambiente, provocar esa higiene que
parece surgir cuando alguien descubre, articula o se atreve a pronunciar lo que
teníamos en la punta de la lengua.
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