Nexos
Margarito Cuéllar
La poesía suele ser un conjunto de ciudades cuyos habitantes se acercan o se alejan a medida que la periferia crece. Las cruzan o las circulan grandes avenidas, callejones de metáforas, edificios deslumbrantes, alegorías, construcciones que se caen a pedazos. Conciencias que se repliegan a un presente, a un tiempo, a una geografía, a una realidad, a un orden o a un caos, a un modo de gobernar conceptos y emociones. Es el caso de dos piedras fundacionales de la poesía latinoamericana del siglo XX: Ciudad Octavio Paz y Ciudad Pablo Neruda. Podría decir dos ríos, dos continentes, dos desiertos, dos mares. Pero la ciudad me parece el espacio simbólico que mejor apunta a las poéticas de nuestro tiempo.
Las correspondencias entre poetas suelen convertirse en disonancias. Y los poetas, como las ciudades, están en continua expansión. En septiembre pasado se cumplieron 40 años de la muerte de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda. En Julio se cumplirán 110 años de su nacimiento. En vísperas del primer siglo de Octavio Paz, pasaremos revista a las asonancias y disonancias de estos dos árboles centenarios de las letras. Ambos premios Nobel de literatura. Un dúo dinámico imposible, si se parte de las distancias y las preferencias ideológicas, que lo mismo atraen que repelen. Pero también dos atlas por los que cruzan ríos afines, fronteras imaginarias y puñados de sílabas que conversan.
Todo iba bien. Paz tiene apenas 23 años cuando participa, gracias a las gestiones de Neruda, en el Segundo Congreso Mundial de Escritores Antifascistas, celebrado en 1937 en Valencia, España. Neruda era 10 años mayor, y gozaba ya de un aura que lo identificaba como poeta latinoamericano vinculado a las causas populares. Había publicado libros importantes y gozaba de una fama que crecía. Paz era un desconocido; había editado a principios de ese año Raíz del hombre y reconocía el vigor de la poesía nerudiana y la generosidad del poeta, pero pronto pondría en tela de juicio sobre todo la forma de actuar de los gigantes del estalinismo en el poder: “Vi al comunismo como a un régimen burocrático, petrificado en castas, y vi a los bolcheviques caer uno tras otro en esas ceremonias públicas de expiación que fueron las purgas de Stalin”, recapitula Paz unos años antes de su muerte.
Neruda, en Confieso que he vivido, retorna a los primeros encuentros: “Entre noruegos, italianos, argentinos, llegó de México el poeta Octavio Paz, después de mil aventuras de viaje. En cierto modo me sentía orgulloso de haberlo traído. Había publicado un solo libro que yo había recibido hacía dos meses y que me pareció contener un germen verdadero. Entonces nadie lo conocía”, Neruda había publicado en Madrid, en 1935, una de sus obras cumbre: Residencia en la tierra, con el que el poeta chileno empieza a influir en la obra de los poetas de habla hispana.
Neruda no era perita en dulce. Ya el libro La guerrilla literaria de Faride Zerán da cuenta y señal de los enconos entre el autor de Canto general, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, que tampoco, como decimos en México, cantaban mal las rancheras.
Las antologías suelen dar motivo a querellas. Las presencias justifican un canon y las ausencias incomodan. Laurel, preparada por Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Emilio Prados y Gil-Albert, publicada en 1941, no fue la excepción. No están ahí, sea por autoexclusión o por criterio editorial o político, ni Pablo Neruda ni Miguel Hernández ni León Felipe.
Si Paz le lanzó un puñetazo a Neruda y éste lo esquivó, lo menos que salió de ahí fueron balas de adjetivos, duro y a la cabeza. Y un distanciamiento de décadas. Neruda fue tachado por Paz de “estalinista” y “ególatra”. A su vez Paz fue considerado por Neruda “traidor” y “purista”. Dardos con veneno arrojados por los futuros premios Nobel, lo cual comprueba que las ciudades también trazan su propia cartografía, aunque compartan los límites de la geografía y el idioma.
Edward Stanton, quien se ha acercado a las asonancias en la obra de ambos poetas, lo tiene muy claro: lo que distanció a Paz y a Neruda no fue la poesía sino la política, y sobre todo la visión en torno al arte y la ideología.
Ambos bebieron de los manantiales de Blake, Whitman, Lawrence y Eliot, compartieron a Quevedo, Hugo y Baudelaire y se cuadraron ante Rimbaud, el romanticismo y el surrealismo. Sólo que mientras Neruda se cobijaba en el Partido Comunista de su país, Paz siguió un camino de prudente distancia, el cual se fue alejando cada vez más. Neruda se siente tentado por una poesía que oscila entre la fraternidad terrenal y la cosmología. La empresa poética de Paz, aunque a veces parece una casa fincada en el aire, parte de una obra negra cimentada en la tierra. Hasta aquí los caminos no se bifurcan.
Neruda se aleja de Eliot y fustiga las “ingeniosas trampas vacías”, las “casas blandas y huecas”, “las casas de citas” y los poemas impersonales “como la eternidad misma”. La esencia de lo terrenal la encuentra en el hombre mismo, no en el ser abstracto sino en el que oficia de panadero, impresor, cocinero, obrero, campesino.
Desde el principio Paz sabe que la poesía de Neruda, o al menos una parte considerable de ella, está en comunión con las fuerzas vitales de la naturaleza y con el misterioso secreto de las cosas. No duda sobre el hermano mayor que funda y echa raíces con su lírica, y a quien considera el más “destacado y personal de los poetas hispanoamericanos”.
Años después Paz reafirma el peso de la obra nerudiana sobre su poesía: “En aquellos años Neruda era una gran presencia y yo lo había leído con pasión. En su poesía hay también ese descenso hacia lo material del mundo. Sin embargo, siempre quise guardar las distancias”, le dice a Stanton en 1988.
El salto del Paz de “¡No pasarán!” al de los poemas de Raíz del hombre es mortal. Su punto de partida es Novalis, pero en el erotismo destilado de sus versos está la visión cosmogónica de Neruda, su maestro.
Edward Stanton se encarga de hacernos ver las correspondencias entre Raíz del hombre y Residencia en la tierra. “No sólo el tema erótico en todo su esplendor violento sino también familias enteras de imágenes que privilegian ciertos campos semánticos: un ambiente invadido por lo nocturno (sombra, oscuridad, tinieblas) en alianza con una fascinación por lo informe; imágenes vegetales o terrenales (tierra, plantas, flores, raíces, árboles) que se entrelazan con otras corporales (carne, pelo, boca, entrañas, pecho, venas, piel, labios, huesos)… en los dos libros abundan imágenes acuáticas (pozos, océano, mar, río, oleaje, inundaciones, espuma, corrientes subterráneas) que expresan el fluir de la conciencia o más bien de la fantasía en gestación antes de llegar a la cristalización formal”.
Neruda recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971. Paz 19 años después. En sus discursos hay líneas que se cruzan y forman un punto y otras que se alejan y forman islas. Paz alude, con la inteligencia que lo habita, al significado de la palabra gratitud y a las realidades de las lenguas. Habla de la dependencia del presente y el pasado con el futuro, de la modernidad como descenso a los orígenes, del fin de las utopías y del mercado “en el que todo se vuelve cosa que se compra, se usa y se tira al basurero. Ninguna sociedad había producido tantos desechos como la nuestra. Desechos materiales y morales”. Vuelve a la idea de mirar de frente a la muerte y cierra con un reflejo al William Blake de Las bodas del cielo y el infierno: abrir las puertas de la percepción. No para que entre el hombre infinito, sino el otro tiempo: “el presente, la presencia”.
Neruda alude, con la emoción y el sentimiento que lo dibujan, a los días en que la fuga y la vigilia lo llevan a cruzar la frontera de su país, de la poesía como acción pasajera, de los enemigos de la poesía, del poeta no como un pequeño dios sino como el hombre que entrega el pan de cada día, de sus versos como herramienta de trabajo cotidiano, de la larga noche latinoamericana en la que abundan el oprobio y el saqueo de “oscuros dioses” y culmina, bandera en mano, con una señal de Rimbaud, el vidente: À l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. Algo así como: “Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades”.
Al igual que Neruda, Paz hace referencia a los puentes imaginarios del pasado, aunque habla de un ayer en el que la biblioteca paterna es la caverna encantada, hasta que la razón, la historia no vivida, termina por desalojarlo del presente. Otra forma de exilio. “Las polémicas se disipan, quedan las obras”, dice sin detenerse en la espada enemiga.
Neruda afirma que los enemigos de la poesía no son los que la resguardan sino la incapacidad del poeta “para entenderse con los más ignorados”.
A las polémicas que se disipan en contraposición de las obras, que permanecen, Neruda hace alusión a los que lo tildan de sectario y en un claro referente a Huidobro le niega al poeta la posibilidad de ser un pequeño dios.
Para Neruda la estrella primordial es la lucha y la esperanza, Paz asume el presente no como la búsqueda del edén terrestre “ni de la eternidad sin fechas” sino como los pasos hacia una “realidad real”.
En Paz la poesía, en cuanto enamorada del instante, revive esa fugacidad en el poema, lo que la convierte en presente fijo. ¿Poesía de antítesis? En Neruda la poesía es acción pasajera, soledad y solidaridad, intimidad del hombre y revelación de la naturaleza. ¿Poesía de tesis?
La partida de Neruda de México, en 1943, es tan dolorosa como los versos de su “Nuevo canto a Stalingrado”:
Yo sé que el viejo joven transitorioFuertes declaraciones. Fuego cruzado. Jabs al bofe de la poesía. Paz escribió ese mismo año: “¿Y qué decir de los discursos políticos, de las arengas, de los editoriales de periódico, que se enmascaran con el rostro de la poesía? ¿Y cómo hablar sin vergüenza de toda esa literatura de erotómanos, que confunden sus manías o sus desdichas con el amor? Imposible enumerarlos a todos: a los que se fingen niños y lloriquean porque la tierra es redonda; a los fúnebres y resecos, enterradores de la alegría; a los juguetones, novilleros, cirqueros y equilibristas; a los jorobados de la pedantería; a los virtuosos de la palabra, pianolas del verso, y a los organilleros de la moral; a los místicos onanistas; a los neocatólicos que saquean los armarios de los curas, para ataviar sus desnudas estrofas con cíngulos y estolas; a los papagayos y culebras nacionalistas, que cantando expolian a la triste revolución mexicana; a los vates de ministerio y a los de falansterio; a los hampones que se creen revolucionarios sólo porque gritan y se emborrachan”.
de pluma, como un cisne encuadernado,
desencuaderna su dolor notorio
por mi grito de amor a Stalingrado.
Yo pongo el alma mía donde quiero.
Y no me nutro de papel cansado,
adobado de tinta y de tintero.
Nací para cantar a Stalingrado.
La versión original de este ensayo, o al menos la cita anterior, no la encontrará el lector en la obra completa de Paz, sino en la revista El Hijo Pródigo (agosto 15 de 1943), nos hace ver Stanton, bajo el título “Poesía de soledad y poesía de comunión”.
Lo demás es historia conocida. Neruda, antes de partir, lanza un par de estocadas. En una de ellas afirma que en la poesía mexicana hay desorientación y falta de moral civil, pone en las nubes a los pintores y a los escritores militantes, afirma que el ensayo está marcado por una generación anémica y truena contra Revista de Occidente y Hora de España, a las que Paz está cercano. En “Respuesta a un cónsul” Paz asesta duros golpes al maestro y concluye con que la literatura de Neruda “está contaminada por la política, su política por la literatura y su crítica es con frecuencia mera complicidad amistosa. Y, así, muchas veces no se sabe si habla el funcionario o el poeta, el amigo o el político. Acaso tampoco él lo sepa con claridad. Esta confusión —y el respeto que me merece una obra que a menudo es traicionada por un temperamento que confunde la fuerza con la violencia y la cortesía con la debilidad— me han impedido contestar a sus intemperantes afirmaciones. Y si ahora lo hago es con escepticismo: sé de antemano que en el señor Neruda la vanidad es una pasión tiránica, que le prohíbe confesar sus errores o sus extravíos”.
Y aquí se rompió una taza. Aunque Paz fue muy cuidadoso y matiza en sus Obras completas las desavenencias de antaño.
Como un “gran poeta en decadencia”, así llama Paz años después a Neruda, reconociendo que los poetas de su generación recibieron una enorme influencia del poeta chileno.
Stanton llama también la atención sobre una gran coincidencia: la publicación el mismo año, 1950, de Canto general de Neruda y El laberinto de la soledad de Paz. La primera, una edición ostentosa acompañada por el trabajo gráfico de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. La de Paz en Cuadernos Americanos.
No sé si en un acto de justicia poética hacia su antiguo maestro, muerto 20 años atrás, o hacia el joven lector de Neruda que fue Paz, unos años antes de su muerte releyó su poesía completa. Tarea nada sencilla si tomamos en cuenta que la empresa poética de Neruda es monumental. La conclusión a la que llega Paz es que Neruda es el mejor poeta de su generación. Por encima de Huidobro, Vallejo, Borges y los poetas españoles. La opinión parece desmesurada, pero Paz es cuidadoso, pudo haber dicho que Neruda es el poeta más destacado del siglo XX, o el mejor poeta de habla hispana, al ubicarlo generacionalmente le da una ubicación específica en el contexto latinoamericano. Y en un tono aforístico, no sé hasta qué punto autocrítico, apunta: “Lo admiraste, lo quisiste y lo combatiste. Fue tu enemigo más querido”. Indicador de que hasta las ciudades con mayor fortaleza se desmoronan.
Los párrafos que Paz dedica a Neruda en el tomo II de sus Obras completas (Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Barcelona, 2000) son de alto relieve. “No digo que sea el más perfecto sino el más vasto y variado; también, con frecuencia, el más intenso, ora desgarrador, ora risueño, a un tiempo simple y misterioso. Un poeta inmenso. En cada uno de sus libros, aun los más flojos, hay poemas inolvidables; en cada uno de sus poemas, aun los menos afortunados, hay líneas que son relámpagos de verdad. Quiero decir: relámpagos verdaderos que iluminan brevemente nuestra conciencia y trazan tatuajes en nuestra memoria; asimismo, relámpagos con la luz de una verdad súbita. ¿Qué verdad? Una verdad oculta, olvidada o abandonada, enterrada o acabada de nacer. La verdad de todos los días, la verdad de cada día, que pasa como nosotros pasamos y se queda como los dibujos del tiempo sobre la roca.
”La generación de Neruda sobresalió en el arte del verso y Neruda también fue en esto la excepción: fue duro de oído, monótono y no pocas veces torpe. Estas carencias y defectos, por su enorme potencia verbal y su instinto poético, se convirtieron en virtudes. Sus ojos entrecerrados traspasaban la opaca realidad; su mirada volvía rosa a la llama y agua a la piedra. Sus poemas tienen una música extraña, muy antigua y, no obstante, familiar, como oída en duermevela. Música de piedras y polvo que cae interminablemente en el pozo de la noche, pasos del trueno que anda a ciegas por el llano, rumor de roncos motores en los suburbios del sueño, luz que regresa cada mañana para golpear suavemente nuestros párpados”.
Antes, en El arco y la lira, Paz dedica un amplio párrafo al Canto general, lectura que en su momento le pareció fatigosa y conmovedora a la vez. Paz considera que el poeta fracasa al intentar el relato en verso libre, cuyos ejemplos abundan en el Canto… Y que Neruda acierta en poemas como “Alturas de Macchu Picchu”, donde canta en vez de contar.
La lectura de algunos títulos amplían el paisaje, o al menos ofrecen una versión más distante que la de los propios protagonistas en sus respectivas obras, en torno a los encuentros y desencuentros de los dos poetas: Octavio Paz en España, 1937 (Fondo de Cultura Económica, compilación de Danubio Torres Rubio, 2007); Adiós poeta (Tusquets, 1990) de Jorge Edwards; Pablo Neruda: Los caminos de América (Lom, 2004) de Edmundo Olivares Briones; Las furias y las penas. Pablo Neruda y su tiempo de David Schidlowsky (Ril Editores, Santiago de Chile, 2008) y El águila en las venas. Neruda en México, México en Neruda de Víctor Toledo (Universidad Autónoma de Puebla, 2005).
Una relectura de Raíz del hombre y de Pasado en claro de Octavio Paz, paralela a Residencia en la tierra y Memorial de Isla Negra; una lectura atenta al Canto general mismo o a los poemas mexicanos de Neruda, sin duda nos reafirmarían las correspondencias poéticas, signos inequívocos de que en poesía a veces es más palpable lo que acerca que lo que aleja, más allá de las diatribas del momento.
¿Quién lee hoy con sublime vehemencia los versos del “Canto a Stalingrado” y el “Nuevo canto a Stalingrado?”. O el candor rabioso, lacónico, que visto a distancia suena hasta tierno, de “Los poetas celestes”:
Qué hicisteis vosotros, gidistas Intelectualistas, rilkistas, misterizantes, falsos brujos existenciales, amapolas surrealistas encendidas en una tumba, europeizados cadáveres de la moda, pálidas lombrices del queso capitalista, qué hicisteis ante el reinado de la angustia, frente a este oscuro ser humano, a esta pateada compostura, a esta cabeza sumergida en el estiércol, a esta esencia de ásperas vidas pisoteadas?Paz supo beber de los manantiales menos desmesurados del maestro. Evitó, a edad temprana, vivir bajo su densa sombra y trazar su propio destino poético. Así de complicado. Así de simple.
El autor del poema “¡No pasarán!”, que lo lleva a Valencia al Congreso de Poetas Antifascistas y propicia el primer encuentro con Neruda, tomó nuevas rutas para cautivar a la musa.
Los primeros pasos de Paz nacen comprometidos con la historia inmediata:
¡Cómo llena ese grito todo el aire y lo vuelve una eléctrica muralla! Detened al terror y a las mazmorras, para que crezca, joven, en España, la vida verdadera, la sangre jubilosa, la ternura feraz del mundo libre. ¡Detened a la muerte, camaradas!En Raíz del hombre el poeta cambia de tono. Y al amplificarlo lo universaliza. ¿No hizo lo mismo Neruda al saltar de 20 poemas de amor y una canción desesperada, pasando por Crepusculario, a Residencia en la tierra? Por más despiadadas que sean las musas, tarde o temprano encuentran al poeta que las contiene. Ciudad Octavio Paz. Ciudad Pablo Neruda. Dos megalópolis para armar.
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