domingo, 26 de enero de 2014

La palabra de Juan Gelman

26/Enero/2014
Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega

Buscar la luz, abrirse paso entre la cerrada tiniebla, no aceptar la derrota y hacer de la desesperanza una manera de reconciliarse con el mundo, de hacer un pacto de no agresión o un acuerdo de tregua prolongada con la historia y todos sus horrores, injusticias e insensateces. La poesía de Juan Gelman, el argenmex que, para nuestra fortuna, escogió a nuestro país para seguir adelante en la vida y en su trabajo creativo, reúne esas características y nos ayuda a reconciliarnos con los días y las noches y a redescubrir el asombro y la gloria de los alimentos terrenales. Todas estas afirmaciones salen desde lo más profundo del ser (recordemos el grito de auxilio implícito en el De profundis de Oscar Wilde), después de derrotar a la desesperación y de afirmar, a pesar de todo y contra esto y aquello, los valores del ser humano, frágiles y asediados, pero más fuertes que la violencia y la injusticia.
“Así mezclaste mis huesitos con tu eternidad/ tus besos eran suaves la noche que me dejaste solo/ con el terror del mundo/¿me buscabas también así?/ ¿hermanos en el miedo me quisiste?/ ¿en un pañal de espanto?” Esto escribe el poeta a su madre, luchadora fuerte, sólo derrotada por el cáncer, el iracundo señor que nada sabe de perdones y engaña con sus treguas. La imagen de la mujer estricta quedó desordenada en la memoria del hijo. Sin embargo, con esos fragmentos pudo reconstruir una vida para cumplir el rito de la reconciliación: “todavía recojo azucenas que habrás dejado aquí/ para que mire el doble rostro de tu amor/ mecer tu cuna/ lavar tus pañales/ para que no me dejes nunca más/ sin avisar/ sin pedirme permiso/ aullabas cuando te separé de mí/ ya no nos perdonamos”.
Es con una ternura mayor como recupera al hijo y junta los pedazos de memorias y de amores para reconstruir su imagen en el poema y en el alma: “era escrita verdad que nos desfuéramos?/ ¿qué voy a hacer con mí/ pedazo mío?/ ¿qué pedacitos puedo ya juntar?/ ¿cómo reamarte/ amor callado en lo que compraste con tu sangre niña?”
Esa recuperación, como otras muchas plasmadas en la poesía urgente, desgarrada y amorosa de Gelman, sólo puede hacerse exprimiendo a las palabras sus jugos esenciales, creando nuevas palabras, remodelando la gramática, creando una nueva prosodia y cavando sin descanso en la vieja y casi agotada mina del idioma para hallar nuevas vetas no sólo de bellezas, de metáforas como piedras preciosas con luces interiores que vienen del alma mineral, sino también de nuevos y vigorosos significados que enriquecen los patrimonios de la verdad, de la emoción y del pensamiento: “¿dónde estás mesmo ahorita?/ ¿descansas?/ ¿nadie tortura tu blancor?/ ¿ya mudo quietas tu luz contra tinieblas?/...
Poesía llena de preguntas la de Gelman, y llena también de admiraciones. Los poetas poseedores de certezas e incapaces de asombrarse (tal vez lo hacen tan sólo cuando contemplan sus orondos ombligos) no puede llegar a esa dimensión donde lo humano encuentra su forma de expresión, la construye y, muy pronto, la destruye para evitar el horror de los moldes, el cansancio infinito de decirlo todo de la misma manera, asesinando la sorpresa, la frescura del poema que adopta la forma exigida por el tema. En esta vigorosa actitud lírica Gelman nos pone a pensar en Vallejo, en sus palabras salidas de la tierra, en la originalidad de sus sensaciones y en la estremecedora sinceridad con que hablaba de los golpes tan fuertes como si vinieran del odio de Dios... tan fuertes, “yo no sé”, admitía el poeta que tenía las manos llenas de preguntas y no sabía nada de las certezas poseídas por los dueños de este mundo manchado por la injusticia, las desigualdades abismales y la inagotable tontería de los propietarios, los filisteos y sus escribas.
Gelman nos entrega una poética a la vez reflexiva y lúdica. Del repertorio campesino y de épocas arcaicas obtiene sus palabras y, cuando no encuentra las adecuadas, se las inventa, crea sus propias reglas gramaticales y las dota de la versatilidad necesaria para que sean adjetivos, sustantivos o verbos, es decir, criaturas dotadas de una libertad tan amplia que rebasa todas las limitaciones y establece sus propias y, por supuesto, efímeras convenciones. Gelman ejerce el oficio de la poesía día y noche, con dolor, con amor, bajo la lluvia y en la catástrofe. Lo hace obligado por el dolor del mundo y por las separaciones, pero también por los besos del encuentro. Por eso trabaja con palabras que son como sangre. Su ars poetica llega a un extremo solidario que supera las limitaciones del individualismo cerrado: “nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos, rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte”.
En el caso de la separación de los amantes, Gelman encuentra la manera exacta para describir esos dolores: “de veras comprobando que tus ruidos andaban por sus huesos y en general que te habías ido”. Los poetas anglosajones manejan los coloquialismos con soltura y sin provocar fruncimientos de nariz de los puristas. En nuestra poesía sólo lo han hecho poetas como López Velarde, Vallejo, Leduc, Huerta, Sabines... Para todos ellos las formas del lenguaje popular tienen la fuerza proveniente de las mismas raíces del idioma, y todos ellos saben que la verdadera originalidad no puede ser impostada sino que es una floración natural, una condición del alma. La poesía encerrada en las palabras consagradas por una retórica autoritaria, castrante, no tiene sentido alguno después de la gran revolución iniciada por Pablo Neruda. Su movimiento liberador nos enseñó que todo es poetizable, desde el misterio de las capas de la cebolla y los melancólicos anteojos rotos en un ácido basurero, hasta la violencia asesina de los dictadores y la superchería y avaricia de los dueños de los medios de producción en el capitalismo salvaje. Por eso nuestro amigo Juan nos expone sus motivos para escribir: “El amor a la poesía, a la madre, a la mujer, a los hijos, a los compañeros que cayeron por una esperanza, a la belleza todavía de este mundo...”
Los homenajes que se le han hecho a Juan Gelman nos permiten pensar en algunos poetas de ese formidable país, hermano nuestro por tantas y tan ricas razones, que es Argentina: Lugones, Borges, Girondo, Olga Orozco, Enrique Molina, los Fernández Moreno... Ellos delinearon el rostro de la poesía argentina, hermosamente penetrada por los giros de la lengua popular hecha de mezclas y de bellas impurezas. Con tranquilidad y con una sabiduría pausada y sin estridencias, Juan ocupa su lugar tanto en el canon como en la marginalidad. No temas, Juan, los homenajes no pretenden petrificarte, convertirte en estatua y obligarte a seguir una línea consagrada y consagratoria. Nada de eso. Sigue jugando con las palabras, inventándolas y olvidándolas. Sigue tu camino de independencia y de lucha, sigue defendiendo a tus muertos y a tus vivos porque, al defender a tus personas, estás defendiendo a las personas, a las mujeres y a los hombres de este mundo injusto y violento. Ojalá que sigas siendo –que seamos todos– como tu tía Adelaida: “ella llevaba sus negocios con Dios como un carbón encendido/ se levantaba a las cinco/ avivaba las brasas/ ponía a hervir su corazón/ y así empezaba el día/ cada día”. Ahora cantaremos contigo un buen tango equivalente a un gaudeamus igitur o a un sursum corda.

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