Milenio
Asumir que todos los lectores prefieren siempre la familiaridad y el refugio de una lectura fácil es lo mismo que ha conducido a tantos matrimonios a la ruina. La falta de riesgo y de asombro suele conducir sin mucho problema de por medio a la rutina.
Siempre me ha parecido por lo menos paradójico que para promocionar un libro con frecuencia se diga de él que se lee con una facilidad tal que “casi parece que no se le está leyendo”. Nótese aquí que la posibilidad de hacer circular un libro que no se lee es una cosa buena, por cierto. La lectura, debe sobreentenderse, es una actividad engorrosa, si no es que absurda, que mejor habría de ser sustituida por un proceso de ósmosis o telepatía capaz de transmitir el contenido del texto sin tener que detenerse en el bagazo de las palabras. Ese desecho. Que a un mercenario del mercado esto le parezca positivo no tiene mucho de inusual, puesto que a ellos les interesa vender, de preferencia de la manera más rápida posible, un producto, y no necesariamente fomentar esa relación crítica con el mundo que a menudo se logra a través de la lectura de libros. De hecho, a juzgar por el énfasis que suele ponerse sobre palabras tales como “absorbente, fascinante, fácil de leer” en tanto carnadas para atraer al lector denominado como promedio o, de plano, mayoritario, todo parecería indicar que el objetivo último de los mercaderes de libros es ofrecer un libro sin la molesta presencia de palabras en sus páginas. Se trataría de un libro vacío, literalmente. Sería, para no ir muy lejos, un libro sin lenguaje.
Antes de llegar a ese nirvana de las lecturas fáciles, tal vez no sería mala idea del todo detenernos unos minutos en las inmediaciones de la palabra facilidad. ¿Qué decimos cuando elogiamos un libro porque su lectura fue fácil, es decir, rápida y sin complicaciones y, de preferencia, placentera? Algo nos resulta fácil porque, por principio de cuentas, nos es familiar. Moverse por un territorio conocido, siempre reconociendo (y no sólo conociendo) los alrededores, suele ser cosa fácil. Formar parte de una situación en la que sabemos exactamente qué hacer y, además, sabemos qué se espera de nosotros, parecería ser el epítome de la facilidad. Saber las reglas. Confirmar el estado de las cosas. Proseguir sin obstáculos. Llegar al final. Todas esas son también etapas de la lectura fácil.
A veces, ciertamente, se antoja leer un libro así.
Lo contrario de una lectura fácil es una lectura interesante, no una difícil. No todos los libros se mueven en territorio familiar y, algunos, de hecho, hacen todo lo posible por llevarse a la lectora a sitios inimaginables. El moto de estos libros es el riesgo o el asombro. O ambos. Sospechando del poder único de la anécdota, los libros de lectura interesante ponen en juego varios elementos del lenguaje a la vez. Lejos de juegos herméticos impuestos desde afuera, un libro interesante invita la participación activa, o cuando menos a la sospecha adictiva, del lector. Una descodificación o una adivinanza, da lo mismo. Sin respetar las reglas aristotélicas (o de cualquier otro tipo) del relato, ciertos libros aspiran, de hecho, a ser leídos. De ahí el énfasis puesto en la materialidad misma de las palabras —sus texturas, ritmos, sonidos, presencias, sintaxis. Un libro que aspira a ser leído produce, por necesidad también, su propia teoría de la lectura y su propio, e insustituible, manual de la misma.
A veces, ciertamente, se antoja leer un libro así.
Asumir que todos los lectores prefieren siempre la familiaridad y el refugio de una lectura fácil es lo mismo que ha conducido a tantos matrimonios a la ruina. La falta de riesgo y de asombro suele conducir sin mucho problema de por medio a la rutina. Y de la rutina al aburrimiento el trecho no es muy largo, eso se sabe. ¿Será mucho pedir que imaginemos un mundo en el que a los lectores les interese, de hecho, leer palabras en un libro? Tengo la impresión de que, si a alguien le interesa leer, terminará por interesarle leer otra cosa. Otro reto. Otro juego.
Si la función del lector dentro o con respecto al texto consiste en estar siempre a punto de irse, optar por estrategias de lectura fácil o de lectura interesante es estar promoviendo relaciones de suyo específicas no sólo con el libro en cuestión, sino también, acaso sobre todo, con el mundo a su alrededor. Una lectura que invita a la consideración de las texturas varias de las palabras no es una estrategia difícil (o poética) de la escritura, sino una invitación a poner una atención similar en las texturas varias que configuran el mundo como acto vivido y también, cómo no, como cosa por vivir. A diferencia de las lecturas fáciles que se cumplen con el libro y con éste se cierran, confirmando todo alrededor de sí mismas, las lecturas interesantes viven abiertas hacia lo que las rodea, en una profunda interacción que pasa por el uso del lenguaje. Ese desecho. Y ese deshecho. Y ese hecho.
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