Laberinto
Supongamos que al próximo presidente de México le importe la educación. Seguro perderá todo un sexenio negociando con el magisterio, diseñando programas de estudio e intentando capacitar a los maestros en esos nuevos programas. Muy temprano comprenderá que no vale la pena hacer gran cosa, pues su esfuerzo será cosechado por quien ocupe la silla del águila en el siguiente sexenio.
Al final, todos sus proyectos se reducirán a ponerle cristales a algunas escuelas, fomentar los desayunos escolares, discutir con los padres de familia el capítulo de la educación sexual, lidiar con las huelgas de maestros. Al final, los estudiantes serán más tarados que hace seis, doce, dieciocho años, u otro múltiplo del seis.
Hay una forma muy sencilla de transformar el nivel de nuestros estudiantes en un corto plazo, tan corto, que nuestro futuro presidente se colgaría la medalla.
Apenas tome posesión de su cargo, convocará a un grupo de notables para que determinen los 40 libros que han de leerse en cada grado escolar, desde el primero de primaria hasta el fin de la preparatoria.
La selección se hará sin nacionalismos y sin facilismos. Tampoco habrá moralismos. Se elegirán libros que amplíen los horizontes, que signifiquen un reto intelectual, que impliquen aprendizaje, pero que no sean una aburrición. Libros que nos hagan más de lo que somos.
Se imprimirá cada uno por separado, con buenas pastas y papel duradero. Todo en cantidades suficientes para que cada alumno sea propietario de sus libros. Quizá sería bueno un sello que dijese: “Prohibida su venta”.
La esencia es ésta: en cada escuela primaria y secundaria se destinará una hora diaria a la lectura de esos libros. Se comentan, se discute sobre ellos, pero no habrá ninguna evaluación. Nada de exámenes, tareas, contar palabras por minuto o escribir ensayos. Esto no es clase de Español ni de Lectura de Comprensión. Es una hora en la que los chicos se dedican a leer, a veces en silencio, a veces en voz alta, con la ayuda o el estorbo del maestro.
Habrá quien lea con placer, habrá quien lea a la fuerza. Eso no importa. ¿Quién habla del placer de las matemáticas o la historia o la geografía?
Los libros se entregan a principio del año. Son del alumno. Si decide leerlos antes de tiempo, la hora de lectura será de relectura. Mucho mejor.
A los alumnos de preparatoria, se les dará también un paquete de libros para que se lleven a casa.
Al salir de la secundaria, el alumno habrá leído 360 libros. O casi 500 al terminar la preparatoria. Mucho más que el promedio de toda una vida.
Cada año se irán renovando las lecturas. De este modo, una familia con tres hijos acumulará con el tiempo una biblioteca de más de mil volúmenes.
Cuando se les pregunta a los lectores asiduos cómo se iniciaron en la lectura, casi todos dan la misma respuesta: “Había libros en casa”. Pues bien, ahora habrá libros en todas las casas de México.
Hay que ser más ambiciosos, dejar atrás la alfabetización y pasar a la bibliotequización. Así, la historia no recordará a nuestro siguiente presidente como un mediocre que enriqueció a sus amigos; sino como al transformador del país.
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