Laberinto
Heriberto Yépez
Las
estadísticas muestran que los mexicanos leen mal y poco. Los estudiantes tienen
serios problemas para comprender lecturas. ¿Qué gritan estas tragicómicas
cifras?
El Iluminismo predica que el libro libera. Pero quizá los mexicanos se
oponen al libro como una resistencia política.
El libro permanece atrapado en la red autoritaria.
La escuela mexicana no es emancipatoria sino represiva. El libro es
asociado psicológicamente con las prácticas restrictivas empleadas desde el
catecismo hasta las cátedras.
Quizá un estudio demostraría que el libro es sobre todo un instrumento para
adoctrinar personas a obedecer autoridades.
El manejo de la Biblia en la Iglesia y familia, y el manejo del libro de
texto por los maestros podría ser uno de los motivos por los que “La Bola” de
“Jodidos” se niega consciente e inconscientemente a “leer” y “entender” libros:
agacharse.
Esta rebelión paga un precio: la “ignorancia”, mezcla de desinformación, desventaja y desacato.
Desacato, sí. La no-lectura podría ser un sabotaje al libro como
instrucción autoritaria.
El rechazo a la “lectura” no sólo es reflejo del fracaso del programa
escolar sino señal del éxito de la resistencia de las mayorías contra el
adoctrinamiento.
Me-Hago-el-Menso para NO seguir tus Órdenes.
El bajo índice de lectura podría ser una forma en que el mexicano está
comunicando su rechazo a ser sometido por el Libro y sus mandamases.
Quizá el mexicano no puede “leer” debido a que la comunicación familiar,
escolar, mediática y gubernamental no es clara sino incoherente.
Aun si el mexicano promedio quisiera aprender a leer, lo contradictorio y
confuso de las autoridades no deja desarrollar capacidad de lectura de la
realidad (de la cual la lectura de libros deriva).
El libro (y la palabra escrita y pública) se usa para ocultar que la
comunicación es defectuosa y mal intencionada.
El mexicano ve a la palabra pública —del libro al noticiero, y de las
promesas de campaña hasta el informe presidencial— como una mentira, una comunicación que no debe
creer o atender seriamente porque es desconfiable.
El mexicano promedio no lee porque no adquirió en su infancia y juventud
las capacidades básicas para confiar en
las fuentes debido a la comunicación embustera y despótica de sus padres,
profesores, sacerdotes, voceros y funcionarios.
Y no cree benéfico aprender a “leer” porque ese sistema engañoso monopoliza
la Palabra para justificar sus trampas.
(Para colmo, el Libro casi nunca habla del mexicano promedio sino de las
clases que lo dominan).
El mexicano se protege del poder
del libro. Prefiere la “ignorancia” al sometimiento.
Se opone —casi silenciosamente—
al libro por ser utilizado para humillarlo, castigarlo, engañarlo, manipularlo,
controlarlo.
Los de Abajo se siguen sublevando. No necesariamente levantando.
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