21/Febrero/2015
Laberinto
Ana María Shua
Lo de
“cuentos brevísimos” es un retorno a las fuentes. A veces me canso de los nombres
en latín, como minificción o microrrelato, que hay que explicarle al lector
común. Y vuelvo a los cuentos brevísimos, que así se llamaban en la mítica
revista El Cuento. Después de
todo, fue para publicar en El Cuento
que empecé a escribir en este género.
Y cuento lo
que me pasó con Valadés. Yo le mandé varios textos para el concurso y una carta
en la que lo invitaba a mi casa, a comer pollo a la crema con cerezas
flambeadas, que en ese momento era mi Menú Número 1 Para Visitas. Con los
textos no pasó nada, pero en cambio Valadés publicó mi carta.
Y para mi
enormísima sorpresa, al año siguiente me llamó desde Buenos Aires, aceptando la
invitación a cenar. Estábamos en 1976, el año en que comenzó la Dictadura. Yo tenía
25 años y uno de casada. Habíamos levantado el departamento porque tres días
después nos íbamos a vivir a Francia, de modo que tuve que decirle que no podía
invitarlo. Como inexperta y tontita, no me di cuenta de que Valadés solo quería
encontrarse conmigo y, en fin, podríamos haber ido a comer a cualquier otro
lado. Me pareció que si no le podía dar mi Menú Número 1 ya no habría encuentro
posible. Y ahí terminó todo. Valadés nunca volvió a contestarme una carta, y
nunca conseguí que me enviaran ejemplares de El Cuento a Buenos Aires (o quizá los detenía la censura en
el correo). Con muchísima sorpresa, a través de Puro Cuento supe que me mencionaba en sus artículos sobre
minificción (“Ronda por el cuento brevísimo”). Y con más (y lindísima) sorpresa
todavía, el año pasado supe, gracias a Alfonso Pedraza, ¡que sí me había
publicado en El Cuento!
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