Tierra Adentro
Jorge Carrión, Fernanda Trías y Hernán Lara Zavala
El 26 de agosto de este año, Julio Cortázar habría cumplido cien años. En Tierra Adentro ya nos habíamos declarado fanáticos del Gran Cronopio cuando le dedicamos la portada de nuestro número 177. Sin embargo, no quisimos dejar pasar la oportunidad de revisitar a este autor aprovechando la cercanía de su centenario, que coincide a su vez con las celebraciones por los cincuenta años de la publicación de Rayuela, una novela —o antinovela, como se define a sí misma— que marcó a varias generaciones de escritores en todo el mundo. Si bien la influencia de la obra cortazariana es innegable, en fechas recientes su relevancia ha cambiado de forma y ha abierto espacios a otras obras y escritores que trabajan en el mismo espacio literario y vital. Convocamos a Fernanda Trías (Uruguay), a Jorge Carrión (España) y a Hernán Lara Zavala (México), para hablar de lo que Rayuela representó en su formación como lectores y escritores.
Estimados: Les escribo este correo largamente retrasado sobre la conversación en torno a los cincuenta años de Rayuela, su vigencia, y la de la obra de Cortázar. El plan es simple: discutir de manera relajada sobre el tema en cuestión; pasarla bien, sobre todo. Se me ocurre comenzar preguntando: ¿ha desplazado Los detectives salvajes a Rayuela en el imaginario de los lectores?
—René López Villamar
■
Lo primero que hay que dejar claro es que Los detectives salvajes es hija de Rayuela.
Sin las estructuras narrativas que imaginó Cortázar, sin esa libertad
creativa, no sería posible la novela de Bolaño. Él mismo lo dijo en
varias ocasiones, entre ellas en el discurso de aceptación del Rómulo
Gallegos. Aunque sí es cierto que la convivencia en nuestra época de
ambas obras se ha vuelto una competición, al menos en potencia. No
obstante, diría que se leen ambas. Es decir, no se leen las grandes
novelas de Carpentier, Asturias o Donoso; pero sí hay espacio para las
novelas extensas de Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y el
inesperado heredero de todos ellos: Bolaño. Quizá, en términos
sociológicos, se ha adelantado la lectura de Rayuela a la adolescencia y la de Los detectives salvajes
parece que es más propia de la juventud. Pero eso es generalizar: hay
que ver lo que importa, la experiencia de lectura de cada cual.
—Jorge Carrión
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Tengo la impresión de que Rayuela
es una novela experimental típicamente cortazariana, que ni tiene
parangón ni tuvo seguidores, aunque sí infinidad de lectores. Rayuela, como Ulises
de James Joyce, llevó a su máxima expresión un tipo de novela que cerró
más caminos de los que abrió. Son novelas tan definitivas que tuvieron
una enorme importancia en la historia de la literatura pero que en
última instancia condujeron a callejones sin salida. Hay muchos
discípulos de Cortázar, pero no continuadores de Rayuela.
De algún modo, la rayuela o “mandala”
venía gestándose, estilísticamente, desde los primeros cuentos y
novelas, muy en especial en el libro Imagen de Keats, donde
Cortázar toma como pretexto al poeta John Keats y lo mezcla con sus
traducciones, interpretaciones, comentarios, anécdotas, chistes,
biografía y autobiografía. Digamos que Cortázar percibía el mundo como
una rayuela. El método principal de la novela es el de la fragmentación y
el collage en el que todo cabe para lograr la unidad de la obra. Su
técnica experimental y aleatoria le permite todo tipo de juegos y
malabares que van desde las diversas posibilidades de lectura del libro,
hasta las citas de autores reales y ficticios, las conversaciones
filosóficas, los capítulos líricos, las parodias, el surrealismo, el
absurdo, etcétera.
Como en todo Cortázar, siento más el
placer del texto en su tono fresco, humorístico, desenfadado y creativo
que en sus disquisiciones metafísicas. Para mí, Rayuela ha
envejecido en su ánimo innovador pero se ha mantenido viva en sus
mejores capítulos, que pueden leerse casi al margen de la anécdota que,
por otro lado, no es particularmente rica ni interesante. La Maga, la
heroína de la novela, nunca significó gran cosa para mí. En todo caso
disfruté más la creación de personajes como Berthe Trépat que la acerca
al esperpento. En cuanto a la comparación de Rayuela con Los detectives salvajes,
no encuentro ni el más mínimo atisbo de influencia o parangón. En todo
caso siento la impronta de José Agustín, en particular en el caso de De perfil.
—Hernán Lara Zavala
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Hola a todos, acá una representante
rioplatense. Me parece interesante la lectura que hace Jorge, aunque
busqué el discurso de aceptación del Rómulo Gallegos de Bolaño y no
logré encontrar la mención a Cortázar. De todas maneras, las filiaciones
en la literatura suelen ser involuntarias. Por eso sí veo un lazo entre
las dos novelas en cuanto a la idea de “la bohemia”, que ahora
llamaríamos épica juvenil, porque no sé si la bohemia como concepto
puede seguir existiendo. Sería interesante saber si los jóvenes siguen
leyendo Rayuela como yo la leí hace veinte años o más. Por
supuesto, no tengo esas estadísticas, así que son puras conjeturas. Sin
embargo, si tuviera que regalarle un libro a un adolescente, eligiría Los detectives salvajes. Me pregunto cómo leería hoy un adolescente ese mundo de referencias culturales de Rayuela.
A su vez, el juego de las múltiples lecturas imagino que no le
resultaría novedoso, porque ahora, con internet, es normal leer así,
saltando de un lado para el otro. Eso me hace acordar a lo que dijo
Piglia, que las tablas de lectura de Rayuela son “el lector salteado” de Macedonio Fernández. (Hablando de filiaciones voluntarias e involuntarias.)
—Fernanda Trías
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Quizá este puede ser un camino adicional de discusión: pareciera que el mundo del siglo XXI ha asimilado mucho de lo que Rayuela
proponía como juego. Hace años hubo un proyecto de reproducir la novela
en cientos de sitios, cada reproducción enlazando sólo un capítulo, por
ejemplo. Y aparte hay cosas curiosas: ¿tendría sentido el juego de
Oliveira y la Maga en una época para encontrarse en la que todos hacemos
check-in para indicar dónde nos encontramos todo el tiempo? ¿El lector necesitará pronto notas al pie para entender Rayuela? ¿Esto afecta o no su vigencia como obra?
—RLV
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Varias respuestas.
En efecto, me traicionó el recuerdo.
Bolaño citó mucho la maestría de Cortázar, de quien dijo que “era el
mejor”. En “Derivas de la pesada”, su radical intervención en el campo
literario argentino (creo que como poeta se sentía chileno y como
narrador, argentino; con esos “rivales” quería medirse), dice
irónicamente: “No es necesario escribir libros originales, como Cortázar
o Bioy, ni novelas totales, como Cortázar o Marechal, ni cuentos
perfectos, como Cortázar o Bioy”. Entiendo que cuando habla de
originalidad y de totalidad se refiere a Rayuela. En cualquier
caso, estoy convencido de que es su gran modelo conceptual y
estructural. En sus cartas a Porrúa, Cortázar habla de “antinovela”, y
esa es la idea que articula Los detectives salvajes. Se trata
de escribir una novela antimonumental, con los materiales innobles de su
época (el diario adolescente, los testimonios transcritos casi en bruto
de unas entrevistas); una novela aparentemente precaria, pero muy
sofisticada, como pudo serlo Rayuela en su momento histórico (cuya lengua también suena coloquial, ese argentino tan novedoso en su momento).
Me interesa esa idea de la bohemia que Fernanda ha trabajado en su novela La ciudad invencible,
precisamente ambientada en Buenos Aires. Creo que cada generación
inventa su propia forma de bohemia. Temporal, pero bohemia al fin y al
cabo. Y que Rayuela ha sido leída por todas las generaciones desde su publicación. Otro tema es si Rayuela
es una novela que conecta con los jóvenes lectores europeos y
latinoamericanos (e incluso norteamericanos: Cortázar es una influencia
rastreable en muchos autores de Estados Unidos nacidos en los sesenta,
setenta y ochenta, como Mark Z. Danielewski o Blake Butler), mientras
que Los detectives salvajes es una novela que en América Latina
puede llegar antes, pero que en Europa o en Estados Unidos llega en la
etapa universitaria. No lo sé.
Parte del éxito de Rayuela
tiene que ver con su traducción directa en el turismo cultural. Si la
traducción es la forma más extrema de la lectura, la traducción en
pasos, visitas y fotografías sería la forma ultrarradical. Yo fui a
París por Rayuela. Y quién sabe si también a Buenos Aires. El
Instituto Cervantes de París tiene su propia ruta en la página web. El
mundo de Cortázar, por ser un mundo en que se remezclan vida y obra, se
presta al fetichismo, a la geolocalización. En tiempos del GPS los
paseos a ciegas de la Maga y Oliveira todavía tienen más sentido y son
más románticos: porque a la idealización se le une la nostalgia.
Lo que más me interesa de Cortázar no es
la perfección de sus cuentos, ni sus ensayos mejorables, ni su poesía
ingenua, ni siquiera sus obras maestras (“El perseguidor”, “Casa
tomada”, Rayuela), sino su capacidad de investigación, de hallazgo, de
prueba y error, de sorpresa, de apertura a todas las formas artísticas
de su época. Cómo incluyó en su prosa la música, cómo dialogó con
pintores, cómo firmó guiones de cómic, cómo practicó la deriva
post-situacionista en Los autonautas de la cosmopista, cómo creó collages que son arte contemporáneo (Último round, La vuelta al día en ochenta mundos),
cómo dialogó con sus lectores, editores y críticos en cartas
absolutamente memorables, recorridas por la curiosidad. Cómo convirtió
su vida en un laboratorio que engendraba libros. Creo que hay pocos
autores en español tan abiertos al mundo y a las artes. Tal vez Lorca.
—JC
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De acuerdo. También veo puntos de contacto entre Rayuela y Los detectives salvajes,
las distintas hablas coloquiales, los idiolectos de los personajes (sus
características particulares que no son cien por ciento “realistas” —al
menos puedo afirmarlo en lo que respecta a la uruguaya de Los detectives salvajes—)
y su estructura con fragmentos intercambiables. Pero lo importante es
que, para cualquier parricidio, es necesario que haya habido un padre y Rayuela
fue innovadora, más allá de que, como bien dijo Hernán, hoy no nos
resulte tan novedosa (a eso habría que sumarle el hecho de haber
“presagiado” un modo de lectura). La pregunta de por qué Rayuela
parece haber perdido prestigio entre los escritores (nótese que no digo
“los lectores”) del Río de la Plata y no en España o México, me parece
interesante. Por una parte, ni Cortázar ni Rayuela tienen la culpa de que París, como escenario, se haya vuelto un poco snob. También la sensibilidad amorosa de Rayuela
tiene algo “tanguero” que hace chirriar los dientes en el Río de la
Plata actual, la verborragia no se amolda a lo que predomina hoy, desde
las historias mínimas hasta las frases secas y despojadas, cosas así. Si
hoy escribo “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para
encontrarnos”, me tiran con tomates. Puig, sin embargo, también trabaja
lo cursi y trabaja con materiales innobles, pero envejeció de otra
forma.
En cambio en los cuentos, como “Casa
tomada” o “El perseguidor”, que coincido con Jorge son notables, no pasa
esto. Es tarde en el Sur, pero me quedo con ganas de comentar el resto
del correo de Jorge. Mañana la seguimos, bonne nuit.
—FT
■
Sobre la bohemia, sí, es cierto, pero
inevitablemente uno añora la bohemia que ya pasó. Tiendo a asociar la
bohemia con cierto idealismo, donde el ocio se entiende como una forma
de resistencia; prima una sensación de que está pasando algo “ahí” (algo
que es preferible a otra cosa), las personas/personajes se definen a
partir de una pertenencia a un grupo y el grupo tiene una manera
compartida de ver el mundo (y aunque los integrantes de la cofradía
tengan ideas opuestas y discutan o incluso se peleen, sigue primando la
sensación de que ese modo de vida es preferible a otro). Hoy, la idea
misma de pertenencia a un grupo es muy complicada.Tal vez exista de facto,
pero uno nunca se atrevería a afirmar que esos cinco o seis escritores
que gravitan en torno a un lugar (como podría ser el Varela Varelita en
Buenos Aires) forman un grupo, mucho menos le pondrían un nombre. Hay
una inocencia en eso que ya nadie se permite. Por eso Onetti, con su
desencanto, está tan vigente. Digo esto y, sin embargo, Cortázar mismo
me refuta. Oliveira parece distinguir entre dos tipos de bohemia (al
menos), cuando dice “[...] no había querido fingir como los bohemios al uso que ese caos de bolsillo era un orden superior del espíritu o cualquier otra etiqueta podrida”. Entonces estarían los bohemios al uso
y los otros (bohemios ¿a la antigua?) que no le asignan a esa forma de
vida (el caos, las vidas “vomitadas de música y tabaco y vilezas
menudas”) un mayor valor. La bohemia al uso sería entonces la snob. Me pregunto cuál sería la bohemia al uso
de hoy, tal vez la bohemia trashumante. Ahora, por ejemplo, está
quedándose en casa el escritor galés Richard Gwyn, y la bohemia
trashumante se pone en marcha: nosotros lo recibimos porque es amigo de
amigos, hablamos de libros, de traducción, tomamos vino y todos los
clichés… La relativa facilidad para viajar ha ampliado los límites de
esos “grupos”. Gwyn me dice que le encanta Cortázar, leyó Rayuela
y por supuesto no ve esa prosa pomposa que a algunos nos rechina en el
Río de la Plata. Sin embargo, no le gusta Philip Larkin, por los mismos
motivos. Es decir que la cercanía tiene un papel en todo esto.
(Recordemos que César Aira es muy crítico de Cortázar: “El mejor
Cortázar es un mal Borges”).
Yo no recorrí París siguiendo a Rayuela, pero es innegable que Rayuela ha marcado mi idea de París, lo que no es poca cosa (de Buenos Aires pienso en Sobre héroes y tumbas,
de Ernesto Sabato). Si alguien me dice “Del lado de allá”, siempre
pienso en París, o al menos en Europa (nunca podría ser Nueva York, por
ejemplo); sin embargo “acá” y “allá” bien podrían ser las coordenadas
norte/sur y no este espacio dividido por el océano Atlántico.
En Rayuela me gusta la manera
en que se habla de Montevideo, una Montevideo decadente. Creo que en
determinado momento Oliveira dice que el río estaba lleno de pescados
muertos (risas).
—FT
■
En realidad, creo que cuando se habla de
esta novela como de una lectura iniciática, adolescente, se piensa en
la pequeña parte que es una historia de (des)amor, los capítulos
neorrománticos, muy deudores de Nadja de André Breton; pero en
realidad la mayor parte de la novela es una suerte de enciclopedia sobre
literatura, música, pintura, historia, en sintonía con lo que en esa
misma época estaban haciendo otros autores europeos, como Georges Perec.
—JC
■
Hoy en el avión, de Santiago de Chile a
Santa Cruz, Bolivia, se sentó a mi lado un chico joven, de veintipocos, y
el libro que tenía en la mano era Los premios. Hablamos un buen rato y me dijo que había leído Rayuela
dos años antes, siguiendo el mapa, y que le había fascinado. Lo que más
le interesaba, dijo, no eran las historias en sí, sino la manera de
contarlas, el “cómo”. Al final resultó que el chico estudiaba cine, y me
dijo algo que me gustó: que ese encuentro (el hecho de que él se
sentara justo en el asiento de al lado cuando nosotros estamos teniendo
este diálogo sobre Cortázar) podría haber ocurrido en Rayuela.
Para mí lo más interesante, o debería
decir, lo que me sigue interesando, es justamente esa parte
enciclopédica que menciona Jorge. Por eso recuerdo con fascinación “El
perseguidor”, aparte de que el retrato de la locura que hace en ese
cuento es fabuloso.
—FT
■
Que seas tú mi interlocutora me hace
pensar en las Rayuelas de nuestra época. Los libros excesivos, que
rompen moldes. Las Rayuelas que se imponen, como La casa de hojas, de Danielewski; y las que no, como La novela luminosa, de Levrero. En el contexto del boom
fue paradójicamente mucho más sencillo que una novela se difundiera en
el conjunto de la lengua. Y que influyera globalmente. La influencia de Rayuela
fue instantánea, la de Bolaño o Danielewski necesitó varios años, la de
Levrero se puede rastrear localmente pero se instala todavía en el
porvenir (que en realidad es el lugar de la literatura).
—JC
■
Sería buenísimo tener una novela de Levrero con la estructura de Rayuela,
porque una estructura así se prestaría bien para historias con ribetes
oníricos o fantásticos. Para mí la estructura sigue teniendo mucho
potencial (la idea de los capítulos descartables, también), más ahora en
la época del hipertexto. Cuando te mencionaba “El perseguidor” ayer, es
porque de algún modo ahí ya están los problemas de Rayuela; el mismo Cortázar dijo que “‘El perseguidor’ era una paqueña Rayuela”.
Levrero, a diferencia de Cortázar y Danielewski, no se interesaba por
la novela total; sin embargo, su manera de escribir, espontánea, sin
orden (aunque vivió luchando por imponerse un orden, y de esa lucha
nacen La novela luminosa y El discurso vacío), más
bien intuitiva, es similar al modo en que Cortázar escribió Rayuela. Leí
en alguna entrevista que lo primero que escribió fue el capítulo de la
tabla con la que querían unir las ventanas. Fue un episodio que Cortázar
vio en la calle, y luego lo escribió con la idea de que iba a ser un
cuento, pero cuando terminó de escribirlo se dio cuenta de que ahí no
había un cuento, y a partir de esa escena y de esos personajes empezó a
escribir el resto (o sea, lo anterior, el pasado en París). El hecho de
que la escritura de Rayuela fuera así, hecha de fragmentos, de
cositas que Cortázar tenía escritas en libretas o sueltas y que luego
fue integrando a la novela, creo que hace a su estructura y a su estilo.
Porque el material llama a la forma. Sobre los libros excesivos, yo
creo que —como los malos poetas de Fogwill (risas)— se necesitan más
libros excesivos.
—FT
■
Pienso que ya casi estaría todo. Sin
embargo quisiera que cerráramos la conversación abordando una última
cuestión: recuerdo en la correspondencia de Cortázar que la escritura de
Rayuela le parecía necesaria porque se oponía a esas novelas
de “pelotudos ontológicos” (estaba pensando en Sabato) y le parecía que
era necesario plantearse la novela de otra manera. Parece que hoy la
literatura se encuentra en el punto opuesto del péndulo, y aun así hay
quienes descartan a Cortázar (no sólo al de Rayuela) como un
formalista, cuya obra carece de sustancia y es puro juego verbal. Es
algo en lo que difiero, pero quisiera saber cuál es su postura y qué
tanto ha cambiado el perfil de un escritor “comprometido”, desde
Cortázar hasta nuestros tiempos.
—RLV
■
Yo diría que, por un lado, están los
supervivientes de la época de Cortázar, como Juan Goytisolo o Mario
Vargas Llosa, que siguen actuando como intelectuales de aquellos
tiempos, en medios como El País, que también actúan así porque
hay un público que siente que esa continuidad es posible y necesaria.
Por el otro lado, está el compromiso que se justifica por la intensidad
política de ciertas zonas, pienso en David Grossman en Israel o en los
escritores venezolanos o mexicanos de nuestro cambio de siglo. Sin esa
intensidad crónica, violenta, es difícil poder creer en la figura del
intelectual clásico.
—JC
■
Lo que pasa es que hoy hay batallas que
se juegan en distintos frentes, por lo que la idea de escritor
comprometido es más amplia o más diversa. Estoy de acuerdo con Jordi
sobre la importancia de esos autores que trabajan la crónica o el
testimonio del horror. Pienso también que trabajar el lenguaje (es
decir, con el lenguaje) ya es un compromiso político. Escribir
una novela de denuncia con un lenguaje plano, que repite las fórmulas de
la gran estructura que nos oprime, es para mí igual de inútil. Por
supuesto que esto es una opinión muy personal. Ahora recuerdo el
maravilloso texto de Diamela Eltit, El padre mío, que es la
desgrabación íntegra de unas entrevistas realizadas a un esquizofrénico
que vivía en la calle. El resultado no sólo es sumamente político sino
poético y conmovedor. Además diría que un escritor comprometido sería
también el que utiliza los espacios de visibilidad que se le abren a
partir de sus libros (que no tienen por qué tener ningún contenido
abiertamente político) para generar conciencia sobre los temas que le
preocupan.
—FT
Aurora Bernárdez, traductora
Mientras se llevaba a cabo esta
conversación, falleció en París Aurora Bernández (1920 – 2014), quien
fuera la primera esposa de Julio Cortázar y su albacea literaria. Si
bien asumimos que será imposible separar su figura pública de su
relación con el autor de Rayuela, queremos tomar esta breve
nota para agradecerle sobre todo por su labor como traductora. Bernárdez
tradujo, entre otros, a Ray Bradbury, Gustave Flaubert, William
Faulkner, Vladimir Nabokov, Jean-Paul Sartre, Albert Camus. Con sus
traducciones no sólo ayudó a divulgar toda una generación de autores que
ahora nos resultan indispensables, sino que tenían siempre una calidez y
claridad que supieron acercar a toda una generación de lectores
hispanoparlantes a grandes obras de otras latitudes. Por ejemplo, en
Justine, de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, supo
conferir muy bien el exotismo y el sabor mediterráneo de la ciudad
egipcia. Donde la prosa árida de Durrell recuerda a la de su maestro
Henry Miller, la traducción de Aurora Bernárdez emparenta la Alejandría
de la entreguerra con el Macondo de García Márquez, la Ciudad de México
de Carlos Fuentes y el París de Cortázar, que fue también su París.
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