Laberinto
Armando González Torres
Hace
algunas décadas, la posesión de un libro de José Revueltas, deshojado y
obsesivamente subrayado, era un distintivo progresista. Hoy, ese carisma ya no
funciona; sin embargo, basta hojear sus libros para constatar la elasticidad
casi clásica que conserva su narrativa. Con poco más de una decena de novelas y
libros de relatos, Revueltas asimiló como nadie las nociones de sufrimiento y
expiación. Aunque sus tramas se insertan en las circunstancias de la Revolución mexicana, la
guerra entre el poder civil y religioso, la vida obrera y campesina, la
militancia comunista y el ámbito carcelario, en realidad constituyen una
auténtica fenomenología del suplicio.
Revueltas crea un universo literario
original e irreductible que le permite rebasar la fecha de caducidad de los
productos de una corriente literaria y adquirir una vigencia basada en el
exceso virtuoso de su prosa y en la corporeidad escalofriante de sus
personajes. Porque los hombres del subsuelo, los humillados y ofendidos, los
endemoniados de Revueltas resultan seres profusamente reales, que protagonizan
una narrativa de pasiones exaltadas y situaciones límite y que se plasman con
una huella estrafalaria y violenta en la memoria. La presencia de los
marginados, los parias, los freaks,
más que un recurso literario, constituye una exploración de las agobiantes
semejanzas entre la vida ordinaria y los extremos de fealdad, degradación e
ignominia.
No es sutileza
narrativa o delectación con el estilo lo que se encuentra en las páginas de
Revueltas, sino un naturalismo áspero, plagado de una violencia y una
convulsión próximas a lo sublime. Por ejemplo, las peleas brutales, los
empalamientos de cristeros, las torturas a los animales (la epifanía de un
hombre ante su perro, al que ha castigado hasta arrancarle un ojo y romperle la
espalda y que aun así se arrastra para lamer sus pies) o, en otro extremo, la
impasibilidad de Fidel, el burócrata comunista, ante el cadáver de su hija
Bandera son imágenes pavorosamente concretas que exaltan el sufrimiento físico
y mental como una forma de la revelación. Revueltas crea, desde Los muros de agua hasta El apando, un universo carcelario
que no se remite únicamente a la prisión, sino a la generación de paisajes
opresivos y personajes cautivos, piezas inermes del destino que, sin la
grandeza de los héroes, acuden a un sacrificio sin sentido. Desde el encierro
vital, desde esa prisión metafísica en la que los hombres reptan en una
caverna, Revueltas explora y revela que el hombre es el juguete de un Dios
violento y caprichoso.
¿Cómo se
concilian las perspectivas de un espíritu trágico y pesimista adscrito a una
iglesia política, mesiánica y optimista? ¿Cómo evoluciona y se desenvuelve esta
obra escrita entre el ritmo delirante de la militancia marxista, los frecuentes
encarcelamientos y los padecimientos personales? Ya desde Los muros de agua, su primera novela publicada en 1941,
Revueltas traza la índole de sus atmósferas y sus personajes dilectos: se trata
de una novela sobre un grupo de presos políticos en las Islas Marías, en la
que, más allá del testimonio descarnado de la vida en la prisión, se explora
con agudeza psicológica los caracteres y motivos más profundos y ocultos de la
militancia comunista. En 1943 aparece El
luto humano, una novela de atroz belleza que narra la muerte por agua
de un grupo de campesinos y en la que, desde la seminconciencia de la agonía,
se asiste al retrato de personajes memorables como Natividad, el reformista
social; Úrsulo, el bastardo perplejo entre su incertidumbre y sus ideales;
Adán, el asesino a sueldo; o el anónimo cura cristero, atormentado por la duda
sobre su vocación y la realidad del pecado. En 1944, Revueltas publica Dios en la tierra, un libro de
relatos oscuros y barrocos cuyo tono y características lo vuelven más un
alegato metafísico y religioso que una denuncia política. Sin embargo, el
desgarramiento más visible entre su credo político y la humanidad de sus
personajes se presenta en Los días
terrenales de 1949, esa radiografía del comunismo cuya crudeza le valió
la crítica y el aislamiento y lo obligó a una retractación pública. Las novelas
de enmienda de Revueltas, de 1956 y 1957, En
algún valle de lágrimas y Los
motivos de Caín, son más ceñidas a un realismo limpio, aunque, por
supuesto, menos ricas y complejas. En 1960, Revueltas publica su libro de
relatos más celebrado, Dormir en
tierra, en el que depura y perfecciona su galería de personajes. Los errores, de 1964, es otra
novela, quizá tardíamente herética, que aborda la vida comunista y los procesos
de Moscú y en la que nuevamente la dimensión moral de sus personajes interroga
a la profecía. Finalmente, en El
apando se perfeccionan los temas revueltianos en una pieza de perfecta
crueldad.
No es extraño que en su tiempo esta narrativa de la angustia y el abatimiento, este realismo escasamente edificante (la ambigüedad de las situaciones, la complejidad de sus personajes no facilita la extracción de moralejas), resultara poco aceptable y útil para su militancia. Años después, la narrativa de Revueltas pero, sobre todo, su rebeldía heterodoxa, generaron una corriente de empatía con los protagonistas del 68 y se convirtieron en el emblema de toda una generación de izquierda. Sin embargo, hoy que las causas que hicieron a Revueltas un mito cívico son rebasadas por la realidad (el desencanto ideológico, la anorexia política), sus personajes y situaciones aún tienen el poder de conmover y estremecer pues, con una poesía sorda que resiste descuidos y digresiones, recrean la miseria, el sufrimiento, la pasión y la desesperanza.
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