Jornada Semanal
Sergio Gómez Montero
Para José Agustín Ramírez, un compita de siempre
Soy el último hombre
Sobreviví a la ruina de mi especie
J. E. Pacheco, “México”
Sobreviví a la ruina de mi especie
J. E. Pacheco, “México”
La santidad siempre
Desde luego, el título de esta nota le debe mucho al título (y ensayo) del libro de Octavio Paz El ogro filantrópico,
que en el año de su publicación (1979) causó cierto escozor y malestar
aún entre la elite de políticos priístas de aquel entonces (a pesar de
que Paz, para esa época, ya había doblado las manos frente a ellos),
presididos por Miguel de la Madrid, a quienes les costó trabajo tragar
las sencillas elaboraciones filosóficas de Paz en torno a la
contradicción que bañaba al Estado mexicano postrevolucionario y que son
el origen del oxímoron del título de su libro. Valga, pues, usar el
oxímoron de Paz como referencia para hacerlo extensivo a esta nota, que
gira en torno a uno de sus coetáneos y con quien no siempre, hasta
donde se sabe, llevó buenas relaciones.
La vida de Revueltas fue de una diversidad
manifiesta, desde el momento en que le toca nacer en Durango (noviembre
de 1914) como parte de una familia excepcional. Pero, ¿de dónde viene
la santidad herética de Revueltas? ¿Qué hay en la personalidad de José
Revueltas, escritor y político, que lo hace ser un personaje singular?
Hay, en principio, tanto en política como en escritura, una
resistencia absoluta hacia la tradición, el oficialismo y la continuidad
sistémica. Para él, resistirse a lo establecido era un principio de
vida por una razón muy sencilla: porque tanto en política como en
literatura quien dominaba y dictaba las reglas era el Estado (el Estado
postrevolucionario de nuestro país) y para él ese Estado nada tenía
que ver con los intereses de las masas que habían dado su vida en el
movimiento armado de 1910-1917, masas con las que el escritor estaba
totalmente identificado.
Hoy, a treinta y ocho años de su muerte y a cien de
su nacimiento, con remilgos e hipocresías, el Estado del cual abjuró
Pepe es el que se encarga de elevar su nombre para, supuestamente,
rendirle honores y tributos, sabiendo que si Revueltas siguiera con
vida lo más probable es que su respuesta sería el repudio. Al igual que
Rubén Salazar Mallén, Revueltas siempre fue enemigo furibundo del
servilismo, y si eventualmente lo tuvo que aceptar (servir al Estado
priísta) fue porque tenía que trabajar en lo que hubiese para, de una u
otra forma, sobrevivir.
No por nada en 1968 Revueltas fue el paradigma de
lo que ese movimiento representaba, y que puede resumirse en las
siguientes palabras de Toni Negri: “A partir del ’68, las nuevas
subjetividades revolucionarias han aprendido a reconocer las rupturas
impuestas por el enemigo, a medir su consistencia y sus efectos.” Surge
de allí, pues, un aprendizaje de lo negativo: la manera en que las
subjetividades revolucionarias saben que sus enemigos (los
capitalistas) han copado virtualmente todos los campos de lucha y han
pervertido la conciencia de quienes históricamente debieran ser sus
enemigos (los socialmente pobres). Pero esa negatividad, desde el punto
de vista de Revueltas, aún era insuficiente, en el ’68, para apagar el
fuego de quienes ese año no considerábamos que el Estado priísta era
invencible y por esa razón, de maneras múltiples, nos enfrentamos a él
para tratar de cambiarlo.
Empero, la rebeldía que acompaña a Revueltas en lo
político no se queda sólo allí. Esa rebeldía, desde mucho antes,
aparece también en sus escritos literarios, todos ellos magistrales y,
además y sobre todo, críticos también, desde un principio, de
tradiciones, escuelas y costumbres, lo cual conduce sin remedio a su
autor a ser condenado no sólo por los círculos literarios, sino
también por sus camaradas políticos de aquel entonces. No en balde en
las obras literarias de Revueltas existen no sólo condenas explícitas
para la situación social generada por los gobiernos postrevolucionarios,
sino también hay condenas explícitas e implícitas dirigidas hacia la
ortodoxia política del comunismo, liderado entonces a nivel mundial por
José Stalin.
Las herejías literarias y políticas de Revueltas lo
conducen a ser, hoy, un santo, por la validez que, poco a poco, tuvo
que ser reconocida ineludiblemente, tanto en sus escritos literarios
como en los de carácter político. ¿Tarde? Quizá, pero no se vale que
hoy, una vez santificada su obra, su herejía trate de ser sometida por
sus enemigos históricos para así restarle toda la validez que tiene.
En otras palabras: si alguien no tiene derecho de rendir homenajes a
Revueltas es precisamente el Estado priísta.
Las condenas satánicas
¿Por qué, en el caso de Revueltas, las condenas
satánicas a las que estuvo sometido? ¿Había en él, acaso, un espíritu
de resistencia y rebeldía que convocaba, por sí mismo, la condena? ¿De
dónde viene la causa por la cual el marginamiento y la represión
rondaron la vida y la personalidad de Revueltas, como si se tratara de
un aura? Si la condena hubiese surgido sólo por cuestiones políticas
podría ser explicable, ¿pero por qué también sucedía en el ámbito
literario? ¿Por qué la publicación de El luto humano en 1943,
por ejemplo, atrae sobre él la condena implícita a nivel literario,
pero más grave aún, la condena política abierta de quienes en aquel
entonces se suponían sus camaradas, es decir la camarilla dirigente del
Partido Comunista Mexicano?
Es evidente que para entender a personalidades tan
complejas como la de Revueltas hay que ubicarlas históricamente y, al
mismo tiempo, abordarlas con elementos de análisis diversos y en un
momento dado complejos (es preciso hacer de la intertextualidad una
herramienta). No es fácil, pues, calificar al sujeto ni tampoco a las
obras emanadas de él. Por el contrario, el que analiza tanto al sujeto
como a la obra se encuentra de continuo en el dilema de la
calificación, pues si ésta no se halla debidamente sustentada siempre
corre el peligro de ser equívoca o equivocada. Así, por ejemplo, al
hablar de su obra literaria, como lo esboza Evodio Escalante en su libro
José Revueltas: una literatura del lado “moridor” (era,
México, 1979), es difícil calificarla, porque se ubica marginalmente en
la corriente artística entonces dominante, y dicha corriente es ambigua
y resbalosa: un nacionalismo cuyo centro de atención, la Revolución
mexicana, escasamente consiguió –Bassols, Múgica, Cárdenas– definirse a
favor de los sectores más desprotegidos de la población, inclinándose
finalmente por un capitalismo que dejó virtualmente desprotegidos a
esos sectores. Los vaivenes de esa Revolución, su indefinición,
alimentan la obra del escritor y alimentan también las ideas políticas
de Revueltas, lo que ocasiona que se haya visto primero marginado, y
luego condenado, por quienes se consideraban sus camaradas de
izquierda, ya no se diga por el conservadurismo priísta de antes y de
ahora. Para Revueltas nunca hubo vaivenes: desde siempre, tanto en
literatura como en política, se movió en la marginalidad y por eso
sufrió represión (sus años en las Islas Marías y en Lecumberri) y
condena.
Algo que distingue a Revueltas es su personalidad
múltiple, que lo mismo se movía intensamente en lo político (es
militante desde los catorce años), que generaba incesantemente obra al
respecto (será difícil algún día recabar todos los escritos que
Revueltas elaboró sobre tales cuestiones, pues seguramente muchos de
ellos no se podrán recopilar), que se movía y producía en lo literario.
Es aquí donde él y su obra son ubicados con mayor facilidad. Revueltas
fue un hombre para quien la amistad era principio de vida: sabía que
sin amor la vida no tenía sentido.
Desde luego, vivir ininterrumpidamente bajo condena
y persecución nunca fue motivo para quebrantarlo. Por el contrario,
puede decirse –el aura que siempre lo iluminaba– que dicha condición es
la que lo condujo a su particular santidad.
Santa herejía
Pero, ¿cómo explicar la santidad de Revueltas, si
evidentemente nada tiene que ver con cuestiones religiosas? ¿De dónde
la libertad para calificarlo como “santo”? Explicar esa santidad es
sencillo si, por ejemplo, se toman en cuenta las siguientes palabras de
Peter Sloterdijk entresacadas de su libro Muerte aparente en el pensar
(Siruela, España, 2013): “La vida ejercitante constituye un ámbito de
mezcla: aparece como contemplativa sin renunciar por ello a rasgos de
actividad; aparece como activa sin perder por ello la perspectiva
contemplativa.” Transpolando, habría que considerar el principio
marxista de que sin teoría no hay práctica y viceversa. Esa dualidad
santificante (vida activa y vida contemplativa, teoría y praxis), en
principio conduce a pensar en la totalidad del ser humano, cuya vida se
concibe total sólo si el individuo practica tanto lo activo como lo
contemplativo, a diferencia del ascetismo que, durante mucho tiempo,
caracterizó a la vida clerical, y que por ello se concebía como una
forma de ser incompleta, tanto como la del guerrero, cuya vida total
era pura acción. El justo medio, entonces, sería la perfección.
Es así, pues, que la dualidad en la que siempre
vivió Revueltas (quien nunca dejó de ser un militante político de
tiempo completo, a la vez que un escritor de ficción cotidiano e
intenso) lo hace ser, dada esa dualidad, un ser íntegro y equilibrado,
lo que siempre se reflejó en su vida de todos los días.
A la hora de autoexaminar su obra literaria,
Revueltas optó por definirla a partir del existencialismo sartreano:
“Aquí no se trata tan sólo de la realidad objetiva, como pudiera
suponerse equivocadamente. Para la novela la realidad es un todo
objetivo, pero también subjetivo y fantástico, del cual puede
eliminarse incluso cualquier objetividad”, escribe en Mi posición esencial, en Antología personal (FCE, México, 1975), lo que también es evidente en el “Prólogo del autor” a los dos tomos de su Obra literaria).
Nada de lo anterior obsta, sin embargo, para que en sus escritos
políticos –en la gran mayoría de ellos, muchos contenidos en los
veintiséis tomos publicados por era y particularmente en Ensayo de un proletariado sin cabeza–
su referente teórico se alinea desde muy temprano con aquellas
tendencias que nunca comulgaron con el estalinismo a ultranza (piénsese
en Korsch, Reich, en el joven Lukács y en otros varios), aunque sin
llegar aún a concebir (pero sí a vislumbrar) que la Revolución mexicana
no era opción, desde los años cuarenta, para impulsar al poder al
proletariado del país.
En fin, aquí se repite que lo más importante, al
margen de las inquietudes teóricas que alimentaban sus obras literarias
y políticas, lo que en Revueltas siempre fue una constante, es la
acción concebida invariablemente como práctica política en todos los
lugares en donde estuviera (la prisión, la clandestinidad, en el país,
en el extranjero), pues para él esa acción significaba vida, de la
misma manera que lo era escribir y pensar políticamente, o redactar
novelas y cuentos que resumían la intensidad de una vida cotidiana
situada siempre en los límites y que, en El apando, llega a sublimarse.
Por todo lo antedicho es preciso insistir en que,
si hoy el Estado priísta levanta altares para Revueltas, se trata de
una total herejía.
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