Laberinto
Eduardo Antonio Parra
Para quienes nos consideramos sus
lectores, acometer de nuevo cualquier título, o cualquier fragmento de la obra
de José Revueltas representa no solo un gusto, sino una puesta al día en lo que
se refiere a su pensamiento, a su visión sobre nuestro país y a ese irrepetible
universo literario en el que el sufrimiento, la frustración y la injusticia
parecen no dejar resquicio alguno a la esperanza que, no obstante, continúa
palpitando en el interior de los hombres como una herida abierta. Es un autor
cuyas historias duelen al mismo tiempo que deslumbran. El retrato del México
subterráneo y marginal que consigue plasmar a través de las palabras con el fin
de que sus personajes se desenvuelvan en él es inquietante e incómodo aun en estos
días, por lo semejante que resulta con la realidad nacional del momento.
Casi siempre, cuando se regresa a la
narrativa del autor, se suelen releer algunos de sus cuentos o la novela El apando, relecturas que nos lo
confirman como un indiscutible maestro de las formas breves, equiparable acaso
tan solo a ese otro portento que fue Juan Rulfo. Sin embargo, igual que ocurre
con otros, cuando un escritor alcanza el centenario de su natalicio muchos de
sus seguidores consideramos que el mejor homenaje consiste en volver a
sumergirnos en el caudal de sus palabras en una travesía que recorra su
producción total. Con el Revueltas pensador, guionista de cine, dramaturgo, cronista
de la vida pública, ensayista y teórico la empresa podría parecer imposible,
pues los más de veinticinco tomos de sus Obras Completas podrían anular las
mejores intenciones. Pero si reducimos el objetivo a sus novelas y relatos —aprovechando
que la editorial Era acaba de sacar a la luz una edición conmemorativa de su Narrativa completa en tres
volúmenes— el recorrido se vuelve menos largo. Menos largo, no menos arduo.
Porque agotar de nuevo el universo novelístico y cuentístico de quien Octavio
Paz calificó como “el más puro de los escritores mexicanos” no es un propósito
cuyos resultados sean siempre placenteros.
No. La intención de José Revueltas al
escribir fue siempre la de sacudir conciencias, y sabía muy bien que para
conseguirlo es preciso tocar el cieno con las manos; no el cielo, como otros
intentan. Sus relatos cortos y largos están armados con aquello que la gente
procura no ver en su vida cotidiana, con lo que hace cerrar los ojos a las
buenas conciencias que tanto en su tiempo como en el nuestro abundan por todas
partes. Quien abre un libro de narrativa de este autor sabe que se encontrará
entre sus páginas con la miseria más desesperante, con la fealdad, con las
actitudes humanas siempre reprobadas de labios para afuera pero practicadas de
manera oculta por casi todos nosotros, con verdades desagradables, con el
egoísmo absoluto de los hombres, con una violencia de tal intensidad que
repercute en las entrañas de cualquier lector, con personajes (y narradores)
expresando opiniones que la política correcta en boga no podría soportar, con escenas
ofensivas para “el buen gusto”. Desde la ya legendaria guerra de mierda que
protagonizan los condenados en el interior del barco que los conduce a las
Islas Marías en Los muros de agua,
hasta las ratas que atacan al preso que se fuga de la cárcel de Belén en Los errores, pasando por las
muertes de los niños y el suicidio de una adolescente lesbiana para escapar del
castigo en El luto humano y Los días terrenales, los
maltratos a los enfermos, las golpizas a las mujeres, la suciedad, la
enfermedad y la traición, recorrer estas páginas es semejante a internarse en
los recovecos de un túnel lleno de sombras, a pasar revista a un catálogo de la
desgracia mexicana; desgracia ubicua, eterna, antigua y actual.
Pero no todo es oscuro. Si lo fuera, no
seguiríamos leyendo a un narrador como Revueltas, quien sabía muy bien que para
delinear un retrato fiel de los humanos es preciso establecer claroscuros, mostrar
también lo luminoso con el fin de que el brillo haga que resalten las sombras. Por
ello, desde su primera novela hasta su último libro de relatos nos encontramos
asimismo con personajes que parecen ser la bondad encarnada, seres hechos de
nobleza y buenas intenciones, ángeles caídos en la Tierra en busca del camino
a ese paraíso adonde pretenden conducir a la humanidad. No importa si estos
seres celestiales desempeñan actividades como la agitación comunista, la
prostitución o incluso el terrorismo político, su objetivo principal es la
redención de hombres y mujeres, la transformación del mundo en un lugar
habitable y justo para todos. Es decir, en sus relatos José Revueltas pretendía
establecer un equilibrio: mostraba lo abominable, sí, pero a la vez intentaba
quitarle peso dejando entrever que el ser humano, además de vileza, es capaz de
contener altas dosis de grandeza.
Tal vez estos contrastes que imprimía a
sus cuentos y novelas, tanto a las situaciones como a los personajes, no hayan
sido sino un trasunto de la personalidad del autor y de la existencia que le
tocó en suerte. Quienes lo trataron de manera personal afirman que José
Revueltas era un hombre atormentado en grado sumo, pero también que su estado
de ánimo habitual se decantaba por la alegría, que así como podía luchar sin
descanso contra el poder en favor de los humillados y ofendidos sin perder la
esperanza de redimirlos en ningún instante, también se dejaba llevar por la
depresión y el alcoholismo por largos periodos, que estaba orgulloso de sus
convicciones políticas comunistas y al mismo tiempo lo avergonzaba su
incapacidad para cumplir como hombre de familia.
No es extraño que de un ser humano así, paradójico hasta el extremo, hayan surgido unas piezas narrativas como las suyas: profundas como pocas se han escrito en este país, bellas y terribles, con una densidad de lenguaje que hace palidecer la obra de muchos poetas, a veces de una fealdad que raya en la hermosura, con personajes en verdad humanos. Piezas que merecen ser revisitadas ahora que existe la oportunidad. Habría que hacerlo.
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