sábado, 15 de noviembre de 2014

Una narrativa extrema

15/Noviembre/2014
Laberinto
Eduardo Antonio Parra

Para quienes nos consideramos sus lectores, acometer de nuevo cualquier título, o cualquier fragmento de la obra de José Revueltas representa no solo un gusto, sino una puesta al día en lo que se refiere a su pensamiento, a su visión sobre nuestro país y a ese irrepetible universo literario en el que el sufrimiento, la frustración y la injusticia parecen no dejar resquicio alguno a la esperanza que, no obstante, continúa palpitando en el interior de los hombres como una herida abierta. Es un autor cuyas historias duelen al mismo tiempo que deslumbran. El retrato del México subterráneo y marginal que consigue plasmar a través de las palabras con el fin de que sus personajes se desenvuelvan en él es inquietante e incómodo aun en estos días, por lo semejante que resulta con la realidad nacional del momento.

Casi siempre, cuando se regresa a la narrativa del autor, se suelen releer algunos de sus cuentos o la novela El apando, relecturas que nos lo confirman como un indiscutible maestro de las formas breves, equiparable acaso tan solo a ese otro portento que fue Juan Rulfo. Sin embargo, igual que ocurre con otros, cuando un escritor alcanza el centenario de su natalicio muchos de sus seguidores consideramos que el mejor homenaje consiste en volver a sumergirnos en el caudal de sus palabras en una travesía que recorra su producción total. Con el Revueltas pensador, guionista de cine, dramaturgo, cronista de la vida pública, ensayista y teórico la empresa podría parecer imposible, pues los más de veinticinco tomos de sus Obras Completas podrían anular las mejores intenciones. Pero si reducimos el objetivo a sus novelas y relatos —aprovechando que la editorial Era acaba de sacar a la luz una edición conmemorativa de su Narrativa completa en tres volúmenes— el recorrido se vuelve menos largo. Menos largo, no menos arduo. Porque agotar de nuevo el universo novelístico y cuentístico de quien Octavio Paz calificó como “el más puro de los escritores mexicanos” no es un propósito cuyos resultados sean siempre placenteros.

No. La intención de José Revueltas al escribir fue siempre la de sacudir conciencias, y sabía muy bien que para conseguirlo es preciso tocar el cieno con las manos; no el cielo, como otros intentan. Sus relatos cortos y largos están armados con aquello que la gente procura no ver en su vida cotidiana, con lo que hace cerrar los ojos a las buenas conciencias que tanto en su tiempo como en el nuestro abundan por todas partes. Quien abre un libro de narrativa de este autor sabe que se encontrará entre sus páginas con la miseria más desesperante, con la fealdad, con las actitudes humanas siempre reprobadas de labios para afuera pero practicadas de manera oculta por casi todos nosotros, con verdades desagradables, con el egoísmo absoluto de los hombres, con una violencia de tal intensidad que repercute en las entrañas de cualquier lector, con personajes (y narradores) expresando opiniones que la política correcta en boga no podría soportar, con escenas ofensivas para “el buen gusto”. Desde la ya legendaria guerra de mierda que protagonizan los condenados en el interior del barco que los conduce a las Islas Marías en Los muros de agua, hasta las ratas que atacan al preso que se fuga de la cárcel de Belén en Los errores, pasando por las muertes de los niños y el suicidio de una adolescente lesbiana para escapar del castigo en El luto humano y Los días terrenales, los maltratos a los enfermos, las golpizas a las mujeres, la suciedad, la enfermedad y la traición, recorrer estas páginas es semejante a internarse en los recovecos de un túnel lleno de sombras, a pasar revista a un catálogo de la desgracia mexicana; desgracia ubicua, eterna, antigua y actual.

Pero no todo es oscuro. Si lo fuera, no seguiríamos leyendo a un narrador como Revueltas, quien sabía muy bien que para delinear un retrato fiel de los humanos es preciso establecer claroscuros, mostrar también lo luminoso con el fin de que el brillo haga que resalten las sombras. Por ello, desde su primera novela hasta su último libro de relatos nos encontramos asimismo con personajes que parecen ser la bondad encarnada, seres hechos de nobleza y buenas intenciones, ángeles caídos en la Tierra en busca del camino a ese paraíso adonde pretenden conducir a la humanidad. No importa si estos seres celestiales desempeñan actividades como la agitación comunista, la prostitución o incluso el terrorismo político, su objetivo principal es la redención de hombres y mujeres, la transformación del mundo en un lugar habitable y justo para todos. Es decir, en sus relatos José Revueltas pretendía establecer un equilibrio: mostraba lo abominable, sí, pero a la vez intentaba quitarle peso dejando entrever que el ser humano, además de vileza, es capaz de contener altas dosis de grandeza.

Tal vez estos contrastes que imprimía a sus cuentos y novelas, tanto a las situaciones como a los personajes, no hayan sido sino un trasunto de la personalidad del autor y de la existencia que le tocó en suerte. Quienes lo trataron de manera personal afirman que José Revueltas era un hombre atormentado en grado sumo, pero también que su estado de ánimo habitual se decantaba por la alegría, que así como podía luchar sin descanso contra el poder en favor de los humillados y ofendidos sin perder la esperanza de redimirlos en ningún instante, también se dejaba llevar por la depresión y el alcoholismo por largos periodos, que estaba orgulloso de sus convicciones políticas comunistas y al mismo tiempo lo avergonzaba su incapacidad para cumplir como hombre de familia.


No es extraño que de un ser humano así, paradójico hasta el extremo, hayan surgido unas piezas narrativas como las suyas: profundas como pocas se han escrito en este país, bellas y terribles, con una densidad de lenguaje que hace palidecer la obra de muchos poetas, a veces de una fealdad que raya en la hermosura, con personajes en verdad humanos. Piezas que merecen ser revisitadas ahora que existe la oportunidad. Habría que hacerlo.

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