sábado, 15 de noviembre de 2014

Sin banderas

15/Noviembre/2014
Laberinto
Armando González Torres

Hace algunas décadas, la posesión de un libro de José Revueltas, deshojado y obsesivamente subrayado, era un distintivo progresista. Hoy, ese carisma ya no funciona; sin embargo, basta hojear sus libros para constatar la elasticidad casi clásica que conserva su narrativa. Con poco más de una decena de novelas y libros de relatos, Revueltas asimiló como nadie las nociones de sufrimiento y expiación. Aunque sus tramas se insertan en las circunstancias de la Revolución mexicana, la guerra entre el poder civil y religioso, la vida obrera y campesina, la militancia comunista y el ámbito carcelario, en realidad constituyen una auténtica fenomenología del suplicio. 

Revueltas crea un universo literario original e irreductible que le permite rebasar la fecha de caducidad de los productos de una corriente literaria y adquirir una vigencia basada en el exceso virtuoso de su prosa y en la corporeidad escalofriante de sus personajes. Porque los hombres del subsuelo, los humillados y ofendidos, los endemoniados de Revueltas resultan seres profusamente reales, que protagonizan una narrativa de pasiones exaltadas y situaciones límite y que se plasman con una huella estrafalaria y violenta en la memoria. La presencia de los marginados, los parias, los freaks, más que un recurso literario, constituye una exploración de las agobiantes semejanzas entre la vida ordinaria y los extremos de fealdad, degradación e ignominia.

No es sutileza narrativa o delectación con el estilo lo que se encuentra en las páginas de Revueltas, sino un naturalismo áspero, plagado de una violencia y una convulsión próximas a lo sublime. Por ejemplo, las peleas brutales, los empalamientos de cristeros, las torturas a los animales (la epifanía de un hombre ante su perro, al que ha castigado hasta arrancarle un ojo y romperle la espalda y que aun así se arrastra para lamer sus pies) o, en otro extremo, la impasibilidad de Fidel, el burócrata comunista, ante el cadáver de su hija Bandera son imágenes pavorosamente concretas que exaltan el sufrimiento físico y mental como una forma de la revelación. Revueltas crea, desde Los muros de agua hasta El apando, un universo carcelario que no se remite únicamente a la prisión, sino a la generación de paisajes opresivos y personajes cautivos, piezas inermes del destino que, sin la grandeza de los héroes, acuden a un sacrificio sin sentido. Desde el encierro vital, desde esa prisión metafísica en la que los hombres reptan en una caverna, Revueltas explora y revela que el hombre es el juguete de un Dios violento y caprichoso.
¿Cómo se concilian las perspectivas de un espíritu trágico y pesimista adscrito a una iglesia política, mesiánica y optimista? ¿Cómo evoluciona y se desenvuelve esta obra escrita entre el ritmo delirante de la militancia marxista, los frecuentes encarcelamientos y los padecimientos personales? Ya desde Los muros de agua, su primera novela publicada en 1941, Revueltas traza la índole de sus atmósferas y sus personajes dilectos: se trata de una novela sobre un grupo de presos políticos en las Islas Marías, en la que, más allá del testimonio descarnado de la vida en la prisión, se explora con agudeza psicológica los caracteres y motivos más profundos y ocultos de la militancia comunista. En 1943 aparece El luto humano, una novela de atroz belleza que narra la muerte por agua de un grupo de campesinos y en la que, desde la seminconciencia de la agonía, se asiste al retrato de personajes memorables como Natividad, el reformista social; Úrsulo, el bastardo perplejo entre su incertidumbre y sus ideales; Adán, el asesino a sueldo; o el anónimo cura cristero, atormentado por la duda sobre su vocación y la realidad del pecado. En 1944, Revueltas publica Dios en la tierra, un libro de relatos oscuros y barrocos cuyo tono y características lo vuelven más un alegato metafísico y religioso que una denuncia política. Sin embargo, el desgarramiento más visible entre su credo político y la humanidad de sus personajes se presenta en Los días terrenales de 1949, esa radiografía del comunismo cuya crudeza le valió la crítica y el aislamiento y lo obligó a una retractación pública. Las novelas de enmienda de Revueltas, de 1956 y 1957, En algún valle de lágrimas y Los motivos de Caín, son más ceñidas a un realismo limpio, aunque, por supuesto, menos ricas y complejas. En 1960, Revueltas publica su libro de relatos más celebrado, Dormir en tierra, en el que depura y perfecciona su galería de personajes. Los errores, de 1964, es otra novela, quizá tardíamente herética, que aborda la vida comunista y los procesos de Moscú y en la que nuevamente la dimensión moral de sus personajes interroga a la profecía. Finalmente, en El apando se perfeccionan los temas revueltianos en una pieza de perfecta crueldad.


No es extraño que en su tiempo esta narrativa de la angustia y el abatimiento, este realismo escasamente edificante (la ambigüedad de las situaciones, la complejidad de sus personajes no facilita la extracción de moralejas), resultara poco aceptable y útil para su militancia. Años después, la narrativa de Revueltas pero, sobre todo, su rebeldía heterodoxa, generaron una corriente de empatía con los protagonistas del 68 y se convirtieron en el emblema de toda una generación de izquierda. Sin embargo, hoy que las causas que hicieron a Revueltas un mito cívico son rebasadas por la realidad (el desencanto ideológico, la anorexia política), sus personajes y situaciones aún tienen el poder de conmover y estremecer pues, con una poesía sorda que resiste descuidos y digresiones, recrean la miseria, el sufrimiento, la pasión y la desesperanza.

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