Jornada Semanal
Gustavo Ogarrio
a Camila, Elvira y Gustavo
Gabriel García Márquez
ha muerto bajo una incontenible y ecuménica expresión popular de afecto
y conmoción. Pasado el mediodía del jueves 17 de abril comenzó a
circular, sin premonición alguna, la noticia fúnebre de su
fallecimiento, que creció como una hojarasca mediática, como un amasijo
de duelos y de evocaciones de sus libros. Cien años de soledad
(1967), quizás la obra más celebrada de García Márquez y en la que
parece concentrarse su arte narrativo, es presentada también como la
novela paradigmática del boom latinoamericano, del llamado
realismo mágico, la prueba artística del universalismo del escritor
colombiano. Sin embargo, si nos olvidamos un poco de los lugares
comunes que se generan bajo esta triangulación entre el boom, el realismo mágico y la universalidad simplificada de una lectura descontextualizada de Cien años de soledad,
podríamos invocar otros indicios que nos ayudarían a repensar la
complejidad narrativa de la obra del escritor colombiano. Por ejemplo,
la tensión evocativa entre olvido, memoria y conciencia histórica; el
papel articulador del periodismo en la obra de ficción de García
Márquez; las huellas de los relatos y las crónicas de la conquista en
el mundo de sus ficciones.
“Frente al pelotón de fusilamiento”:
comienzo entre la muerte y la memoria
comienzo entre la muerte y la memoria
¿Es posible leer un clásico latinoamericano como
Gabriel García Márquez alejado de las lecturas absolutamente
“triunfales” de su obra o de esa crítica literaria casi
“paramilitar”que reduce su complejidad narrativa a una simple
vinculación ideológica entre el autor y cierto poder político? ¿Cómo
salir de la ensoñación acrítica que provoca la figura de Macondo para
adentrarse en temas menos “felices”, como la destrucción inevitable de
toda civilización o la trágica dialéctica entre memoria y olvido?
Bastaría con analizar, en toda su complejidad artística y mítica, el comienzo de Cien años de soledad:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre
lo llevó a conocer el hielo…”, para presentar el tema del olvido, la
reminiscencia problemática del pasado en América Latina y de su poder
transversal en toda la obra de García Márquez,como lo afirma Ernesto
Volkening, a propósito del pasaje en la novela de “la peste del
insomnio” y de la posterior peste del olvido: “Ahí está, por ir al
grano, el temor de que se esfume el pasado en estado de imbecilidad,
una suerte de cretinismo ahistórico, condenado a consumirse”.
En el comienzo de la novela de García Márquez, el
coronel Aureliano Buendía detona su propia evocación del pasado como
una de las formas por excelencia en la cultura latinoamericana para
tomar la palabra: se recuerda para nombrar el mundo y para describir la
génesis de una civilización a través de la familia de los Buendía; un
recuerdo furtivo en condiciones extremas como el acto que funda el
relato mismo y que busca las imágenes que le den sentido a la vida, a
la muerte, a la “nada”; imágenes del origen y una evocación de las
primeras cosas pero también de la nostalgia infantil por el mundo
perdido. En “La muerte del estratega”, de Álvaro Mutis, por ejemplo,
esta búsqueda del sentido de la existencia también se expresa en un
instante de muerte: “Y ante el vacío que avanzaba hacia él a medida que
su sangre escapaba, buscó una razón para haber vivido, algo que le
hiciera valedera la serena aceptación de su nada.”
En el olvido absoluto del pasado está la disolución
de la conciencia histórica y la pérdida del sentido de lo real.
Evocación y memoria resuenan en la perspectiva de un narrador-testigo de
enunciación mítica y que da origen al relato novelesco en Cien años de soledad:
la memoria personal, que es también colectiva en lo que evoca, irrumpe
en la conciencia del coronel Aureliano Buendía justo en el relámpago
de su fusilamiento fallido y con este gesto la novela asegura, desde el
inicio, ese tono de epopeya que se despliega a través de los tiempos
perplejos de la soledad humana.
“Ficción periodística”: novela y periodismo narrativo
Ha sido documentada por Jacques Gilard la profunda
articulación entre periodismo y ficción en la obra de Gabriel García
Márquez. Una revisión de lo que salió en la prensa, en los tiempos de
Barranquilla, permite saber cuándo hace su aparición el coronel Buendía,
cuándo se manifiestan por primera vez (en un personaje que irá
diferenciándose) Amaranta y la Mamá Grande, cuándo se le presenta a
García Márquez (o cuándo inventa) el letrero “Se tejen palmas
fúnebres”, o ver que en 1950 rondaba insistentemente el tema de los
sueños recurrentes. En los años de la iniciación periodística de García
Márquez se puede leer en sus notas, crónicas y reportajes, algunos de
los temas que posteriormente se van a desplegar en sus principales
novelas y cuentos, así como cierto punto de vista narrativo de un
escritor que comenzaba a manifestarse como profundamente oral y
perseverante en su apropiación de relatos populares con cierta carga de
inverosimilitud: un fabulador del registro de la vida cotidiana en los
diarios que sostiene el peso de su “ficción periodística” mediante un
controvertido mapa regional e internacional de temas y anécdotas
desfiguradas. Por ejemplo, en febrero de 1950, García Márquez escribe
una “nota” que titula “Oradores enjaulados” en la que aborda, con un
profundo acento irónico, la noticia delirante de una intervención en
tribuna que duró más de seis horas en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Esto no significa que la violencia en Colombia de mediados del siglo XX
no hubiera trabajado secretamente en la configuración del universo
narrativo de García Márquez. En 1948, García Márquez escribía lo
siguiente, también en el periódico, a propósito de la herida de bala
por un policía de Braulio Henao Blanco, líder liberal, el 20 de junio, y
quien moriría dos días después: “Recto, empinado y magnífico ha caído
Braulio Henao Blanco bajo el llameante soplo de la violencia.” Esta
violencia política en Colombia, según el mismo Gilard, sería una de las
claves para comprender la manera en que la noción de
“progreso”entraría en crisis en la imaginación de García Márquez para
ser sustituida por esa perspectiva trágica de la destrucción
irreversible de una civilización y que culminaría con el arrasamiento
de Macondo.
Pero no sólo se expresa en Cien años de soledad la articulación de largo plazo entre periodismo y literatura. Textos como Relato de un náufrago, La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile o Noticias de un secuestro
pueden ser leídos como la inversión narrativa de esa “ficción
periodística” que García Márquez escribía en sus primeros textos para
diarios, es decir, la ficción al servicio del periodismo narrativo, ya
sea como reportaje altamente estilizado, como una historia contada por
“episodios” o como crónica novelizada.
Las huellas de la conquista
en el recomienzo del Nuevo Mundo
en el recomienzo del Nuevo Mundo
García Márquez, al igual que Juan Rulfo y Álvaro
Mutis, cultivó una conciencia narrativa y poética de la historia de su
propio país y de América Latina. Esta conciencia encontró también en las
crónicas de conquista uno de sus más importantes referentes; una
huella de largo plazo que establecería el arco entre historia y
ficción, entre conquista y novela, entre el descubrimiento del Nuevo
Mundo y la génesis de Macondo. En el discurso con el que recibió el
Premio Nobel, en 1982, titulado “La soledad deAmérica Latina”, García
Márquez habló de ese pacto de larga duración de la literatura
latinoamericana del siglo XX con las crónicas de conquista:
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos.Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron.
García Márquez encuentra en este relato de conquista del navegante
florentino una visión paradisíaca de resonancia asombrosa, animales y
seres que al ser interpretados desde la frontera nebulosa entre lo real
y la imaginación perdieron sus límites, únicamente para encaminarlos
hacia la visión del último de los Buendía que nacería con cola de
cochino.¿Cuáles son las figuras más importantes de estas huellas de las
narraciones de conquista en la obra de García Márquez? Quizás la imagen
rectora de un Nuevo Mundo, la utopía de conquistar otras latitudes, de
poblarlas y apropiarse de sus riquezas y de la voluntad de sus seres
humanos, se hayan transmutado en la génesis mítica del pueblo de
Macondo, en el recuento normalizado de lo inverosímil, en el patrón
comparativo entre el mundo propio de Macondo y el mundo que viene de
fuera con el gitano Melquiades, con sus inventos y objetos asombrosos
en los que se mezcla la magia milenaria y un saber científico
popularizado. Evocar secretamente la historia de América Latina y
renombrarla en la ficción, como si el mundo terrible que dejó la
conquista pudiera ser de nueva cuenta enunciado por primera vez, esto
es una mínima parte del inmenso legado de Gabriel García Márquez: “El
mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”
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