Jornada Semanal
Antonio Valle
Cien años de soledad: ensamble de realidades múltiples
Hace más de tres
décadas, escuchaba a “Unión Latina”, concepto en el que un artista
fantástico de Juchitán se “incorporaba” con un artefacto ensamblado con
un palo y una cuerda tensa que percutía en una tina de aluminio para
interpretar algunas piezas musicales cercanas al jazz. Entonces, un
querido amigo zapoteco me dijo que este cuadro escénico podría
incorporarse a Cien años de soledad. Los críticos que habían
designado a la literatura de García Márquez con el nombre de realismo
mágico habían dado en el blanco. En los mundos que inventó Gabo no sólo
cabían algunas páginas de la vida cotidiana de este pueblo mágico y
rebelde, sino de un sinnúmero de aldeas, ranchos, villas, barrios y
comunidades que brillaran por su ausencia en el concierto de América
Latina hasta que apareció la saga portentosa de García Márquez.
Tal vez el coronel no tenga quien le escriba,
pero los pueblos sí
pero los pueblos sí
Los treinta millones de ejemplares que se han impreso de Cien años de soledad
hablan del poder de la poesía en un mundo donde impera la ley
monopólica de los sistemas audiovisuales. Lo real maravilloso ha sido
una de las alternativas estéticas y conceptuales que, después de
décadas, ha sido plenamente incorporada a la visión existencial,
política y cultural de los latinoamericanos. Una experiencia del poder
de seducción y de la esperanza que ha generado la saga de Macondo
puede ser ilustrada en la historia de la Unión de Comunidades Indígenas
Cien años de Soledad que, a principios de la década de los años
ochenta, se organizó en la costa oaxaqueña. En esta organización
participaban campesinos, pescadores, productores de un café sabrosísimo,
por supuesto indígenas, jornaleros, pequeños propietarios, así como
algunos jóvenes libertarios, miembros de las comunidades cristianas y
hasta algunos hipsters trotamundos, que en este gran mosaico
intercultural se habían propuesto encontrar algunas rutas para definir
una identidad comunitaria y regional, que evidentemente habían
encontrado inspiración poética, así como en el imaginario social e
histórico, en la obra clásica de García Márquez. En 1982, cuando le
otorgaron el Premio Nobel a Gabo, en las reuniones que parecían
verdaderos arcoíris populares, se reflexionaba en torno a los conceptos
de soledad y de aislamiento mediante análisis comparativos con las
situaciones que vivían algunos grupos y personajes de Macondo. Esta
unión trataba de reinventar un lenguaje nuevo que fuera menos rígido
que el discurso marxista, que ya para esas fechas agudizaba su retórica
repetitiva que no encontraba correspondencia con la maravillosa
realidad que vivían estos pueblos costeños.
Cronistas de indias
Una de las cosas que seguramente causaron
asombro en los ciudadanos de estos pueblos y aldeas mágicas (el mismo
asombro que causaban en las legiones de lectores de las grandes
ciudades) fue saber que la narrativa de García Márquez abrevaba en los
textos que habían escrito los primeros conquistadores, frailes,
etnólogos, cartógrafos e historiadores que habían llegado a América.
Especialmente las descripciones alucinantes que hacían de la orografía y
la riqueza de los mundos minerales, vegetales, animales y humanos con
los que se toparon en el “nuevo continente”. En el texto que García
Márquez leyó al recibir el Premio Nobel destacan algunos elementos y
expresiones que encontraban resonancias con la narrativa que los
pueblos costeños sostenían con la fuerza de su tradición oral, ya fuera
con los relatos de origen precortesiano narrados en zapoteco o en los
relatos donde todavía se utilizaban arcaísmos y expresiones usadas por
la novela de caballerías o en el Siglo de Oro español. Sin duda, tanto
la obra de García Márquez como los relatos sostenidos por la tradición
oral, de alguna manera se alimentaban, para nuestro regocijo y asombro,
con las crónicas de aquellos remotos conquistadores y humanistas. En
este sentido, destacan los textos que escribió el italiano Antonio
Pegafetta, quien venía registrando –obviamente empleando palabras y
conceptos alucinantes– algunas de las cosas increíbles y asombrosas que
observó durante los recorridos que hizo con Magallanes.
Buena parte de los movimientos culturales que se
vivieron durante las décadas de los setenta y los ochenta, explícita o
implícitamente habían sido contagiados por el entusiasmo que generó lo
“real maravilloso”. De esta forma, la obra de García Márquez le daba
expresión a un verdadero paraíso de realidades objetivas y subjetivas
que los pueblos habían vivido desde tiempos inmemoriales. Por supuesto,
este fenómeno no sólo se experimentaba en Oaxaca, sino en toda la
región de América Latina y el Caribe. Jugando con el concepto del
artista popular de Juchitán, al fin se lograba condensar una vieja
aspiración: llevar a cabo la Unión Latina. Por otra parte, la narrativa
del maestro colombiano no sólo mostraba el carácter erótico y festivo
de los pueblos, sino también el rostro violento y siniestro de un
conflicto ancestral que tenía que ver con las formas más rudimentarias y
salvajes de ejercer el poder por parte de los caciques y dictadores a
nivel regional.
“Oh qué será, qué será...”
Esta canción inolvidable de Chico Boarque hace
una síntesis poética de lo real maravilloso que García Márquez
inauguró. Sus versos, levemente ácidos, aluden a una situación violenta
pero no exenta de belleza: “Oh qué será, qué será, que anda suspirando
por las alcobas,/ que anda susurrando en versos y trovas, [...] que
está en la romería de mutilados, [...] lo sueñan de mañana las
meretrices, [...] es la naturaleza, será que será, que no tiene
vergüenza, ni nunca tendrá, porque no tiene juicio.”
Esta composición poética parece la versión brasileira de algún cuento de Gabo.
Pedro Páramo
Dice García Márquez que Pedro Páramo fue la obra que lo ayudó a salir del impasse
creativo en el que se encontraba al llegar a México a principios de los
años sesenta del siglo pasado. Esta pieza, que posee una historia
decisiva en el canon de la narrativa y la poética moderna de los
mexicanos, le ofreció las claves, así como el empuje anímico e
intelectual, que el maestro necesitaba para dar inicio a los trabajos de
creación de Cien años de soledad.
Boom latinoamericano y simultaneidad histórica
Este movimiento tiene como origen el abandono y
explotación ancestral de los que la región había sido objeto. Aunque
con diferencias culturales y socioeconómicas nacionales y culturales
que, por ejemplo, como dice Octavio Paz en torno al proceso nacional,
en México se viven simultáneamente distintos tiempos, y por tanto
distintas realidades en las que se encuentran algunos mexicanos
viviendo en el siglo XXI y otros que comen y se visten de modo parecido a como se hacía en el siglo XVI. Esta es una de las razones por la que los escritores del boom,
Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, junto a García
Márquez, estudiaron las historias no sólo de las comunidades marginadas
y de los grupos deprimidos (como se les decía en los ochenta), es
decir, de las realidades que sobrevivían en “la más espantosa soledad”,
sino que también eran objeto de su narrativa las grandes urbes como
París, Montevideo o Ciudad de México. Así, Julio Cortázar en Rayuela, y Carlos Fuentes en La región más transparente,
abordan, desde diferentes perspectivas, la soledad, así como los
problemas de identidad en la que se encontraban algunos héroes y los
hombres comunes y corrientes en las grandes urbes. Mientras que Mario
Vargas Llosa, desde una opción política, que hoy llamaríamos
neoliberal, ponía bajo asedio y cuestionaba –empleando un lenguaje más
realista y menos mágico, pero igualmente poderoso– el atraso endémico
de Perú.
No sobra recordar que el boom tuvo
importantes precursores artísticos e intelectuales. Entre otros
escritores, además de Rulfo, destaca la obra realizada por Jorge Luis
Borges, Juan Carlos Onetti, Miguel Ángel Asturias y Octavio Paz,
quienes al lado de poetas como Pablo Neruda, Lezama Lima y César
Vallejo llevaron a cabo las más audaces tentativas literarias que los
autores del boom recuperarán e impulsarán a partir de los sesenta. Sin embargo, los autores del boom
no sólo abrevaron en las obras de sus precursores de Centroamérica, el
Cono Sur y el Caribe, ya que ellos reconocen y manifiestan en su obra y
en su proceso de formación la importancia de novelas como En busca del tiempo perdido, Ulises, La montaña mágica, El extranjero y La náusea, entre otras novelas legendarias. Es el boom
el que, a decir de Carlos Fuentes, hace un prodigioso trabajo de
síntesis de más de cuatrocientos años de evolución cultural de esta
parte del continente, que pretende ordenar y profundizar en “eso” que
Álvaro Mutis, poeta y extraordinario narrador, ha calificado como algo
que late en el inconsciente colectivo de Latinoamérica –a propósito de Cien años de soledad.
En este sentido, la saga literaria de García Márquez aborda las
aventuras y desventuras de toda una genealogía de coroneles y
dictadores, tema que literalmente podía hacer la diferencia entre la
vida y la muerte, en la que Gabo se sumergió durante muchos años de
estudio, lo que sin embargo dio como resultado una singular épica que
refería guerras civiles y atentados, así como la violencia ejercida
por dictadores y revolucionarios. Al parecer, el nivel más alto que
alcanzó el boom de la literatura latinoamericana comenzó a
decaer al hacerse público el escándalo (proceso y juicio) que vivió el
poeta Heberto Padilla en Cuba.
Literatura y realidad
No parece un exceso decir que la obra literaria
–y los buenos oficios políticos y diplomáticos de García Márquez–,
además de generar una enorme visibilidad de la durísima situación que
vivían muchos pueblos de la región, participó de manera importante en la
caída que tuvieron las dictaduras en la región a finales y hasta
mediados de los ochenta. De manera significativa se vinieron abajo
dictadores y avatares, de Maximino Hernández Martínez, Anastasio
Somoza, Fulgencio Batista, Leonidas Trujillo, Efraín Ríos Mont, Hugo
Banzer, Manuel Noriega, Rafael Videla y Augusto Pinochet, entre otros.
Esta pléyade siniestra ha quedado atrás para dar paso a procesos
electorales más o menos democráticos que han generado las condiciones
para la alternancia, y para algo que una pinta resumió en una barda de
Buenos Aires: “No queremos realidades, exigimos promesas.” Esta frase
sintetiza la soledad que, como una ley amarga, vivieron durante décadas
muchas naciones del continente.
La lengua de Cervantes y el realismo mágico
Como aquí se ha dicho, las historias de amor y de violencia que encarnaron en los cuentos y novelas del boom
venían abriéndose paso desde los relatos que los cronistas de Indias
se encargaron de registrar para beneficiar a la memoria universal de la
humanidad (aunque también en buena medida colaboraron en la historia
universal de la infamia). Con Cervantes compartían no sólo el tiempo
histórico, sino el espíritu de la época; por ejemplo, el gusto, el
estilo y la necesidad crítica de los libros de caballería, sino también
el pensamiento fantástico que en el siglo XVI inauguraba la novela fundacional El Quijote.
Así como Cervantes alentó a su novela con los múltiples afluentes
culturales que luchaban y se fundían entre sí en el espacio mítico de
La Mancha, de igual forma con García Márquez se tramaba una zona
imaginaria, pero igual de contundente, llamada Macondo. Desde ahí
partían y se multiplicaban historias y relatos del “realismo mágico”.
Dice Gabo que al escribir sólo trataba de hacer
creíble nuestra vida, es decir, de volvernos tangibles para alcanzar a
ser modernos. En este sentido, Cien años de soledad es la continuación imaginaria del Quijote. No es casual que la etimología de mirar sea, en su raíz latina: “ver con admiración.” Tampoco lo es que el smei-ro
indoeuropeo informe que es aquello que –al mirar– hace sonreír. Como
dice Ana María Morales, apreciada maestra de literatura fantástica y de
lo maravilloso: “A lo mágico le es factible transformar la realidad
porque ésta responde a sus mismas leyes, sólo que con relaciones más
profundas que evidentes.” Esto explicaría el feliz despliegue que la
saga de Gabriel García Márquez ha tenido no sólo en la historia de la
literatura, sino especialmente en la vida y el destino de la gente
común y maravillosa de nuestros pueblos, gente que ha encontrado ahí el
espejo de palabras, amoroso y diáfano, que necesitaba para expresarse y
revelarse. Así nació el fin de la soledad en nuestro continente.
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