domingo, 27 de abril de 2014

La saga que Latinoamérica vivió para existir

27/Abril/2014
Jornada Semanal
Antonio Valle

Cien años de soledad: ensamble de realidades múltiples
Hace más de tres décadas, escuchaba a “Unión Latina”, concepto en el que un artista fantástico de Juchitán se “incorporaba” con un artefacto ensamblado con un palo y una cuerda tensa que percutía en una tina de aluminio para interpretar algunas piezas musicales cercanas al jazz. Entonces, un querido amigo zapoteco me dijo que este cuadro escénico podría incorporarse a Cien años de soledad. Los críticos que habían designado a la literatura de García Márquez con el nombre de realismo mágico habían dado en el blanco. En los mundos que inventó Gabo no sólo cabían algunas páginas de la vida cotidiana de este pueblo mágico y rebelde, sino de un sinnúmero de aldeas, ranchos, villas, barrios y comunidades que brillaran por su ausencia en el concierto de América Latina hasta que apareció la saga portentosa de García Márquez.
Tal vez el coronel no tenga quien le escriba,
pero los pueblos sí
Los treinta millones de ejemplares que se han impreso de Cien años de soledad hablan del poder de la poesía en un mundo donde impera la ley monopólica de los sistemas audiovisuales. Lo real maravilloso ha sido una de las alternativas estéticas y conceptuales que, después de décadas, ha sido plenamente incorporada a la visión existencial, política y cultural de los latinoamericanos. Una experiencia del poder de seducción y de la esperanza que ha generado la saga de Macondo puede ser ilustrada en la historia de la Unión de Comunidades Indígenas Cien años de Soledad que, a principios de la década de los años ochenta, se organizó en la costa oaxaqueña. En esta organización participaban campesinos, pescadores, productores de un café sabrosísimo, por supuesto indígenas, jornaleros, pequeños propietarios, así como algunos jóvenes libertarios, miembros de las comunidades cristianas y hasta algunos hipsters trotamundos, que en este gran mosaico intercultural se habían propuesto encontrar algunas rutas para definir una identidad comunitaria y regional, que evidentemente habían encontrado inspiración poética, así como en el imaginario social e histórico, en la obra clásica de García Márquez. En 1982, cuando le otorgaron el Premio Nobel a Gabo, en las reuniones que parecían verdaderos arcoíris populares, se reflexionaba en torno a los conceptos de soledad y de aislamiento mediante análisis comparativos con las situaciones que vivían algunos grupos y personajes de Macondo. Esta unión trataba de reinventar un lenguaje nuevo que fuera menos rígido que el discurso marxista, que ya para esas fechas agudizaba su retórica repetitiva que no encontraba correspondencia con la maravillosa realidad que vivían estos pueblos costeños.
Cronistas de indias
Una de las cosas que seguramente causaron asombro en los ciudadanos de estos pueblos y aldeas mágicas (el mismo asombro que causaban en las legiones de lectores de las grandes ciudades) fue saber que la narrativa de García Márquez abrevaba en los textos que habían escrito los primeros conquistadores, frailes, etnólogos, cartógrafos e historiadores que habían llegado a América. Especialmente las descripciones alucinantes que hacían de la orografía y la riqueza de los mundos minerales, vegetales, animales y humanos con los que se toparon en el “nuevo continente”. En el texto que García Márquez leyó al recibir el Premio Nobel destacan algunos elementos y expresiones que encontraban resonancias con la narrativa que los pueblos costeños sostenían con la fuerza de su tradición oral, ya fuera con los relatos de origen precortesiano narrados en zapoteco o en los relatos donde todavía se utilizaban arcaísmos y expresiones usadas por la novela de caballerías o en el Siglo de Oro español. Sin duda, tanto la obra de García Márquez como los relatos sostenidos por la tradición oral, de alguna manera se alimentaban, para nuestro regocijo y asombro, con las crónicas de aquellos remotos conquistadores y humanistas. En este sentido, destacan los textos que escribió el italiano Antonio Pegafetta, quien venía registrando –obviamente empleando palabras y conceptos alucinantes– algunas de las cosas increíbles y asombrosas que observó durante los recorridos que hizo con Magallanes.
Buena parte de los movimientos culturales que se vivieron durante las décadas de los setenta y los ochenta, explícita o implícitamente habían sido contagiados por el entusiasmo que generó lo “real maravilloso”. De esta forma, la obra de García Márquez le daba expresión a un verdadero paraíso de realidades objetivas y subjetivas que los pueblos habían vivido desde tiempos inmemoriales. Por supuesto, este fenómeno no sólo se experimentaba en Oaxaca, sino en toda la región de América Latina y el Caribe. Jugando con el concepto del artista popular de Juchitán, al fin se lograba condensar una vieja aspiración: llevar a cabo la Unión Latina. Por otra parte, la narrativa del maestro colombiano no sólo mostraba el carácter erótico y festivo de los pueblos, sino también el rostro violento y siniestro de un conflicto ancestral que tenía que ver con las formas más rudimentarias y salvajes de ejercer el poder por parte de los caciques y dictadores a nivel regional.
“Oh qué será, qué será...”
Esta canción inolvidable de Chico Boarque hace una síntesis poética de lo real maravilloso que García Márquez inauguró. Sus versos, levemente ácidos, aluden a una situación violenta pero no exenta de belleza: “Oh qué será, qué será, que anda suspirando por las alcobas,/ que anda susurrando en versos y trovas, [...] que está en la romería de mutilados, [...] lo sueñan de mañana las meretrices, [...] es la naturaleza, será que será, que no tiene vergüenza, ni nunca tendrá, porque no tiene juicio.”
Esta composición poética parece la versión brasileira de algún cuento de Gabo.
Pedro Páramo
Dice García Márquez que Pedro Páramo fue la obra que lo ayudó a salir del impasse creativo en el que se encontraba al llegar a México a principios de los años sesenta del siglo pasado. Esta pieza, que posee una historia decisiva en el canon de la narrativa y la poética moderna de los mexicanos, le ofreció las claves, así como el empuje anímico e intelectual, que el maestro necesitaba para dar inicio a los trabajos de creación de Cien años de soledad.
Boom latinoamericano y simultaneidad histórica
Este movimiento tiene como origen el abandono y explotación ancestral de los que la región había sido objeto. Aunque con diferencias culturales y socioeconómicas nacionales y culturales que, por ejemplo, como dice Octavio Paz en torno al proceso nacional, en México se viven simultáneamente distintos tiempos, y por tanto distintas realidades en las que se encuentran algunos mexicanos viviendo en el siglo XXI y otros que comen y se visten de modo parecido a como se hacía en el siglo XVI. Esta es una de las razones por la que los escritores del boom, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, junto a García Márquez, estudiaron las historias no sólo de las comunidades marginadas y de los grupos deprimidos (como se les decía en los ochenta), es decir, de las realidades que sobrevivían en “la más espantosa soledad”, sino que también eran objeto de su narrativa las grandes urbes como París, Montevideo o Ciudad de México. Así, Julio Cortázar en Rayuela, y Carlos Fuentes en La región más transparente, abordan, desde diferentes perspectivas, la soledad, así como los problemas de identidad en la que se encontraban algunos héroes y los hombres comunes y corrientes en las grandes urbes. Mientras que Mario Vargas Llosa, desde una opción política, que hoy llamaríamos neoliberal, ponía bajo asedio y cuestionaba –empleando un lenguaje más realista y menos mágico, pero igualmente poderoso– el atraso endémico de Perú.
No sobra recordar que el boom tuvo importantes precursores artísticos e intelectuales. Entre otros escritores, además de Rulfo, destaca la obra realizada por Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Miguel Ángel Asturias y Octavio Paz, quienes al lado de poetas como Pablo Neruda, Lezama Lima y César Vallejo llevaron a cabo las más audaces tentativas literarias que los autores del boom recuperarán e impulsarán a partir de los sesenta. Sin embargo, los autores del boom no sólo abrevaron en las obras de sus precursores de Centroamérica, el Cono Sur y el Caribe, ya que ellos reconocen y manifiestan en su obra y en su proceso de formación la importancia de novelas como En busca del tiempo perdido, Ulises, La montaña mágica, El extranjero y La náusea, entre otras novelas legendarias. Es el boom el que, a decir de Carlos Fuentes, hace un prodigioso trabajo de síntesis de más de cuatrocientos años de evolución cultural de esta parte del continente, que pretende ordenar y profundizar en “eso” que Álvaro Mutis, poeta y extraordinario narrador, ha calificado como algo que late en el inconsciente colectivo de Latinoamérica –a propósito de Cien años de soledad. En este sentido, la saga literaria de García Márquez aborda las aventuras y desventuras de toda una genealogía de coroneles y dictadores, tema que literalmente podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte, en la que Gabo se sumergió durante muchos años de estudio, lo que sin embargo dio como resultado una singular épica que refería guerras civiles y atentados, así como la violencia ejercida por dictadores y revolucionarios. Al parecer, el nivel más alto que alcanzó el boom de la literatura latinoamericana comenzó a decaer al hacerse público el escándalo (proceso y juicio) que vivió el poeta Heberto Padilla en Cuba.
Literatura y realidad
No parece un exceso decir que la obra literaria –y los buenos oficios políticos y diplomáticos de García Márquez–, además de generar una enorme visibilidad de la durísima situación que vivían muchos pueblos de la región, participó de manera importante en la caída que tuvieron las dictaduras en la región a finales y hasta mediados de los ochenta. De manera significativa se vinieron abajo dictadores y avatares, de Maximino Hernández Martínez, Anastasio Somoza, Fulgencio Batista, Leonidas Trujillo, Efraín Ríos Mont, Hugo Banzer, Manuel Noriega, Rafael Videla y Augusto Pinochet, entre otros. Esta pléyade siniestra ha quedado atrás para dar paso a procesos electorales más o menos democráticos que han generado las condiciones para la alternancia, y para algo que una pinta resumió en una barda de Buenos Aires: “No queremos realidades, exigimos promesas.” Esta frase sintetiza la soledad que, como una ley amarga, vivieron durante décadas muchas naciones del continente.
La lengua de Cervantes y el realismo mágico
Como aquí se ha dicho, las historias de amor y de violencia que encarnaron en los cuentos y novelas del boom venían abriéndose paso desde los relatos que los cronistas de Indias se encargaron de registrar para beneficiar a la memoria universal de la humanidad (aunque también en buena medida colaboraron en la historia universal de la infamia). Con Cervantes compartían no sólo el tiempo histórico, sino el espíritu de la época; por ejemplo, el gusto, el estilo y la necesidad crítica de los libros de caballería, sino también el pensamiento fantástico que en el siglo XVI inauguraba la novela fundacional El Quijote. Así como Cervantes alentó a su novela con los múltiples afluentes culturales que luchaban y se fundían entre sí en el espacio mítico de La Mancha, de igual forma con García Márquez se tramaba una zona imaginaria, pero igual de contundente, llamada Macondo. Desde ahí partían y se multiplicaban historias y relatos del “realismo mágico”.
Dice Gabo que al escribir sólo trataba de hacer creíble nuestra vida, es decir, de volvernos tangibles para alcanzar a ser modernos. En este sentido, Cien años de soledad es la continuación imaginaria del Quijote. No es casual que la etimología de mirar sea, en su raíz latina: “ver con admiración.” Tampoco lo es que el smei-ro indoeuropeo informe que es aquello que –al mirar– hace sonreír. Como dice Ana María Morales, apreciada maestra de literatura fantástica y de lo maravilloso: “A lo mágico le es factible transformar la realidad porque ésta responde a sus mismas leyes, sólo que con relaciones más profundas que evidentes.” Esto explicaría el feliz despliegue que la saga de Gabriel García Márquez ha tenido no sólo en la historia de la literatura, sino especialmente en la vida y el destino de la gente común y maravillosa de nuestros pueblos, gente que ha encontrado ahí el espejo de palabras, amoroso y diáfano, que necesitaba para expresarse y revelarse. Así nació el fin de la soledad en nuestro continente.

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