Laberinto
Darío Jaramillo Agudelo
Aunque el tema ya se insinúa en Portarretratos (1976), uno de los primeros libros de Francisco Hernández, el desdoblamiento del poeta en otras voces, voces siempre de solitario, aparece plenamente más tarde, en un libro excepcional, Moneda de tres caras (1994). Vicente Quirarte, al tocar el tema en el prólogo de su Poesía reunida, se refiere a que Hernández emprendió “una búsqueda de sí mismo a través de aventuras paralelas” y señala que el poeta se ha educado “en las vidas de los más altos torturados”, en este caso, Schumann, Hölderlin y Trakl.
En el mismo texto, Quirarte advierte que “la poesía de Francisco Hernández se encuentra más comprometida con la vida que con la literatura” y esta consideración vale para todas las veces que Hernández se puso una máscara para desnudarse, las mismas en que con sus palabras convirtió en suyas las vidas de otros, las veces en que otros tomaron como propias las palabras de Hernández, las mismas en que Francisco Hernández se refirió a su vida como mirada en un espejo o en otro, o a lo que las vidas ajenas le dejaron en palabras. “Escribo para verme/ en lo que escribo/ para nombrarme/ en lo que nombro/ para oírme pronunciado/ por mis palabras/ para sentirme caminar/ sin cuerpo/ por el cuerpo presente/ de la memoria”, dice en Cuerpo presente un poema de los años ochenta.
Diez años y cinco poemarios después de ese hito que es Moneda de tres caras, apareció Imán para fantasmas(2004), dividido en tres partes, la tercera con “veinte fragmentos pensados por Salvador Díaz Mirón”; la segunda con “veinte textos a partir de dieciocho fotografías de Octavio Paz” y la primera con “el cuaderno de un retorno a mi país natal”, en el que el poeta recorre el paisaje de su infancia acompañado con el libro análogo de Aimé Cesaire. En 2009 se editó La isla de las breves ausencias, el delirante itinerario de un supuesto Robinson Defoe y, sin pretender ser exhaustivo en la enumeración de los desdoblamientos de Francisco Hernández, en 2010 apareció Población de máscaras, un museo de poemas, una galería en donde se confiesa un artista en cada texto. Hablan Picasso o Toledo, Magritte o Rembrandt, Morandi o Durero, en fin, más de treinta creadores.
Hay, pues, un largo recorrido en estos desdoblamientos hasta llegar a Una forma escondida tras la puerta(2012), otro hito, otra vuelta a la tuerca, si cabe, si ello existe, un libro perfecto, deslumbrante, conmovedor. Adicional a que cada poema es un hermoso poema, Una forma escondida tras la puerta puede leerse como una narración a tres voces. Es una novela contada con poemas, una historia con principio y fin que se cuenta resumiendo y citando la Nota que precede a los poemas: dos locos alquilan una casa al frente de la mansión de Emily Dickinson en Amherst. Están enamorados de ella y se dedican “a espiarla meticulosa, obsesivamente, para después dispararle”. “Antes de quitarle la vida al ‘gorrión de Nueva Inglaterra’, ella muere”. De ahí la pertinencia del título, que proviene de un poema de Emily Dickinson que comienza: “morir no hiere tanto./ Nos hiere más vivir./ Un modo diferente, una forma escondida/ tras la puerta, es morir” (la traducción es de Rosario Castellanos).
Una forma escondida tras la puerta se divide en tres partes. En la inicial, el primer testigo, un ciego, le cuenta al otro lo que sucede en la casa que espían (“pasar de la sombra de la ceguera/ a la ceguera del deslumbramiento./ Permanecer aislado por la inmovilidad,/ esa hermana bastarda de la invidencia./ Quienes ciegos nacieron imaginan la luz/ como un bastón de agua”). “Pasan semanas. El Segundo Testigo no resiste continuar siendo el amanuense de un débil visual enloquecido; decide sentarlo en el banquillo, atarlo, amordazarlo y dar así inicio a una tortura similar a la sufrida por él: le va describiendo las actividades de Miss Dickinson, aunque la mayoría de las veces sus narraciones sean producto de la invención”: esta es la segunda parte del libro.
El Segundo Testigo parece no ver a la poeta: “no hay nada enfrente, solo atmósfera./ No hay relojes, ni academias, ni cartas./ Hemos estado suspendidos ante/ un retrato de aire.” Más adelante insiste: “…Hoy no aparece. Debe estar dormida/ o deprimida o suprimida por/ el blanco absoluto o por el absoluto vacío./ Entonces, voy a hablarle de mí./ Soy por completo ajeno/ a las carcajadas naturales./ En la garganta cargo un desierto,/ un paraje desolado, una cañada seca…”. ¿Es la voz del poeta?, ¿es, escueta, desnuda, la evidencia de que la vida está más en la solitaria solterona de la casa de enfrente que en la precaria y desolada lucidez de los testigos?
Hasta aquí, la presencia de Emiliy Dickinson tiene connotaciones similares a la aparición de Schumann, de Hölderlin o de Trakl en Moneda de tres caras. Marco Antonio Campos dice que “Hernández, para retratar al personaje, utiliza algunos datos reales e inventa situaciones de trastorno, creando una atmósfera que encierra—ahoga— al lector en una cárcel invisible de la que no puede salir”. Así es. Pero en Una forma escondida tras la puerta da un paso más allá, y es que Emily Dickinson muere y la tercera parte, la culminación argumental y poética del libro, la otra vuelta a la tuerca, son los poemas en que habla la hermana Lavinia. Unos poemas lúcidos que hablan de un mundo que se ha vuelto completamente blanco: “Murió mi hermana Emily. […] De pronto el blanco es el color de la existencia./ De lo inmóvil y lo volátil./ De lo que nace debajo de las piedras, de los celajes/ y de lo que repta y se escarcha. […] Blanco el cenit, blanco el nadir y blanca la carcoma./ Blanco lo indescriptible/ y blanca la torre gótica de la iglesia/ rodeada por panales, aguijones y sabanas. […] Niños de yeso juegan en la calle/ con una pelota de yeso, al lado/ de ancianos albinos que juegan/ al ajedrez en un tablero lechoso/ con piezas por completo difuminadas. […] Tengo fiebre. Mi corazón es un iglú”. Más adelante, en otro poema, la hermana Lavinia hará el reclamo central, que también es el más profundo elogio de su hermana: “Hermana,/ ¿por qué te llevaste/ todos los colores del mundo?”.
Con Una forma escondida tras la puerta, Francisco Hernández confirma, de nuevo, que es una de las voces más trascendentales de la poesía viva en nuestro idioma.
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