domingo, 27 de octubre de 2013

Basho en las versiones de Pacheco

27/Octubre/2013
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

Una de las muchas maravillas que José Emilio Pacheco, The Great Translator,  ha traído de otras lenguas al español, es la versión de veintiocho haikús de Matsuo Basho (Como el viento que pasa), que publicó la Editorial Era. Lo más admirablemente asombroso es cómo, en brevísimas piezas, hallamos de continuo alta poesía, y cómo esto es mucho más plausible si tomamos en cuenta que las leemos en una lengua ajena a la que se escribió.
Los haikús de Basho parecen escritos con un lápiz de punta finísima donde cada palabra nos cuenta. Todo está dicho por el poeta con una voz acompasada, con una voz que nunca alza el tono, ni siquiera cuando menciona la palabra grito. En los haikús de Basho la sorpresa en el último verso es elemento esencial.
Dentro de la poesía de Basho encontramos temas queribles a Pacheco: lo fugaz y lo fugitivo, lo que no pudo ser ni nunca será, lo terrible detrás de aquello que es en apariencia inocente y puro, la conciencia de que venimos del polvo y en la muerte continuaremos siéndolo, instantes paisajísticos que quedan fijos en la hoja.
No hay prácticamente uno solo de los haikús que no tenga al menos una doble lectura. Algunos me son inolvidables, como este que da la conciencia de la vejez mientras los elementos permanecen: “En mi vida es ya invierno./ La luna/ sigue intacta.” O este, que terriblemente notifica la muerte próxima: “En el campo los huesos/ ya sin rostro./ Hiere el viento mi cara.” O este, que nos da el sentimiento tanto de la soledad del poeta como la de la naturaleza: “La soledad:/ le queda al árbol/ sólo una hoja.” O aún este, que no menciona la muerte pero nos da aquello en lo que Basho se convertirá -nos convertiremos- después de la muerte: “Ante una tumba pienso:/ mi grito será un día/ como el viento que pasa.” Quizá no esté de más reiterar que del último verso Pacheco toma el título del pequeño libro.
En los haikús de Basho suelen unirse pensamiento y emoción, y su lectura nos produce un goce puro y un melancólico sosiego. Al leerlos en las versiones del mexicano Pacheco sentimos que el japonés Basho es nuestro contemporáneo y que los haikús escritos hace más de tres siglos parece que se hicieron en nuestra lengua ayer o hace unas horas.
La plaquette, fuera de comercio, se imprimió en el Taller Martín Pescador y consta de 65 ejemplares. José Emilio tuvo la amable deferencia de regalarme la número

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