viernes, 4 de octubre de 2013

In memóriam Álvaro Mutis

28/Septiembre/2013
Laberinto
Víctor Flores García


Durante más de tres décadas, dos escritores colombianos compartieron en una casa de la Ciudad de México, en San Jerónimo, largas veladas de nostalgia por los cafetales colombianos de Manizales, la pasión por la literatura francesa y la memoria de las capitales europeas. Rebelados ante la literatura del boom latinoamericano de sus amigos, sobrevivieron a sus naufragios. Mutis, el anfitrión de “whiskies inolvidables”, murió poco después de cumplir 90 años el domingo pasado. García Aguilar acaba de cumplir 60 y escribió de aquellas tardes la biografía intelectual de Mutis: Celebraciones y otros fantasmas.

A finales de agosto pasado viajaste desde París a Bogotá para celebrar junto con otros escritores los 90 años de la vida de Álvaro Mutis en la Biblioteca Nacional. ¿De qué hablaron sobre Mutis, en ausencia de Mutis?
De su obra, que es un tratado profundo de preparación a la enfermedad, la podredumbre y la muerte. No es una obra de entretenimiento sino de revelación y guía para enfrentar el desastre. Dimos testimonio del hombre para quien la amistad fue una forma de guardar para siempre el niño que llevamos dentro; un amigo mayor cuyo afecto y complicidad literaria nos hizo a todos mejores.

¿Cuál fue aquel día tu elogio como biógrafo?
Dije que Mutis escribió por necesidad. Él dijo lo que tenía que decir y se silenció en la última década. Hubiera podido seguir con la saga de su personaje, Maqroll el Gaviero, crear una exitosa serie, pero no era el caso. Ese gran tratado de preparación para la muerte fue su obra compacta con vasos comunicantes entre la poesía y la prosa. Su hijo Santiago, que es un poeta y un sabio, destacó que Mutis había tenido una bella amistad con la parca. A lo largo de su vida habló con ella y la hizo su amiga. La muerte, la naturaleza y el deseo son los centros primordiales de su poesía y su narrativa.

¿Qué lugar ocupa Bogotá para Mutis? 
En los días del homenaje caminamos por las calles que él transitó de joven; y donde se formó como poeta al lado de maestros como Eduardo Carranza y el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón; en las tertulias de los cafés bohemios de entonces, donde se formó y fue muy feliz, antes de la tragedia del 9 de abril de 1948. Su primera colección de poemas, La balanza, quedó incinerada por los disturbios y los incendios de la ciudad después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que partió la historia del país en dos. Caminando por esas calles hoy decrépitas uno podía imaginar al joven Mutis conversando con los poetas de su generación y sus maestros, como los colombianos Eduardo Carranza, Jorge Zalamea y León de Greiff. Por ahí cerca estudiaba el bachillerato, que abandonó por el billar y la poesía. En esas calles se inició como locutor y relacionista público de empresas aéreas y petroleras. Por ahí caminó con García Márquez y transcurrieron los primeros años de amistad con quien sería su casi hermano, el Premio Nobel.

¿Cómo impactó en la obra de Mutis el contraste de viajes transatlánticos a Bélgica y  la tierra caliente colombiana?
Mutis pasó la infancia en Bruselas y cada año viajaba en transatlánticos a la tierra caliente. Salía de Hamburgo o Le Havre en esos enormes barcos de entreguerras con su padre Santiago, que era diplomático, y su madre Carolina Jaramillo. Cruzaban el Atlántico hasta el Canal de Panamá. De ahí seguían hasta el puerto de Buenaventura, en el Pacifico colombiano. Luego subían por tierra hasta Cali y después a Bogotá. Eran largos los viajes del niño Álvaro, donde se aficionó a los barcos, al mar y al viaje como elementos básicos de su existencia. Ese viejo mundo europeo con sus catedrales góticas, castillos reales, viejas ruinas romanas y medievales, avenidas y urbes magníficas que siempre constituyeron sus fantasmas infantiles de húsares y monarcas; y al otro estaba lado la tierra caliente, con la enfermedad, el sopor, los mosquitos y la muerte. Esos viajes anuales de ida y regreso conformaron su primer imaginario.

La muerte del padre puso fin a esa etapa…
Así es. Todo ese mundo europeo se derrumbó de repente. Su padre murió joven, a los 33 años, y Mutis quedó huérfano a los 9 años de edad. Fue arrancado de repente de esa vieja Europa de reyes e imperios idos y traído por su madre Carolina, originaria de la ciudad andina de Manizales, mi ciudad, de regreso al país. Mutis es dejado en esa gran finca cafetera de su abuelo, entre los ríos Coello y Cocora y allí, entre guaduales, cafetos y platanales vive sus primeros deseos con las recogedoras de café, y aprende a amar la tierra caliente, los ríos desbordados que traen en la creciente árboles arrancados, vacas muertas, hombres despedazados y asesinados.

¿Por qué la memoria de cafetales, donde tú también creciste, aparece en su obra de manera distinta al realismo mágico?
En esa finca cafetera Mutis vivió años básicos y siempre dijo que deseaba que sus cenizas fueras vertidas en el río Coello y en esos montes, el verdadero paraíso terrenal perdido de la infancia. Toda su poesía está marcada por lo que vivió en esa finca. Uno de sus primeros poemas, “La creciente”, se origina allí. En los primeros poemas telúricos establece su terreno: la lucha imposible del hombre con la naturaleza de la tierra caliente. En muchos de los poemas habla de los cafetales, del río, de los aguaceros. Y mucho después en su obra narrativa, en libros como La mansión de AraucaímaLa nieve del AlmiranteUn bel morir y Amirbar vuelve siempre a esos lugares, los recorre, los aborda desde todas las aristas posibles. Primero la certeza de que no somos nada frente a esa naturaleza, como los animales muertos que lleva la creciente, seremos devorados por ella. El destino inapelable es la muerte.

¿Qué tanto de Mutis hay en el personaje de Maqroll el gaviero?
Maqroll el Gaviero es el viajero, el judío errante que viaja y emprende las más inverosímiles aventuras sin la más mínima esperanza de éxito. Inicia empresas y actividades muchas veces ligadas a la ilegalidad, porque no hay de otra. Comercia con los hombres aunque no cree en la humanidad y es escéptico sobre sus designios, pero no juzga al hombre y sus crímenes y traiciones. Maqroll deambula en esa naturaleza feraz, recorre ríos en planchones, llega a puertos infelices y sórdidos, sube por las montañas y se protege de la lluvia bajo los platanales, se encuentra en esos parajes con el ejército o los guerrilleros o los traficantes y al final siempre se salva para contar esas aventuras que son muy colombianas. Colombia es un país que ha vivido en la guerra desde siempre y sus montañas y paisajes están infestados por el mal de la violencia y las armas. Maqroll siempre se encuentra con esas fuerzas en el camino, no puede evitarlas, y en Un bel morir, nos las cuenta a través de personajes tenebrosos o militares secos con los que se cruza en el camino.

¿Y el deseo de dónde proviene y dónde queda?
Además de la muerte y la violencia, el deseo es la arteria y el sistema sanguíneo de su obra toda. Las mujeres, sus cuerpos, belleza, sabiduría, complicidad y talento están siempre presentes en figuras como Amparo María, Flor Estévez, Ilona y Doña Empera. Todos esos personajes femeninos son fundamentales y el deseo que corroe a Maqroll, esa sensación “de mariposas desbocadas en el esófago” que es el amor según él, está descrita con maestría. Las escenas de amor, la descripción de los cuerpos, la sensación posterior al coito, las caricias, el sudor, la piel, recorren todos los caminos de su poesía y su prosa. Y ese deseo, el sexo desnudo, están ligados a la enfermedad y la muerte, la presagian, la advierten.

Ustedes dos compartieron dos pasiones: Manizales y la literatura francesa. ¿Cómo las vivieron?
Conocí a Mutis poco después de llegar a México en 1981 y desde entonces tuve la alegría de compartir con él muchas cosas. Su madre, Carolina Jaramillo, era de mi ciudad natal, Manizales. Mutis pasaba ahí, junto a los volcanes y las cordilleras de la tierra templada, temporadas en su adolescencia que lo marcaron y visitaba la biblioteca municipal que yo visité también cuando hacía mi bachillerato. Desde entonces, en Manizales, cuando se quedaba en casa de sus tías las Jaramillo, Mutis tuvo contacto con los clásicos y autores que como Charles Dickens y Dostoievsky lo marcaron para siempre. El otro punto que compartíamos era París, donde he vivido mucho tiempo; y la literatura francesa. Con él revisitábamos a Balzac, Stendhal, Céline y Malraux y yo descubrí a otros como Chateaubriand y sus Memorias de ultratumba, las Memorias de Casanova, así como a Valéry Larbaud y Joë Bousquet, quien decía que la “poesía expresa lo que nosotros somos sin saberlo”, una de las consignas poéticas mutisianas.

¿De allí surgio la biografia intelectual que escribiste de él?

Gracias a Manizales y Francia, los encuentros tenían casi un carácter familiar y fueron tantos, que al final decidimos grabar parte de las conversaciones, en sesiones de 40 minutos, después de lo cual me ofrecía sus deliciosos y prolongados whiskies. Después yo salía muy feliz y ebrio de la casa de San Jerónimo. Me regalaba algunos libros franceses en ediciones que ya no quería conservar. Yo bajaba por la avenida larga que salía de la esquina de su casa, en busca de un lugar donde seguir hojeando esos libros y degustar las charlas en las que aprendí tantas cosas. Cada tarde fue un curso acelerado en temas como Bizancio, ese imperio de mil años que se derrumbó en 1453, fecha para él definitiva. De esas conversaciones que transcurrieron durante cinco años en su estudio biblioteca, salió mi libro Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Alvaro Mutis, donde abordamos por temas los aspectos fundamentales de su pensamiento y su estética. La poesía, la novela, la historia, la democracia, la monarquía, el amor, el deseo, la muerte, Bizancio, la guerra, Francia, la poesía latinoamericana, el surrealismo, Rimbaud, Baudelaire, Conrad, Proust, todos esos temas los revisamos en conversaciones pausadas al calor de esos whiskies inolvidables. En aquellas noches y en su vida, Carmen Miracle, su esposa catalana, fue siempre un pilar omnipresente.

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