Laberinto
David Toscana
Hace
veinte años, cuando publiqué mi primera novela, comenzaba a hablarse de un
supuesto fenómeno llamado “Literatura del norte”. Nunca supe bien de qué se
trataba. Por supuesto Monterrey estaba en el septentrión mexicano, pero ¿qué
tiene que ver la geografía con la palabra?
Si hay
más distancia entre Monterrey y Tijuana, que entre Monterrey y el D.F., ¿por
qué nos gusta la división norte-sur y no la oriente-occidente?
¿Que
yo soy escritor del norte? ¿Qué significa eso? ¿Acaso significa que me he de
poner un sombrero vaquero, una cuera tamaulipeca y gritar “ajúa” cada vez que
me sale una buena frase?
Sin
embargo acepté el mote de escritor del norte, pues eso me llevaba a encuentros
y congresos donde bebíamos mucha cerveza y la pasábamos bien.
Nos
hacía gracia cuando alguien mencionaba que la norteñés era una estrategia
comercial, ya que no solemos agotar las primeras ediciones ni ganar premios de
relumbre. Otros lo tomaban como un intento del centro de decir que éramos
regionalistas, de pocos alcances, pues siempre había que cargar con una
etiqueta que minimizaba el cosmos. Los escritores del centro eran mexicanos;
nosotros éramos meramente tijuanenses o regiomontanos o culichis. A Jesús
Gardea, un narrador excepcional, lo sepultó la crítica al llamarlo “narrador
del desierto”.
Si
bien, luego de mucho repasarlo, acabé por aceptar una característica en los
narradores del norte: somos bárbaros y primitivos, como el resto de los
norteños. Esta revelación me llegó con la anécdota que ahora cuento:
En
cierta ocasión leía el libro de un célebre narrador capitalino. En una de las
páginas me topé con este enunciado: “una puerta de cristal biselado”.
Hube
de interrumpir mi lectura para llamar a Felipe Montes. Ni siquiera tuve que
hacerle una pregunta. Tan sólo dije: “Puerta de cristal biselado”, y él de
inmediato me respondió: “Puerta de vidrio”. Claro que sí, le dije, no hace
falta más. Y colgamos.
A los
dos minutos me llamó para preguntar: “¿Por qué no simplemente puerta?”.
Le
expliqué que quienes estaban fuera, miraban hacia dentro; y los de dentro
miraban hacia fuera. Colgamos.
Volvió
a llamarme a los dos minutos. “Pues deja la puerta abierta”.
En el
contraste entre una puerta abierta y otra de cristal biselado, entre echarse un
trago y degustar un Château La Fleur-Pétrus 82,
entre ponerse los zapatos y calzarse unos botines Salvatore Ferragamo de piel
de becerro, entre simplemente “ir”, y “abordar una Cadillac Escalade color
negro para dirigirse a”, está la esencia de la diferencia entre la narrativa
del norte y la del centro.
¿Que somos bárbaros? Sí. ¿Poco
sofisticados? ¿Secos? También. La frase es bien conocida: “Donde comienza la
carne asada termina la civilización”.
Tal vez sea verdad; pero ¿a quién no se
le hace agua la boca nomás de pensar en una arrachera con aguacate, chiles
toreados, tortilla de harina y una cerveza bien helada?
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