El Universal
“Somos un bípedo capaz de un sadismo indescriptible, de ferocidad territorial, de todo género de codicia, vulgaridad y abyección”, así describió al ser humano George Steiner. Y me imagino que cuando escribió estas palabras se hallaba de mal humor o al menos desesperado. Lo comprendo porque es mi estado de ánimo cotidiano. Desde joven quise ser un cascarrabias y creo que lo he logrado ampliamente (debe tenerse cuidado con lo que se desea en la juventud porque puede cumplirse). Y cuando mi mal humor se desvanece e intento ser más benigno en mis juicios me percato de que el dinosaurio todavía sigue en el mismo sitio. Los seres humanos siguen siendo como los describe Steiner, aun cuando uno vea las cosas desde una buena butaca.
Después de los 40 años somos duros, brutos y holgazanes, me comentó un amigo que no pierde tiempo en sutilezas. No es una sentencia demasiado elaborada, pero estuve de acuerdo unos segundos con ella. Las palabras que usamos para describir el mundo en que vivimos han sido siempre parciales y misteriosas. A veces conviene más un buen insulto que una mala descripción, así por lo menos damos cierta tranquilidad a nuestro espíritu. Y nadie va a negarme que las malas descripciones abundan y que tanta comunicación ha vuelto menos sensibles a las personas. Los políticos no sólo han acabado con cualquier posibilidad de convivencia, también han hecho inútiles las palabras: no se puede construir sobre el vacío o la mentira. Los comunicadores trabajan también arduamente para transmitir el vacío, están en los medios a todas horas y uno se pregunta si tienen tiempo para leer o meditar sus palabras. El propósito de tanta opinión es colmar el espacio y no permitir la pausa, mantenernos dentro del escenario sin descansar un solo minuto.
Supongamos que renuncio a que otros piensen en mi nombre y decido hacerme cargo yo mismo del asunto. Por lo menos necesito una pausa, y no me refiero a una pausa modesta sino a una inmensa que me salve de las tonterías con que se bombardea a la gente todos los días. Sé que la tumba es un buen sitio para resguardarse del ruido, pero como están las cosas dudo que nos dejen en paz incluso en la fosa. Comprendo ahora la sorpresa de Robert Walser cuando en 1944 se sorprendía por el deseo nómada de las personas: “Hoy se viaja demasiado. La gente parte en bandadas hacia tierras extrañas, sin temor, como si fueran legítimos propietarios”. De la misma manera me sorprende que, en estos días, bandadas de personas opinen sin ningún temor, nos muestren su rostro en carteles que ensombrecen hasta los barrios más feos y nos hablen como si fuéramos seres cuyos sentimientos son del dominio público. Para hacer frente a estos embates, lo más apropiado sería hacer una pausa que, en su acepción más extrema, podría convertirse también en una franca renuncia.
La lectura de buenos libros o el cultivo de la amistad son tareas personales más importantes que poner atención a las campañas políticas de hombres sin escrúpulos y sin conocimiento real de los seres humanos. Ya es suficiente con no hacer mal a los demás como para verse empujado a participar en tan malos espectáculos civiles: la pausa o el destierro voluntario son hoy más bienvenidos que nunca. No se trata de unas simples vacaciones para volver de nuevo al camino, sino de la construcción de remansos o caminos alternativos a los comunes. ¿Cuáles son estos caminos? No lo sé. La importancia que se otorga a las cosas es decisión de cada persona. Y creo que es en esa necesaria pausa donde uno puede inventar salidas a las crisis civiles. Las palabras de Steiner que cité al comienzo de estas notas son comprensibles porque muestran la desesperación del humanista ante la barbarie comunicativa y supuestamente democrática en la que vivimos. Es impotencia y desconsuelo. Y también un magnífico motivo para seguir cultivando el mal humor.
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