Laberinto
Roberto Pliego
Los lectores mexicanos deben recordar
la ira y los llamados a resucitar la
Liga de la
Decencia que hace algunos años provocó la iniciativa de
llevar Memoria de mis putas tristes
al cine. Muchos de ellos deben saber que esta novela de García Márquez no es
sino la versión tropical de La casa de
las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, cuya trama se desarrolla en
los espacios austeros de un palacete de buena nota adonde los ancianos acuden
para observar la belleza marmórea y dormida de púberes a quienes tienen
prohibido tocar. Es imposible resistirse a la delicadeza con la que Kawabata
fija el instante en que la inminencia de la muerte se rinde ante la plenitud femenina
de la vida.
Si la obra se sustentara en la
biografía, las novelas, los relatos y las breverías de Yasunari Kawabata
tendrían la sustancia de un informe escrito por un huésped vitalicio de una
prisión o un hospital psiquiátrico. Tenía dos años cuando su padre murió de
tuberculosis y tres cuando su madre corrió la misma suerte. No había alcanzado
la adolescencia cuando sus abuelos y su hermana también murieron. Insomne,
habituado a la soledad, hecho para la contemplación, por un momento quiso
entregarse a la pintura pero finalmente tomó el estudio de la literatura
inglesa y de los clásicos japoneses en la Universidad Imperial
de Tokio. Había cumplido veintisiete años cuando publicó su primer relato, La danzarina de Izu, en la
revista La edad artística, que
él mismo fundó en 1924 bajo el encanto de las vanguardias europeas.
Tensión: ésta sería la palabra
que mejor definiría la estética de Yasunari Kawabata. Por un lado, la
modernidad ejerce un influjo que se expresa en la rebeldía de la juventud y en
el impulso de prender fuego a las antiguas preceptivas; por otro lado, la
tradición, encarnada en los poetas medievales, se presenta como la única fuente
de sabiduría o, según la escuela zen, el único camino para trascender los
límites. Esa tensión suele manifestarse en la arena convulsa del sexo. Lo bello y lo triste, una de las
novelas más refinadas, gira en torno a las heridas que dejaron los amoríos de
un escritor de veintiocho años con una joven de quince. Han pasado casi dos
décadas y han vuelto a encontrarse para comprobar que ahora sus cuerpos flotan
de distinta manera en el tiempo. A esa evidencia se agrega la presencia
destructiva de una nínfula, la amante de esa mujer que alguna vez se entregó a
un hombre de veintiocho años. Kawabata solo sugiere: el recuerdo del amor
carnal es inseparable de la conciencia de nuestra finitud. La rebeldía y la
tradición comparten la cama solo para asegurarse de que son irreconciliables.
De entre los muchos libros que publicó Yasunari Kawabata hay uno que concentra la admiración por los maestros budistas, las enseñanzas de los clásicos japoneses y la aspiración a habitar un universo en el que todo se comunica libremente con el resto: Historias en la palma de la mano. Cada una de ellas tiene la extensión de un suspiro y la profundidad de esa nada donde no hay lugar para ningún pensamiento ni idea. Fueron prácticamente sus últimas creaciones antes de elegir la muerte por inhalación de gas el 16 de abril de 1972.
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