domingo, 12 de abril de 2015

Efraín Huerta: celebración que no aturde

12/Abril/2015
Confabulario
Emiliano Delgadillo Martínez

A Valeria, en su cumpleaños

Los actos conmemorativos cumplen una suerte de función ritual, simbólica, y están rodeados de la parafernalia de las cámaras y los reflectores. En cambio, los libros representan el verdadero legado del escritor, puesto que a ellos se puede volver una y otra vez. Durante el centenario de Efraín Huerta, los libros que más vi fueron la antología personal Poesía 1935-1968, reimpresa para la Segunda Serie de Lecturas Mexicanas, y la Poesía completa del Fondo de Cultura Económica, todavía en su encuadernación de tapas duras y blancas. Estos libros son conocidos por dos curiosos aspectos: el primero, por la famosa portada del pan de cocodrilo, y el segundo, por ser un “ataúd blanco” que se sale de la norma, es decir, por venderse y reimprimirse con asiduidad. Ambos libros reposan en innumerables burós, escritorios y libreros, y a ellos se acude con no poca frecuencia. Quienes portaban dichos ejemplares eran los representantes de la vieja guardia huertiana. Hoy día, después de todo el alboroto festivo y carnavalesco en torno a la obra del Cipactli, los nuevos y renovados lectores llevamos con nosotros renovados y novísimos libros. Y ahora se nos ha vuelto imprescindible acompañar la poesía de Huerta con su inagotable prosa. Quizá ésta fue la gran enseñanza de todo el alboroto: que el poeta Efraín Huerta también es el prosista Efraín Huerta.

Los libros renovados son, obviamente, libros de poesía: la nueva edición de la Poesía completa (fce); la edición facsimilar de Los hombres del alba (conaculta); o bien, las reimpresiones de cuatro libros: Poemas prohibidos y de amor (Siglo xxi); Transa poética (era); Alma mía de cocodrilo. Efraín Huerta para niños (conaculta); y la mínima y genial Antología poética (fce), dechado de “literatura portátil” elaborada por Carlos Montemayor. En cambio, los libros novísimos pertenecen al ámbito de la prosa, ámbito que, en el caso de Huerta, era prácticamente desconocido. Veamos un par de ejemplos. Raquel Huerta–Nava publicó cuatro libros el año pasado: tres compilaciones de prosa y una plaquette de poesía. Los primeros tres suman 1,079 páginas, mientras que la plaquette no pasa de la veintena. También contrastan las 673 páginas de El otro Efraín. Antología prosística —preparada por el escritor Carlos Ulises Mata—, con las 79 de El Gran Cocodrilo en treinta poemínimos, libro ilustrado por el Doctor Alderete (ambos publicados por el fce). La escritura de Efraín Huerta evidentemente fue más prolífica en el ámbito de la prosa que en el de la poesía. Basta recordar que Huerta fue periodista profesional desde 1936 hasta el último día de su vida: cuentan sus familiares que el texto que dejó en la máquina de escribir fue, precisamente, un artículo periodístico.

De los libros publicados por Huerta–Nava, comentaré en esta ocasión un par que hace mancuerna: «Cine y Anticine». Las cuarenta y nueve entregas (cuec—unam, Colección Miradas en la Oscuridad, 2014) y la Antología de «Libros y Antilibros» (Joaquín Mortiz—Planeta, 2014). Ambos se leen con verdadero deleite gracias al sutil ritmo propiciado por sus breves parágrafos: Huerta tecleaba sus artículos a manera de destellos, o ráfagas, privilegiando la separación mediante subtítulos. Estos fragmentos le otorgan ligereza a los textos y nos revelan la inquietud del columnista por tocar todos los temas posibles, tanto del mundo del cine como del literario.

La primera columna, “Cine y anticine”, representa un tesoro de la crítica cinematográfica. Los conocedores del tema no me dejarán mentir: el redescubrimiento de la crítica de cine que Huerta escribió modificará, en cierta medida, nuestra historiografía cinematográfica. Desde esta perspectiva, resulta un acierto que el cuec haya publicado en su integridad la columna “Cine y anticine” (sostenida en el diario DF: La Ciudad al Pie de la Letra entre agosto de 1950 y julio de 1951), pues permite asomarnos a la sensibilidad de una época en la que ya se advertía que la expresión artística poco podía contra el interés económico de la industria: “el cine es un infierno empedrado de buenas y malignas intenciones”, escribió Huerta. Aun así, nuestro columnista se dedicó a defender lo que para él era el buen cine. Su repetida insistencia en presentar Los olvidados de Luis Buñuel como la gran película de toda una época nos permite entrever que, a los ojos de Huerta, el triunfo indiscutido de Los olvidados fue quizá la última victoria del cine como arte, en oposición al cine como negocio (o como él lo llamaba: anticine). A lo largo de las nutridas cuarenta y nueve entregas desfilan grandes protagonistas del cine mexicano: Gabriel Figueroa, Emilio Fernández, Roberto Gavaldón, Julio Bracho, Juan Bustillo Oro, Pedro Armendáriz, Ismael Rodríguez, Rogelio A. González, por no hablar de María Félix, Pedro Infante, Irma Torres, Dolores del Río, Carmen Montejo, Tin Tan, Cantinflas… Todos ellos son juzgados por Huerta, quien no titubeaba a la hora de reconocer aciertos y errores.

Lo mismo ocurre en la columna “Libros y antilibros”, sólo que, en este caso, los protagonistas son otros: escritores, editores, e incluso lectores. El material de esta columna eran las novedades editoriales que llegaban a manos de Huerta. El libro que reúne setenta entregas lleva por título Efraín Huerta en El Gallo Ilustrado. Antología de «Libros y antilibros» (1975-1982), y es el primer intento por compilar y rescatar una de sus columnas más célebres y leídas. Recuerda Raquel Huerta en el prólogo:

Era constante el flujo de libros en la casa y había que moverlos de un lado a otro bajo su vigilancia, pues [Huerta] llevaba la clasificación de los volúmenes conforme se acercaban a ser comentados en su columna o iban siendo descartados y donados a quien le pudieran ser de utilidad.

La columna “Libros y antilibros” es un verdadero diario público de lecturas. En él hallamos a un Huerta apasionado de la literatura, en su faceta de lector avezado y astuto. Los libros que comenta lo conducen una y otra vez al terreno de la memoria, de manera que sus repetidas digresiones conforman un pozo de recuerdos que enriquecen —antes de minar— las ideas y los juicios sobre los autores y sus obras. Aquí, un ejemplo:

Diez años antes de su Unicornio, Marcos Fingerit había hecho unos cuadernitos poéticos más pequeños (10 × 12 cm), titulados Cuadernos del Pez Volador. Estos suplementitos lo eran de la Fábula argentina. Sí, porque Marcos Fingerit se clavó en forma total el formato de la Fábula que hizo Miguel N. Lira allá por 1934.

Estas anécdotas son valiosas porque forman parte de nuestra historia de la literatura. Contadas, además, por un Efraín Huerta maduro, refinado e irónico, son una verdadera delicia literaria. A ellas hay que añadir, por un lado, los excursos humorísticos, como el siguiente: “Debe existir, por fuerza, un libro de ciencia ficción llamado Los comedores de comillas. ¿Alimentan las comillas? Alimentan, claro”; y por el otro, los momentos de confesión, como los del fragmento “Gran José Emilio” en el que Huerta dialoga con su admirado y querido José Emilio Pacheco, colega por partida doble: por el oficio de la poesía, y por escribir “Inventario”, hermana mayor de “Libros y antilibros”. ¿Le habrá respondido Pacheco en alguno de sus “Inventarios”?

Otra novedad que merece nuestra atención es El otro Efraín. Antología prosística (fce, 2014), elaborada por Carlos Ulises Mata. Se trata de una antología de lectura destinada al amplio público. Allí se incluyen cuatro libros que estaban fuera de circulación y que forman parte del canon huertiano en materia de prosa: La causa agraria (boi, 1959), Textos profanos (unam, 1978), Prólogos de Efraín Huerta (unam, 1981) y Aquellas conferencias, aquellas charlas (unam, 1983). Gracias a ello, hoy podemos leer nuevamente el ensayo “La poesía actual de México”, o la conferencia “La hora de Octavio Paz”, textos que ayudan a perfilar, por mencionar tan sólo un ejemplo, la idea que Huerta tenía de la poesía. También se recuperan artículos de Aurora roja (Pecata Minuta, 2006) y Close up (Ediciones La Rana, 2010), y seis entrevistas que estaban dispersas. El acierto de esta antología es, a mi juicio, el balance que logró Mata al dividir el libro en siete apartados que se leen muy bien: “su estructura se definió con base en un criterio primordial: la agrupación de los escritos según la afinidad del tema, intención y tratamiento”. Los apartados son: “Libros y autores”, “Párrafos sobre artistas”, “Crónicas líricas y urbanas”, “Cine”, “Artículos políticos y de actualidad”, “Prólogos” y “Entrevistas”. Las afinidades intuidas por Mata tienen plena repercusión en la poesía de Huerta, e incluso podrían considerarse como temas de los poemas huertianos. ¿Acaso no hay poemas dedicados a poetas, pintores y actrices? ¿Acaso Huerta no escribió más de un poema/prólogo? Léanse, si no, “Reseña metropolitana” o “Diálogo oído en un café”, en donde está presente en más de un sentido el famoso poema “Declaración de odio”. Sin duda alguna, El otro Efraín ilumina de un modo particular la obra poética, pero también resulta un esfuerzo por divulgar la varia invención que Huerta nos legó en su prosa.

Por último, quisiera dedicarle un mínimo comentario al libro Efraín Huerta. Iconografía (fce, 2014) editado por quien aquí firma. Se trata de una memoria visual de la vida y la obra de Efraín Huerta, elaborada a partir de los archivos fotográficos familiares. La generosidad de sus hijos permitió reunir más de centenar y medio de imágenes en las que observamos a Huerta con sus amigos, colegas y parientes, muchos de quienes también desfilan por sus textos: Xavier Villaurrutia, Rafael Solana, José Revueltas, Pablo Neruda, María Félix, Gabriel Figueroa, Luis Spota, El Indio Fernández, Jorge Negrete y un gran etcétera. Aprovecho este lugar para agradecer tanto a la familia del poeta como a los editores Martí Soler, Max Gonsen, Manuel Betancourt y Francisco Ibarra, sin quienes no se hubiera podido llevar a cabo la Iconografía. Estoy seguro de que, aunque se trata de un complemento a las lecturas reales de la obra huertiana, el lector disfrutará uno que otro pasaje de la vida de Huerta.

En un poema de 1962 que vale la pena releer, “La raíz amarga”, nuestro poeta escribió un verso que dice: “celebraciones centenarias aturden”. Tras el centenario de Huerta, más que aturdidos, terminamos contentos. Sabemos que hay Huerta para rato. No cabe la menor duda: muchos libros —y muchos lectores— están por venir. ¡Enhorabuena, don Efraín!


Un libro secreto sobre la poesía de Efraín Huerta

por David Huerta


Entre los libros que se publicaron en 2014 sobre la vida y obra de Efraín Huerta, los mejores son los editados (o reeditados) por el Fondo de Cultura Económica: en especial el tomo titulado El otro Efraín, antología de prosa preparada por Carlos Ulises Mata, y la Iconografía hecha por Emiliano Delgadillo al lado de los expertos iconógrafos del FCE. Hay que mencionar, asimismo, una recopilación de la columna literaria que hizo Efraín Huerta para el periódico El Día, fruto del trabajo de Raquel Huerta-Nava. Debo mencionar, por supuesto, la edición facsimilar del libro de 1944 Los hombres del alba, editada con enorme cuidado por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta y en especial el equipo de Julio Trujillo. Se hicieron ediciones de gran tiraje a cargo de la Secretaría de Cultura del GDF. Diversas revistas publicaron números monográficos sobre Huerta; se hicieron carteles, desplegados callejeros, ediciones populares, y algo que me parece muy importante: la musicalización de poemas, de Eduardo Langagne, Enrique González Medina, Jaime Moreno Villarreal y Arturo Márquez. Hay un par de obras inéditas que ojalá algún día se den a conocer como se lo merecen: la tesis universitaria de Emiliano Delgadillo, sobre Los hombres del alba, y la investigación hecha por Isabel Pouzet en Francia, un trabajo estupendo sobre la correspondencia amorosa de Efraín Huerta y su primera esposa, Mireya Bravo.

Me extiendo un poco sobre el trabajo de Emiliano Delgadillo: el lunes 17 de febrero de 2014, Delgadillo, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, defendió su tesis de licenciatura, titulada La fragua de Los hombres del alba: 1935-1944. Obtuvo mención honorífica. Esto no pasaría de ser un hecho, entre tantos otros semejantes, de la rutina académica, si no fuera por la calidad excepcional del trabajo. Entre los libros sobre Efraín Huerta publicados en 2014 no puede figurar: está inédito. Ojalá encuentre editor dentro de no mucho tiempo.

El título mismo del trabajo pone de manifiesto la sagacidad lectora y la curiosidad de Emiliano Delgadillo: es un homenaje en filigrana a José María Micó, ilustre traductor de Ariosto, poeta brillante y gongorista de primera línea; el trabajo de Micó sobre las Soledades gongorinas se titula La fragua de las Soledades. Delgadillo recogió la idea de “fragua” de un libro de poesía para contar la historia de Los hombres del alba, publicado en 1944 pero concebido y echado a andar en 1935: taller, fogón para preparar los metales poéticos, forja de esos mismos metales (gloso aquí las definiciones de “fragua” del diccionario de la Academia). ¿Cómo se hizo ese libro de Efraín Huerta; cómo fue componiéndose, o, en fin, cómo fue fraguándose…? La historia es sencillamente apasionante: Delgadillo la escribe echando mano de información de primerísima mano, con amenidad y con una prosa que fluye como agua diáfana. El conocimiento del tema, la destreza de los planteamientos, los horizontes que abarca, y su contribución cardinal a la historia y la crítica de la poesía moderna en México, son algunos de sus rasgos principales. Es un libro excepcional que merece ser conocido por los lectores más allá del ámbito académico.

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