Laberinto
Thelma Nava
Efraín
era muy organizado. Por las mañanas —antes que nada— se sentaba a
escribir sus artículos y cuando terminaba llevaba a pasear a nuestro
perrito Yuri por las calles de Polanco —vivíamos en Lope de Vega.
Era
muy consciente de su deber. Si tenía que salir de viaje, dejaba
preparados todos sus artículos para que los periódicos donde colaboraba (El Fígaro, El Diario de México, El Día, etcétera) no se quedaran sin ellos.
Nunca
dejó de escribir. Poco antes de que lo internáramos en el Centro
Médico, dejó sobre la máquina un último texto (esa máquina y algunas
otras de sus cosas las donamos a la Casa del Poeta, ahí están). Escribía
en una Remington, era muy rápido a pesar de que lo hacía solo con dos
dedos.
Tenía
muchos amigos jóvenes, siempre lo estaban buscando. Llegaban a pedirle
un consejo, a mostrarle sus poemas, a conversar con él. Entre ellos
estaba Roberto Bolaño, con quien tuvo una relación excelente.
Nos
conocimos en Películas Nacionales, donde yo era secretaria; él acudía a
visitar al director general, Salvador Amelio, su amigo de muchos años, y
a entregarle algunos trabajos. A veces íbamos a tomar un café a la
vuelta, yo apenas comenzaba a escribir pero nunca le consultaba nada.
Otras veces, por curiosidad, me preguntaba: “¿Qué estás escribiendo?” Se
lo mostraba, lo leía pero no me aconsejaba ni me decía nada.
Yo
lo admiraba mucho como poeta. Escribió una poesía muy original,
innovadora, lúcida, hermosa. También hizo mucha crítica cinematográfica y
literaria.
Nos
casamos en 1958, en la casa de Lope de Vega. Asistió su mamá, quien
llegó de Querétaro, en donde vivía; también amigos cercanos del medio
cinematográfico. Uno de nuestros testigos fue Arcady Boytler (director
de películas como Águila o sol y Así es mi tierra). La
gente de cine lo quería mucho, fue muy amigo de María Félix y como ella
vivía a la vuelta, en la calle de Hegel, en ocasiones la visitaba.
Fue
un padre muy amoroso con nuestras hijas Thelma y Raquel. Algunos días
lo visitaban los hijos de su primer matrimonio (Eugenia, Andrea y
David), iban a comer a la casa. Era un padre excelente.
La
enfermedad fue un proceso muy doloroso para él. Se volvió retraído,
hacía esfuerzos por hablar con la laringe, y alguna voz salía por ahí.
Sus últimos años se sentía bastante triste por la situación que estaba
viviendo.Fuimos a Cuba y a otros lugares —siempre viajó mucho—, eso lo
animaba un poco.
Duramos
casados 23 años y su muerte me provocó una tristeza infinita. Pero me
acostumbré a estar sola; ahora trabajo en casa, sigo escribiendo poesía y
leo mucho. Me da gusto que lo recuerden en su centenario, que lo tomen
en cuenta. Mi hija Raquel, quien vive muy cerca y a la que veo casi
todos los días, está muy comprometida organizando cosas para recordar a
su papá. Ha preparado varios libros y en agosto presentará una
exposición-homenaje en el Museo del Chopo, donde habrán, entre otras
curiosidades, muchos cocodrilos. Efraín tuvo una gran cantidad de ellos,
los compraba o se los regalaban. Un amigo incluso quiso regalarle un
cocodrilo vivo. Imagínense, dónde lo íbamos a tener.
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*Texto escrito con base en una entrevista de José Luis Martínez S.
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