Jornada Semanal
Marco Antonio Campos
En diciembre de 2013 el FCE publicó Viento del siglo, la última novela de la tetralogía de Eraclio Zepeda, la cual es a la vez la saga familiar y una
saga histórica chiapaneca, y por extensión, hemos dicho antes, una
parte no contada de la historia nacional. Las anteriores novelas de la
saga son Las grandes lluvias (2006), Tocar el fuego (2007) y Sobre esta tierra (2012). Desde cuando Zepeda fungía en París como embajador de México en la UNESCO, en 2000, tuve en las manos el manuscrito de la primera versión de Las grandes lluvias. Zepeda ya tenía pensados hasta los títulos y sabía que la tetralogía abarcaría un siglo.
Lo más natural sería que en Chiapas las cuatro
novelas fueran libros de texto en preparatoria y en la carrera de letras
en la universidad. Los jóvenes y adolescentes, desde la mirada de un
siglo –de la década de los treinta del siglo XIX a la década de los treinta del siglo XX–,
podrían aprender de su estado: geografía, trazos de recuperaciones
urbanas, la compleja naturaleza, costumbres de épocas, las fiestas
populares, los bailes de sociedad, la vida de las familias bien,
la situación de los indígenas, y claro, ante todo, los hechos
políticos, que ahora ya, mucho tiempo después, se han vuelto historia.
Más allá de que los liberales tuvieran en algunos períodos el poder, se
percibe que la aislada Chiapas era una provincia conservadora, y en
algunos aspectos ultraconservadora.
Cuando leemos las novelas, sin hacerlo explícito,
Zepeda nos obliga a preguntarnos cómo Chiapas, en su aislamiento, al
menos hasta el fin de la Revolución armada, no se convirtió en república
independiente. Por ejemplo, Zepeda nos recuerda aquí algo que nos
causa estupor: hasta Álvaro Obregón ningún candidato presidencial hizo
campaña en Chiapas y Lázaro Cárdenas fue el primer presidente que
visitó lugares del estado donde políticos nacionales nunca pisaron o no
los habían visto ni en fotografía.
Sin duda, los pasajes que leemos con más interés en Viento del siglo
son aquellos de momentos relevantes en los cuales se relacionan de
manera directa o indirecta la política nacional con la política
chiapaneca: la Revolución, donde encontramos al ejército carrancista
luchando contra el ejército “mapache”, es decir, el ejército encabezado
ante todo por los terratenientes chiapanecos, quienes con sus peonadas
defendían sus fincas con valentía y correcta ignorancia militar; la
rebelión delahuertista en 1923 (que pasó casi de noche por el estado);
los iniciales intentos de organización obrera y de la lucha abierta de
mujeres por sus derechos; las vejaciones y atrocidades de los ricos,
principalmente sancristobalenses, contra los indígenas; la campaña de
Francisco Serrano contra la reelección de Álvaro Obregón, que provoca
la matanza de Huitzilac el 3 de octubre de 1927, ordenada por Calles y
Obregón, donde son asesinados catorce hombres, serranistas y no, entre
ellos Carlos Vidal, gobernador de Chiapas, con sus funestas
consecuencias en el estado; el asesinato de Obregón a manos de José
León Toral, el 17 de julio de 1928; las costosas e inútiles
persecuciones contra la iglesia en Tabasco y Chiapas, que tienen un
momento negativamente clave con la quema de iconos y objetos católicos
en el cerro de El Divisadero; el relampagueante paso por la Presidencia
de la República de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo
Rodríguez, y los primeros años como mandatario de Lázaro Cárdenas,
nuestro gran presidente del siglo XX. En
las páginas de la novela hallamos cosas de todos los días en el México
de entonces, las cuales en gran medida perviven ahora: el abuso del
poder y las vendettas de los políticos, las crueles
desigualdades sociales y el gravísimo problema de la tierra, el hambre
secular de campesinos e indígenas y la voraz corrupción de los
poderosos que se apropian a través de artimañas legales de lo que no
les pertenece, y los bienes y el dinero los heredan sus familias por
generaciones…
Como se dijo mucho en la mitad del siglo pasado, la
novela es un cajón donde puede caber de todo; Zepeda lo hizo en su
tetralogía. En esta última, Viento del siglo, Zepeda no olvida
asimismo sus oficios de gran cuentista y de gran cuentero, y crea,
además de la historia personal del personaje principal (Ezequiel
Urbina), múltiples personajes y múltiples historias pequeñas, que
aparecen breve y fugazmente. Creo que sobran en la novela, no sólo por
extensos, sino por no venir al caso, las reproducciones de una letrilla
satírica del viejo coronel Urbina y un relato antiguo del joven capitán
Urbina.
Entre los pasajes que se leen con más interés está
aquel que narra cuando, sentenciado a muerte por ser fiel al serranista
gobernador Carlos Vidal, Ezequiel Urbina debe escapar con un amigo,
Augusto Rébora, primero a Ocosingo y luego a la selva, donde se refugia
en una finca de un antagonista político pero hombre leal, donde se
entera de la matanza de diputados locales vida-listas-serranistas, es
decir, de no huir, el propio Urbina habría sido fusilado. Emprende
luego la fuga hacia Guatemala, llega a la frontera (Nentón), donde
logra inmediato asilo por orden presidencial, pasa por Zacaleu, donde
organiza mínimamente el caótico y primitivo cuerpo policíaco, y llega al
fin a la ciudad de Guatemala, donde viven una hermana (Luchi) y su
esposo (Carlos Rabasa). Pasajes deleitosos son también, cuando en esa
ciudad –páginas dignas de la picaresca latinoamericana– Urbina actúa de
mudo por semanas con una familia bien, y otra vez, cuando con
un primo, autobautizándose como El Matador Azteca, estafa en El
Salvador a los pobladores por torear sin tomar –nunca tomó– muleta,
capote, banderillas y espada. Podrían añadirse quizás unos párrafos de
índole tristemente dramática por la intolerancia política que no cabe
hacia ninguna religión: cuando el capitán Urbina asiste como autoridad a
la quema de iconos y objetos católicos en el cerro El Divisadero, y no
puede o no quiere hacer nada, volviéndose cómplice.
Al terminar Viento del siglo, como en las
anteriores novelas de la saga, sentimos, gracias a Eraclio Zepeda, que
sabemos un trozo más de la historia del pueblo chiapaneco, una historia
de la que por lo general se sabe muy poco fuera del propio estado, una
historia que Zepeda ha sentido siempre entrañablemente suya y la
vuelve, al novelarla, entrañablemente nuestra.
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