Laberinto
José Pablo Salas
La realidad en
un continente a la vez diverso y violento como América Latina parece por
momentos inabarcable, incluso incomprensible. Por esto no es de extrañar que la
crónica de largo aliento viva un momento de auge entre diferentes generaciones
de escritores y lectores. Los grandes maestros del género como Juan Villoro, en
México, Martín Caparrós y Leila Guerriero en Argentina, o Alberto Salcedo Ramos
en Colombia, han formado una escuela que cada vez atrae hacia sus filas a más
periodistas tradicionales y escritores de ficción.
Hace algunos
meses, de forma casi simultánea, las editoriales Anagrama y Alfaguara
publicaron Mejor que ficción y Antología de la crónica latinoamericana actual,
respectivamente. Laberinto conversó
con el poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo, quien editó y reunió las
crónicas presentes en la antología de Alfaguara.
¿De dónde
surge la necesidad de hacer esta enorme recopilación?
Hace unos años, el
fundador de una pequeña editorial colombiana llamada Luna Libros me encargó una
antología de crónicas latinoamericanas. Yo acepté el desafío y trabajé durante
tres años en ella. Cuando la entregué, el director no era ya Juan Camilo Sierra
(quien se convirtió en gerente del Fondo de Cultura Económica) y la nueva
gerente que recibió la antología dijo que Luna Libros era una editorial
demasiado pequeña para que pudiera publicarla y le vendió el proyecto a
Alfaguara.
Traté de hacer
una antología con los grandes maestros del género, una antología que cubriera
los temas principales de la crónica. Mi frustración consistió en que la
cantidad de crónicas buenas supera al formato del libro. También me propuse un
libro entretenido, que tuviera esa gran cualidad de la crónica que consiste en
absorber al lector e interesarlo en aquello que no ha llamado su atención. Por
otro lado, la antología aparece en el momento de gloria de la crónica, un momento
que de seguro durará mucho porque es un género muy rico.
¿A qué cree
que se deba este auge de la crónica en Latinoamérica? Porque además de su libro
hay muchas revistas, antologías e incluso blogs.
Hay una realidad
que supera a tal grado la imaginación en nuestros países que vuelve muy atractivo
ese material. Además, hay una tradición de crónica muy importante que se
concreta en algunos nombres actuales como Martín Caparrós, Leila Guerriero,
Pedro Lemebel, Juan Villoro. El ideal ha mutado. Anteriormente un periodista
quería escribir una novela; ahora los novelistas quieren escribir crónicas. Y,
curiosamente, el Parnaso de narrativa de ficción de hoy en día no es el mismo Parnaso
de los grandes cronistas.
Pareciera
entonces que la crónica admite todo tipo de escritores, desde Villoro y
Caparrós, que escriben crónica y ficción, hasta Leila Guerriero que ha confesado
que solo ha escrito un cuento.
O como Alberto
Salcedo Ramos, que es un extraordinario cronista y dice que no quiere escribir
ficción. Cada vez impera más esa actitud del cronista que se reafirma como tal.
Hace no mucho se creía que era de mejor familia un autor de ficción que un
cronista, auque acabo de leer una novela de Daniel Defoe y el prologuista
señala que en aquel tiempo era mucho más acreditado ser escritor de no-ficción
que de ficción; tanto así que los escritores de ficción disfrazaban como
verdaderos sus relatos. De manera que la escala de valores entre ficción y
no-ficción sube y baja. Ahora estamos en un momento en que la no-ficción va a
la cabeza.
En su ensayo El nuevo periodismo, Tom Wolfe supuso la
muerte de la novela a favor del periodismo narrativo. ¿La crónica en
Latinoamérica puede desplazar a la novela?
Es más un asunto
de tiempos; además, se siguen produciendo novelas muy buenas. En Colombia se
han escrito tres o cuatro novelas excelentes en los últimos años. Creo que hay
territorio para todo. Otro factor que influye en el auge de la crónica es la
existencia de una economía alrededor de la misma. Hay revistas que le pagan a
un periodista para que se sumerja dos meses en un texto, para que investigue,
viaje, entreviste fuentes y luego le publica la crónica remunerándole todo.
Esas revistas funcionan y circulan de una manera en que pueden permitirse hacer
eso. Son revistas como Gatopardo, SoHo o El Malpensante. La existencia
de esa economía de la crónica garantiza la supervivencia del género.
¿Qué retos y
qué ventajas significa Internet para las crónicas de largo aliento?
En Internet cada
vez aparecen más y mejores crónicas. ¿Qué peligros veo? Que en general las
revistas de las que hablé suelen tener excelentes editores como Guillermo
Osorno, Mario Jursich o Daniel Samper. En cambio, en la red la gente va por la
libre, no tiene un policía que la controle. A veces, si ese policía es bueno,
las crónicas resultan mejor. Pero están apareciendo medios digitales que sí
tienen editor. Es el caso de la revista digital Anfibia, con un editor de
primer nivel como Cristián Alarcón. Internet está aprovechando algunas de las
ventajas que tenían los medios impresos y los está asimilando para hacer
distintos aportes. Anfibia, por ejemplo, reúne a un investigador social y a un
cronista para que escriban un solo texto, el primero desde el saber de las ciencias
sociales y el segundo desde el saber del contador de cuentos. Eso ha
funcionado. Internet fomenta el crecimiento de la crónica como contenido
literario.
Martín
Caparrós dice que la crónica puede tener una influencia política y social en la
vida real, ¿lo cree así?
En el encuentro
de cronistas en la Ciudad
de México se discutió mucho el tema. Algunos decían que no les interesaba cambiar
la realidad sino contarla; otros, que contando la realidad se pueden producir
efectos. El salvadoreño Oscar Martínez ha escrito crónicas desgarradoras sobre el
tránsito de los migrantes y comentó que denunciando algunos hechos pueden
evitarse más males. Yo creo que eso es aleatorio. Suelo poner un ejemplo que no
viene propiamente de la crónica pero creo que ilustra mi punto de vista: Jorge
Isaacs, un novelista romántico, escribió una novela en la que describe los
paisajes del Valle del Cauca, que son hermosísimos. Esa novela se tradujo ochenta
años después al japonés. Cuando los japoneses leyeron las descripciones de los
paisajes de Isaacs hubo una gran migración hacia el Valle del Cauca que formó
una colonia en pleno valle y aún sobrevive. Isaacs nunca se propuso intervenir
la realidad, ni propiciar migraciones de japoneses a Colombia. Creo que la
intervención de la escritura en la realidad es un hecho pero aquélla es
aleatoria; nadie la controla.
¿Es la crónica
el mejor equilibrio entre literatura y periodismo o un resultado intermedio
entre ambos?
Creo que es,
simplemente, un cambio de paradigma. El periodismo quiere informar, del modo
más completo posible. El paradigma de la crónica es entretener, robar la atención,
interesar a alguien en un tema que a primera vista parece no interesarle, como
diría Caparrós. Su paradigma es no aburrir. Por otro lado, no es verdad que la
narración en tercera persona, sin adjetivos y que solo narra hechos, sea
objetiva. Eso es una gran mentira. Tampoco es verdad que la crónica sea sólo
subjetividad. Hay que matizar los dos extremos.
Uno de los
mandamientos de la crónica es no mentir deliberadamente al lector o mentir
diciendo que se miente y admitir que la información que se produce no es
objetiva, sino que se cuentan los hechos percibidos y se admite que hay hechos
que pudieron pasarse por alto y que, quizá, completan todo el cuento. Creo que
se debe balancear. Es decir, si quiero saber del debate entre Obama y Romney la
crónica no podrá ser el medio. Para conocer lo que pasó, necesito la información
que me da CNN, que me diga si hablaron de política exterior o si sabían sobre
el tema. La crónica —las entretelas del asunto, de cómo se prepararon, cómo
definieron el color de la corbata o si se encontraron en el pasillo y no se
saludaron— vendrá en el futuro. Todos estos elementos cronicables nos los
contará alguien después de sumergirse en el tema y de tomarse el tiempo para
encontrar los matices literarios que le ponen picante a la crónica.
De ahí que en
la crónica se narren escenas completas y no ofrezca resúmenes de lo ocurrido.
¡Exactamente!
Esa es la técnica de la crónica. Todo empieza con un hecho que roba la
atención. No te cuenta que Obama y el candidato republicano discutieron si el
problema es Rusia o la
Guerra Fría o el Medio Oriente. Comienza diciendo que se
encontraron en el corredor y descubrieron que llevaban una corbata del mismo
color. Entonces, de inmediato, la asesora de imagen de uno de ellos le pidió la
corbata al asistente y… Estoy inventando pero así funciona.
Tomás Eloy
Martínez decía que el periodismo verdadero debería de contar, interpretar y
analizar un hecho. ¿La esencia de la crónica consiste en explicar algo más a
fondo?
Creo que su
esencia es contar el cuento, mostrar los matices emocionales inconscientes,
muchas veces sin explicar más allá, entre otras cosas porque nadie tiene la
fórmula para revelar el trasfondo de una cosa. Mira a los periodistas de
opinión. Hoy opinan de Siria y mañana de Peña Nieto y pasado mañana de la
señora Kirchner y realmente no saben de ninguna de las tres cosas. Recogen de
aquí y de allá y creen que sentados en su laboratorio pueden elaborar un marco
de análisis, pero quién dice que ése es el correcto. Eso es completamente
arbitrario.
Esta antología
es completamente latinoamericana, pero la crónica se está leyendo fuera de
nuestro continente. Alfaguara acaba de publicar en España una recopilación de
crónicas a cargo de Leila Guerriero que no llegó a México.
Esa antología
apareció en la editorial Aguilar en Colombia. Hay otra cuestión que me
reclamaron y a la que yo contesté: “Tienen razón pero yo no sé de ese mundo”.
Debería haber incluido algo de Brasil, pero tengo la excusa del idioma. Creo
que por puro reflejo, en España se escriben crónicas. Cuando salieron esta
antología y la de Anagrama, Javier Marcos, en Babelia, dio ejemplos de cronistas
españoles. Se trata de un universo muy distinto y creo que España terminará
contagiándose de nosotros para rescatar a los cronistas que ha tenido.
Hay mucho que
contar en este continente…
Particularmente
en tu país y en el mío.
Aunque parece
que la tradición más fuerte es la colombiana.
Hay muchos
cronistas en Colombia y la gente joven se ve muy interesada en ella. Ahí está
Alberto, todo mundo quiere ser Alberto Salcedo Ramos.
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A pesar de
haberse graduado como abogado y economista en la Universidad Javeriana de
Bogotá, Darío Jaramillo (Santa Rosa de Osos, 1947) ha dedicado gran parte de su
vida a la literatura. Es autor de novelas como La voz interior, Cartas
cruzadas, El juego del alfiler,
Memorias de un hombre feliz y de los
poemarios Tratado de retórica, Poemas de amor, Cantar por cantar, entre otros. De su obra se han realizado
numerosas antologías y se ha editado (en varias ocasiones) su poesía completa. Es
subgerente cultural del Banco de La
República, director de la Fundación para la Conservación y Restauración
del Patrimonio Cultural Colombiana, presidente de la Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales y director del Boletín Cultural y Bibliográfico.
Ha sido miembro del consejo de redacción de la revista Golpe de dados y editor de la
colección literaria de la
Fundación Simón y Lola Guberek. En 1978 recibió el Premio
Nacional de Poesía de Colombia por el libro Tratado
de retórica; fue finalista del Premio Rómulo Gallegos (1995 y 2003) y
en 2010 ganó el Premio de Novela Breve José María de Pereda por Historia de Simona. Fue becario de la John Simon Guggenheim
Memorial Foundation (2008-2009) y es miembro correspondiente de la Academia Colombiana
de la Lengua,
así como colaborador de revistas como Letras Libres, en México, y El
Malpensante, en Colombia.
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