Laberinto
Francisco Goñi
Hay poetas que
nacen con el estigma de marcar su tiempo con lenguaje volcánico, dislocando la realidad,
erotizando formas y ritmos, proponiendo espacios donde no hay fronteras y el
material onírico se expande, flota, se convierte en palabras incandescentes.
Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946) es uno de ellos.
Al enterarme en la noche del lunes que se le
concedió el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2012, me pareció una noticia
extremadamente conmovedora. Porque simboliza el reconocimiento a una forma de sentir
el mundo, a un destino y más allá, a la poesía como fundamento de la
existencia.
De Francisco Hernández se ha dicho de todo,
desde comentarios malintencionados hasta los más justos elogios. De alguna
manera, se ha fabulado con su vida. Se habla de que está enfermo, deprimido,
malhumorado, que padece ataques de epilepsia y ha intentado suicidarse. A la par,
se le admira la entrega desinteresada al lenguaje como un regreso a casa, el
fino oído, las complejas y oscuras metáforas que pueblan sus textos. Pero creo
que es momento de decirlo: la grandeza de su poesía lo une a la familia de
enormes escritores como Hölderlin, Rilke y Baudelaire.
Tanto sus poemas como libros enteros se han
convertido en referencias de la literatura mexicana: de Mar de fondo a Moneda de tres
caras, de La isla de las breves
ausencias a Una forma escondida tras
la puerta, el más reciente poemario dedicado a su entrañable Emily
Dickinson. Generación tras generación, gana lectores y espacios en la crítica.
A pesar de alejarse de la vida literaria y la fama, una y otra vez es invitado
a ferias y lecturas aunque, para sorpresa de todos, siempre trata de
ausentarse.
Francisco Hernández es un poeta sinfónico. Ha cifrado su obra a través de múltiples
voces: Schumann, Hölderlin, Plath, Charles B. White, Basquiat... La experiencia
de ser uno y muchos, o nadie y habitar infinitos personajes se ha convertido en
un estilo personalísimo.
Meses antes de
morir, Daniel Sada me confesó su profundo respeto por la escritura de Francisco
Hernández. Sobre todo porque diferenciaba a un escritor de un artista por un
elemento importante; decía: “un escritor domina el oficio y cumple con los
propósitos; el artista, en cambio, es inventor de un estilo, tal como se
evidencia en la vasta obra de Hernández”.
Los recursos de su
estilo se enriquecen no solo de la literatura sino se ha acercado a beber de la
fuente donde nacen todas las artes. Son notables los romances que comparte en
sus poemas: tiene tanto textos a partir de pinturas como de fotografías, de
esculturas como de instalaciones. Son memorables los diálogos estéticos que ha
establecido con la obra de Chillida, Arturo Rivera o Claudio Bravo. Asimismo,
la música y los viajes se han internado en sus versos, creando dimensiones y
ciudades donde vivir.
Al igual que Thomas
Bernhard, Francisco podría ser considerado un escritor fatalista y demoledor. Sin
embargo, desde el lado de la belleza difícil y la penumbra, ha construido un
puente luminoso para cruzar las noches largas.
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