sábado, 15 de diciembre de 2012

Entrevista con Darío Jaramillo: "Todo empieza con un hecho que roba la atención"

15/Diciembre/2012
Laberinto
José Pablo Salas

La realidad en un continente a la vez diverso y violento como América Latina parece por momentos inabarcable, incluso incomprensible. Por esto no es de extrañar que la crónica de largo aliento viva un momento de auge entre diferentes generaciones de escritores y lectores. Los grandes maestros del género como Juan Villoro, en México, Martín Caparrós y Leila Guerriero en Argentina, o Alberto Salcedo Ramos en Colombia, han formado una escuela que cada vez atrae hacia sus filas a más periodistas tradicionales y escritores de ficción.
Hace algunos meses, de forma casi simultánea, las editoriales Anagrama y Alfaguara publicaron Mejor que ficción y Antología de la crónica latinoamericana actual, respectivamente. Laberinto conversó con el poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo, quien editó y reunió las crónicas presentes en la antología de Alfaguara.
¿De dónde surge la necesidad de hacer esta enorme recopilación?
Hace unos años, el fundador de una pequeña editorial colombiana llamada Luna Libros me encargó una antología de crónicas latinoamericanas. Yo acepté el desafío y trabajé durante tres años en ella. Cuando la entregué, el director no era ya Juan Camilo Sierra (quien se convirtió en gerente del Fondo de Cultura Económica) y la nueva gerente que recibió la antología dijo que Luna Libros era una editorial demasiado pequeña para que pudiera publicarla y le vendió el proyecto a Alfaguara.
Traté de hacer una antología con los grandes maestros del género, una antología que cubriera los temas principales de la crónica. Mi frustración consistió en que la cantidad de crónicas buenas supera al formato del libro. También me propuse un libro entretenido, que tuviera esa gran cualidad de la crónica que consiste en absorber al lector e interesarlo en aquello que no ha llamado su atención. Por otro lado, la antología aparece en el momento de gloria de la crónica, un momento que de seguro durará mucho porque es un género muy rico.
¿A qué cree que se deba este auge de la crónica en Latinoamérica? Porque además de su libro hay muchas revistas, antologías e incluso blogs.
Hay una realidad que supera a tal grado la imaginación en nuestros países que vuelve muy atractivo ese material. Además, hay una tradición de crónica muy importante que se concreta en algunos nombres actuales como Martín Caparrós, Leila Guerriero, Pedro Lemebel, Juan Villoro. El ideal ha mutado. Anteriormente un periodista quería escribir una novela; ahora los novelistas quieren escribir crónicas. Y, curiosamente, el Parnaso de narrativa de ficción de hoy en día no es el mismo Parnaso de los grandes cronistas.
Pareciera entonces que la crónica admite todo tipo de escritores, desde Villoro y Caparrós, que escriben crónica y ficción, hasta Leila Guerriero que ha confesado que solo ha escrito un cuento.
O como Alberto Salcedo Ramos, que es un extraordinario cronista y dice que no quiere escribir ficción. Cada vez impera más esa actitud del cronista que se reafirma como tal. Hace no mucho se creía que era de mejor familia un autor de ficción que un cronista, auque acabo de leer una novela de Daniel Defoe y el prologuista señala que en aquel tiempo era mucho más acreditado ser escritor de no-ficción que de ficción; tanto así que los escritores de ficción disfrazaban como verdaderos sus relatos. De manera que la escala de valores entre ficción y no-ficción sube y baja. Ahora estamos en un momento en que la no-ficción va a la cabeza.
En su ensayo El nuevo periodismo, Tom Wolfe supuso la muerte de la novela a favor del periodismo narrativo. ¿La crónica en Latinoamérica puede desplazar a la novela?
Es más un asunto de tiempos; además, se siguen produciendo novelas muy buenas. En Colombia se han escrito tres o cuatro novelas excelentes en los últimos años. Creo que hay territorio para todo. Otro factor que influye en el auge de la crónica es la existencia de una economía alrededor de la misma. Hay revistas que le pagan a un periodista para que se sumerja dos meses en un texto, para que investigue, viaje, entreviste fuentes y luego le publica la crónica remunerándole todo. Esas revistas funcionan y circulan de una manera en que pueden permitirse hacer eso. Son revistas como Gatopardo, SoHo o El Malpensante. La existencia de esa economía de la crónica garantiza la supervivencia del género.
¿Qué retos y qué ventajas significa Internet para las crónicas de largo aliento?
En Internet cada vez aparecen más y mejores crónicas. ¿Qué peligros veo? Que en general las revistas de las que hablé suelen tener excelentes editores como Guillermo Osorno, Mario Jursich o Daniel Samper. En cambio, en la red la gente va por la libre, no tiene un policía que la controle. A veces, si ese policía es bueno, las crónicas resultan mejor. Pero están apareciendo medios digitales que sí tienen editor. Es el caso de la revista digital Anfibia, con un editor de primer nivel como Cristián Alarcón. Internet está aprovechando algunas de las ventajas que tenían los medios impresos y los está asimilando para hacer distintos aportes. Anfibia, por ejemplo, reúne a un investigador social y a un cronista para que escriban un solo texto, el primero desde el saber de las ciencias sociales y el segundo desde el saber del contador de cuentos. Eso ha funcionado. Internet fomenta el crecimiento de la crónica como contenido literario.
Martín Caparrós dice que la crónica puede tener una influencia política y social en la vida real, ¿lo cree así?
En el encuentro de cronistas en la Ciudad de México se discutió mucho el tema. Algunos decían que no les interesaba cambiar la realidad sino contarla; otros, que contando la realidad se pueden producir efectos. El salvadoreño Oscar Martínez ha escrito crónicas desgarradoras sobre el tránsito de los migrantes y comentó que denunciando algunos hechos pueden evitarse más males. Yo creo que eso es aleatorio. Suelo poner un ejemplo que no viene propiamente de la crónica pero creo que ilustra mi punto de vista: Jorge Isaacs, un novelista romántico, escribió una novela en la que describe los paisajes del Valle del Cauca, que son hermosísimos. Esa novela se tradujo ochenta años después al japonés. Cuando los japoneses leyeron las descripciones de los paisajes de Isaacs hubo una gran migración hacia el Valle del Cauca que formó una colonia en pleno valle y aún sobrevive. Isaacs nunca se propuso intervenir la realidad, ni propiciar migraciones de japoneses a Colombia. Creo que la intervención de la escritura en la realidad es un hecho pero aquélla es aleatoria; nadie la controla.
¿Es la crónica el mejor equilibrio entre literatura y periodismo o un resultado intermedio entre ambos?
Creo que es, simplemente, un cambio de paradigma. El periodismo quiere informar, del modo más completo posible. El paradigma de la crónica es entretener, robar la atención, interesar a alguien en un tema que a primera vista parece no interesarle, como diría Caparrós. Su paradigma es no aburrir. Por otro lado, no es verdad que la narración en tercera persona, sin adjetivos y que solo narra hechos, sea objetiva. Eso es una gran mentira. Tampoco es verdad que la crónica sea sólo subjetividad. Hay que matizar los dos extremos.
Uno de los mandamientos de la crónica es no mentir deliberadamente al lector o mentir diciendo que se miente y admitir que la información que se produce no es objetiva, sino que se cuentan los hechos percibidos y se admite que hay hechos que pudieron pasarse por alto y que, quizá, completan todo el cuento. Creo que se debe balancear. Es decir, si quiero saber del debate entre Obama y Romney la crónica no podrá ser el medio. Para conocer lo que pasó, necesito la información que me da CNN, que me diga si hablaron de política exterior o si sabían sobre el tema. La crónica —las entretelas del asunto, de cómo se prepararon, cómo definieron el color de la corbata o si se encontraron en el pasillo y no se saludaron— vendrá en el futuro. Todos estos elementos cronicables nos los contará alguien después de sumergirse en el tema y de tomarse el tiempo para encontrar los matices literarios que le ponen picante a la crónica.
De ahí que en la crónica se narren escenas completas y no ofrezca resúmenes de lo ocurrido.
¡Exactamente! Esa es la técnica de la crónica. Todo empieza con un hecho que roba la atención. No te cuenta que Obama y el candidato republicano discutieron si el problema es Rusia o la Guerra Fría o el Medio Oriente. Comienza diciendo que se encontraron en el corredor y descubrieron que llevaban una corbata del mismo color. Entonces, de inmediato, la asesora de imagen de uno de ellos le pidió la corbata al asistente y… Estoy inventando pero así funciona.
Tomás Eloy Martínez decía que el periodismo verdadero debería de contar, interpretar y analizar un hecho. ¿La esencia de la crónica consiste en explicar algo más a fondo?
Creo que su esencia es contar el cuento, mostrar los matices emocionales inconscientes, muchas veces sin explicar más allá, entre otras cosas porque nadie tiene la fórmula para revelar el trasfondo de una cosa. Mira a los periodistas de opinión. Hoy opinan de Siria y mañana de Peña Nieto y pasado mañana de la señora Kirchner y realmente no saben de ninguna de las tres cosas. Recogen de aquí y de allá y creen que sentados en su laboratorio pueden elaborar un marco de análisis, pero quién dice que ése es el correcto. Eso es completamente arbitrario.
Esta antología es completamente latinoamericana, pero la crónica se está leyendo fuera de nuestro continente. Alfaguara acaba de publicar en España una recopilación de crónicas a cargo de Leila Guerriero que no llegó a México.
Esa antología apareció en la editorial Aguilar en Colombia. Hay otra cuestión que me reclamaron y a la que yo contesté: “Tienen razón pero yo no sé de ese mundo”. Debería haber incluido algo de Brasil, pero tengo la excusa del idioma. Creo que por puro reflejo, en España se escriben crónicas. Cuando salieron esta antología y la de Anagrama, Javier Marcos, en Babelia, dio ejemplos de cronistas españoles. Se trata de un universo muy distinto y creo que España terminará contagiándose de nosotros para rescatar a los cronistas que ha tenido.
Hay mucho que contar en este continente…
Particularmente en tu país y en el mío.
Aunque parece que la tradición más fuerte es la colombiana.
Hay muchos cronistas en Colombia y la gente joven se ve muy interesada en ella. Ahí está Alberto, todo mundo quiere ser Alberto Salcedo Ramos. 
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A pesar de haberse graduado como abogado y economista en la Universidad Javeriana de Bogotá, Darío Jaramillo (Santa Rosa de Osos, 1947) ha dedicado gran parte de su vida a la literatura. Es autor de novelas como La voz interior, Cartas cruzadas, El juego del alfiler, Memorias de un hombre feliz y de los poemarios Tratado de retórica, Poemas de amor, Cantar por cantar, entre otros. De su obra se han realizado numerosas antologías y se ha editado (en varias ocasiones) su poesía completa. Es subgerente cultural del Banco de La República, director de la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Colombiana, presidente de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales y director del Boletín Cultural y Bibliográfico. Ha sido miembro del consejo de redacción de la revista Golpe de dados y editor de la colección literaria de la Fundación Simón y Lola Guberek. En 1978 recibió el Premio Nacional de Poesía de Colombia por el libro Tratado de retórica; fue finalista del Premio Rómulo Gallegos (1995 y 2003) y en 2010 ganó el Premio de Novela Breve José María de Pereda por Historia de Simona. Fue becario de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation (2008-2009) y es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, así como colaborador de revistas como Letras Libres, en México, y El Malpensante, en Colombia.

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