martes, 13 de noviembre de 2012

Los maestros que influyeron al ‘boom’

9/Noviembre/2012
El País
Edmundo Paz Soldán

Hace un buen tiempo que planeo dar un curso sobre la influencia de William Faulkner en el boom. Comenzaría con Mario Vargas Llosa, que dijo que el escritor norteamericano fue el primer novelista que leyó con papel y lápiz a mano, tratando de reconstruir “racionalmente” la arquitectura de sus novelas, ver cómo funcionaba ese juego complejo con la cronología y el punto de vista. Las técnicas faulknerianas son obvias en los primeros libros de Vargas Llosa: la ambigüedad de perspectivas de La ciudad y los perros, el hábil manejo del tiempo a través de, como dice el crítico peruano Efraín Kristal, “círculos concéntricos”, y la misma trama referida en buena parte a una investigación criminal, le deben mucho a Luz de agosto. Hay escenas de La casa verde que parecen haber sido escritas tomando como punto de partida escenas de ¡Absalom, Absalom! A esta misma novela de Faulkner Vargas Llosa también le debe el tema central de Conversación en La Catedral: una investigación de los fallos morales de una sociedad.
El novelista peruano escribió que en sus años universitarios aprendió más de Yoknapatawpha –el condado donde transcurren las novelas de Faulkner— que de sus clases. Pero no fue él, sino García Márquez, quien decidió crear su propio Yoknapatawpha. Macondo es un microcosmos en el que el escritor colombiano vertió, entre otras cosas, su lectura de Faulkner: la sociedad derrotada pero orgullosa de El sonido y la furia --un mundo que quiere el futuro pero no se atreve a dejar atrás el pasado--, los coroneles melancólicos que viven de viejas glorias y están dispuestos a nuevas batallas, aunque estas solo ocurran en sueños.
Faulkner es la figura tutelar del boom, pero hay otros nombres importantes, entre los que prevalecen escritores del high modernism como Virginia Woolf, Franz Kafka y James Joyce. García Márquez aprendió sobre todo de los dos primeros: de Woolf, la forma en que la conciencia de sus personajes se movía en el tiempo, escarbando en el pasado pero también proyectándose al futuro (lección asimilada en Cien años de soledad); en cuanto a Kafka, La metamorfosis fue el catalizador para que el entonces joven estudiante de derecho decidiera que, si eso era la literatura, él también quería ser escritor. Los juegos verbales en el Ulises son fundamentales para Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres. Más autores: La región más transparente de Carlos Fuentes no se entiende sin Dos Passos, José Donoso le debe mucho a Henry James, y en la obra de Julio Cortázar laten los surrealistas franceses.
No todo es siglo XX. En Vargas Llosa se encuentran las novelas de caballería (Tirant lo Blanc) y Flaubert; Cortázar le debe mucho a los cuentos de Edgar Allan Poe; en García Márquez coexisten la Biblia y las crónicas de Indias; en Fuentes se puede encontrar a Cervantes; en Cabrera Infante respira el lúdico ejemplo del Tristram Shandy de Sterne. Y aunque lo que viene de afuera es más y hubo un confesado desdén a buena parte de sus precursores locales, los escritores del boom también le sacaron partido a otros latinoamericanos. El realismo mágico de García Márquez tiene como antecedente el concepto de lo “real maravilloso” del cubano Alejo Carpentier, plasmado en un par de ensayos y en su novela El reino de este mundo; Fuentes asimiló las lecciones de los novelistas de la revolución mexicana y sus secuelas (Yañez, Revueltas, Rulfo); aunque el ethos no puede ser más diferente, Borges está en Cortázar.
Para producir algo original, los escritores del Boom supieron aprender de los mejores maestros; para renovar las formas, combinaron a los clásicos con los innovadores. Así hoy los leemos: como los clásicos innovadores que son.

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