Suplemento Laberinto
Guillermo Fadanelli es un gurú urbano del llamado —románticamente— underground de la Ciudad de México.
Fundó la “literatura basura”, origen de ciertos buenos relatos y crónicas —su mejor libro es Regimiento Lolita—; arrumbó luego el término y quedó el de “realismo sucio”, salido de Carver, Bukowski y el nihilismo chilango.
Sirvió como contrapeso a la solemnidad soporífera del medio literario.
Fadanelli tiene más de una faceta: es un autor rudo de pornografía machista y un elegante prosista de veta filosófica.
Difamarlo “Enfadanelli” o “Farsanelli” corrobora que no es unidimensional. Es polémico.
Hace una década era odiado por la crítica canónica. Ya casi lo aman. Y quizá él ha aprendido a perder cierta vulgaridad literaria, que yo prefiero a su retórica.
Sus aforismos me parecen convencionales. Donde podría haber ideas a veces sólo hay sentencias. Sus libros ensayísticos tienen grietas diletantes. Pero sus piezas periodísticas satíricas resultan ya memorables.
Sus novelas aciertan. Las mejores: La otra cara de Rock Hudson, Lodo y Educar a los topos.
Pero Fadanelli es célebre, asimismo, por razones extraliterarias. Cada cierto tiempo dice alguna barbaridad que busca provocar. Por ejemplo, ha tenido el valor o descaro de defender la droga abiertamente. Su obra y personaje público están irremediablemente unidos a la cocaína.
Fadanelli es un místico sin saberlo.
Baudelaire decía que los vicios del hombre son la prueba de su avidez de infinito. Groff argumenta prácticamente lo mismo. Todos los que hemos tenido la droga como forma de vida es porque un tanto ciegamente buscamos lo que solía llamarse Dios, a modo de rapto profano con las fuerzas más intensas.
En las drogas se busca el cielo y como los santos, martirizar al cuerpo.
Fadanelli, como todo escritor auténtico, es contradictorio. Se identifica con la contracultura pero se le encuentra religiosamente rodeado de gruppies que le hacen a uno pensar que sería bueno legalizar ciertas variantes de feminicidio.
Es el único escritor de su generación que no sólo tiene una obra literaria —y lo digo porque muchos escritores de su generación no la tienen realmente, tienen libros, pero libros tienen incluso las bibliotecas públicas— sino una definición vital del escritor. La literatura como método de autodestrucción.
Fadanelli constantemente define a la escritura en nudo con el exceso, el cinismo y el auto-escarnio. Es un moralista que busca emanciparse de la porquería del mundo encarnándola con boxeo cínico y un performance de resistencia.
Atendiendo a su complejidad, sería igual de congruente que Fadanelli se suicidara o deviniera eremita. Vale la pena leerlo.
Ya se puede hablar de lo fadanillesco: escribir a la vez como un cretino y un caballero; un humanista y un misántropo; un estilista y un cerdo.
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