domingo, 17 de agosto de 2014

Sergio Galindo entre el delirio y la belleza

17/Agosto/2014
Jornada Semanal
Edgar Aguilar

Para las dos Anas (M. Galindo y M. Salazar)
Las Vigas es un pequeño poblado ubicado en la cuenca del Río Actopan, en el centro de Veracruz, que nace en la montaña del Cofre de Perote, al poniente de Xalapa, y desemboca en el Golfo de México a través de la barra de Chachalacas. El movimiento de las masas de aire que van del mar hacia la sierra se detiene al llegar a las montañas, donde los vientos fríos de la región de Perote se encargan de enfriar y condensar las masas de aire tibio procedentes de la costa, lo que origina la formación de nubes o de una espesa capa de niebla (neblina). El clima húmedo, con lluvias todo el año, favoreció en la zona el desarrollo del bosque mesófilo de montaña: bosques de pinos, de encino y de oyamel.
La vía de acceso a Las Vigas es por la carretera federal México-Perote-Rafael Ramírez-Xalapa, en el kilómetro 140. La localidad, de caseríos que aún conservan sus techos de teja a dos aguas y sus fachadas blancas con corredores de gruesas columnas y de elevados arcos, se encuentra a 35 kms de Xalapa, en un tiempo aproximado de 40 minutos por carretera desde la capital del estado. Gozó hasta hace algunos años Las Vigas de gran popularidad por su exquisito queso, su fábrica de sidras y embutidos, su producción de madera, por la elaboración del pulque y por la explotación comercial del hongo comestible (champiñón). En esta otrora apacible y brumosa región del sudeste de México, Sergio Galindo situó las tramas de lo que serían dos de sus novelas más importantes: El Bordo y Otilia Rauda.
Por las esquinas del bordo
Autor de una de las obras más intensas y más hermosamente escritas de la literatura en nuestro país de la segunda mitad del siglo XX, Sergio Galindo (Xalapa, 1926-Veracruz, 1993) publicó los libros de cuentos La máquina vacía (1951), Este laberinto de hombres (1979), ¡Oh, hermoso mundo! (1984) y Terciopelo violeta (1985); un extenso y alucinante relato, El hombre de los hongos (1976); las novelas Polvos de arroz (1958), La justicia de enero (1959), El Bordo (1960), La comparsa (1964), Nudo (1970), Los dos ángeles (1984), Declive (1985) y Otilia Rauda (1986), así como una novela inconclusa, publicada póstumamente en 2007 pero fechada en 1985: Las esquinas oscuras.
En su novelística (sus cuentos merecen otro estudio), Sergio Galindo cultivó una depurada técnica narrativa que se centró en una desoladora visión de la condición humana y que tenía en el núcleo familiar de provincia su modelo más opresivo. 
Este hombre esbelto, de frente amplia y pelo rizado, como sumergido en sus pensamientos o de sonrisa generosa, decidió echar mano de las historias que sus amigos y parientes le proporcionaban para así tejer y desentrañar los vericuetos más terribles y profundos de las vidas de las familias adineradas o venidas a menos de Xalapa y sus alrededores del período postrevolucionario. La influyente familia Coviella de El Bordo es ya un paradigma del fatídico clan –especie de aristocracia mestiza que gusta de beber coñac– que generación tras generación ha de culminar en la irremediable tragedia que se hace evidente en la muerte aparatosa (en sentido material, físico y moral) de uno de sus integrantes: Hugo, el carismático hermano menor que intentará desafiar la severidad de su tía y que padecerá al mismo tiempo un alcoholismo –constante en los personajes de Galindo– exacerbado.
Por dos razones fundamentales Sergio Galindo es un maestro, en lo tocante a sus novelas, como narrador y confeccionador de personajes. La primera se refiere a la asombrosa capacidad de alternar, con un lenguaje preciso, una historia en saltos temporales que se despliegan siempre en amplitud del personaje o los personajes. Galindo no emplea dicho recurso para articular meticulosa o artificialmente la historia y encaminarla a un reconocimiento temático, sino que plantea algo mucho más ambicioso: el devenir de los acontecimientos en sucesivas regresiones motivará –obligará– a sus personajes a manifestarnos, en toda su capacidad, su odio, su ingenuidad, su locura, su desasosiego o su alegría, en otras palabras, su fealdad o belleza de sentimientos. Los ejemplos más acabados provienen sin duda de sus personajes femeninos: la concentrada crueldad de Emma en El hombre de los hongos, la fantasía senil de Camerina Rabasa en Polvos de arroz, y el estigma incitador de Otilia en Otilia Rauda
La segunda razón es de carácter más bien intertextual. ¿Por qué se narra lo que se narra? O mejor: ¿Por qué se cuenta lo que se cuenta? Si de una cosa estaba convencido Sergio Galindo era de que una historia, cualquiera de ellas, debe contarse con la misma sensación y arrobamiento como si alguien nos la estuviera contando de viva voz en un momento dado. Nos remitimos entonces no al arte fabulador de narrar historias –Borges, Cortázar, Rulfo, García Márquez– sino al arte evocativo de contar historias tal y como en un instante determinado y determinante de la vida tendrían que haber sucedido –Faulkner, Dickens, Pérez Galdós, Dostoievsky, Tolstoi, Virginia Woolf. La intención de contar en Galindo subyace, desde otro ángulo narrativo, quizá más subjetivo y complejo, no tanto en mantener el interés de una historia como en retratar paródicamente a sus personajes. En La comparsa, obra delirante y festiva (apoteosis del desenfreno de la sociedad xalapeña), Galindo ridiculiza a dicha sociedad en una serie de divertidas viñetas acerca de la posibilidad de crear una “comparsa” en la que los personajes logren, ante la imposibilidad real de la existencia, revestirse de un disfraz que los haga pasar inadvertidos ante los demás pero sobre todo ante sí mismos. Declive, y en cierta manera Nudo, representan el exceso como forma de evasión de la clase urbana y pudiente. Los personajes se mueven cómodamente entre Ciudad de México, Acapulco y San Miguel de Allende. Es, sin embargo, en La justicia de enero donde se ceba la infelicidad.
En una entrevista realizada a Sergio Galindo por la crítica cubana Nedda G. de Anhalt en 1987, es decir cuando nuestro autor prácticamente había concluido su trabajo literario, se refiere así a la construcción de sus personajes: “Créeme cuando te lo digo: son ellos los que me manejan a mí.” Y luego: “También me río cuando escribo. Ellos existen con tal fuerza que Ángela y mis hijos pueden estar conmigo pero yo en realidad estoy dialogando con mis personajes.” Más adelante acentúa: “Pero el sentido del humor se encuentra también en La comparsa, en Carta de un sobrino’ y prácticamente en toda mi obra.” Ya el investigador veracruzano José Luis Martínez Morales, uno de los más entusiastas de la obra galindiana, veía en algunas novelas de Galindo una declarada sátira de las novelas mexicanas costumbristas del siglo XIX. Coincido con él y con el propio Galindo: desde Polvos de arroz hasta Otilia Rauda hay un marcado humor, no exento de conmiseración hacia los actos “heroicos” de sus personajes, que se derivan de sus decisiones equivocadas. ¿No es acaso Otilia Rauda una gran dama circense, que domina histriónicamente el arte de la simulación interior para aminorar su pesar amoroso, o el de la exhibición deliberada para instigar la envidia y la maledicencia de sus enemigos? Recordará el lector la memorable escena de Otilia Rauda bajando desnuda las escaleras en casa de Chona, con un tenate en la cabeza. Lo que nos lleva inevitablemente a otro personaje esperpéntico salido de la pluma de Galindo: la vieja y adorable cantante Anabella, del excelente relato “Retrato de Anabella”.
En ese poblado boscoso y brumoso de Las Vigas, Sergio Galindo halló una fuente de inspiración estéticamente original, simbólica y repleta de seres delirantes que viven el yugo de la vida bajo una consecución de hechos irracionales que los enfrenta con un destino doloroso. ¿Deambulan en un territorio que no les permite ver más allá de sus fuerzas? La confusión mental no es producto del Boletus Satanas, sino de la necesidad de venganza; la confusión mental no es obra de la vejación a los “setenta abominables, ridículos, años” de Camerina Rabasa, sino del amor impostergable; la confusión mental no deriva del oprobio cometido por Melquiades, sino de la voluptuosa belleza de una mujer que bulle de pasión y que tuvo la desdicha o la fortuna (nunca lo sabremos) de enamorarse violentamente; la confusión mental no entraña tanto el deseo de justicia como el deseo de poseer algo inaprehensible; la confusión mental no se valora en términos de grados de alcohol en el organismo, sino de un delirio provocado por el temor a aquello sin rasgos definidos que se aproxima; la confusión mental no se desprende de los riesgos del amor compartido, sino de la eventualidad del placer que experimenta un grupo de extranjeros; la confusión mental permea a la familia Coviella no como una maldición generacional, sino como acceso a lo irrefrenable, justo allí donde termina la tierra y nace la niebla: El Bordo.
A través de sus entrañables historias y personajes, Sergio Galindo nos conduce a paisajes bellamente delirantes del alma humana.


No hay comentarios: