Laberinto
Heriberto Yépez
Entre los narradores mexicanos nacidos a partir de los años setenta se busca lo post-norteño. La literatura del norte es aquello con lo que se desea “romper”, ya que cambió temáticas, estilísticas, formas y sujetos que terminaron siendo indeseables por poner en riesgo la identidad del escritor mexicano tradicional.
El Crack no tuvo obras maestras —libros que exploran un aspecto desconocido de la forma o el hombre— pero sí éxitos: En busca de Klingsor de Volpi y una larga lista de obras menores (en el buen sentido de la expresión y, a veces, en el intento fallido de alcanzar más lectores).
Pero su
mayor legado no son sus libros sino su forma de concebir la literatura: lo post-boómico
profesional sin tensión con el mercado o la forma canónica mexicana (la
literatura revolucionaria… institucional).
El
Crack más bien se caracterizó por facturar obras literarias que dicen romper
con lo nacional pero curiosamente terminan representándolo. De nuevo, Volpi es
la mejor encarnación de esta paradoja.
Si
revisamos su trayectoria, el Crack ha mantenido una política literaria
conservadora, sin entrar en conflicto con el campo literario o el gobierno en
turno.
Se
anunciaron como una ruptura pero en lo literario más bien fueron un aeropuerto
internacional entre una literatura mexicana y otra literatura mexicana.
En el
paso de un siglo a otro, Carlos Fuentes se convirtió en el escritor que cumplió
los manifiestos del Crack; y el Crack manifestó querer convertirse en Carlos
Fuentes.
¿Entonces
fue ruptura con qué? Quizá con la Onda o Fadanelli —que fueron mayor ruptura— pero
no con el canon.
Fuentes
y el Crack deben verse como dos variantes de un mismo tipo de literato mexicano
tradicional, que no es ni virtud ni defecto sino, simplemente, lo “respetable”
y, en este estado de cosas, lo “prudente”.
Si
miramos sus resultados, el Crack fue exitoso. Son referencia internacional; tienen
un buen número de títulos entre sus miembros y dejaron una forma de pensar la
prosa y un estatus intelectual y presencia que los escritores mexicanos
posteriores desean.
Externamente,
la clave del Crack fue ser una novedad sin ser una ruptura
con los valores del mercado (real y posible); internamente, su clave fue proveer
de estabilidad al sistema.
Entre
los narradores nacidos en los años setenta u ochenta, entonces, nadie habla hoy
de querer ser post-Crack; al contrario, su secreto es querer repetir el perfil
del Crack, con una innovación: tener a Krauze más de su lado.
Algunos
nombres se han propuesto para escritores setenteros y ochenteros (a quienes,
por cierto, ya les llegó su hora o, mejor dicho, parece que ya se les pasó).
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