Jornada Semanal
Gustavo Ogarrio
La novela Los adioses
(1955), de Juan Carlos Onetti (1909-1994), se ha simplificado como la
historia de un tuberculoso, exjugador notable de baloncesto, que arriba
a una ciudad en las montañas en la que se internará en un hospital
para curarse, al tiempo que mantiene dos relaciones con distintas
mujeres. Emir Rodríguez Monegal así lo consigna:
Un hombre llega a una ciudad de las sierras, donde
hacen su cura los tuberculosos. Pasiva, pero firmemente, se niega a
asimilarse a esa vida de sanatorio, de alentada esperanza, que
contamina toda la ciudad. Es taciturno, no acepta. Vive no sólo para las
dos cartas (el sobre manuscrito, el dactilográfico en la máquina de
tipos gastados), que llegan regularmente y que son la vía por la que
continúa comunicado con el mundo exterior. Un día llega la mujer,
autora de una serie de cartas... Otro día, distinto, llega la de las
cartas a máquina: es una muchacha fuerte, indestructible, viva; para
ella, el hombre ha alquilado un chalet.
Sin embargo, esta manera de plantear lo que será el
asunto de la novela ha pasado por alto la perspectiva desde la cual se
está contando la “historia”. En Los adioses, quizás como en
ninguna otra obra de Onetti, no hay “materia narrativa” sin la
perspectiva desde la cual se está relatando: el punto de vista narrativo
es al mismo tiempo la condición básica para que el relato se
desarrolle de la manera en que lo hace. La perspectiva del almacenero
que narra es el filtro inicial y el ángulo desde el cual se empieza a
construir la figura del “hombre”, del tuberculoso, del forastero; un
relato que mantiene siempre toda la carga de subjetividad del narrador,
sus deseos, su imaginación y sus especulaciones puestas en primer
plano, y que se expresan así desde el comienzo mismo de la novela:
“Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el
almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes,
moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su
actuación desinteresada…” Una perspectiva que es al mismo tiempo un
nosotros parcial y que en la novela crece y se afirma, como
interpretación narrativa de la comunidad, mediante los rumores, las
especulaciones, los chismes y las conjeturas.
Los adioses se ha entendido también como una
historia de amor entre el hombre con tuberculosis y las dos mujeres
que le escriben y después aparecen en la ciudad serrana. El mismo
Rodríguez Monegal es quizás el que desarrolla con mayor elocuencia esta
interpretación: “Entre los tres (personajes), con los datos aportados
por los tres, se va armando este relato que la solapa y una faja
significativa puesta al volumen califican de Historia de Amor... En
realidad, ésta es una Historia de Amor y no de sexo... Lo que los une
(a los personajes), en verdad esencial, es el amor.” Pero, como ya lo
había advertido Ángel Rama, el tema del amor en Onetti siempre está
presente bajo una adversidad e imposibilidad para que se desarrolle
como historia de amor realista o romántica; es decir, enfrentada y
expresada sólo mediante esa oposición que surge de la línea divergente
de los sueños de la vigilia y la invención. En el caso de Los adioses,
esta posibilidad de historia de amor realista o romántica es
prácticamente desfigurada por el ángulo desde el cual se narra, por la invención
“documentada”, a través de sus pesquisas cotidianas, que hace el
almacenero de la historia y de las acciones del exjugador de
baloncesto.
Otra línea de interpretación de la novela, al poner
el acento en la perspectiva del narrador, en la poética del relato de
la novela y no simplemente en descifrar su enigma temático, el amor, no
sólo pone en duda el protagonismo del tuberculoso, paulatinamente hace
surgir del narrador un protagonismo desplazado, orientado hacia el
lector mismo y su figuración dentro de la obra.
Hugo Verani llega a vislumbrar la potencia de este
narrador que se transformará en el lector mismo y ha llamado la
atención sobre la ambigüedad artística de Los adioses:
Entre el lector y la materia narrativa surge un partícipe fortuito, el narrador-testigo, que está en una situación semejante a la del lector; nada sabe de la vida del protagonista. Onetti mete al lector dentro de la conciencia de un narrador que le guía en una versión creíble y le lleva a aceptar sin sospecha su credibilidad, un narrador que gradualmente va imponiendo, sin embargo, un punto de vista desconfiable y coloca la historia en una deliberada zona ambigua.Onetti manifestó su preferencia de autor por Los adioses y comentó, en alguna entrevista, sobre el punto de vista bajo el cual se configura la novela y el modo en que el lector es tolerado en ella.
Toda la óptica de la novela está teñida,
entonces, por los prejuicios, por la mediocridad, por los temores y por
las fobias del bolichero. Ese individuo, que también es un personaje,
nos obliga a aceptar, nos impone su punto de vista y al mismo tiempo
nos aconseja, muy a la sordina, que desconfiemos de lo que nos cuenta.
Pero el lector no tiene otro camino que aceptar su versión. Y jugar al
descarte. El lector tiene que meterse en la historia, tiene que
participar, como se dice ahora, y nunca estará seguro de nada, salvo de
los hechos primarios. Pero ¿qué significan los hechos en su crudeza
total, en su desnudez? Nada. Son simples gestos que es preciso
traducir, descifrar, darles sentido. No hay trampa ninguna en la novela.
El lector se convierte en cómplice.
Esta complicidad no es más que una prueba y un
señuelo de interpretación artística que la novela le impone al lector.
Ese nosotros parcial desde el cual se expresa el almacenero se hace
extensivo al que lee. Los prejuicios, la mediocridad, los temores y las
fobias con las que se recarga la subjetividad del narrador se van
filtrando en la figuración misma del lector. Wolfgang a. Luchting, uno
de los intérpretes más agudos de esta novela de Onetti, lo ha expresado
de la siguiente manera:
Con este procedimiento narrativo, Onetti ya nos ha “enganchado”. Pues, sin darnos cuenta, nos identificamos con el punto de vista del almacenero, sobre todo cuando nos ofrece, aparte de los sucesos que quisiera llamar “relativamente objetivos” –vio sólo las manos; después vio al hombre esperar al autobús–, sobre todo, digo, cuando nos ofrece, además, de esos sucesos, también sus reflexiones sobre el estado psíquico del hombre.
Luchting se refiere a Los adioses como
la novela que “de un modo asombroso” exige al lector una participación
decisiva como “lector cómplice”. Rastrea los orígenes de esta relación
entre la obra artística y sus intérpretes, alude a lo que en la crítica
literaria estadunidense se llamó reader-participation y al
naturalismo alemán, para finalmente retomar el asunto desde una
perspectiva latinoamericana y afirmar que un problema que parece tan
nuevo siempre ha estado presente en la historia de la literatura: “En
verdad, por más nuevo que parezca todo esto, no es nuevo de manera
alguna. Pues siempre, desde que existen ‘ficciones’, ya sean verbales o teatrales o pictóricas o cinematográficas, el ‘consumidor’ de estas expresiones artísticas, debido al mero hecho de optar por ‘consumirlas’, ha participado en su creación.”
En términos de la poética de Onetti, esta
participación más bien abre el camino para comprender la complejidad de
ese nosotros que narra, visto en su relación con la subjetividad
narrativa del punto de vista a partir del cual relatan muchos de sus
personajes. Es posible afirmar que, en Los adioses, Onetti
conjuga artísticamente ambas formas de narrar. El almacenero relata
desde su subjetividad de testigo, desde su punto de vista entendido
siempre como el potente filtro de la historia, para construir un
nosotros parcial a partir del chisme, del rumor y de las especulaciones
articuladas a las del enfermero y de la mucama, en las que
paulatinamente se inserta una voz irregular, fragmentada y prejuiciada
de la comunidad. Onetti expresa en esta obra una variable de este
narrador subjetivo y le da continuidad a lo que en El pozo ya había intentado. Si en El pozo
había una estilización de ciertos usos lingüísticos del habla popular,
italianismos y lunfardismos, expresada en el monólogo narrativo de
Eladio Linacero, en Los adioses esta estilización toma como
materia de su transformación artística ciertos usos del relato popular
–chismes, rumores, especulaciones–, un nosotros que extiende sus
alcances hasta el lector mismo y que se nutre de ciertas estrategias
básicas y domésticas en las que cotidianamente se expresan los
prejuicios y valores de una sociedad. Afirma Luchting: “A medida que
avanza la novela se les agregan a los tres informantes (el almacenero,
la mucama, el enfermero) virtualmente todos los enfermeros y, al final,
virtualmente toda la ciudad.”
Finalmente, el mismo Luchting establece la
dimensión moral y problemática de este lector cómplice, este nosotros
que ya no está conformado solamente por los tres informantes y la
comunidad; a estos se agregan, de manera irreductible, los lectores, su
figuración incluida estratégicamente desde el punto de vista del
narrador-testigo: “Cuando por fin se aclara la verdad sobre los
vínculos que unen a los tres protagonistas ‘observados’
resulta que nosotros mismos hemos venido hallándonos entre los
protagonistas de esta novela. Y sentiremos acaso lo mismo que siente el
almacenero: ‘Vergüenza y rabia, mi piel fue vergüenza durante muchos
minutos y dentro de ella crecían la rabia, la humillación’.”
El final de Los adioses plantea con toda
claridad el fracaso de la interpretación de esta comunidad que se
construye a partir del punto de vista del almacenero y que culmina en la
figuración del lector como cómplice de la perspectiva desde la cual se
narra la novela. Una de las operaciones básicas de la poética de
Onetti se advierte en lo anterior: la integración artística de una
perspectiva popular sobre el lenguaje y la interpretación, la voz
estratégica de la comunidad expresada a través de lenguajes no
literarios, pero que son representados artísticamente, con toda su
fuerza, como una permanente interacción entre literatura y discursos
sociales. Una manera de armonizar la lengua literaria y el relato oral.
La derrota del rumor, los chismes y la
especulación, es expresada en el momento en el que el almacenero
adquiere conciencia de esa subjetividad narrada, que termina por
atormentarlo y que lo orilla a imaginar la posible divulgación de la
“equivocación” de la comunidad, su propia equivocación y la del lector,
una interpretación prejuiciada del supuesto triángulo amoroso del
exbasquetbolista con las dos mujeres:
Pensé hacer unas cuantas cosas, trepar hasta el hotel, y contarlo a todo el mundo, burlarme de la gente de allá arriba como si yo hubiera sabido de siempre y me hubiera bastado mirar la mejilla, o los ojos de la muchacha en la fiesta de fin de año –y ni siquiera eso, los guantes, la valija, su quietud– para no compartir la equivocación de los demás, para no ayudar con mi deseo, inconsciente, a la derrota y al agobio de la mujer que no los merecía.
El análisis de Los adioses desde la
perspectiva de su narrador ha servido para vislumbrar una de las
estrategias artísticas en la obra de Onetti. Una estrategia que está
mediada por el uso, la diversificación y la articulación del narrador
subjetivo y este narrador de la comunidad, expresándose en la figura
del lector-cómplice y al que le es impuesta la interpretación de este
nosotros parcial. Una estrategia en la que se manifiesta la fuerza del
arte narrativo de Onetti: toda interpretación está destinada a la
equivocación, al fracaso; el triste fracaso que se expresa en las voces
que desde su propia subjetividad participan también en la incansable e
inaprensible voz de su comunidad; un nosotros fragmentado,
magnífica amalgama de voces escurridizas e inadvertidamente soberbias,
sinceras y terribles a un mismo tiempo; un nosotros a través del cual
se enuncian los prejuicios y el esplendor de esa comunidad ya rota por
la modernizaciones y por la imposibilidad política y cultural de estar
armoniosamente juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario