domingo, 3 de agosto de 2014

Onetti y Los adioses: lecciones para un lector cómplice

3/Agosto/2014
Jornada Semanal
Gustavo Ogarrio

La novela Los adioses (1955), de Juan Carlos Onetti (1909-1994), se ha simplificado como la historia de un tuberculoso, exjugador notable de baloncesto, que arriba a una ciudad en las montañas en la que se internará en un hospital para curarse, al tiempo que mantiene dos relaciones con distintas mujeres. Emir Rodríguez Monegal así lo consigna:
Un hombre llega a una ciudad de las sierras, donde hacen su cura los tuberculosos. Pasiva, pero firmemente, se niega a asimilarse a esa vida de sanatorio, de alentada esperanza, que contamina toda la ciudad. Es taciturno, no acepta. Vive no sólo para las dos cartas (el sobre manuscrito, el dactilográfico en la máquina de tipos gastados), que llegan regularmente y que son la vía por la que continúa comunicado con el mundo exterior. Un día llega la mujer, autora de una serie de cartas... Otro día, distinto, llega la de las cartas a máquina: es una muchacha fuerte, indestructible, viva; para ella, el hombre ha alquilado un chalet.
Sin embargo, esta manera de plantear lo que será el asunto de la novela ha pasado por alto la perspectiva desde la cual se está contando la “historia”. En Los adioses, quizás como en ninguna otra obra de Onetti, no hay “materia narrativa” sin la perspectiva desde la cual se está relatando: el punto de vista narrativo es al mismo tiempo la condición básica para que el relato se desarrolle de la manera en que lo hace. La perspectiva del almacenero que narra es el filtro inicial y el ángulo desde el cual se empieza a construir la figura del “hombre”, del tuberculoso, del forastero; un relato que mantiene siempre toda la carga de subjetividad del narrador, sus deseos, su imaginación y sus especulaciones puestas en primer plano, y que se expresan así desde el comienzo mismo de la novela: “Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada…” Una perspectiva que es al mismo tiempo un nosotros parcial y que en la novela crece y se afirma, como interpretación narrativa de la comunidad, mediante los rumores, las especulaciones, los chismes y las conjeturas.
Los adioses se ha entendido también como una historia de amor entre el hombre con tuberculosis y las dos mujeres que le escriben y después aparecen en la ciudad serrana. El mismo Rodríguez Monegal es quizás el que desarrolla con mayor elocuencia esta interpretación: “Entre los tres (personajes), con los datos aportados por los tres, se va armando este relato que la solapa y una faja significativa puesta al volumen califican de Historia de Amor... En realidad, ésta es una Historia de Amor y no de sexo... Lo que los une (a los personajes), en verdad esencial, es el amor.” Pero, como ya lo había advertido Ángel Rama, el tema del amor en Onetti siempre está presente bajo una adversidad e imposibilidad para que se desarrolle como historia de amor realista o romántica; es decir, enfrentada y expresada sólo mediante esa oposición que surge de la línea divergente de los sueños de la vigilia y la invención. En el caso de Los adioses, esta posibilidad de historia de amor realista o romántica es prácticamente desfigurada por el ángulo desde el cual se narra, por la invención “documentada”, a través de sus pesquisas cotidianas, que hace el almacenero de la historia y de las acciones del exjugador de baloncesto.
Otra línea de interpretación de la novela, al poner el acento en la perspectiva del narrador, en la poética del relato de la novela y no simplemente en descifrar su enigma temático, el amor, no sólo pone en duda el protagonismo del tuberculoso, paulatinamente hace surgir del narrador un protagonismo desplazado, orientado hacia el lector mismo y su figuración dentro de la obra.
Hugo Verani llega a vislumbrar la potencia de este narrador que se transformará en el lector mismo y ha llamado la atención sobre la ambigüedad artística de Los adioses:
Entre el lector y la materia narrativa surge un partícipe fortuito, el narrador-testigo, que está en una situación semejante a la del lector; nada sabe de la vida del protagonista. Onetti mete al lector dentro de la conciencia de un narrador que le guía en una versión creíble y le lleva a aceptar sin sospecha su credibilidad, un narrador que gradualmente va imponiendo, sin embargo, un punto de vista desconfiable y coloca la historia en una deliberada zona ambigua.
Onetti manifestó su preferencia de autor por Los adioses y comentó, en alguna entrevista, sobre el punto de vista bajo el cual se configura la novela y el modo en que el lector es tolerado en ella.
Toda la óptica de la novela está teñida, entonces, por los prejuicios, por la mediocridad, por los temores y por las fobias del bolichero. Ese individuo, que también es un personaje, nos obliga a aceptar, nos impone su punto de vista y al mismo tiempo nos aconseja, muy a la sordina, que desconfiemos de lo que nos cuenta. Pero el lector no tiene otro camino que aceptar su versión. Y jugar al descarte. El lector tiene que meterse en la historia, tiene que participar, como se dice ahora, y nunca estará seguro de nada, salvo de los hechos primarios. Pero ¿qué significan los hechos en su crudeza total, en su desnudez? Nada. Son simples gestos que es preciso traducir, descifrar, darles sentido. No hay trampa ninguna en la novela. El lector se convierte en cómplice.
Esta complicidad no es más que una prueba y un señuelo de interpretación artística que la novela le impone al lector. Ese nosotros parcial desde el cual se expresa el almacenero se hace extensivo al que lee. Los prejuicios, la mediocridad, los temores y las fobias con las que se recarga la subjetividad del narrador se van filtrando en la figuración misma del lector. Wolfgang a. Luchting, uno de los intérpretes más agudos de esta novela de Onetti, lo ha expresado de la siguiente manera:
Con este procedimiento narrativo, Onetti ya nos ha “enganchado”. Pues, sin darnos cuenta, nos identificamos con el punto de vista del almacenero, sobre todo cuando nos ofrece, aparte de los sucesos que quisiera llamar “relativamente objetivos” –vio sólo las manos; después vio al hombre esperar al autobús–, sobre todo, digo, cuando nos ofrece, además, de esos sucesos, también sus reflexiones sobre el estado psíquico del hombre.
Luchting se refiere a Los adioses como la novela que “de un modo asombroso” exige al lector una participación decisiva como “lector cómplice”. Rastrea los orígenes de esta relación entre la obra artística y sus intérpretes, alude a lo que en la crítica literaria estadunidense se llamó reader-participation y al naturalismo alemán, para finalmente retomar el asunto desde una perspectiva latinoamericana y afirmar que un problema que parece tan nuevo siempre ha estado presente en la historia de la literatura: “En verdad, por más nuevo que parezca todo esto, no es nuevo de manera alguna. Pues siempre, desde que existen ficciones, ya sean verbales o teatrales o pictóricas o cinematográficas, el consumidor de estas expresiones artísticas, debido al mero hecho de optar por consumirlas, ha participado en su creación.”
En términos de la poética de Onetti, esta participación más bien abre el camino para comprender la complejidad de ese nosotros que narra, visto en su relación con la subjetividad narrativa del punto de vista a partir del cual relatan muchos de sus personajes. Es posible afirmar que, en Los adioses, Onetti conjuga artísticamente ambas formas de narrar. El almacenero relata desde su subjetividad de testigo, desde su punto de vista entendido siempre como el potente filtro de la historia, para construir un nosotros parcial a partir del chisme, del rumor y de las especulaciones articuladas a las del enfermero y de la mucama, en las que paulatinamente se inserta una voz irregular, fragmentada y prejuiciada de la comunidad. Onetti expresa en esta obra una variable de este narrador subjetivo y le da continuidad a lo que en El pozo ya había intentado. Si en El pozo había una estilización de ciertos usos lingüísticos del habla popular, italianismos y lunfardismos, expresada en el monólogo narrativo de Eladio Linacero, en Los adioses esta estilización toma como materia de su transformación artística ciertos usos del relato popular –chismes, rumores, especulaciones–, un nosotros que extiende sus alcances hasta el lector mismo y que se nutre de ciertas estrategias básicas y domésticas en las que cotidianamente se expresan los prejuicios y valores de una sociedad. Afirma Luchting: “A medida que avanza la novela se les agregan a los tres informantes (el almacenero, la mucama, el enfermero) virtualmente todos los enfermeros y, al final, virtualmente toda la ciudad.”
Finalmente, el mismo Luchting establece la dimensión moral y problemática de este lector cómplice, este nosotros que ya no está conformado solamente por los tres informantes y la comunidad; a estos se agregan, de manera irreductible, los lectores, su figuración incluida estratégicamente desde el punto de vista del narrador-testigo: “Cuando por fin se aclara la verdad sobre los vínculos que unen a los tres protagonistas observados resulta que nosotros mismos hemos venido hallándonos entre los protagonistas de esta novela. Y sentiremos acaso lo mismo que siente el almacenero: ‘Vergüenza y rabia, mi piel fue vergüenza durante muchos minutos y dentro de ella crecían la rabia, la humillación’.”
El final de Los adioses plantea con toda claridad el fracaso de la interpretación de esta comunidad que se construye a partir del punto de vista del almacenero y que culmina en la figuración del lector como cómplice de la perspectiva desde la cual se narra la novela. Una de las operaciones básicas de la poética de Onetti se advierte en lo anterior: la integración artística de una perspectiva popular sobre el lenguaje y la interpretación, la voz estratégica de la comunidad expresada a través de lenguajes no literarios, pero que son representados artísticamente, con toda su fuerza, como una permanente interacción entre literatura y discursos sociales. Una manera de armonizar la lengua literaria y el relato oral.
La derrota del rumor, los chismes y la especulación, es expresada en el momento en el que el almacenero adquiere conciencia de esa subjetividad narrada, que termina por atormentarlo y que lo orilla a imaginar la posible divulgación de la “equivocación” de la comunidad, su propia equivocación y la del lector, una interpretación prejuiciada del supuesto triángulo amoroso del exbasquetbolista con las dos mujeres:
Pensé hacer unas cuantas cosas, trepar hasta el hotel, y contarlo a todo el mundo, burlarme de la gente de allá arriba como si yo hubiera sabido de siempre y me hubiera bastado mirar la mejilla, o los ojos de la muchacha en la fiesta de fin de año –y ni siquiera eso, los guantes, la valija, su quietud– para no compartir la equivocación de los demás, para no ayudar con mi deseo, inconsciente, a la derrota y al agobio de la mujer que no los merecía.
El análisis de Los adioses desde la perspectiva de su narrador ha servido para vislumbrar una de las estrategias artísticas en la obra de Onetti. Una estrategia que está mediada por el uso, la diversificación y la articulación del narrador subjetivo y este narrador de la comunidad, expresándose en la figura del lector-cómplice y al que le es impuesta la interpretación de este nosotros parcial. Una estrategia en la que se manifiesta la fuerza del arte narrativo de Onetti: toda interpretación está destinada a la equivocación, al fracaso; el triste fracaso que se expresa en las voces que desde su propia subjetividad participan también en la incansable e inaprensible voz de su comunidad; un nosotros fragmentado, magnífica amalgama de voces escurridizas e inadvertidamente soberbias, sinceras y terribles a un mismo tiempo; un nosotros a través del cual se enuncian los prejuicios y el esplendor de esa comunidad ya rota por la modernizaciones y por la imposibilidad política y cultural de estar armoniosamente juntos.


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