sábado, 16 de agosto de 2014

Perdura y es bonito

16/Agosto/2014
Laberinto
Armando González Torres

El poeta ha cumplido ochenta años, pero su poesía tiene el impudor, la carga hormonal y la provocación de un adolescente.  El cuerpo inevitablemente envejece, la precoz maestría y subversión del poeta, en cambio, se niegan a dejarse domesticar y a volverse canónicas. Si alguien se acerca a las páginas de esa genial invención literaria denominada Gerardo Deniz descubrirá que, en todas sus etapas, ha sido el vehículo de una escritura desconcertante y reveladora, que ha despabilado a varias generaciones. Pese al culto furtivo de que es objeto, esa escritura socarrona de sí misma se empeña en resistirse a conformar una obra definible e imitable.  Y si bien, por alguna anticuada manía clasificatoria, se ha llegado a dividir la obra de Deniz en los estancos convencionales, el lector verá saltar  de entre sus abundantes poemas y su puñado de relatos y prosas, entes extraños y simpáticos, productos de las más diversas cruzas entre géneros y lenguajes.   


¿Qué ofrece la lozana poesía de este nuevo octogenario? Neologismos y reliquias del idioma, jergas recónditas y especializadas al lado de albures y frases de doble sentido, un larguísimo e interminable canto al deseo, una exigencia erudita que, sin embargo, rezuma humor y picardía. Con una curiosidad poética a la Pound y una curiosidad científica a lo Valéry, Deniz crea un universo verbal, gobernado por sus propios ritmos y climas, donde el lenguaje es protagonista de trances y desenlaces inesperados.  En esta peculiar poesía de la experiencia, llena de palabras y, al mismo tiempo, de vida, sobresale la especie femenina: visiones augurales de muchachas, Venus que emergen de la espuma, mujeres pujantes en el lecho, flacas hacendosas en sus artes amatorias. Sus atmósferas y personajes más entrañables parecen escaparse de una novelita de amor y seducciones gozosas y su galante poesía transita de la emulación de los trovadores, a la germanía del siglo de Oro y a la sicalíptica dieciochesca. La obra poética de Deniz se puede adscribir a diversas genealogías poéticas, aunque, ya se ha dicho, las influencias más profundas no son librescas, sino científicas, musicales y ¿por qué no? genitales. La palabra en Deniz es una materia para experimentar asociaciones sonoras y mentales que a ratos escapan a cualquier linealidad e intencionalidad y que, sin embargo, pueden ser seductoramente poéticas y narrativas.  Ciencia pura y ciencia ficción, melodrama amoroso, deseo en seco, y mucha e inteligente mala leche contra las ideologías surcan los textos de este creador escéptico.  Es fácil, pese a su exigencia, hermanarse con esta escritura: cada texto es un desafío intelectual, un acertijo que conmina a hurgar diccionarios, pero es, sobre todo, un guiño de complicidad. Porque curiosamente, esta poesía hermética y escéptica oculta una forma auténtica y profunda de vitalismo.  Aglutinador de palabras y de historias, inventor de lenguajes y personajes híbridos en Deniz opera más que la noción de obra, la de juego. El poeta incursiona como pocos en la materialidad y en la espiritualidad del lenguaje, ironiza y agota sus significados, pero no intenta crear otros significados más perdurables y más puros, sino acaso simplemente retozar, solazarse, esparcirse, celebrar el vocablo y el instante,  “alabar lo que no dura pero es bonito”.

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