Laberinto
Armando González Torres
El poeta ha
cumplido ochenta años, pero su poesía tiene el impudor, la carga hormonal y la
provocación de un adolescente. El cuerpo
inevitablemente envejece, la precoz maestría y subversión del poeta, en cambio,
se niegan a dejarse domesticar y a volverse canónicas. Si alguien se acerca a
las páginas de esa genial invención literaria denominada Gerardo Deniz
descubrirá que, en todas sus etapas, ha sido el vehículo de una escritura
desconcertante y reveladora, que ha despabilado a varias generaciones. Pese al
culto furtivo de que es objeto, esa escritura socarrona de sí misma se empeña
en resistirse a conformar una obra definible e imitable. Y si bien, por alguna anticuada manía
clasificatoria, se ha llegado a dividir la obra de Deniz en los estancos
convencionales, el lector verá saltar de
entre sus abundantes poemas y su puñado de relatos y prosas, entes extraños y
simpáticos, productos de las más diversas cruzas entre géneros y lenguajes.
¿Qué ofrece
la lozana poesía de este nuevo octogenario? Neologismos y reliquias del idioma,
jergas recónditas y especializadas al lado de albures y frases de doble sentido,
un larguísimo e interminable canto al deseo, una exigencia erudita que, sin
embargo, rezuma humor y picardía. Con una curiosidad poética a la Pound y una
curiosidad científica a lo Valéry, Deniz crea un universo verbal, gobernado por
sus propios ritmos y climas, donde el lenguaje es protagonista de trances y desenlaces
inesperados. En esta peculiar poesía de
la experiencia, llena de palabras y, al mismo tiempo, de vida, sobresale la
especie femenina: visiones augurales de muchachas, Venus que emergen de la
espuma, mujeres pujantes en el lecho, flacas hacendosas en sus artes amatorias.
Sus atmósferas y personajes más entrañables parecen escaparse de una novelita
de amor y seducciones gozosas y su galante poesía transita de la emulación de
los trovadores, a la germanía del siglo de Oro y a la sicalíptica dieciochesca.
La obra poética de Deniz se puede adscribir a diversas genealogías poéticas,
aunque, ya se ha dicho, las influencias más profundas no son librescas, sino
científicas, musicales y ¿por qué no? genitales. La palabra en Deniz es una
materia para experimentar asociaciones sonoras y mentales que a ratos escapan a
cualquier linealidad e intencionalidad y que, sin embargo, pueden ser
seductoramente poéticas y narrativas. Ciencia
pura y ciencia ficción, melodrama amoroso, deseo en seco, y mucha e inteligente
mala leche contra las ideologías surcan los textos de este creador escéptico. Es fácil, pese a su exigencia, hermanarse con
esta escritura: cada texto es un desafío intelectual, un acertijo que conmina a
hurgar diccionarios, pero es, sobre todo, un guiño de complicidad. Porque
curiosamente, esta poesía hermética y escéptica oculta una forma auténtica y
profunda de vitalismo. Aglutinador de
palabras y de historias, inventor de lenguajes y personajes híbridos en Deniz
opera más que la noción de obra, la de juego. El poeta incursiona como pocos en
la materialidad y en la espiritualidad del lenguaje, ironiza y agota sus
significados, pero no intenta crear otros significados más perdurables y más
puros, sino acaso simplemente retozar, solazarse, esparcirse, celebrar el vocablo
y el instante, “alabar lo que no dura
pero es bonito”.
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