Laberinto
Juan José Reyes
Por lo visto es menos
difícil señalar lo que representa la obra de Gerardo Deniz que decir del todo cómo
es. Inclusive, según él mismo ha repetido, el término “obra” obedece aquí a
advertencias suyas que apuntan a que estaría por verse si aquel trabajo corresponde
a “la poesía”. No hay duda de que en buena medida lo que representa entraña los
modos formales “poéticos” pero también es cierto que la “obra” no los agota y
que quedan por verse enteramente sus discursos y sus significados. La propia
complejidad de estos significados (se ha hablado aun de hermetismo al hacer
referencia al mundo deniciano) va creando el curso de esta poesía de música
extraña y rara y ciertamente asimilable, compartible. La poesía de Deniz tiene
atrapada una realidad que gira, repta, asciende como elipsis y acaso sobre todo
se dibuja como una música suave y de escasos y fuertes y sorpresivos
sobresaltos.
Se ha repetido que la poesía
no es el primer quehacer de los preferidos de Deniz. Se subraya la descomunal
inteligencia del autor al registrar que se hizo químico en su primerísima
juventud. Ha sido Deniz también un singular traductor: no solo ha puesto en
castellano muchos libros sino que ha conocido el pensamiento y la obra de
varios de los científicos que ha traducido. Pasó largas jornadas en las
oficinas del Fondo de Cultura Económica de las que recuerda con especial gusto
sus encuentros con su admirado Alí Chumacero (cuya poesía no pone detrás de la
de Paz entre sus preferidas, por ejemplo). De su madre, se recuerda en una
entrevista con Fernando García Ramírez (FGR), “debe su afición a la música” y
su padre —dice al mismo García Ramírez— “escribió varios libros y acabó
asqueado por la política, lo cual fue especial para mí en todos los aspectos”.
También se sabe (por el mismo FGR) que luego de una primera “iluminación
poética” llegada con Baudelaire, a los 19 años, en 1953, vino su primer,
definitivo “deslumbramiento” “al leer Libertad bajo palabra
de Octavio Paz. ¿Puede hablarse de las influencias en la poesía de Deniz? Son
tan extraordinarias que son incontables y es más que probable (como se apunta
en la entrada de estas líneas) que sean imprecisables y resulte del todo
imposible dar con sus cauces. El conocimiento deniciano tiene sus fuentes en
lenguas de veras lejanas a la(s) nuestra(s), una sabiduría que reposa y corre
por mundos y rincones remotos y del todo ignorados en nuestros teclados y que
se entrecruza en líneas multirreferenciales, que vuelan en distintas geografías
y edades. En aquellas referencias y en aquellos vuelos está el lenguaje: las
palabras y sus ritmos. Ha sido Octavio Paz quien ha visto con mayor profundidad
y mayor alcance los irregulares vuelos paralelos del “cuento” y del “canto” en
los poemas de Gerardo Deniz. Escribe en 1970 saludando la aparición de Adrede,
el primer libro deniciano (en Las Dos Orillas, la gran colección poética de la
editorial Joaquín Mortiz): “A Deniz no le pasa nada que sea distinto de lo que
nos pasa a todos los hombres pero lo que les pasa a las palabras con Deniz —eso
es el cuento y la cuenta de su canto—. Un canto en el que cada poema es una
construcción rigurosa y, sin embargo, suelta, fluida. Como dijo el maestro
Hilarión Eslava de la música, la poesía es ‘el arte de combinar los sonidos con
el tiempo’. Los sonidos y los sentidos. Estrofas como una bahía hipnotizada por
la luz, himnos sardónicos, dísticos salvados de las depredaciones del olvido,
colusiones semánticas, conjunciones descabelladas pero nunca incoherentes […],
alevosas geometrías, redes que nos entregan atados de pies y manos a enigmas
amenazantes o deliciosos o cínicos o transparentes”. Flujo de sonidos, lujo de
sentidos, reverberaciones del lenguaje, vaivenes de la memoria rescatada, una mirada
que punza, acecha, desecha cualquier fleco. Música de metales pulidos y filosos
y cálidos.
Por la obra de Gerardo Deniz circula el humor, tanto en los versos como en la prosa. Siempre se trata de un humor en nada amable ni cómodo ni condescendiente, que dice a las claras el talante inusitado de su dueño y de la forma con que este lo despliega. Hay sin falta una sutil y por tanto más poderosa manifestación de inconformidad en esta obra intrincada, surcada por extrañísimas constelaciones cuyo desciframiento corre junto a la luz que emiten sin parpadeo. La inconformidad es la actitud natural de Gerardo Deniz y suele aparecer en sus líneas con suavidad, con aparente parsimonia, con tiento socarrón. David Huerta ha visto, en uno de sus ensayos admirables, las prendas mayores de Deniz: “un talante extraño, una erudición pasmosa, una imaginación de primera línea, una actitud lopezvelardeana ante la ‘inepta cultura’, un devastador sentido del humor”.
El mismo David Huerta atina cuando sitúa a Deniz como uno de los mejores prosistas en nuestro medio. Esa prosa tan sin adornos, sin alardes, la hallamos a cada línea de los cuentos ejemplares de Alebrijes (el único libro del autor de piezas de este género) o en los recuerdos, estampas, ficción, ensayos de Paños menores, por citar. No sale sin mácula ni un ápice del poeta Neruda, por ejemplo, en una de las recreaciones que el prosista hace de una escena inolvidable de sus mocedades. Esta escritura es fiel reflejo no solo de lo que piensa Deniz sino de la intrincada cartografía de aquel modo de pensar, discurrir, entrecruzar, desdoblar palabras, mundos, ideas. Una prosa, en efecto, insuperable.
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