Laberinto
Heriberto Yépez
Traducir
puede ser un oficio intrigante. Aquí una minúscula lista de lo que traducir
puede ser.
Traducir puede ser placentero. Si eliges una lengua que conoces bien y eliges un libro o autoría que te hechice, traducir será grato.
Traducir
puede ser el crimen perfecto. Lo mejor es leer pero lo más tentador es
escribir. Traducir combina ambos polos. Con el pretexto de dos idiomas, un
traductor es alguien que escribe lo que lee.
Traducir
puede ser la mejor contribución que un bibliófilo puede hacer. Culturas como
las nuestras necesitan traducir muchas obras (desde literarias hasta
científicas). Ya no deberían darse más becas para apresurar poesía, cuento o
novela, y más bien solo becas para traducir.
Traducir
podría ser el mejor sub–empleo que puede darse a escritores que comienzan.
Traducir puede ser ingrato. Traducir es mal pagado. Además, salvo las de libros exitosos en su lengua original, las traducciones casi no son reseñadas. Pero si cometes tres errores en trescientas páginas, eso puede cambiar. Si quieres que tu traducción sea reseñada, equivócate lo suficiente.
Traducir
puede ser tramposo. Conozco escritores que han traducido cuatro poemas de
Baudelaire y se dicen su traductor. Traducir unas cuantas páginas y anunciarte
traductor es como escribir microrrelatos y presumirte novelista.
Traducir
puede traicionar. Si el transcreador es un escritor de muchos recursos, la
transcreación es un juego valioso; si es un transcreador común y corriente, el
experimento no debe suceder. Es más difícil traducir bien que tener toda clase
de ocurrencias para transcrear.
Traducir
debe ser fiel a un texto que se ama en situación de poligamia.
Traducir
puede tener una gran ventaja: hay miles de obras cuyos derechos ya son de
dominio público. Muchas de ellas circulan en internet. Basta creer conocer bien
dos lenguas, armarse de meses de paciente trabajo y otros tantos de impaciencia
de sí para terminarlo, para traducir un libro y contribuir a la educación de la
humanidad. Seguramente nadie te lo va a agradecer.
Traducir
es un puente directo a la crítica. Ocuparte de cada una de sus palabras, abre
el camino a volverte uno de los expertos de ese texto. Traducir termina con un
prólogo.
Traducir
es maníaco. Si alguien que se dedica hoy a la literatura conoce más de una
lengua pero no traduce, no ha enloquecido. Cuando uno lee autores extranjeros
que le fascinan y sabe que otros no pueden leerlo, aparece un duende que lo
obliga a uno a traducirlo.
Traducir
puede definirse como el duende de compartir lo que no es tuyo pero quieres que
sea de otros. Y, en todo caso, quieres llevarte el crédito.
Traducir
ya lo están haciendo las máquinas. Pero las máquinas todavía no traducen bien.
Traducir todavía puede ser demasiado humano.
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